Tendencias

Lo mejor que hice este año

“Puente Alto siempre ha tenido mala prensa: abundan los titulares para las carencias, pero no hay espacio para los aciertos que incomodan el relato tradicional, escrito siempre desde el mismo lugar, bien lejos de aquí”.

Créditos: @dannypoblete_fotografias

Este año puse todo mi tiempo, mi energía y mi voluntad en un proyecto a gran escala que busca hacer de Puente Alto un nuevo foco cultural. Todo bajo la convicción de que la cultura no es una idea abstracta ni un debate de sobremesa, sino una experiencia concreta que puede cambiar cómo alguien se mira a sí mismo.

Esa energía transformadora se podía respirar el pasado 27 de abril, cuando Pablo Chill-E se presentó en vivo frente a cerca de 30 mil personas en el Festival de Puente Alto. Un artista cantando en el lugar que lo vio crecer, aclamado tal como merecen los que vuelven a casa después de haberlo logrado todo. Gloria pura. Sin metáfora. Sin exageración.

Ese show cerró una jornada con mucha épica: el segundo día de un festival gratuito, al aire libre, masivo, donde siete de los ocho artistas del escenario principal eran de la comuna. Audigier, Shamanes Crew, Julianno Sosa, Pablito Pesadilla, Fufibunni, Papi Fasti y, como invitada externa, Flor de Rap. Puente Alto mirándose a sí mismo desde arriba del escenario más grande que ha tenido en su historia.

Yo sentí que esa jornada musical fue un acto de justicia poética. Como una reparación simbólica largamente postergada. Puente Alto lleva años siendo una de las capitales musicales del Chile reciente, pero rara vez se le reconoce como tal. Esa noche, la juventud local, tantas veces estigmatizada, pudo verse reflejada, validada, orgullosa. No como periferia, sino como centro.

Después vinieron los números: dos jornadas gratuitas, 14 artistas, cerca de 50 mil asistentes en total. Y también vino el silencio. Cero menciones en prensa. Ningún medio grande consideró que el Festival de Puente Alto mereciera cobertura, pese a estar invitados. Nada nuevo. Puente Alto siempre ha tenido mala prensa: abundan los titulares para las carencias, pero no hay espacio para los aciertos que incomodan el relato tradicional, escrito siempre desde el mismo lugar, bien lejos de aquí.

Y eso que Puente Alto ha sido clave para la música chilena desde hace décadas. Acá en Puente fue donde Violeta Parra aprendió a tocar guitarrón con el cantor local Isaías Angulo. Acá en Puente fue donde La Ley encontró su forma definitiva con Beto Cuevas en la voz. Acá en Puente fue donde comenzó BDM, que luego daría la vuelta al mundo como sinónimo de freestyle. Acá en Puente fue donde Pablo Chill-E grabó, junto a VH El Virus, las canciones que impulsaron el trap chileno. Aun así, lo que ocurre culturalmente en la comuna sigue pasando lejos del foco.

Pero nada de eso opaca lo esencial. El Festival de Puente Alto fue una declaración de principios: que el arte de jóvenes locales puede redefinir la identidad de un territorio, que la cultura es un pilar y no un adorno, que también se hace país desde comunas históricamente discriminadas. Yo tengo la suerte de trabajar en ese proceso y de ver, desde adentro, cómo una política cultural sostenida puede generar orgullo colectivo.

Pocos días después del festival conocí a Juako ETB, un reggaetonero muy joven de la comuna. Él también estuvo ahí, entre el público, y me contó que ver a artistas de su propio territorio llegar tan lejos le reordenó los sueños. Que ahora, incluso por sobre Lollapalooza, su mayor meta es algún día cantar en el Festival de Puente Alto.

Ahí entendí todo. Que el sentido de hacer cultura no está en los números, ni en la cobertura, ni en la épica personal. Está en eso: en que alguien más, gracias a lo que vio, decida que su vida puede ir un poco más lejos. Por eso, sin dudarlo un segundo, dedicarme a facilitar el acceso a la cultura en el cotidiano de las personas fue por lejos lo mejor que hice este año.

Más sobre:MicrotráficoPuente Alto

Lo último

Cotiza y compara todas las marcas y modelosPublica tu auto acá