Por Paulo QuinterosCrítica de series: El Juego del Calamar, un final que no busca ni pretende dejarte contento
La última temporada de la serie surcoreana se despide sin concesiones, hundiendo a sus personajes -y a su audiencia- en un callejón sin salida donde la codicia humana, el desamparo social y la desesperanza son pan de cada episodio.

La tercera y última temporada de El Juego del Calamar se presenta como el golpe final de una historia que, desde su primer giro, dejó en claro que no habría espacio para una gran redención ni menos un desenlace esperanzador.
La meta de Seong Gi-hun, el jugador 456, de frenar la maquinaria de los juegos, rápidamente se reveló como una utopía: no solo por los ilimitados recursos detrás de la organización, sino por el diseño del sistema mismo, que explota la desesperación humana como combustible.
Desde su comienzo, la serie estableció una verdad incómoda: los jugadores no son solo víctimas, sino también cómplices de un sistema que, aunque perverso, les da una falsa ilusión de elección.
En ese sentido, la votación antes de cada prueba, para decidir si continuar o no, solo terminó desnudando desde la segunda temporada una realidad bastante brutal: la mayoría de los participantes, atrapados en su codicia, prefería jugar antes que enfrentar una vida miserable o, peor aún, ver en el espejo que sus propias culpas los llevaron hasta este crudo sendero.
Así, El Juego del Calamar se posicionó como una despiadada crítica al capitalismo, en donde los oprimidos terminan reproduciendo la lógica del opresor, reflejando de paso que en el individualismo más descarnado no hay espacio para creer en el bien común. El sacrificio por el otro, puestas las cartas sobre la mesa, se convierte en la verdadera revolución, pero nadie está dispuesto a eso.

La tercera temporada, plenamente consciente de este callejón sin salida, no intenta construir una narrativa de rebelión o justicia. Desde su inicio, marcado por las consecuencias de la revuelta del final anterior, apuesta por una pregunta más filosófica: ¿queda algo de esperanza en el ser humano? La respuesta, casi desde el primer episodio, es devastadora y se exprime hasta su imposible final.
Y es que la humanidad, según casi cada minuto de esta serie, se merece su condena. Las nuevas pruebas - que en esta ocasión son más simples y tradicionales - se convierten en reflejos nítidos de la miseria moral de los jugadores. Los mismos que van siendo despachados uno a uno hasta la inevitable gran confrontación entre las dos ideas de mayor fuerza: la del Líder, que dice que la humanidad no tiene redención, lo que responde a su propia historia de origen que esta temporada explora, y la de 456, que prueba a prueba es enfrentado al peor lado de las personas, pero se niega a bajar los brazos.
En ese sentido, nuestro apesadumbrado protagonista, atravesado por el peso de sus decisiones pasadas, es ahora un hombre consumido por la desilusión. En este panorama, cada paso y juego reafirma la crudeza del sistema y la podredumbre que éste saca a relucir.
Y sin embargo, en todo este panorama desolador, también hay una última grieta, un pequeño espacio donde la historia pone a prueba su discurso: Kim Jun-hee, la jugadora 222, cuya condición de embarazo añade una capa compleja de dilemas morales. Los mismos que, inevitablemente, instalan decisiones simplemente imposibles.
Por eso el desenlace, sin caer en spoilers, no escapa a la lógica que ha guiado toda la serie. En este final no hay redención absoluta, pero sí una conclusión coherente con la desesperanza que se arrastró desde el primer juego, dando pie a una última decisión que se siente apropiada y, más aún, el único camino posible ante tanta codicia.
Y en ese sentido, aunque este ciclo de capítulos se anunció como la última temporada, la forma en que se cierra todo abre de inmediato la puerta para más historias. Porque mientras la codicia humana exista, la maquinaria seguirá girando.

El Juego del Calamar 3 no es una temporada fácil de digerir. Es sombría, amarga y, en muchos momentos, francamente deprimente. Cuando uno cree que un personaje ya no puede ser más basura, simplemente abren sus ropajes y se demuestran como un vertedero con pies.
Pero esta es también una conclusión consecuente para una serie que nunca prometió otra cosa que mostrarnos el peor reflejo de las personas y el sistema imperante en la sociedad. Es ahí en donde la crítica social de Hwang Dong-hyuk muestra que siempre tuvieron en claro que no habría una solución fácil ni automática.
Más aún, a lo largo de todas estas temporadas, también lograron constatar que la propia audiencia se volvería desensibilizada ante los horrores presentes, disfrutando precisamente de este viaje oscuro.
Y es justamente en ese proceso, ese acostumbramiento al espectáculo del sufrimiento, donde la serie encuentra el espacio para incomodar y sembrar una mínima esperanza: al obligarnos a reconocer que hemos llegado al fondo, nos deja con una última posibilidad de mirar hacia la poca luz que nosotros mismos podemos abrir en el sistema, negándonos a ser parte del juego.
EL Juego del Calamar 3 ya está disponible en Netflix.
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