Crónica

Zombies de grano corto y largo habitan vieja arrocera

Una leyenda que ya la hubiera querido conocer Juan Marino, el creador del siniestro Doctor Mortis, para escribir uno de los espeluznantes capítulos de la serie, es la que ha nacido en torno a las ruinas de la desaparecida Arrocera Colchagua.

Según versiones de lugareños, en los terrenos que ocupó la firma hace más de 10 años y que se ubican en la localidad de Lihueimo, kilómetro 56 de la ruta que une San Fernando con Pichilemu, en las noches sin luna vuelven a funcionar las máquinas y se escucha cómo los trabajadores canturrean esa clásica ronda que dice: "¡Arroz con leche/ me quiero casar/ con una señorita de Portugal!".

Don Guido, vecino del lúgumbre lugar, se ha convertido en un experto en las historias de ultratumba de la fábrica abandonada.

"Lo que yo sé es que cantan: ¡Aló, aló/ aló con palitos/y camalones quielo comel..., porque muchos de esos trabajadores eran chinos", asegura.

-Hábleme sobre los fantasmas, don Guido. ¿Tienen el grano corto o el grano largo?

-No sé señor. Los que los han visto dicen que andan con la camisa y los pantalones bien puestos, y no han podido verle el calibre. Grano corto, pero sabrosón, parece.

-¿Habrá entre esas almas en pena alguna a quien se le quema el arroz?

-No. Todos se ven muy hombrecitos, y con hartas ganas de aterrorizar a los infelices mortales. Para mí que salen de sus tumbas pregraneados y listos para el acompañamiento.

-¡Ajá!

Tucapel ha escuchado gritos espantosos al pasar frente el lugar: "Son alaridos de dolor, como si la máquina estuviera moliendo a un cristiano", explicó este compadre, y se santiguó.

Zaror también ha sufridos experiencias espeluznantes en el sector: "Lo más impactante me sucedió un día que pasé frente a la industria junto a mi esposa, al caer la tarde. Justo cuando el sol se perdió bajo el horizonte vimos salir desde las ruinas a un huaso montado en un caballo negro azabache. El jinete iba vestido de frac, con humita de seda, y calzado con botas y espuelas de plata. El animal relinchaba como un endemoniado y tenía el hocico lleno de espuma. Pasó por nuestro lado como una mala sombra y se perdió entre los cerros. El campo quedó hediondo a azufre como por una semana. Era el mismo diablo. Se lo juro por diosito, patrón", sostiene Zaror, que sabe de arroz.

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