El cortocircuito fatal del informático de Melipilla

Terminaba 2004 cuando Jorge Tapia Jopia (41) encontró en su PC evidencia de que su mujer lo engañaba con un amigo. Tras planear su venganza, en enero de 2005 dio muerte a tiros a su esposa y sus dos pequeños hijos, de 9 y 7 años. Luego, se quitó la vida en el entretecho de su casa en Melipilla.

Cuentan que la onda entre Ana Rosa Silva (38) y el inmigrante argentino Walter Velando (42) era más bien evidente. Pese a estar casada 12 años con el ingeniero informático Jorge Tapia Jopia (41), hace meses que la mujer mantiene una relación paralela con el trasandino, quien también es casado y que junto a su pareja se habían hecho compinches de los Tapia Silva, cuando los padres de Mariela (9) y Felipe (7) vivían en Maipú.

Se trataba de una relación nacida desde la camaradería. De los típicos grupos de reuniones sociales entre varias parejas amigas, que terminó perdiendo el rumbo y haciendo del engaño algo común.

La historia no detalla si alguno de los amigos del grupo alertó a Tapia o con el tiempo él solito se dio cuenta, lo concreto es que por su profesión la verdad le quedó a solo un par de clicks de distancia y así, durante los últimos meses de 2004, además de cambiarse a Melipilla, hackeó las cuentas de correo y chat de su pareja.

Como era de esperar, el hombre descubrió mucho más que una canita al aire. Frente al PC familiar se dio cuenta de que se trataba de una relación de corte erótico que llevaba bastante más tiempo del que sospechaba, y que al parecer, cual adolescentes, tenía a los dos protagonistas siempre con sus hormonas a tope.

Pese a la impresión guardó silencio y comenzó a planear qué hacer, mientras se dedicó a recopilar en una carpeta oculta del mismo computador de la casa, todas las evidencias del caso incluyendo conversaciones y fotografías.

Masoquista, el informático incluso se hizo pasar por su señora en más de una ocasión para chatear con su amante que, sin saber de quién se trataba, le proponía hacer cosas que sólo ahondaban más la ira del gorreado.

Así pasó la Navidad y llegó el Año Nuevo de 2005, cuando el calor de las primeros días de enero y el relajo de Ana y Walter, que ignoraban estar en evidencia, terminaron por desequilibrar a Jorge, quien en vez de juntar las pruebas para ir a pedir el divorcio en el Juzgado de Familia, tomó la peor decisión, descargando toda su rabia en su propia familia.

Noche maldita. Según la policía todo fue planeado, aunque por algún motivo sin el desenlace que cualquiera podría esperar: un simple cara a cara entre esposo y amante. Es que lejos de enfrentar al "amigo" que le metió la cola en lo más sagrado, el ingeniero escogió la velada del martes 11 de enero de 2005 para acabar con su grupo familiar.

Con una frialdad que dejó en evidencia problemas mentales, a eso de las 21 horas el padre de familia hizo más de 10 disparos en contra de su esposa y sus dos hijos. Todos murieron en sus respectivas camas, con tiros en la cabeza y el pecho. Vecinos del condominio Lomas de Melipilla que escucharon los balazos, pensaron que se trataba de un cazador.

Luego de los asesinatos, Jorge Tapia se pudo arrepentir hasta la madrugada del 12 de enero. Pasadas las 4 de la mañana escribió a mano "Walter fue el culpable" y luego le mandó un correo electrónico a un socio laboral, contándole lo sucedido.

Tras ello, el hombre subió al entretecho de su casa y en el rincón más oculto se tapó con una tela y se disparó en la cabeza.

Recién amanecía cuando una patrulla de Carabineros llegó al lugar y se encontró con los 3 cadáveres dentro de sus piezas. Como en primera instancia no encontraron al dueño de casa, se dio orden de captura para Tapia Jopia, además de resguardo policial para Velando, quien se tuvo que fondear, además de contarle todo a su mujer.

Las pesquisas ya eran tema nacional en pleno verano del 2005, cuando un fuerte olor a descomposición proveniente del entretecho de la casa en Melipilla, llevó a que tres días después los investigadores encontraran el cuerpo de Jorge, constatando el suicidio como causa de muerte.

Walter, por su parte, libró y se arregló con su señora.

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