Chile

La intrigante historia del Picaflor del norte que está colonizando Santiago: ya se estableció en Renca y más al sur

Hasta el 2005 los ornitólogos describían que su límite era Copiapó. Sin embargo, paulatinamente, estos colibríes han aparecido más al sur. Pero, ¿cuál es la razón? ¿Hasta dónde llegarán? ¿Dónde verlos en la Región Metropolitana?

La intrigante historia del Picaflor del norte que está colonizando hasta Santiago. FOTO: Alexis Ceballos

Según los libros, el Picaflor del norte (Rhodopis vesper) se restringía hasta Copiapó y Caldera, lo que hoy es parte de la Región de Atacama. Al menos eso indicaba el naturalista Carl Eduard Hellmayr en The birds of Chile en 1932. Luego, en 1938, el ornitólogo Guillermo Millie indicaba que ya en esa zona los avistamientos de este colibrí eran inusuales. Las décadas pasaron y, en el 2005, el libro Aves de Chile, de Álvaro Jaramillo, siguió consignando que el valle copiapino era el límite sur de la distribución de este colibrí.

Pero ya hacia el 2015 y 2017 la cuestión empezó a cambiar: los ornitólogos empezaron a reportarlo en la Región de Coquimbo, en los alrededores de Ovalle. Un poco más al sur, dentro de esa área, se consideraban sus apariciones como “accidentales”. Mientras, otros autores describían lo mismo pero hasta la Región de Valparaíso —como en el 2014 en el pueblo de Chincolco— y la Metropolitana, en comunas como Lampa, Huechuraba, Colina y Renca en el 2019.

La situación era incierta, pero las señales eran varias: cada vez estas aves aparecían más hacia el sur, algo que parece contradictorio en un ave que en Chile llaman “Picaflor del norte”.

Como sea, unos 100 kilómetros al sur de Ovalle, en la costa de Huentelauquén, Ariel Cabrera y César Piñones vivieron un inesperado hito en el verano del 2018, casualmente, mientras realizaban un censo de aves playeras en la desembocadura del río Choapa.

Hasta principios de los 2000, los ornitólogos consideraban que este picaflor llegaba hasta Copiapó. FOTO: Pablo Gutiérrez Maier

Llegando al sector, “de repente, escuchamos algo”, recuerda Cabrera, biólogo ambiental de la U. de Chile, con La Cuarta. Y César, quien ya por aquel entonces se había interesado en los primeros avistamientos de esta especie en el Norte chico, fue quien reconoció a qué ave pertenecía esa vocalización “hermosa y distintiva”, según describe.

—Parece Picaflor del norte —sugirió, algo sorprendido.

“Le pude tomar una foto, que era una hembra”, relata Cabrera. “Me parece que andaban dos, y le tomé foto a una de ellas, que estaba libando de las flores de un jardín de una casita rural”, detalla.

El momento duró menos de un minuto, al permanecer en una de las flores de la propiedad. Luego, desapareció.

“Esa fue la primera vez que vi a ese al famoso picaflor que estaba avanzando hacia el sur”, destaca. “Nos llamó la atención, porque creo que para ese entonces no se había visto en ese lugar”. Desde ahí en los registros se han multiplicado en la zona, al igual que en la Región Metropolitana.

Piñones, en tanto, recuerda que el encuentro fue sólo con una hembra de este picaflor, “lo que nos abrió muchas interrogantes”, comenta. Desde ese momento, y al ser docente de ciencias naturales, “he involucrado a mis alumnos en distintos proyectos que les han permitido conocer a este hermoso picaflor de zonas áridas”.

El macho y la hembra se distinguen principalmente por los colores de la garganta. FOTO: Gabriela Contreras

Colonizando la Metropolitana

Poco después, en el 2019, a más de 200 kms, en el noreste del Gran Santiago, en los faldeos del Cerro Renca, en los jardines de una sede vecinal donde habían unos cactus exóticos que “dan unas flores bien bonitas y vistosas rojas”, se vio ahí por primera vez un Picaflor del norte, según recuerda Alexis Ceballos, integrante de la ONG Renca Nartiva, con La Cuarta.

Como ya tenían bien reconocida la avifauna del lugar, este individuo “nos llamó la atención”, asegura.

Hasta ese momento, el Picaflor chico (Sephanoides sephaniodes) era casi el único que se ubicaba en la zona, particularmente durante los meses de otoño e invierno, cuando tiende a desplazarse desde el sur, y el Picaflor gigante (Patagona gigas), que eventualmente hace su aparición hacia el verano.

“Pero este picaflor nunca lo habíamos visto”, remarca sobre Rhodopis vesper.

En el 2019 se dieron los primeros avistamientos en el Cerro Renca. FOTO: Ariel Cabrera

Aquel día, los presentes se vieron intrigados por su manera de volar, con su larga y robusta cola que hace de timón, la forma curvada de su pico, y su garganta iridescente que varía entre negro y magenta. Le tomaron fotos y llegaron a la certeza de qué especie se trataba.

Se contactaron con especialistas de la Red de Observadores de Aves y Vida Silvestre (ROC), y así incluso publicaron en el 2023 un artículo en la revista La Chiricoca, que reunía todos los avistamientos de este picaflor y confirmaba su expansión hacia la zona central.

El picaflor del Norte “efectivamente se ha ido expandiendo en su rango de distribución hacia el sur”, declara Cabrera. Hasta el 2005, el libro de Jaramillo lo describía hasta Coquimbo, pero en estas últimas décadas distintos observadores han reportado su expansión a través de las plataformas eBird e iNaturalist. Al menos desde ese año se ha documentado aquella expansión.

Picaflor del norte macho posado en una rama en Illapel. FOTO: César Piñones

Originalmente, este picaflor se lo tenía como un residente de las zonas áridas y semiáridas a lo largo de Perú hasta el norte de Chile. Pero, según Piñones, profesor de biología y director de la ROC, “su distribución ha sido objeto de debate entre los naturalistas del siglo XIX y del XX”.

Para el 1932, se establecía su límite sureño hasta Copiapó, concretamente la subespecie Rhodopis vesper atacamensis, que es una de las dos que residen en Chile —de tres en total—, y es la que se ha ido extendiendo en el último par de décadas.

En el 2010, un avistador reportó la presencia de esta ave y su reproducción en La Serena. Dos años después, unas decenas de kilómetros más al sur, en Tongoy, otros observadores registraron una población reproductiva de estos colibríes.

Incluso antes de todo esto, en el 2006 ya se había dado un —aún más sorpresivo— registro en Batuco, Región Metropolitana, “lo que podría considerarse una evidencia de su capacidad de colonizar ambientes de valles y serranías al sur del desierto de Atacama, cuestión que estuvo en debate entre los naturalistas del pasado”, observa Piñones, quien también destaca el papel que han jugado plataformas como eBird: “Nos ha permitido algo fantástico: documentar casi en tiempo real la expansión de la especie a Chile central, algo imposible con los medios y condiciones del pasado”, destaca.

Una picaflor del Norte reposando en un alambre de púas. FOTO: César Piñones

Un residente (aún) infrecuente

Hasta donde se sabe, según Cabrera, los registros reproductivos más al sur de la especie son en el cerro, donde Renca Nativa ha documentado —al menos desde hace un par de temporadas— el proceso de cortejo, construcción de nidos, puesta de huevos y el crecimiento de los pichones.

“No estoy muy al tanto de si hay reproducción en Pudahuel, capaz que sí, pero no estoy seguro”, añade Cabrera.

En cuanto a otros registros más sureños, tanto en la Metropolitana como en el Cerro Chena, el San Cristóbal y Las Vizcachas, y San Antonio en la de Valparaíso, sólo se han observado individuos solitarios, no parejas, aunque sí presuntos indicios de reproducción.

Piñones, en tanto, destaca que “tenemos evidencia reproductiva” de la especie en localidades del Valle del Choapa, en la Región de Coquimbo, y en Valle del Aconcagua, en Valparaíso, además de “en los límites periurbanos del norte y sur del gran Santiago”.

Hacia el oeste, se estima que la distribución de la especie es desde Calera de Tango, los valles entre medio, hasta el balneario de Santo Domingo, aunque en esa línea “no tenemos evidencias reproductivas en dichas áreas”, advierte.

Ya al sur de Santiago hay menos evidencia reproductiva de este picaflor. FOTO: Alexis Ceballos

“Una de las características fascinantes de la especie, es su gran tolerancia a la actividad humana”, observa Piñones, ya que en algunos zonas se ha registrado armando sus nidos hasta en el tendido eléctrico, adornos en las puertas y techos de bodegas, además de flora introducida; así que el experto sugiere “estar atento a la presencia de la especie y no descartar nada”.

En busca de la causa de esta expansión hacia el sur, Cabrera sugiera que podría deberse al “avance de la desertificación” a causa del cambio climático, factor que hace “más propicio que algunas especies puedan adentrarse en regiones que antes no tenían quizás la misma habitabilidad”, plantea.

Un escenario similar se ha dado en las últimas décadas con la Paloma de alas blancas (Zelaida melona), a la que se la consideraba residente hasta Coquimbo, pero hoy se la encuentra incluso hasta el Maule.

Piñones coincide en la relevancia de este factor sobre el picaflor y otras especies: “Puede enmarcarse en los cambios esperados de distribución que se espera para algunas de las aves chilenas”, y alude a “posibles señales tempranas del cambio climático a lo largo del país”.

El picaflor del Norte tiene un pico curvado y una cola que le sirve de timón. FOTO: Ariel Cabrera Ariel Cabrera Foix

Sin embargo, ambos especialistas mencionan otros factores que también influirían.

Cabrera sugiere que “la gran mayoría” de los avistamientos de la R. de Atacama hacia el sur han estado vinculados con plantas introducidas con fines ornamentales en el paisaje. Así, además de una territorio cada vez más desértico, el Ser humano ha introducido “ciertas flores por las que este picaflor tiene predilección, y que le permiten llegar a lugares nuevos, donde quizás todavía no hay plantas nativas que le gusten”, dice.

Ceballos, en tanto, menciona que este colibrí gusta de la fauna nativa del bosque esclerófilo como los espinos, los quintrales, el mayú y herbáceas como el azulillo. Y también reconoce la importancia que ha tenido la flora exótica, sobre todo cerca de la ciudad, por lo que “no sería raro”, según dice, que se adentre cada vez más en Santiago “coexistiendo con la gente”.

Piñones adhiere a esta variable: en las ciudades, parques y jardines estos colibríes recurren a plantas “de alto valor ornamental” que florecen durante el invierno o el año completo, por lo tanto, “es capaz de obtener néctar no tan sólo de especies nativas”, remarca.

Para él, la colonización en nuevos entornos, “es una ventana para asomarnos al fenómeno de antropización de los ambientes naturales”.

Otro factor, según el propio experto, serían aspectos propio de la biología de esta familia de aves, ya que se ha descrito que otros picaflores a lo largo de América han “sobrepasado” sus distribuciones descritas inicialmente, lo que evidenciaría que capacidad para adaptarse a, por ejemplo, sitios intervenidos con Eucaliptus.

Este picaflor pareciera, el algún grado, saber adaptarse a la flora introducida. FOTO: César Piñones

Los investigadores coinciden: es una especie residente de la RM. “Ya se puede ver durante todo el año en los sitios donde habita de forma regular”, declara Cabrera, siendo su principal hogar sectores en el norte de la región, como Renca, Batuco y Colina, mientras que en otras partes, como Las Vizcachas, Puente Alto y San Joaquín, es aún inusual.

“Están bien adaptados, y ya son habitantes del Cerro Renca sí o sí”, complementa Ceballos.

O sea, desde la descripción de Hellmayr en 1932, la especie se ha ampliado unos 700 kilómetros hacia el sur.

“Aun así, sigue siendo una especie súper infrecuente”, aclara Cabrera, y supone que eventualmente se hará más habitual, y que “quizás siga asociada a los cerros isla, la precordillera o ciertos sectores más áridos”, especula. “Pero no sabría decir si va a volverse una especie súper abundante”.

Ceballos remarca, poniendo el caso de Renca, la importancia de los cerros isla para que este colibrí esté colonizando zonas urbanizadas, porque “no lo podrían hacer tan fácilmente en la ciudad”, lo cual “hemos visto a lo largo de estos años, porque no fue esperar mucho hasta encontrar los primeros nidos del lugar”.

Los denominados "cerros isla", como el Renca, serían clave en este ampliación de su distribución. FOTO: Alexis Ceballos

La ruta del picaflor

Cuando se recolectaban los datos para el Atlas de las Aves Nidificantes de Chile, entre el 2011 y 2016, se consideraba la RM una residencia “potencial” para este picaflor.

Hoy, ya con mucha más data en el mapa, “tenemos evidencia para describir una población reproductiva y permanente todo el año en los valles y subcuencas de la RM”, declara Piñones, y no descarta que este tipo de geografías de la región puedan ser un “espejo” de otras partes de la zona central frecuentadas por menos observadores y que, por lo tanto, también hayan R. vesper sin ser vistos todavía.

Además, según Piñones, aunque haya Picaflores del norte ya establecidos en la región, también puede que existan individuos que “se desplacen estacionalmente o en búsqueda de alimento, como ha sido descrito para otras especies”, es decir, sugiere que habría “una población reproductiva y estable en ciertos puntos de Chile central, y otras estacionales”. Pero es algo aún por estudiar.

Sobre la ruta que habrían ido siguiendo estos individuos de R. vesper para colonizar hacia el sur, los expertos coinciden: bajando por la costa.

Se piensa que el Picaflor del Norte se ha ido extendiendo a través de la costa. FOTO: Ivo Tejeda

Los iniciales registros más sureños fueron en las ciudades litorales de La Serena y Coquimbo, “y ahí empezó en los siguientes años, hasta ahora, a expandirse”, observa Cabrera. En esta región, además según Piñones, “la evidencia nos muestra una mayor abundancia en áreas costeras que en localidades al interior”.

Por tanto, estiman que el avance ha ido más o menos por la costa coquimbana; posiblemente “ese mismo patrón siguió en la R. de Valparaíso, y algunos individuos pueden haber entrado al valle central explorando”, continúa.

Con suerte, tímidamente habrían aparecido en la Metropolitana, en Renca, Batuco, Colina y Pudahuel, sectores más cercanos a la región porteña, y más recientemente han ocurrido los avistamientos en San Bernardo, Calera de Tango y compañía.

“Con la cantidad de registros, que son poquitos todavía y aislados, se podría establecer una ‘ruta’ que puedan estar siguiendo para moverse”, sugiere Cabrera.

Estos picaflores ponen dos huevos y se reproducirían durante todo el año. FOTO: Alexis Ceballos

Hace poco, en agosto, en la localidad de Navidad, en la Región de O’Higgins —en la misma área donde en junio se avistó por primera vez en Chile al Picaflor cometa (Sappho sparganurus)—, dos observadores avezados reportaron la presencia de un individuo en la localidad de Navidad en la sexta región, y aquel avistamiento “ha sido objeto de análisis”, según Piñones, ya que no pudieron fotografiar al ave en cuestión.

Para Ceballos, “no sería raro” que llegue incluso hasta la Región del Maule, “donde se hace la transición del clima mediterráneo a los bosques más templados y lluviosos del Sur”. Eso sí, al menos en el mediano plazo, duda que avance más: “Lo más probable es que llegue hasta ahí”, pronostica.

Como sea, “la costa podría ser una ruta que la especie está usando como corredor biológico”, resume Piñones.

¿Se adentrará en Santiago?

Aunque aparentemente menos que su pariente el Picaflor chico, el del norte ha logrado adaptarse a las ciudades, aunque en puntos no tan intervenidos, “siempre al lado de un cerro”, destaca Cabrera, y no se alejan mucho de esos hitos o de la precordillera: “Están asociados a lugares donde tienen vegetación nativa, algún corredor biológico que los puede conectar a una matriz natural más extensa”, explica.

El caso de este colibrí es similar al de la Paloma de alas blancas, otra que ha colonizado la Metropolitana, que dentro de Santiago, del anillo de la circunvalación de Américo Vespucio, se la ve muy poco, salvo en áreas verdes como el Cerro San Cristóbal: “Algo así se puede apreciar con el Picaflor del norte, que se mantiene en los bordes: le hizo totalmente el quite a Santiago, pero en otras ciudades más chicas entró”, describe. “Es variable”.

Piñones, en tanto, sintetiza: “Podemos ver a esta especie en ciudades pequeñas, medianas, campos, zonas periurbanas, cada vez de manera más frecuente en la zona central”, por lo que propone “salir a buscarlo” y, con un poco de suerte, “documentar su presencia”.

El Picaflor chico (en la foto) es muy territorial y ahuyenta al del Norte. FOTO: Guido Macari M

Posiblemente, según él, dicha adaptabilidad se debe a que este picaflor obtiene néctar de diversas especies vegetales, incluso introducidas, como el Abutilón, distintas salvias, el palqui extranjero y especies del género Aloe. También se reproduce durante todo el año, no tan sólo en zonas semiáridas y áridas del Norte; de hecho, en el Atlas de las Aves Nidificantes de Chile (2018), el ornitólogo Víctor Bravo sugirió que este colibrí se reproducía de manera “constante” tanto en su distribución histórica como en la recientemente colonizada.

Es más, en el propio Cerro Renca, Ceballos dice que a “este animalito lo hemos visto anidar básicamente durante todo el año”, e incluso ya en junio del 2025 en Renca Nativa tuvieron nuevos registros de anidamiento de este picaflor; y en agosto, otra vez una pareja —quizá la misma— puso huevos. “Es bien seguida la anidación”, evidencia él.

Estas aves, si las circunstancias se lo permiten, ocupan el mismo nido que la vez anterior. Y al menos en el Renca, prefieren colgarlos en árboles como el quillay, el espino y el algarrobo, “siempre a una altura bien parecida”, detalla, con forma de cesta. Utilizan materiales de su entorno como pelos, líquenes, pedazos de hojas secas, semillas y ramitas en la parte exterior, y la parte interna la cubren y unen con materiales más suaves como telas de araña. Ponen dos huevos.

En el Picaflor del Norte, es la hembra la que se dedica a cuidar el nido. FOTO: Gabriela Contreras

Ceballos también alude a los roces que tendría este colonizador con su pariente el Picaflor chico, conocido por ser muy territorial y agresivo con sus congéneres e individuos de otras especies: “Espanta a cualquier competidor si es que llega por el néctar de las flores principalmente, que es lo que les preocupa”.

Incluso en Renca Nativa ha presenciado “varias interacciones” entre ambas especies de colibrí, siendo “los chicos son los que espantan”. Otro que podría aparecer es el Picaflor gigante, aunque en verano, cuando migra desde el norte, y es menos frecuente, “así que no hemos visto ninguna interacción”.

Eso sí, una vez queden atrás los meses fríos, los S. sephaniodes se van a pasar el verano al sur, y R. vesper —para su suerte— se queda sin ese rival, al menos por un rato.

Dónde ver al picaflor

Los investigadores coinciden en que el mejor sitio para ver al Picaflor del norte es el Cerro Renca.

Si bien en otros lugares como en los alrededores de Ciudad de Los Valles, en Pudahuel, también es posible encontrarlo, podría resultar algo más difícil, según Cabrera, al igual que los alrededores de Colina o el humedal de Batuco, donde habría por lo menos un par de individuos.

“Son zonas cerca de lugares con vegetación nativa, a diferencia del centro de Santiago, donde todavía no se ve como el Picaflor chico, que es más habitual”, compara.

En la ONG Renca Nativa han identificado dónde encontrarlo: “Pero no es que uno vaya al Cerro Renca y, sin cachar nada, lo vaya a ver sí o sí”, advierte Cabrera. “Tienes que saber lo que estás buscando y tener un poco de suerte, a menos que sepas dónde está el nido”, en vista de la mencionada población reproductiva.

Estos picaflores hacen sus nidos con variedad de materiales y los pegan con telas de araña. FOTO: César Piñones

Ceballos, de Renca Nativa, dice que “hay gente que viene a nuestras actividades, y fotógrafos también de naturaleza, porque saben que lo vemos casi siempre en todas las salidas, todos los sábados”.

“En dicha zona se encuentra una interacción entre un paisaje más natural como ofrece el cerro y los ambientes urbanos de los asentamientos circundantes, los que tienen jardines domiciliarios con, sin duda, una oferta de alimento permanente para los picaflores”, destaca Piñones sobre el área en torno al Renca.

Sin embargo, él también insiste que “dada la capacidad de colonizar nuevos ambientes no hay que descartar nada”, ya que incluso, según registros recientes en eBird, ya se ha reportado su presencia hasta en áreas verdes de campus universitarios.

Así que, capitalinos —e incluso rancagüinos—, a tener los ojos bien abiertos.

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