“Te anda pelando”: la trama secreta que originó el duelo a muerte entre Salvador Allende y Rául Rettig

En su libro Habráse visto, el periodista y testigo del duelo, Hernán Millas, disipó los cahuines.
En su libro Habráse visto, el periodista y testigo del duelo, Hernán Millas, disipó los cahuines.

La supuesta disputa por una mujer y una eterna mala onda entre ambos son algunos de los cahuines que surgieron tras el polémico enfrentamiento armado.

Fue en agosto de 1952 cuando el entonces senador socialista Salvador Allende y su par radical Raúl Rettig se batieron en un duelo a muerte.

A más de 70 años del enfrentamiento —uno de los últimos de este tipo en el país— se han tejido una serie de teorías respecto a las causas del cruce que pudo acabar con la vida de dos figuras clave en la historia política moderna de Chile. Incluso se especuló sobre la disputa que habrían tenido ambos por una mujer.

Sin embargo, en su libro Habráse visto, el periodista y testigo del duelo, Hernán Millas (1921-2016), disipó los cahuines y contó la firme sobre la disputa.

“Trabajaba en la revista Ercilla y me tocó reportearlo. En un comienzo, los redactores políticos que presenciaron el incidente pensaron que el asunto no daba para más, pero ignoraban que los resquemores venían de antes”, cuenta el Premio Nacional de Periodismo 1985.

Luego, el escritor detalla: “Dos semanas atrás, un amigo ‘carbonero’ le sopló a Allende, candidato presidencial por el FRAP (Frente de Acción Popular): ‘Rettig te anda pelando. Dice que tu candidatura está financiada por (Arturo) Matte’”.

“Pasaron los días y llegó la sesión del Senado en la que debía discutirse una moción del diputado Baltazar Castro aumentando los días de vacaciones a los mineros. Esta moción había pasado volando por la Comisión de Trabajo que presidía Rettig. Tanto que fue aprobada prácticamente sin ser leída. Ello explicaba que Rettig no supiera responder a las preguntas que le formuló Allende sobre esa moción”, relata Millas, justo antes de revelar el encendido diálogo entre ambos.

Allende: Exijo que Su Señoría, como presidente de la Comisión de Trabajo, me dé una respuesta concreta.

Rettig: Hace muchos años que rendí examen. Respondo sólo lo que quiero.

Allende: No responde, porque ignora la materia; no le interesa porque Su Señoría es un tránsfuga.

Rettig: Es otra canallada de Su Señoría. ¿La podría repetir afuera?

Allende: Aquí y afuera, pero le prevengo que lo podría enviar a la Asistencia Pública.

Rettig: Son muchas las víctimas que Su Señoría ha enviado a la Asesoría cuando han requerido sus servicios.

Allende: Prefiero ser un mal médico, antes que un abogado gestor...

Con eso bastó para Rettig desafiara a Allende a un duelo a muerte.

El duelo entre Allende y Rettig

En cuestión de horas, todo parecía resolverse: Rettig nombró a sus colegas Hernán Figueroa Anguita y Ulises Correa como sus padrinos (quienes actuaban de testigos y debían procurar el cumplimiento de las reglas establecidas para un duelo). Por su parte, Salvador Allende recurrió a Astolfo Tapia y a Armando Mallet.

“Rettig partió del Senado a su casa. Se duchó, se afeitó, se puso traje y abrigo negro y se fue a la casa de su amigo Julio Durán, en calle Purísima; allí comió y durmió. Al despertarse, se volvió a duchar. Luego, esperó los acontecimientos”, precisa el autor del libro publicado en 1993.

Asimismo, el otrora periodista de El Clarín explica que “Allende se dirigió primero a su proclamación en la Plaza Artesanos, y después se fue a su casa, donde cambió su traje claro por uno oscuro. En seguida, se fue a comer con su esposa al Oriente, en la Plaza Italia. Volvió a su casa, descansó y resolvió elegir otro terno oscuro”.

El sitio concertado era una chacra ubicada al interior de la Estación de Servicio de los autos y camiones que importaba Raúl Jaras Barros (padre de “Papín” Jaras). Sólo un reducido número de periodistas logró dar con el lugar.

El duelo se efectuó en la semipenumbra de la madrugada. Ambos contendientes mostraron serenidad. Se dispararon simultáneamente un tiro, sin herirse. No se reconciliaron en ese momento. Después se fueron a tomar desayuno y a dormir”, explica Millas.

Hoy por hoy, un duelo a muerte está penado por ley. El Código Penal indica que una provocación a duelo puede ser castigada con reclusión menor en su grado mínimo. Inclusive se puede condenar a una persona que desacredite a un rival por rehusarse a un duelo.

“El que matare en duelo a su adversario sufrirá la pena de reclusión mayor en su grado mínimo. Si le causare las lesiones señaladas en el número 1° del artículo 397, será castigado con reclusión menor en su grado máximo (…) En los demás casos se impondrá a los combatientes reclusión menor en su grado mínimo o multa de once a veinte unidades tributarias mensuales”, explica la legislación.

Entrega del Informe Rettig, un documento en el que se abordan las últimas horas de Allende con vida y aborda casos de las víctimas de la dictadura.
Entrega del Informe Rettig, un documento en el que se abordan las últimas horas de Allende con vida y aborda casos de las víctimas de la dictadura.

Del duelo a la comisión

Como parte de su relato, Hernán Millas también descartó la versión que apuntaba a una supuesta mala onda posterior entre los duelistas. Incluso dio a conocer que “un año más tarde, en agosto de 1953, Salvador Allende y Tencha (Hortensia Bussi) resolvieron ‘celebrar’ el primer aniversario del combate caballeresco. Invitaron a Raúl Rettig a un cóctel nutrido y placentero”.

Prueba de las paces fue el ofrecimiento de un cargo diplomático que el ya presidente Salvador Allende le hizo a Rettig en 1970. Un año más tarde, el abogado asumió como embajador de Chile en Brasil, cargo que mantuvo hasta el Golpe de Estado del 11 de septiembre 1973, jornada en la que finalmente murió quien fuese su contrincante.

En 1990, durante el gobierno de Patricio Aylwin, el abogado fue nombrado presidente de la Comisión Verdad y Reconciliación cuyo objetivo era investigar y elaborar un informe sobre los atropellos cometidos a los derechos humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet.

El 9 de febrero de 1991, en una solemne ceremonia, entregó al primer mandatario los tomos que contenían el informe y que pasaron a llamarse Informe Rettig.

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