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Crítica de cine | Springsteen: Música de ninguna parte y la búsqueda de sentido en medio del vacío

En lugar de glorificar al ícono del rock, la película de Scott Cooper explora la grieta emocional de Bruce Springsteen durante la creación de Nebraska, revelando a un artista enfrentado al silencio, la culpa y el anhelo de comprender su ansia.

El cine musical suele moverse entre dos caminos: la celebración del mito al borde del comunicado de prensa o la reconstrucción sensacionalista del drama en medio del éxito. Springsteen: Música de ninguna parte intenta evitar ambos para proponer un viaje hacia la oscuridad interna de un artista que, en la cima de su fama, enfrenta el vértigo del vacío.

Dirigida por Scott Cooper, la película no se centra en la gloria de “el Jefe”, sino en la grieta humana que se abre cuando el ruido del mundo se apaga y solo queda la voz interior. Y es ahí en donde radica una virtud, especialmente en tiempos post-Bohemian Rhapsody.

Ambientada en 1981, la historia comienza justo donde todo parece perfecto. Bruce Springsteen (Jeremy Allen White) acaba de terminar una gira que lo consolidó como superestrella.

Sus canciones llenan estadios, es portada para la prensa, lo invitan a late shows y el sueño americano parece haberlo coronado como su voz oficial. Pero, en lugar de perpetuar ese ascenso, la película se enfoca en un punto de quiebre: tras los aplausos, Bruce se repliega sobre sí mismo, atrapado entre el éxito y una profunda sensación de desconexión.

La película retrata ese descenso con un ritmo pausado que no embellece el sufrimiento interno. Y en tiempos donde Hollywood prefiere las redenciones limpias, Cooper opta por la incomodidad: deja que la tristeza se acumule, que el silencio pese, que el vacío se vuelva tangible. En ese riesgo reside buena parte de su autenticidad como biopic musical.

Lo anterior se debe a que en el centro del relato está la creación de Nebraska, un álbum grabado en la intimidad de una habitación de Nueva Jersey con una simple grabadora de cuatro pistas que no registró lo que la industria esperaba.

En un ciclo de inspiración, el músico compone canciones con historias de obreros, fugitivos y almas derrotadas que buscan redención y solo hallan desolación. Y aunque la película acierta al reflejar esa atmósfera árida, no arriesga mucho a la hora de establecer un diálogo entre la creatividad y la sombra interior del artista.

El guion, inspirado en el libro Deliver Me From Nowhere de Warren Zanes, explora igual todo el proceso creativo, pero con un especial énfasis audiovisual en su dimensión emocional. La cámara sigue a un Springsteen que se encierra en su estudio, frustrado por no poder explicar lo que siente ni siquiera a su banda o a sus amigos, pero que también es incapaz de reafirmar sus lazos emocionales.

En las manos de Jeremy Allen White, el músico es un hombre suspendido entre la ansiedad y la culpa, entre la necesidad de crear y el temor de hacer algo que lo aleje de lo que considera su esencia.

En todo ese armado, uno de los ejes la película radica en la relación entre Bruce y su padre, Doug (interpretado por Stephen Graham), una figura osca que se transforma en un fantasma de un pasado que sigue presente. En esa expresión, Cooper intercala a lo largo del relato varias escenas en blanco y negro de la infancia del cantante, dando pie a fragmentos que funcionan como heridas abiertas que no sanan.

Revelando en el camino la distancia emocional, el resentimiento y la imposibilidad de comunicarse, la película transforma al padre - un hombre duro, callado y prisionero de su propia frustración - en el espejo que Bruce intenta evitar, pero al que inevitablemente se parece. Esa herencia emocional, más que cualquier conflicto externo, es la verdadera antagonista de una historia que no tiene grandes giros ni apela a la sorpresa.

A diferencia de los biopics convencionales, la película no busca abarcar toda la trayectoria de su protagonista, por lo que no profundiza en la relación con la banda ni da mucho tiempo a las diferencias con su disquera. Aquí no interesa la cronología, sino la experiencia interior del artista como única brújula narrativa.

De ese modo, Springsteen: Música de ninguna parte logra sus mejores momentos cuando aborda las canciones como extensiones del músico: en retratos de hombres sin rumbo, de sueños quebrados, de caminos que solo conducen al descampado.

La puesta en escena acompaña ese tono íntimo con una fotografía sombría y contenida. Las luces tenues, los encuadres cerrados y los silencios prolongados - especialmente frente a los teléfonos que resuenan buscando respuestas - refuerzan la sensación de encierro y el retrato de un hombre en crisis frente a su propio reflejo.

En esa fusión entre el artista y su obra reside el corazón de la película. Música de ninguna parte establece que Nebraska fue más que un disco. Fue una forma de supervivencia. Cada acorde y cada historia de derrota son un intento de Bruce por expandir su negativa a salir de la vida que lo ha definido mientras batalla para entender su propia tristeza. La película, en su tono sobrio, logra capturar ese impulso creador en donde la música se vuelve un refugio y el único significado para un alma en pena.

En ese mismo camino, Jeremy Allen White ofrece una excelente interpretación para dar forma a un hombre que no sabe cómo solucionar sus falencias y se escuda en la idea de no querer hacer daño para evadir hacer frente a sus problemas.

El resultado es una película melancólica que, en vez de convertir a Springsteen en un monumento, lo desarma para mostrar lo que hay debajo: un artista en guerra consigo mismo.

En esa articulación, el director evade tanto el sentimentalismo como la frialdad, buscando ser honesta con el retrato del proceso creativo. Pero Springsteen: Música de ninguna parte también es un reflejo de la duda, del cansancio y de la imposibilidad de ser algo más que uno mismo. Y en su melancolía hay una belleza extraña: la del hombre que encontró en su música un refugio para expresarse y dar con un sentido en su momento de mayor angustia.

Springsteen: Música de ninguna parte ya está en cines.

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