La serie que revitalizó Karate Kid concluye su historia con una última temporada que, aunque marcada por el desgaste narrativo, logra despedirse con dignidad. Entre homenajes, duelos finales y cierres de ciclo, Cobra Kai entrega un desenlace que respeta su legado sin dejar cabos sueltos.
La primera temporada de Cobra Kai logró revitalizar la franquicia de Karate Kid con un enfoque fresco y una narrativa más compleja, alejándose de los arquetipos tradicionales de héroes y villanos. Con el tiempo, la serie expandió su elenco y exploró nuevas dinámicas, manteniendo el interés con conflictos llamativos y una constante revisión del legado del señor Miyagi.
Sin embargo, conforme avanzaron las temporadas, la historia comenzó a perder frescura, repitiendo esquemas narrativos y abusando de referencias a la trilogía original, recurriendo a antiguos antagonistas que tuvieron problemas para encontrar su rumbo.
Las dos primeras entregas de la sexta temporada confirmaron ese agotamiento narrativo al presentar conflictos reciclados y un desarrollo predecible, dejando completamente en evidencia que estaban estirando el chicle en exceso. Mal que mal, la última temporada se dividió en tres partes de cinco episodios cada una. Un exceso en donde varios episodios se sintieron como mero relleno.
En esa línea, la última entrega, estrenada el pasado 13 de febrero, siguió con la misma tendencia para abordar el final del interrumpido Seikai Taikai, el torneo de karate más importante del mundo, pero cerrando en mejor pie de lo que anticipaban los primeros 10 episodios.

Aunque atrás quedaron las rivalidades del pasado entre Miyagi-Do y Cobra Kai, también quedaron en el tintero los forzados enfrentamientos entre los jóvenes karatecas que marcaron los primeros 10 episodios. El gran foco final, tras retomar el torneo en suelo californiano, es concretar las finales, cerrar ciclos, rendir tributo —cortesía de la inteligencia artificial— y volver al génesis de todo: la relación entre Daniel LaRusso y Johnny Lawrence.
Los últimos episodios incluyen algunas sorpresas, especialmente en términos de cómo se resuelve el gran torneo, pero al mismo tiempo, los giros se anticipan con facilidad y las peleas finales entre los jóvenes karatecas carecen de la emoción que marcó la película original, con su emblemática patada de la grulla, o incluso su posterior secuela situada en Japón.
En cambio, como muchos de los conflictos ya están resueltos, el cierre de la serie termina sintiéndose como un gran epílogo extendido para las historias de Miguel, Robby, Samantha e incluso Tory.
En esa línea, aunque gran parte de la temporada final se siente más como un trámite que como el clímax esperado, su mayor acierto radica en las teclas emotivas que los creadores logran tocar. Ahí está el rol de Robby como el hijo de alguien que no supo lidiar con la derrota, Samantha y su verdadero deseo de un futuro alejado de Miyagi-Do, la necesidad de Miguel de demostrar que realmente es el mejor y la luz que finalmente encuentra Tory tras todas las tragedias que marcaron su vida.

Todo lo anterior también está relacionado con el peso que recae sobre LaRusso para desprenderse de su cerrada visión de lo que fue el señor Miyagi, incluida la posibilidad de recibir una última lección. Asimismo, se muestra el propio proceso de Johnny para dejar atrás sus derrotas, cerrar su capítulo con Kreese y abrir las puertas a una vida junto a su familia. Gran parte de esto funciona muy bien, más allá de que el caso de Daniel-San implique un feo y burdo uso de efectos digitales para recuperar al legendario Pat Morita como Miyagi.
Aun así, la serie logra encontrar el equilibrio entre sus nexos directos con la película original de Karate Kid y la historia propia que quisieron contar desde la primera temporada, cuando todavía era una pequeña producción de YouTube. No solo eso, de varias formas también rinden tributo a la gran inspiración de todo, la saga de Rocky, ya que John G. Avildsen, el director de la trilogía de Karate Kid, también fue el responsable de la primera película de Balboa y siempre existieron nexos entre ambas sagas.
En todo ese camino, aunque la última temporada estuvo lejos de los mejores momentos de la serie, al menos los últimos episodios, especialmente los dos finales, logran dar con un rumbo satisfactorio que no cierra la puerta al regreso de los personajes en un futuro, pero tampoco la deja abierta con preguntas sin respuesta. Todo lo que la serie tenía que contar fue abordado y, más allá de que la estiraran en exceso, consigue un cierre que se siente no solo apropiado, sino completamente merecido. Y eso es mucho más de lo que alguien habría esperado para una serie que nació hace más de una década como parte de una broma viral que se popularizó aún más cuando fue abrazada por la serie How I Met Your Mother.
En definitiva, Cobra Kai cierra su historia con una temporada que logra despedirse con dignidad y respeto por su legado. Aunque el desgaste narrativo fue evidente en sus últimas entregas, la serie supo mantenerse fiel a su espíritu, equilibrando nostalgia y evolución de personajes para evitar dejar la sensación de que algo quedó inconcluso. Y más allá de sus altibajos, lo más importante es que Cobra Kai realmente demostró que aún quedaba historia por contar en el universo de Karate Kid, y lo hizo con el corazón en el lugar correcto.