Espectáculos

Green Day volvió a Chile con un show arrollador: punk rock, nostalgia y una fiesta colectiva

Con un setlist que recorrió toda su historia, de Dookie a Saviors, la banda californiana demostró por qué sigue convocando multitudes. Entre clásicos, el rescate de canciones y una entrega total en el escenario, Billie Joe Armstrong y compañía sellaron un reencuentro efusivo.

Green Day en el Parque Estadio Nacional: el reencuentro con un fervor intacto. Foto: Pedro Rodríguez

A veces es inevitable comenzar escribiendo sobre la experiencia personal cuando se trata de una banda tan relevante como Green Day.

En mi caso, no solo mi niñez no me perdí lo que representó Dookie y la energía de ese súper hit llamado “Basket Case”, sino que también en la universidad viví aún más de cerca la explosión de American Idiot y la omnipresencia de los videoclips de sus cinco singles. Los mismos que eran pan de cada día en MTV.

Sin embargo, también debo reconocer que nunca fui fan. Aunque sus canciones estaban muy, pero muy presentes, simplemente no enganché con su propuesta de punk rock más melódico. Tampoco era detractor de su obra, como aquellos que los trataron de poseros y hasta vendidos. Para mi eran ni fu ni fa.

Pero aún así no se puede negar que en su paso por un filtro más mainstream, en el grupo lograron arraigarse por completo en el patrimonio de la cultura pop. Y eso es algo que se ha mantenido a lo largo del tiempo. De hecho, explica la devoción que Green Day sigue generando. Así quedó demostrado con decenas de miles de personas en el Parque Estadio Nacional.

Foto: Paulo Quinteros.

Ya desde antes de que comenzara el show, en medio de la expectativa por una posible lluvia que finalmente nunca cayó, se sentía la algarabía en el ambiente. Basta decir que en la antesala del plato mayor, el público se prendió coreando las canciones de Queen y Los Ramones que calentaron motores, reflejando una ansiedad contenida que fue liberada como euforia colectiva con el arranque del show.

Y sí, obviamente este era un reencuentro largamente esperado por muchos, los mismos que los abrazaron en los noventas o a comienzos de este siglo, pero también entre las caras se podían notar rostros más adolescentes que por vez primera llegaron para ver a la banda californiana sobre suelo chileno.

Ante aquello, y con una posible lluvia instalada solo como un fantasma pasajero, todo comenzó sobre el escenario de forma estruendosa con “American Idiot”, ese ya clásico del repertorio que encendió de inmediato a la multitud, con la fuerza de su melódica crítica que no envejece.

Fieles a su impronta punk, la banda no bajó la intensidad a partir de ahí y siempre conectó con los presentes a partir del carisma de Armstrong. En “Know Your Enemy”, por ejemplo, una de las primeras canciones, el vocalista seleccionó a una fan para subirla al escenario. Y ella abrazó, gritó y saltó justo con la pirotecnia, regalando un momento trillado para este tipo de conciertos, pero que a la vez se sintió muy verdadero.

Ese tipo de gestos también reforzaron la cercanía de Green Day con el público y también abrieron paso a un show plagado de hits que desataron una vehemencia colectiva difícil de contener.

Foto: Pedro Rodríguez.

Claro que más allá de responder a las expectativas por escuchar los clásicos de Dookie y American Idiot, el repertorio realmente fue mucho más amplio y en Ñuñoa concretaron un gran repaso por toda su carrera.

Desde la temprana “Welcome to Paradise” hasta lo más reciente de su disco Saviors, que aportó tres temas a lo largo de la noche, en el medio también hubo rarezas como “Haushinka”, que el histriónico líder recalcó que no tocaban en vivo desde los noventas.

Todo ese tipo de cosas se instalaron como un deleite para los fanáticos más devotos. Al mismo tiempo, las interacciones con esa audiencia fueron más acotadas que en otras giras, pues esta vez no hubo fans tocando guitarras ni poleras disparadas hacia la audiencia como ocurrió en su presentación previa en el Bicentenario de La Florida.

Sin embargo, la conexión con el público se mantuvo constante a lo largo de un show en el que Armstrong no dejó de alentar a la multitud, celebrar los coros y responder a la energía que venía desde las tribunas.

En varios pasajes, los tres músicos también se mostraron visiblemente encantados con el fervor de los asistentes, lo que fue especialmente notorio cuando improvisaron - con una sonrisa de oreja a oreja - el acompañamiento de los cánticos de “olé, olé, olé, olé, Green Day, Green Day”. Ese tipo de cosas transformaron al estadio en una fiesta colectiva.

Foto: Paulo Quinteros.

En ese recorrido, el setlist obviamente encendió con himnos como “Basket Case”, temas emotivos como “Wake Me Up When September Ends” y temas igual de emblemáticos como “Boulevard of Broken Dreams”, agregando en el camino muchos momentos de llamas, fuegos artificiales y pasajes intensos que tuvieron como respuesta una bengala y un mosh que llevaron a sus partícipes a volver atrás en el tiempo.

Y el cierre intimista con “Good Riddance” reafirmó esa relación notable que Green Day mantiene con su audiencia chilena.

Por eso debo volver a mi idea del comienzo. Aunque mencioné que nunca me consideré fan de Green Day, solo lo hice para remarcar que es imposible no sentir el respeto en vivo cuando una banda de este calibre se entrega por completo en el escenario. Más aún, cuando la energía se vuelve algo realmente palpable.

Su show de primer nivel también refuerza esa sensación. Aquí no hubo artificios ni palabras vacías cuando los músicos se declararon agradecidos por el fervor. Lo que transmiten está respaldado por la energía y la conexión real que reciben de vuelta de un público que, como quedó demostrado, sigue viéndolos como parte de su propia historia. Y ese tipo de vínculos nunca será algo falso.

Foto: Pedro Rodríguez.
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