Por Guido Macari MarimónBárbara Tupper, de Ladera Sur: “El boom de la naturaleza en las redes me parece valioso; al mismo tiempo, me da un poco de miedo”
La periodista lanzó Descifrar la Naturaleza, en que se sumerge en las vidas de naturalistas chilenos, y habla del libro y de uno de los “grandes peligros de nuestra fauna”, según califica.

Bárbara Tupper Baldwin tuvo que armar una lista. Primero, se adentró en distintas áreas de estudio sobre la naturaleza y, en base a los personajes que le parecían más interesantes, eligió. Luego, tanteó quiénes eran menos conocidos por el público en general.
—Fui seleccionando algunos nombres y los compartí con algunas personas que estudian justamente esas áreas y, con mi propia investigación, me fui dando cuenta de que eran buenos referentes de cada área —cuenta la editora Ladera Sur, medió de comunicación enfocado en la naturaleza de Chile y Sudamérica, a La Cuarta.
En octubre, la también periodista, “con mucha emoción, les presento a mi primer hijo literario”, según anunció a través de sus redes sociales a Descifrar la Naturaleza: naturalistas modernos en Chile durante los siglos XIX y XX (Planeta, 2025).
Este publicación de la autora perfila a siete estudiosos de distintos ámbitos de la naturaleza, partiendo por la herpetóloga María Codoceo a inicios de los 1900, siguiendo con el mastozoólogo Guillermo Mann, el entolomólogo Luis Peña, la botánica Adriana Hoffmann, el biológo mariano Juan Carlos Castilla, el ecólogo Jürgen Rottmann, hasta la más joven de la curatoría, la micóloga Giuliana Furci, impulsora de los hongos, en plena vigencia.
—No significa que no haya otros referentes —aclara de antemano—, que hay un montón de referentes en Chile haciendo cosas increíbles, y otros que no están con nosotros. Y también tuvo que ver con que, a través de la investigación, me parecían historias súper fascinantes para contar. Y me gustaba que cruzaran dos siglos, que partiera en 1909 con la María Codoceo y terminamos cerrando en la actualidad con Giuliana, que era interesante porque habla de hongos, de lo que no se hablaba en la mitad del siglo XX; además con ella cambió un poco el paradigma en términos de la divulgación científica. Me parecía bonito hacer este abanico de cómo, también, va avanzando la divulgación.

—¿En qué sentido hay un cambio paradigmático?
—En primera y segunda mitad del siglo XX todavía el lenguaje científico está muy dentro de la academia, no había salido de ahí, y con la Giuliana esto explota: el lenguaje se transforma y vuelve a los hongos un tema mucho más masivo, e incluso de moda: a todo el mundo le encantan los hongos, quiere saber y hay un montón de literatura. Hay un paso desde la academia hasta el público general, que también, de alguna manera, empieza un poco con la Adriana, con Jürgen y los que le dan más cabida a la educación ambiental. El mismo “Lucho” Peña enseñaba mucho a niños, pero uno llegaba a tocarle la puerta. Y bueno, la divulgación también se va transformando ya para la segunda mitad con publicaciones Expedición a Chile (revista) y los programas de televisión. Pero la Giuliana encarna en sí misma la divulgación de los hongos, y el personaje pasa a ser súper importante.
La curiosidad natural
—¿Por qué la mayoría de nuestros naturalistas del siglo XX son de origen europeo?
—No podría decir cuál es exactamente la razón. Lo que sí, efectivamente, al menos los que aparecen en este libro, son de origen europeo ellos o sus familias, sobre todo hay un par de origen alemán, como Giuliana (Furci), Adriana (Hoffmann), etcétera; los papás de María (Codoceo) también venían de afuera; o está el caso de Juan Carlos Castilla que, si bien no es de origen europeo, nació en Argentina y su familias es de origen español. No sabría decir cuál es la conexión. Tiene que ver con una migración del siglo XIX y XX. Pero no sé si hay una conexión tan lógica entre el naturalismo y el origen europeo. Podría decir que el naturalismo un poco nace allá, y las primeras escuelas de naturalistas importantes son europeas, e implica también que muchos de estos científicos hayan estudiado, por ejemplo, en Europa.
—Hoy está el animalismo que, tengo la impresión, se enfoca mucho en el animal como individuo, pero no en el ecosistema ¿Es el gran aporte de Guillermo Mann fue poner en valor el ecosistema?
—Creo que estamos recién ampliándonos. Fueron muy pocos —y dentro de ellos no sólo Mann, hay un par más también— los que empiezan a mirar los ecosistemas en su conjunto, y gracias a ellos empezamos a comprender que un ecosistema es el todo, y que uno puede estudiar una especie, pero que esta depende de otras o tiene otros valores ecosistémicos. Al final en toda esta cadena, en la que estamos inmersos los seres humanos también, estamos todos unidos de alguna otra forma. También pasó mucho en el caso de Jürgen Rottmann, que fue de los impulsores súper importantes en parques nacionales. Y Guillermo tiene varias áreas de estudio; si bien su tema es la mastozoología y la zoología, son muchas: estudió desde el mal de Chagas hasta al vampiro sudamericano (Desmodus rotundus), el murciélago que encontró las cuevas de Papudo, y pasando por fauna de todo tipo, y de ecosistemas.
—Dicen que Charles Darwin murió de mal de Chagas.
—Hay teorías. Yo no tengo eso confirmado. No sé si a (Alexander von) Humboldt le dio también algo así.
—Se fueron lentamente deteriorando, calza con la enfermedad.
—Pero no es algo de lo que tenga claridad.
—Sí, no era sobre el libro, pero me acordé a propósito de lo que mencionas... Ahora, leyendo el libro: ¿son los naturalistas gente solitaria?
—Hay de todo. Porque si nos vamos al caso de Guillermo, le encantaba estar con gente, siempre rodeado de amigos, de su familia y de sus sobrinos, y dar clases. Quizás en la cosa más interna son más “quitados de bulla”, un poco más solitarios; muchos que son más de laboratorio, de todas maneras. Guillermo es un caso que queda un poco aparte, y “Lucho” (Peña) también era súper sociable. Ahora, si tomamos ser “solitario”, por ejemplo, el que “Lucho” no se casó, podría ser un poco por ahí. Diría que la observación y la investigación en sí misma tienen mucho de solitario, porque al final las observaciones que se hacen tanto en un laboratorio como in situ no las puedes hacer conversando con veinte personas al mismo tiempo. Para llegar a esas conclusiones llega un momento en que te encuentras contigo y tu propio material. Se dan un par de caracteres que, si se quiere, son menos propensos a la vida social. Y ahí podría estar perfectamente María (Codoceo), sin duda; Jürgen es sociable en el sentido de que es muy receptivo, le encanta recibir a gente y hacer mucha educación ambiental; pero no le gustaría estar metido en la mitad de una fiesta ni que le saquen veinte fotos. En ese sentido no son tan sociables.
—¿Qué suele mover a los naturalistas? ¿La búsqueda de los mecanismos de la vida? ¿O la belleza y lo brutal de la naturaleza? ¿Son más artistas o científicos?
—A todos los mueven distintas cosas, y la belleza por supuesto que está; hay naturalistas que son ilustradores, por ejemplo, y ahí se une el arte con la ciencia de manera súper maravillosa. Diría que hay una línea en común 100%, es primero: la curiosidad, y de la curiosidad a la admiración; y admiras, y eso te genera la curiosidad de conocer más, o simplemente tienes curiosidad de qué te encuentras admirando u observando. Creo que son conceptos súper de la mano y mezclados. Por ahí diría que, primero, va la curiosidad, luego admiración, o esas al mismo tiempo; y una cuota muy importante de pasión, e incluso obsesión, porque para estos trabajos tienes que tener mucha paciencia, te tiene que gustar demasiado para estar 24 horas diarias pegado en un laboratorio, o buscando insectos en el desierto a pie, o pegándote unos viajes a la isla Juan Fernández a principios de los 70 (cuando era re difícil llegar), y pasar por situaciones bien complejas: tienes que tener un nivel de pasión importante.
—Suele hacerse una separación entre la biología y lo humanista, pero los científicos son un poco artistas: muy obsesivos, ¿tienen el mismo motor?
—Totalmente, o sea, son gente que no tiene ningún problema con no comer en dos días si se acaba de encontrar nuevo bichito; o si la Adriana (Hoffmann) encontraba una nueva flor era capaz de estar siete horas al sol, ya más vieja, sin ningún problema, y olvidarse de comer, tomar agua y de todo. Eso es tener una conexión muy grande con la naturaleza y con la curiosidad.

—¿Sientes que un naturalista nace o se hace? Por ejemplo, Juan Carlos Castilla recién se apasionó cuando entró a la universidad a través de su mentor, y otros desde chicos tenían esa curiosidad.
—Creo que ambos. Ambos pasos. También tiene que ver con cuál es el momento bisagra: algunos nacieron en el campo, otros nacieron en familias que se iban de vacaciones de camping, y otros no tuvieron esa posibilidad y nacieron en la mitad de la ciudad, entonces esa conexión llegó a través del estudio o de leer libros. Hay distintas maneras. Creo que se nace y se hace perfectamente, como en todo; uno de repente puede terminar apasionándose por algo a los 40 años. En este caso, todos se apasionaron muchísimo antes; el que toma su tema más tarde debió tener 17 años. Ahora, todos creo que tienen algo en su carácter que viene muy de la cuna.
—¿Lo curioso?
—Me refiero a la curiosidad justamente, las preguntas, la necesidad de comprender, de entender las cosas que están viendo, y los mecanismos. Hay algunos que están mucho más abocados a entender los mecanismos, como el caso del profe Castilla, que es absolutamente de los mecanismos. Hay otros que son de especies en particulares y se quedan con eso. Pero es la necesidad de comprender y de entender qué es lo que hay detrás de lo que estamos viendo.
—En el libro dices que “los moluscos y equinodermos despiertan una atracción de la gente”. Pero siento que la gente general no engancha mucho... ¿Por qué lo dices?
—A través de los personajes de estudio de estas especies que aparecen en el libro, me di cuenta de que hay algo raro ahí que pasa. Y también me pasó hablando con científicos especialistas en este tema, que ellos mismos me han comentado: generan una pasión muy extraña porque son súper misteriosos, y para la gente en general no son tan atractivos porque son poco carismáticos; o sea, agarra un pepino de mar (Holothuroidea) y a simple vista es lo menos carismático que hay. Pero cuando te empiezas a dar cuenta de la importancia ecosistémica de todo lo que hay detrás, y de que son miles de las especies de pepino las que hay en el mar —y que la costa chilena además tiene un montón de eso—, entras en un mundo fascinante. Y probablemente esa atracción tiene que ver con el misterio de lo que no vemos a simple vista. No como, por ejemplo, los pájaros que son más carismáticos, y además los tenemos ahí desde que nacemos. Este es un mundo misterioso, bajo del agua, que no tiene unos coloridos espectaculares, y tiene unos sistemas y formas rarísimas. Creo que por ahí va: cuando te agarran, te agarran fuerte.
Golpes al naturalismo
—¿Qué practicas comunes de los naturalistas del siglo XX hoy serían “imperdonables”?
—Más que “imperdonables”, más bien están prohibidas. La cultura ha cambiado un montón en ese sentido, para bien por supuesto. Pero también uno tiene que comprender —y esto también va para los animalistas— que para investigar una especie tienes que tomar muestras, porque sino no la puedes investigar; colectar especímenes para hacer las primeras descripciones de una especie era la forma que había en esa época, y está muy bien porque sino no tendríamos la información que tenemos gracias a esas colecciones. Un poco el mensaje es comprender en qué universo están instalados estos naturalistas, en otra época, y que para conocer hay algunos mecanismos a los que hay que simplemente acudir. Para después cuidar a una especie en general, tienes que tener información. Y cuando no tenías nada, cuando vas a describir por primera vez, necesitas colectarla. Antes no había ni una prohibición ni límite, entonces te encontrabas con el monito, que te lo pasaban en un mercado en Bolivia, te traías para la casa al mono, y todos tenían una serie de animales, que hoy no estaría permitido. Hay que mirarlo desde ahí, porque si uno lo mira con un foco animalista, y se va a poner a criticar la ciencia porque colectaban bichos para hacer las descripciones, no hay manera de hacer ciencia.
—¿De qué manera dirías que marcó el régimen de Pinochet al naturalismo en Chile? Varias historias se cruzan con este periodo.
—Los marca a todos, desde distintos ángulos: a algunos los marca en que les liquida la vida, como María Codoceo, porque al hijo lo mató la dictadura; a otros nos marca con el miedo; y a otros les da, de alguna manera, como la naturaleza poco le interesa a la dictadura, la posibilidad de que, sin que nadie se dé cuenta, meter ciertos temas como, por ejemplo, la protección o creación de los parques nacionales en la agenda. Y sucede. También, en el caso de Juan Carlos (Castilla): bajo la bandera de “vamos a ir a defender a Chile contra Argentina por el Beagle” poner ahí a los científicos para “hacer patria”; y los científicos estban trabajando en lo suyo, como una excusa, haciendo trabajo de investigación.
—¿De refilón “ayudó”?
—La palabra “ayudó” no es la correcta, pero se generaron ciertos espacios, por otras razones, para que algunos científicos pudieran hacer su trabajo. La revista Expedición a Chile nace en plena dictadura, porque la idea era: “mostremos nuestra patria y su naturaleza”. Pero los científicos estaban ahí trabajando, en su volada: “Investiguemos, promovamos el cuidado, la protección y la educación ambiental en niños”. Se dan posibilidades bajo unas banderas que no son necesariamente las banderas por las que están trabajando los científicos.
En el libro se relata que Adriana Hoffman, en el 2000, fue convocada por el Presidente Ricardo Lagos para presidir la Comisión Nacional del Medio Ambiente (Conama). Ella, aunque no se sentía capacitada, aceptó, porque “me moría de ganas por hacer cosas que ayudaran a nuestro medio ambiente”, según dijo en una entrevista años después. Sin embargo, la burocracia y el tener que ceder en cuestiones que le parecían fundamentales, la hicieron terminar con un balance más bien amargo y distanciada de amistades.
—A propósito, ¿los naturalistas son malos políticos?
—La política es dura. Hay que tranzar mucho. Pasan cosas muy malas. Y yo creo que esta gente en general tiene una alta sensibilidad. Y cuando tienes una alta sensibilidad, es muy difícil entrar a la arena política sin salir trasquilado. Y en el caso de la Adriana particularmente, estamos hablando de una persona con, además de una alta sensibilidad, un nivel de ingenuidad, en el buen sentido: entró a la política creyendo que se podrían hacer todas las cosas que quería e iban a cambiar tantas cuestiones y que, al fin, se defenderían los bosques y la flora chilena. Y adentro te das cuenta de que es muy difícil llegar a eso, de que eres la última prioridad y que tendrás que transar con cuestiones que son para ti macabras. Es muy difícil convivir cuando eres altamente sensible, creo yo, a los tejes y manejes de la política dura.
Naturalismo ayer y hoy
—NatGeo calificó a Jürgen Rottmann como “el David Atteborough chileno”.
—Yo creo que sí, porque además lo que hizo Jurgen fue trabajar en la televisión, en los primeros programas de divulgación científica sobre la biodiversidad en Chile, que es lo que hace Attenborough con la BBC y todos esos proyectos de documental. Y no sé si es “el último”, espero que no sea el último, espero que haya montones. Es único en su tipo, eso de todas maneras.
—¿Coincides en que es “el último gran naturalista”?
—No creo que haya otro Jürgen. Pero naturalistas, científicos o investigadores abocados a la ciencia natural en Chile espero que haya montones más. Quizás serán diferentes. Pero si es por eso, hablemos de la Giuliana Furci, que es súper joven, y que también es una naturalista de tomo y lomo, que tiene que ver también con la curiosidad y las expediciones.
—¿En qué sentido “último naturalista”? Con eso uno se imagina Alexander von Humboldt yéndose años a descubrir Sudamérica
—Todos los que aparecen acá ya son modernos, porque están instalados en el siglo XX y en el siglo XXI. Las herramientas son distintas, el tipo de viajes es diferente, hay bastante más descubierto de que lo que había en los comienzos, o en esos viajes de (Charles) Darwin, y después de Humboldt. Hoy, que ya es algo que tiene que ver con la actualidad totalmente, los lugares ya están mucho más explorados; inexplorados quedan, pero no demasiados. Si te vas a cualquier lugar del mundo, probablemente tendrás acceso a un GPS y estarás comunicándote con la gente que está del otro lado. En la antigüedad, no tenías ninguna posibilidad; mandabas una carta que llegaba cuatros meses después a Europa, para más o menos informar en qué estabas, ¡y todo por barco! Es otra comunicación y otra experiencia: el nivel como de seguridad es distinto, las herramientas y las tecnologías han cambiado un montón.
—¿Antes era una cuestión más de vida o muerte además?
—Efectivamente la exploración antigua, esos viajes, eran de vida o muerte; te podías quedar como (Ernest) Shackleton atascado en la Antártica, que de ahí salieron todos bien, ¡pero muchas veces no salió nadie bien! En las expediciones moría todo el mundo y podía pasar. Nada está asegurado hoy tampoco, se puede caer el avión; pero los riesgos son distintos, incluso irte a meter a una selva que nadie ha explorado antes también implica ciertos riesgos como contraer esas enfermedades, y no había ni remedio.

—Cuando piensas en un “naturalista en Chile”, ¿cuál es el primer nombre que se te viene?
—Después de los padres, de Darwin y todos, diría que los grandes más antiguos: Claudio Gay, el abate (Juan Ignacio) Molina, (Ignacio) Domeyko, Rodulfo Philippi, y después viene otro Philippi, que se dedicó a las aves, que es un nombre impoortantísimo en la ornitología, y hasta hoy se consulta su material de estudio. Me encantaría recopilar a los más antiguos en algún momento, de todas maneras; me encantaría hacer algo con ese Philippi ornitólogo. Pero quería empezar por las historias menos conocidas y quizás hacer un nexo también con el lector actual, con personas que están vivas y haciendo todavía cosas.
—¿Y naturalistas de hoy que se te vengan a la mente?
—Jóvenes, en divulgación, está la Tere Paneque; Cata Velasco, en divulgación científica de océano; y la Camila Calderón; Andrés Charrier, que falleció hace poco, enfocado en anfibios, un trabajo maravilloso, y lamentablemente se fue súper joven. Hay un sinnúmero. Me cuestan las listas, pero ahí hay un par de nombres. Hay una generación de científicos jóvenes haciendo mucha divulgación súper valiosa y que ha entendido cómo transformar el lenguaje científico a uno mucho más amplio y masivo. Me parece maravilloso, y es gente que tiene un montón de estudios; muy capaz y ha logrado transformar el lenguaje, sacarlo un poquito de la academia.
—Y ahora están las redes sociales, que entrega posiblidades, pero quizá también es una dictadura por el “me gusta”... ¿Cómo lo ves?
—El boom de la naturaleza en las redes sociales me parece bonito y valioso. También, al mismo tiempo, me da un poco de miedo, porque si ese traspaso de información no va de la mano con la educación ambiental, es un peligro. Si vamos a hablar del pudú (Pudu puda) y yo no te explico cuáles son los peligros que corre, o los cuidados que hay que tener si uno ve un pudú… “qué lindo el pudú”, y vamos todos persiguiéndolo al pobre. O llega el lobo de mar (Otaria flavescens) a la playa, clásica imagen de cuando éramos chicos, y ahora la gente se pone al lado del lobo y se saca la selfie prácticamente adentro del hocico para subirlo a las redes. No hay que tratar de sacarse la foto encima porque lo están molestando, y ese lobo viene a descansar. Es súper contraproducente. Creo que están muy bien las redes, pero con educación.

Drama canino
Días atrás, se informó de la muerte de un ciclista en Copiapó a causa de una jauría de perros, y se sumó al caso de agosto de la turista brasileña que quedó gravemente herida en San Pedro de Atacama, y a la guía turística que también en esa misma zona falleció por la misma causa. Además, en lo que a fauna respecta, hace poco se informó de los polluelos de una familia de cisnes de cuello negro que murieron en Panitao, Región de Los Lagos, por un can.
Ahora, en el Festival Ladera Sur, este problema también fue abordado por distintos expositores.
—A próposito, ¿cuál es tu mirada?
—El tema se trató de abordar de manera legal, pero fue rechazada esa ley de caza de perros. Lo que se quería básicamente era que, tanto los perros como los gatos asilvestrados, pasaran a ser mencionados como especies invasoras; al entrar en esa categoría ya puede haber ciertas fórmulas de “eliminación” de esos perros, cosa que es muy tremenda, terrible y triste, pero es culpa de los humanos que andan botando perros en todas partes, y gatos también. Es evidente que la culpa no es de esos pobres animales. Pero si no tienes un control, peligra la fauna nativa. Ese es el tema. Fue rechazada esta ley. No sé qué pasará en el futuro. Pero lo que sí sé es que vemos todos los días videos —y en ese sentido las redes sociales colaboran un montón— de perros cazando fauna nativa, y gatos también.
—Y parece que los gatos son más complicados todavía, porque son muy buenos cazadores.
—Son felinos, súper cazadores, y la gente lo sabe: si tiene gato en casa, día por medio encuentras un pajarito de sorpresa en la casa. Y también ahí está el otro mensaje: una cosa son los asilvestrados, los que no tienen dueño; pero también, si tengo un gato o un perro, me tengo que hacer responsable: no lo puedo llevar al cerro, menos sin correa, a perseguir zorro como se le dé la gana; porque además transmiten enfermedades...
Entremedio, Tupper se justifica por explayarse al respecto: “Es un tema en que me quedo pegada, porque me parece súper complicado”. Pero aún hay tiempo:
—Están los perros asilvestrados y los domésticos que se pasean sin correa, pero también está, por ejemplo, el perro “comunitario” en una zona rural, muy habituado al ser humano, pero, a su vez, también está en un entorno natural...
—Efectivamente es súper complicado, porque al final estamos hablando de perros sin dueños, o sea, la comunidad es el dueño, pero nadie se hace cargo responsablemente de ese perro; se hacen cargo, por ejemplo, de darle comida entre todos y de ponerle agua, pero no tiene un dueño. Falta total de responsabilidad, lamentablemente. Y si ese perro vive, por ejemplo, cerca de un humedal, hasta ahí llegaron las aves. Creo que el mensaje es que lo primero es la protección de la fauna nativa, ¡y es así!, y es terrible lo que pasa con los perros, pero sucede, ¿entonces cómo lo vamos a enfrentar? Creo que es una discusión que se tiene que dar nuevamente, y de manera responsable, y se tiene que empujar, porque es uno de los grandes peligros de nuestra fauna hoy, dentro de muchos otros, y está ahí latente, y no pasa nada.

—¿Hay temor desde la política de enfrentar el problema?
—Hay miedo, porque hay un movimiento animalista importante, que está muy bien que exista —me encanta—, pero genera que este debate no pueda avanzar tan bien. Cualquiera tiene miedo cuando tiene que definir si mata o no a otro ser vivo, entonces comprendo que sea difícil responder “sí, se debiera cazar a todos los perros sin dueño”; pero también, al mismo tiempo, pienso que si no se encuentran otras soluciones, tampoco nos podemos lavar las manos. Creo que las personas en el poder tienen que hacerse cargo, lamentablemente, y tomar decisiones difíciles. Mucho más difícil es que después los niños no puedan conocer un pudú en libertad porque se extinguieron. Hay que poner en la balanza. Hay que tener la mente fría. Hay que hacer todos los intentos. Yo no estoy diciendo “¡cacen a todos los perros!”, y no lo puedo decir yo tampoco, ni me corresponde.
—¿La solución es multifactorial?
—Lo que sí puedo decir, y de eso estoy convencida, es que hay que buscar soluciones en relación a perros sin supervisión y gatos ferales.
—También están los castores y los visones, pero, desde una mirada animalista, nadie aboga por los derechos de esos animales, creo.
—Creeme que sí, y los visones y etcetera son especies invasoras, y están catalogadas así, entonces la caza está permitida. Son un tremendo problema los castores y visones, y son unos bichos lindos; pero no debieran estar acá, como no debiera haber 40 mil perros dando vueltas en los humedales, jugando con las aves ni cazando zorros ni huemules. Se habla de unos más que de otros, pero tiene que ver con la categoría de especie invasora o no.
—Con los perros y gatos hay un vínculo distinto, más emocional quizá…
—Lo entiendo y me parece, pero insisto: ¿la responsabilidad en quién recae? En los seres humanos, en entender que la perra se preñó y tiran a todos los cachorros en el canal y los dejan ahí. Eso no puede ser. Si uno está en esa situación se tiene que hacer cargo de regalar a los perritos y de ver cómo se adoptan. No puedes ser tan poco responsable.
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