¡¡¡Doctooooor, socorro!!!: 

Estoy acá acostado a los 23 años y haciendo una carta para recibir un consejo sabio.

Si permanezco en estos momentos en una cama es porque estoy más machucado que lanzagua en el Paseo Ahumada.

Soy cinturón amarillo en una academia de Karate y ayer me dieron una zumba de aquellas. Dos patadas en la cara, un combo en el pecho y un codazo en el cuello.

Ahí morí, pero de amor, porque la que me pegó fue mi instructora y yo sé que le gusto.

Me aforró y cuando caí me miró con amor, doctor. Se lo juro que a ella le genero algo, y sus golpes son para disimular lo que le produzco y así evitar que su marido la rete.

Él es el dueño de la academia y mide 1,87. Es cinturón negro de Kio Ku Chin, una disciplina más brígida que el Kung-Fu.

Onda las patadas voladoras son una alpargata en ese hombre. Pero me la quiero jugar igual con ella, pues no se imagina lo que he soñado por esa mujer.

Pero despierto también pensando en la mansa sacada de ñoña que me ganaría si me descubre el señor del arte marcial. ¿Me arriesgo?

BRUCE LEE

Oiga, cinturón cochino:

Para decirle la verdad, si una minita lo dejó en la cama después de un round, con hielo en la cabeza, morado, con 30 pajaritos dándole vueltas alrededor de su chasca, yo me retiraría del karate. 

Usted no sirve, mi niño. Si es amarillo de cinturón, cómprese una corbata café y lo combina para irse para la casa. 

No es por ser machista, pero le invento esta historia para que no la haga con esa mujer. Para qué se va a meter en un forro donde además de que le saquen la cresta va a destruir un matrimonio.

Claro, sus sueños deben ser relacionados con llaves de cachete, abrazos del oso y besos tailandeses con aquella instructora. 

¿Pero qué viene después? Puros problemas. O tírese el salto. 

Si es así, le doy un minuto y medio con el gorila. Lo van a masacrar. Agarre su bolsito y camine como Kung Fu bien lejos de la academia. 

¿Y si se cambia a una academia de ballet? Hágame caso, mi amigo. Ahí no juegue.