Fauna paranormal

Podría quemarme con que Cochiguaz produce salud y te mete en otra dimensión o al menos a un ritmo distinto de vida.

Mi amigo peruano Gabriel Meseth me mostró la crónica de un naufragio personal en la selva peruana. Un relato notable y trágico donde su embarcación se daba vuelta en un río repleto de pirañas y serpientes. Más importante que la calidad del trabajo es que su delegación y él salieron ilesos, cosa improbable por la variedad de animales peligrosos con que se convive en la selva -habló de jergones, coralillos, de la shushupe (serpiente cascabel muda), la más larga y letal del continente-. Chile carece de aquellos peligros mortales salvo por la consabida vinchuca y araña de rincón.

Con su historia se me vino a la cabeza unos veraneos en Cochiguaz, localidad ubicada en el Valle del Elqui. Una amiga estaba pololeando con Coyote, un conocido tatuador que aún vive allá y me invitó a pasar las vacaciones. Fui dos años seguidos, uno arrancando del estrés de cuidar a mi abuelo Héctor enfermo y otro viviendo su luto, emociones que pude purgar ahí. Al pasar algunas noches en carpa debajo de sauces, espinos y cerca del río, la dimensión real de "El valle" emerge. Es una frase hecha decir que es mágico -de hecho, el camping típico se llama Río Mágico- aunque la realidad a veces destruye las frases hechas para consagrarlas como verdad.

Los rumores hablan de una sede de la NASA, de una "zona caliente de OVNIS", aunque no podría comprobarlo. Podría quemarme con que Cochiguaz produce salud y te mete en otra dimensión o al menos a un ritmo distinto de vida. De a poco la hora de dormir se adelanta por el frío, también la de levantarse por el calor, la falta de liquidez de la juventud te lleva a pescar truchas del río, robar uvas de las pisqueras o conformarte en periodos de escasez con un plato de arroz a las horas de comida. Uno se transforma a ratos en asceta. No importa si se acabó el gas de la cocinilla: recoges leña, agua, el que tiene arroz lo comparte confiado en la visita de otro amigo que va a llegar pronto aperado con las delicias del paraíso.

Esperábamos esas visitas como tabla de salvación. Con Juan Rodríguez matábamos el tiempo comiendo uvas rosadas y con un ejercicio delirante: en calzoncillos y a guata pelada, cargábamos gritando piedras gigantes y las llevábamos al río Cochiguaz para formar un dique que nunca se consolidó porque el caudal se llevaba las del centro. No sé cómo podíamos levantar esas rocas. Leyendo un libro descubrí que ese mecanismo se llama "La pampa" y se utiliza para botar los demonios del cuerpo.

Era tarde, nos resignábamos a una olla de arroz mientras mirábamos las luces de los pocos autos que alumbraban a ratos el camino del cerro. De repente un grito interpeló a Coyote: eran unos amigos cargados con vino, cerveza, carne para una parrilla. Nos reunimos en el sector de las carpas donde manteníamos un fogón constante para hervir agua y cuidarnos del frío en la noche. Disfrutamos de la comida, el copete y la conversación que a ratos rozaba el delirio místico. Una amiga se fue a mear tras las pircas. Se reincorporó. Yo era el guitarrista de turno, me hizo callar para decir: "hasta cuando me tiran piedritas, está bien en el carrete, pero alguien me está mirando cuando voy al baño, me llegaron piedras en el poto".

Al principio, los del círculo, que éramos unos quince, nos vimos sorprendidos. No sabíamos de qué estaba hablando. A los minutos unos se atrevieron a decir que también habían recibido piedras, pero pensaban que estaban pinchando. Recuerdo haber dicho "sea lo que sea que tire una piedra a la guitarra y al vino" y para mi sorpresa me llegó un piedrazo en las cuerdas que dejó un armónico tétrico y otra literalmente adentro de mi vaso. De un momento a otro estábamos todos con las manos en la cabeza protegiéndonos de una lluvia de piedras. Juan Rodríguez, valiente y escéptico, alumbró hacia una pirca cercana y notó que salían detrás de ella pero no lo dejamos comprobar por miedo. Entre el desconcierto y griterío general Coyote le llamó "duendes" a esos seres. Recuerdo haber recogido algunas piedras, todas eran de cuarzo. En Santiago, a las pocas semanas, se me perdió la billetera donde las guardaba.

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