Hoy en Amiga Date Cuenta (TV+), ha vuelto de manera estable a la tele. La actriz repasa su vida y presente, marcado por estos días por un reciente diagnóstico de TDAH: “Siempre estoy al filo del abismo”, comenta la ex-Los Venegas, quien además manifiesta: “Creo que me voy a morir siendo ‘La Mirnita’”. Eso y mucho más.
Magdalena Max-Neef de Amesti (63) hace memoria. Se acuerda, pero duda un poco y medio que se lamenta brevemente:
—Se me olvidan las cosas porque una está tan vieja, ha hecho tanta cosa... —comenta.
Sin embargo, quizá, está siendo injusta consigo misma, porque la actriz se remonta a las veces en que ha estado en la TV como panelista, una de ellas a inicios de los 2000.. ¿El programa en cuestión?... Tiene el nombre en la punta de la lengua, hasta que logra juntar las palabras: Día a día (TVN), que por aquel entonces era conducido por Ivette Vergara, si no se equivoca. También, más recientemente, estuvo en Viva la pipol, co-conducido por Pamela Díaz, al que asistía seguido junto a su amiga, Pepi Velasco. Por aquel entonces, cuando se terminó ese matutino de CHV, en su cierre, se quejó con humor: “Estamos súper molestas porque, cuando nos empezaron a invitar harto, se termina”, dijo.
Desde marzo, casi seis años más tarde, Max-Neef otra vez se encuentra en un panel de TV, esta vez como parte del panel estable de Amiga date cuenta (TV+), conducido por Eva Gómez, secundada por Pancha Merino, la coach Ludmila Brito y la periodista Claudia Salas, la propia Velasco y Max-Neef, que, si bien estuvo unos días fuera por motivos de salud, ya está de vuelta. El naciente proceso ha sido “agradable”, según dice a La Cuarta.
Rato antes de grabar un nuevo capítulo, en entrevista con La Firme, la actriz repasa su vida e historia, la cual, por una cuestión media azarosa, arrancó en el estado gringo de California; su infancia estuvo marcada por distintos países sudamericanos y, por supuesto, por la figura de su padre, el economista y ambientalista Manfred Max-Neef, candidato presidencial en 1993, junto con una mamá, Gabriela de Amesti, que le inculcó el valor de nunca sentirse “víctima”; un embarazo durante sus inicios en el teatro, periodo en que además nació una profunda amistad con colegas como Rodrigo Bastidas y Elena Muñoz; sus pasos por teleseries y, claro, su etapa en la sitcom Los Venegas, que hasta hoy la gente la reconoce como “La Mirnita”; su larga extensa historia de amor con Juan Bennett; el agónico periodo que vivió su entrañable amigo Gabriel Prieto, por el coronavirus, y su regreso con el montaje clásico La Nona; un reciente diagnóstico del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), el que le ha permitido entender buena parte de su vida para atrás; sensualidad y sexo en sus sesenta; los ecos del reciente fallecimiento de su madre; su proyecto de irse a vivir a La Araucanía; además de algunas reflexiones en torno a las funas a propósito de la intervención de Gonzalo Valenzuela en los Premios Caleuche 2025 y el caso de Cristián Campos.
Eso y un tanto más, a continuación…
LA FIRME CON MAGDALENA MAX-NEEF
Nací en Berkeley, California, y viví ahí hasta los tres años. Tengo recuerdos como de fotos, que no sé si son míos o que me han contado. De lo que me acuerdo, que era muy chica, es de Disney World; fuimos con mi papá (Manfred Max-Neef), mi mamá (Gabriela de Amesti) y mi nana, —que era de Chile y que me llegó cuando yo tenía dos meses—. Íbamos caminando, todas las mujeres y mi papá. Hacía muuucho calor y él estaba indignado por el calor, nada de contento en este paseo por Disney. Y nosotros íbamos cantando una canción, jaja, que era: “Ahí en la fuente, había un chorrito, se hacía grandote, se hacía chiquito, estaba de mal humor...”, y mirábamos a mi papá, “... pobre chorrito...”. Qué estúpido el recuerdo... Todas las mujeres le cantamos. Estaba enojadísimo. No le hizo ni una gracia.
Escribí un libro de poesía entre los cinco y siete años. Yo no sabía escribir todavía, entonces a mi nana preciosa —que era como mi mamá— le dictaba y ella escribía. Y mi papá, que era lo más chocho que hay, no encontró nada mejor que publicar ese libro con un muy amigo suyo que me quería mucho, cosa que me da MUCHA vergüenza. Eran de esas publicaciones que hace uno mismo, no es que fue a una editorial y dijeron “¡oh, qué talento!”. Escribía bastante bien para lo chica que era, encuentro yo. Cuando los leo digo: “Sí, en realidad tenía una sensibilidad bastante significativa.” Pero para mí era eso, una necesidad de tirar cosas, ¡no más!
Mi abuelo materno era amigo de Pablo Neruda y le mostró poesías mías. Parece que él las encontró buenas, entonces hizo el prólogo, una poesía, que lo llamó “La palabra del rocío”, y le pusieron así al libro. Y a cada persona que llegaba a mi casa, mi papá le regalaba el libro, jaja. Era muy bochornoso; mis primos me hacían bullying con el libro, se aprendían las poesías y las recitaban. Me da mucha vergüenza. Y lo que era peor de todo: cuando llegaba esta gente, ¡cualquiera a mi casa!, ¡daba lo mismo quién fuera!, me hacían escribirle una dedicatoria. Yo sentía que debía ser una dedicatoria a la altura de mi supuesto talento, entonces no podía poner “con cariño, Magdalena”. Me acuerdo de estar en mi cama echada y decir: “¿Qué cosa más o menos inteligente le pongo a este viejo?”. Era la parte más aburrida. Entiendo a mi papá, pero la verdad me traumó un poco eso. JAMÁS escribía más poesía… Por ahí tengo una o dos copias del libro
Ahora tengo mis serias reservas con Pablo Neruda po’. Hay gente que dice que “bueno, que eran otras circunstancias…”, “que la guerra...” y que no sé qué. No lo conocí personalmente. Pero con la mirada de ahora: era un misógino, infiel y que hizo tantas cosas. Claro, muy talentoso y brillante, pero con estos ojos de ahora no me parece tan meritoria su vida. ¿Y su obra? Algunas. Hay unas que no me gustan. Pero tiene cosas magistrales. Pero tengo mis reservas.
Como había escrito este libro poesía, para mis cumpleaños la gente me regalaba puros libros de poesía —¡que no me leí ni uno!, me daba una lata atroz—, y no me regalaban barbies; me regalaron un libro de la Gabriela Mistral, que la encuentro maravillosa, pero en esa época entre un libro de la Gabriela Mistral y una Barbie no había por dónde perderse... ¡Cualquier cosa me parecía más atractiva que un libro de poesía! Fome.
Era bien habilosa yo de chica, ¡me pasmé sí! Pero iba (como avión) y en algún momento algo pasó, jeje, que la genialidad me quedó como a medio camino. Pero para ser chica, era bastante habilosa; mi papá me ponía música y yo sabía los instrumentos, el autor y decía “este es Bach”... Si me preguntan ahora, ¡no me acuerdo de nada! ¡Pero de nada! Así como que hubiera tenido una especie de golpe en la cabeza que me borró la memoria.
Mi papá trabajó mucho tiempo en sectores muy marginales en los distintos países en los que estuvimos, Perú, Ecuador y Uruguay, después nos vinimos a Chile. Particularmente en Ecuador trabajaba en sectores muy marginales. Siempre supe del nivel de pobreza feroz que existía en el mundo y de la tremenda injusticia, pero nunca tuve una carga valórica. Por ejemplo, al frente de nuestra casa, cuando chica, estaban más mezcladas las realidades: vivíamos en una casa bien buena y al frente estaba una señora en una mediagua del terror, que tenía unas gallinas y unos cuyes. Y mis amigos eran esos y otros. Sabía que esa gente tenía menos que yo, pero nunca sentí una diferencia aparte de lo concreto. Me era muy natural vincularme con todo tipo de personas. Mi papá funcionaba así. No era una cosa paternalista, así como “yo jugué con estos niños”; era muy natural para mí, porque siempre me había vinculado con gente que tenía plata y que no tenía nada.
Cuando llegué a Chile, fue un golpe bien fuerte, porque aquí estaba todo separado, y toda esta cosa de que la gente era “rasca” o “chula”. Me descolocó mucho. Pero fue un gran aprendizaje vincularme con la gente de las más distintas realidades sin poner una carga: no era ni que yo le estaba haciendo el favor, ni que yo era mejor porque “mira qué generosa”. Me di cuenta de que eso no era muy común. Y una cosa que siempre me sorprendía es la tremenda codicia que existe. También uno puede pisar el palito muchas veces; y uno lo hace, porque finalmente uno es parte de este sistema. Uno también se pone consumista y a comprar cosas que no necesita y a inventarse ciertas necesidades, como hacerme adicta a Temu, y pasar periodos en que digo: “¿Por qué estoy comprando estas cosas para la casa?”. Y borré la aplicación... Pero, en el fondo, finalmente esas cosas hacen funcionar los modelos. ¡Aquí nadie es inocente! Es muy difícil abstraerse de todo. También uno tiene un límite, hay cosas que aunque tuviera toda la plata del mundo no se me ocurriría hacerlas.
Mi papá, con su mirada, fue muy precursor en todo, en la preocupación no sólo por el medioambiente, sino por los modelos económicos, que eran infinitamente más humanistas que los que habitualmente tenemos. Me enseñó a tener una mirada súper crítica, pero también a aportar. No soy una persona política, no me interesa; pero siempre me quedó claro que, por lo menos en el entorno que yo tenía, había cosas que tenía que tener muy claras, como que el abuso de poder era absolutamente reprobable, y que el buen trato con la gente era el desde con el que uno se debía relacionar, no un mérito, era lo que se tenía que hacer nomás. Yo tenía que mantener relaciones justas, sanas y amorosas con la gente con la que me vinculaba. Creo que es lo que he tratado de hacer en mi vida. A veces resulta y otras no.
Al colegio Villa María llegué en séptimo básico y estuve condicional los últimos cuatro años. Nunca había estado en un colegio de puras mujeres y de monjas; con suerte me sabía el Padre nuestro. Mi mamá era más católica, pero no era de ir a misa nunca, y mi papá era más bien agnóstico. La religión no era un tema en mi familia. Mi papá me quería meter al Nido de Águilas, pero di un examen de matemáticas horroroso, y no quedé. No se preocupaban mucho los papás en esa época de los colegios. Había unas primas mías que estaban, me metieron y me resultó muy extraño. Fue súper raro llegar a un colegio así. Pero me acostumbré y ahora estoy súper reconciliada; sigo siendo amiga de mis compañeras de curso y tenemos un chat por el que hablamos prácticamente todos los días, todas mujeres encantadoras, generosas y choras; políticamente pensamos muy distinto, pero tenemos una relación de mucho cariño y respeto. Mi evaluación ha sido buena a la larga.
Tuve problemas con la monja superiora, que me encontraba “soberbia”, porque ser “soberbia” para ella significaba que uno pudiera expresar su opinión o plantear un desacuerdo. Me habían enseñado mi familia —particularmente mi mamá— que NADIE me podía pasar a llevar ni faltar el respeto, que yo tenía derecho a defenderme y a no estar de acuerdo; y que si yo planteaba las cosas con respeto, tenía todo el derecho. Hablamos de los 70, que no era un consejo muy habitual de las madres a las hijas. Uno tendía más a la sumisión y a que, si sentía que el profesor estaba siendo arbitrario, mala pata nomás y a agachar el moño. La monja me castigaba por todo, porque tenía el cuello no sé qué o la corbata no sé cuánto. Me hacía quedarme limpiando unas bodegas llenas de polvo con las notas desde que se había empezado el colegio. Y eso no fue tanto, porque me decía unas cosas atroces: que era “una mala persona”, “una mentirosa”, “que le hacía daño a la gente que estaba alrededor mío”, “soberbia”, “lo peor”, “una mal ejemplo”, “una mala junta” y “una mala semilla”. Estaba obsesionada conmigo. Cuando me decía todas esas cosas, le respondía: “No estoy de acuerdo con usted, no le encuentro razón, no soy ni una de esas cosas”. Tenía un apoyo en mi familia y una seguridad emocional súper grande, así que tampoco es que me haya afectado como para que me traumara, ¡para nada! A otra persona podría haberle hecho mucho daño. Me tenía muy mala, pero también tenía unas monjas que me querían harto.
Mis papás y mi nana fueron muy importantes, los tres. Mis papás viajaban mucho, pero creo que tuve mucha estabilidad emocional; de alguna manera sentí que siempre estuvieron muy presentes, internamente nunca lo sentí ausentes. Creo que el tiempo de calidad que me dedicaba mi papá, y lo jugado que era; eso lo atesoro mucho y me marcó también. De mi mamá aprendí de muy chica que uno tiene que defenderse, que nunca vas a ser victimaria, pero víctima tampoco. Y se lo he enseñado a mis hijas, y me parece que es súper importante, porque la cosa está complicada. Mi papá de viejo se puso más como ermitaño, pero antes siempre estaba lleno de gente del arte y la música, llegaban sus alumnos y era una persona muy acogedora; después se puso más gruñón, pero es parte también de la vejez y todo lo demás. Tuve muy buenos padres, incluida mi nana, que me dieron un piso tan sólido. Siento que soy una persona súper segura, y no necesito ser la mejor; no, tengo claro lo que soy, para lo que soy buena, que es lo que más me importa, y estoy bien, súper tranquila.
Cuando me metí a estudiar Teatro, estaban la U. Católica, la U. de Chile, Gustavo Meza y Fernando González, y estaba el teatro de la Católica, el Ictus, y de la Chile; no había tele, no se hacía NADA, cero producción nacional; o sea, no podía ser más negro el panorama. ¿Dónde iba a trabajar? Pero fue algo que JAMÁS ME CUESTIONÉ. Nunca pensé: “Oh, ¿dónde voy a trabajar? ¿Cuánto estaré ganando el primer año? ¿Y después de cinco años en relación a otras carreras? ¿Cuál es el rango de empleabilidad?”. Ahora los cabros tienen mucha más información, todas esas cosas se la saben de memoria. Lo hice porque era lo que me gustaba nomás. Y así fue. Ahora los cabros son más prácticos. Uno era pura vocación. Pero no me arrepiento para nada. Igual es una pega difícil, que de repente la inestabilidad te agota, sobre todo cuando ya tienes 63 años y sientes que todo sigue siendo igual. Pero de todas maneras lo haría 1.000 veces de nuevo.
Fui mamá a los 19 años, en mi segundo año de universidad (mi hijo, Matthias, tiene 43). Curiosamente no fue drama ni fue tan terrible. Cuando me hice el test, que era rarísimo, tenía que levantarme a las 6 AM, echar el pipí como en un tubo de ensayo, esperar dos horas y, si se hacía un círculo debajo, era que estabas embarazada. Me fui a la casa de unas amigas, hice todo el proceso y me quedé dormida, ni siquiera me quedé despierta entre las 6 y 8 de la mañana. Después miré, y mis amigas también. “¿Viste? No estoy embarazada”, les dije. Y me contestaron: “¿Cómo que no?”. “Pero no hay ningún círculo”, insistí. “¿Cómo que no hay ningún círculo?”, me respondieron. “Magdalena, por favor, no puede ser más evidente”. Me había bajado una leve negación, jajaja... Y sí po’, había un círculo. En ese momento, creo que fue cosa de instinto, no que derroché amor maternal ni mucho menos, sino que fue como: “Ahí está, ahí se queda”. Así de simple, ni siquiera como un problema ético. Era una sensación bien animal de que ahí había que cuidar una cría. Por supuesto que todo el mundo me decía que estaba loca y que “¡cómo se te ocurre!”, en esa época, en 1980.
Mis papás no estaban en Chile cuando quedé embarazada. Estaban en Suecia, volvieron y les conté. Mi mamá quedó muda, no habló en todo el día. Mi papá me dijo: “¡¿Y qué va a pasar con tus estudios?!”. Y mi nana me dijo: “No se preocupe, mijita, yo se lo crío”, jajaja. Pasaron una semanas, tenía que volver a Suecia, y volvieron cuando yo ya tenía como ocho meses. Pero no fue tan terrible, no me importaba mucho... ¡y yo era una niña de Villa María po’! Me daba exactamente lo mismo el qué dirán y dije: “Bueno, al que le molesta, le molesta”. Nunca fue tema. Los papás de mi mejor amiga del colegio, que eran MUY religiosos y conservadores, fueron lo más cariñosos conmigo, y yo iba a veranear con la guagua. Hay gente que es conservadora y súper católica, pero que son fundamentalmente gente buena. Después andaba para todos los lados con Matthias, estudiaba y estudiábamos los textos con él, dándole pechuga; para mis amigos, era la guagua de todos. Era la primera guagua de la escuela de Teatro.
El papá de mi hijo ni siquiera era una pareja. A mí me encantaba él, ¡me encantaba! Pero éramos amigos. Y una noche que le tuve que hacer una entrevista para unas cosas de la escuela de teatro y qué sé yo, nos fuimos en volá... Y la primera vez que me acosté con él, quedé embarazada; después fue la primera y última por mucho tiempo —porque dije “no, en realidad nada que ver”—. Después intentamos ser una pareja... No nos resultó, duramos cinco meses y nos separamos. Me dio pena porque yo estaba súper enamorada de él… Volvimos dos años después y estuvimos harto tiempo juntos... Él murió, cuando Matthias tenía diez años.
Con Rodrigo Bastidas, Elena Muñoz, Gabriel Prieto y Álvaro Pacull, con quienes formamos la compañía Teatro Aparte, nos unió la amistad antes que el teatro, ¡absolutamente la amistad! Éramos compañeros de curso, que entraban 20 y egresaban como seis. Éramos fundamentalmente muy amigos, decidimos trabajar juntos y nos funcionó. Cada vez somos más amigos y cercanos; nuestros hijos son amigos y somos padrinos cruzados de los niños. Sé que es súper lugar común, pero realmente somos una familia. Cuando me junto con mi amigos, me junto con ellos, con los hijos, con los nietos y con los perros. Somos un choclón grande y es una red súper red de apoyo.
Creo que mi familia y la elección de mis amigos es lejos lo más exitoso que he hecho en mi vida, y lo que más me importa. Me siento súper exitosa. Encuentro que los vínculos y las redes que he logrado generar, tantos años, no son tan común; en algún momento sentimos que era lógico, pero empiezas a mirar (a tu alrededor) y no es tan así: poder trabajar, seguir siendo amigos, pelearte, estar en desacuerdo, y seguir siendo amigos, es porque finalmente el vínculo es mucho más importante. No lo tiene mucha gente. Es una suerte y un trabajo. Tuve la suerte de encontrarnos, pero creo que todos tuvimos el mérito de cuidar las relaciones de amistad, que son parte de la gente que te preocupa, y siempre estarás pendiente. Somos todos así. Además todos tenemos mucho sentido del humor. Esa es una lección en la vida, porque descubrí que uno podía vivir la vida en tragedia o en comedia. Preferí vivirla en comedia, porque la tragedia, el dolor, las penas y las angustias te llegarán igual. De eso no se salva nadie. ¿Andar buscándole la cosa terrible y pontificar con la creación a través del dolor? En general trato de que la creación sea a través del goce, de la alegría, la buena onda y el humor. Y es un poco lo que nosotros somos como grupo. A alguna gente le puede parecer pésimo y a otra le gusta. Y a nosotros no nos importa mucho. Nadie es monedita de oro.
¿El concepto “teatro comercial”? Todo el teatro debería ser comercial, porque se supone que es el oficio uno, y uno gana en la medida que va gente; si no va gente, no ganas un peso. Me parece que el teatro debería tender a eso. Ahora, si hay personas que trabajan en la tele o su ingreso fundamental va por otro lado, y quieren hacer cosas más experimentales, me parece súper legítimo e importante. Pero nosotros, más que hacer “teatro comercial” o “teatro arte”, lo que nosotros hacemos es lo que sabemos, lo que nos gusta y resulta. Somos súper genuinos en lo que hacemos, y hay gente que le gusta y que no. Y si nos va a ver la gente, y si les gusta, estupendo, porque es bien difícil vivir del teatro. Bien difícil. Un súper trabajo. Y nosotros no tenemos una fórmula como “tenemos que hacer esto y esto”. Afortunadamente, en general a la gente le gusta lo que hacemos, pero también han habido obras en que nos ha ido mal, ¡pésimo!, y hemos salido pa’ atrás.
Partí en 1984 en las teleseries con La represa (TVN). En esa época los directores y productores eran súper brígidos; particularmente de las mujeres hacían unos comentarios en el switch que, si los escuchabas, no los podías creer. Ahora estarían todos funados. No se salvaría ninguno. Óscar Rodríguez es el único que se salvaría... Supongo que por las buenas o por las malas aprendieron. Pero era muy heavy el trato, no solamente en términos de la cosa sexual; salvo los “superstar”, que los trataban bien, el resto era como “el perraje”. Eran muy déspotas en general. Yo lo pasaba bien en la tele, porque siempre fui súper achorada; si me decían una cosa yo contestaba; y si me querían echar, me echaban.
Perdí varias pegas también porque además eran súper frescos (los directores y productores), estaban todo el tiempo joteándote, o “vamos al departamento...”; y si le decías que no, te sacaban de la pega y pasaban esas cosas. Entonces yo decía: “¿Tú te quieres acostar conmigo? ¿O me estás invitando a una pega? ¿Quieres que trabaje o que me acueste contigo?... Si me estás diciendo que me acueste contigo, no hay ni una posibilidad”... Chao, pega. Me pasó en Sábado Gigante(Canal 13) con un productor. Yo llevaba mucho tiempo trabajando ahí y, cuando le dije que no pensaba acostarme con él, a partir de la semana siguiente, ¡chao! Nunca más... Pero a uno en esa época ni siquiera se le ocurría denunciar, porque decías: “¿Para qué?”. No había cómo hacerlo. Ahora sí... pero ahora ya nadie me tira los cortes, JAJAJAJA.
“Lo pica finito”, decía a “La Mirtita” después de cinco libretos en Los Venegas (TVN), en el último hablaba... Salí tan deprimida, porque no podía creer (lo poco que hablaba); pagaban por capítulo y, más encima, humillante po’, lo único que decía era: “Lo pica finito”. Me dijeron que haría a “la vecina”, pero llegaron los cinco primeros capítulos, y yo no aparecía nunca, hasta el último con: “Lo pica finito”. “No puedo creer esto”, dije, y me fui súper bajoneada. Mi pareja, el papá de mi hijo, me decía: “Renuncia, ¿para qué te vas a exponer?”, y yo le respondía: “¿Cómo voy a renunciar si estamos pésimos de plata, no puedo?”. Me puse a pensar: “¿Qué hago?... ¿Cómo le doy un chiste?“. Ahí apareció ”La Mirnita”, porque se me ocurrió: “Ya, voy a decir esto, pero no puedo decir ‘lo pica finito, finito, finito, finito, finito, finito...’”, así que decidí: “Voy a decir más palabras, pero bien rápido: “Lo pica finito-finito-finito...”. Y pasó a hablar más agudo. Eso tan absurdo fue la base de un personaje, y permitió que creciera y estuviera en todos los capítulos. Tal vez a alguien se le hubiera ocurrido una cosa más graciosa, y tal vez a alguien no se le hubiera ocurrido nada; pero le puse (color) porque necesitaba la pega’, y porque me sentía muy humillada de tener un puro texto en cinco capítulos.
Siempre me reconocen como “La Mirnita” en la calle, y no sé cómo porque yo era un hilo de flaca en esa época, joven y llena de ángulos, JAJAJA… Me siguen reconociendo mucho como “Mirnita”. Fue una experiencia súper bonita. Creo que me voy a morir siendo la “Mirnita”, independiente que siempre estaba haciendo teatro. El único problema es que era un personaje tan característico que nadie me llamaba para hacer otra cosa en la televisión, porque eras “La Mirnita” y punto, y le pasó a todos mis compañeros de Los Venegas. Después salí del programa y después, de a poco, me empezaron a llamar. Afortunadamente siempre estuve haciendo teatro.
Con Adriano Castillo no nos vemos nunca, pero tengo TAN bonitos recuerdos. Somos amigos, nos queremos mucho. Fue un muy buen compañero; bueno, todos en realidad. Con la Mónica (Carrasco) y la Carola (Marzán) tenemos un chat, “Amigas por siempre” se llama, y hablamos por lo menos dos veces a la semana. La Carola ahora es diputada, entonces está en Viña, y la Mónica está con hartas cosas que hacer, que los nietos, Jorge (Gajardo) y todo; pero por lo menos siempre hablamos y estamos al día. Estuve como diez años en Los Venegas, hasta que fueron.
Me casé a los 39 años con Juan Bennett. Casarme no era tema, como que me daba lo mismo. Y a esas alturas, había tenido una relación bien fallida y la verdad es que no sólo no tenía ganas de casarme, ¡no tenía ganas de nada! Encontraba que nada en la vida era mejor que llegar a mi casa, y tener mi pieza y mi cama para mí sola. Y dije: “No, cualquier cosa será puertas afuera”. Y durante un tiempo fue así. Hasta que conocía a mi marido, y a los seis meses estábamos viviendo juntos, y al año y algo nació mi primera hija, Elisa, y dije: “No quiero otra hija única”, entonces a los 41 nació la otra, Sofía. Fue cero buscado en realidad; las mejores llegan cuando uno no las busca. Cuando uno está ansioso de tener una pareja, y no quieres estar sola, y quieres estar con alguien, te metes con cualquier pastel. En este caso fue: “No, estoy regio como estoy, entonces si llega una persona que me aporte y siento que estaré mejor de lo que estoy, a pesar de que estoy muy bien, quiere decir que es el que tiene que ser”... Y ya llevamos 25 años.
¿Que si tuve un pololo veinte años menor? ¿O un pinche? Parece que no. Nunca he tenido debilidad por los cabros chicos. Mi marido es cinco años mayor que yo, pero CINCO... Fui pareja de Gonzalo Valenzuela, pero en una teleserie, en Mala conducta (CHV). Me felicitaron todas señoras. Iba al Jumbo, las cajeras se volvían locas y me decían: “¡Vamos! ¡Por todas nosotras! No vuelva con su marido (en la ficción, Pelayo, interpretado por Willy Semler)”, porque te hablan como si fueras de verdad el personaje. Fue muy divertido. Las mujeres de mi edad estaban fascinadas con que yo estuviera con este cabro chico. Pero lo más triste es que en la teleserie él se enamoraba hasta las patas de mí y, como dos años después, estuvimos juntos en otra teleserie, y yo era la suegra (No abras la puerta, TVN). Pasé de la amante a la suegra, jajaja.
Me lo pasé tan bien en Mala conducta (2008), regio. Estuve contratada un año en CHV. Es el sueño del pibe de los actores, que te contraten: no estás haciendo nada y te pagan sueldo. Pero me duró poco. Ricardo Vicuña se fue, llegó (Vicente) Sabatini con la Claudia (Di Girolamo), armaron su equipo, y buenas noches, hasta ahí nomás me llegó el sueldo.
Tengo súper buena onda con Gonzalo Valenzuela, pero nos vemos a lo lejos. La intervención que hizo en los Premios Caleuche no la vi pero la supe. La entiendo. Tiene que haber sido súper fuerte para él. Me pareció muy valiente que lo hiciera. Él no nombró a nadie (de la funa a Roberto Farías), y a mí no me consta ni lo uno ni lo otro, sólo sé que lo funaron... Ahora, lo del teatro y del hackeo... o sea, quemar el teatro no me calza con las personas que nombraron. Pueden estar muy molestas, ¿pero una actriz tratar de quemar un teatro? Me parece un contrasentido brutal, no me las imagino. Me las imagino funándolo, pero no me las imagino queriendo quemar un teatro.
Es tan complicada esta cosa de las funas. Esto es súper políticamente incorrecto para muchas mujeres: creo que a una persona que hace una denuncia, tienes que acogerla, escucharla, tener un entorno acogedor, cálido, de MUCHO respeto —que es lo que antes no se hacía y sigue muchas veces no haciéndose—; pero no puedo necesariamente tener la certeza de que una persona está diciendo la verdad cuando hace una acusación. Creo que hay presunción de inocencia que debería operar incluso en esos casos. Creo que hay que superinvestigar y tratar con mucho respeto a los denunciantes, pero de repente digo: “¿Por qué necesariamente porque una persona sea mujer tengo que creerle?”. Es como un mandato que le hacen a uno. Y eso me cuesta, y sé que es muy políticamente incorrecto, porque el slogan es “créele a la víctima”. Pero el problema es que a veces, posiblemente las menos, la víctima es el otro también.
Ahora creo que está pasando la época de las funas indiscriminadas en las cabras empezaban a funar al pololo que habían tenido a los catorce, cinco años después, por violencia psicológica, en un contexto que era muy distinto: un cabro de 16 años que tenía modelos distintos a los que uno está tratando de crear ahora. Siento que es un terreno súper delicado y que hay que tratarlo con mucho respeto, para todos, tanto para quien está siendo acusado como para quien está haciendo la acusación. Le puedes liquidar la vida y la carrera a una persona y después, cuando finalmente puede no haber sido culpable, él daño está hecho y es MUY difícil revertirlo. Creo que lo fundamental es el profundo respeto a un (presunto) hecho, a la persona que denuncia y también a una persona de la que no tienes la certeza de que haya sido el victimario. Cuando discuto con mis hijas me dicen: “Es muy difícil probar una agresión sexual”. Es verdad. Pero a veces también es difícil probar que alguien asesinó a alguien, y no por eso, necesariamente, vas a asumir que una persona es culpable hasta que o se hagan todas la diligencias e investigaciones. Hay peritajes psicológicos y un montón de cosas que te llevan a acercarte a una verdad.
La denuncia a Cristian Campos me dejó mal en un momento. Lo conozco de hace mucho tiempo y siempre me pareció una persona súper correcta; podrá tener cosas como todo el mundo, pero nunca tuve la sensación de que anduviera viendo cabras. Claro, uno puede conocer a alguien que sea un pedófilo y, por lo general, la gente es muy habilosa (para disimular); pero algo que me parece fundamental en el caso de Cristián es que generalmente un depredador sexual nunca le hace eso a una pura persona y, generalmente, cuando una persona se atreve a hacer una denuncia, siempre vienen más detrás, como en el caso de Nicolás López y de la mayoría de los que finalmente se han comprobado. En el caso de Cristian ha sido una sola denunciante. Pucha, yo, aunque me refunen, le creo a Cristian. Le creo porque también la María José (Prieto, su esposa) fue abusada, y creo que las personas que han sido abusadas detectan muy bien a un abusador; no te vas a casar con uno. Y por último, si ella no estuviera al lado de él, me daría para pensar; pero está full a su lado. Lo siento en el alma, pero le creo.
No sólo casi Gabriel Prieto se murió de COVID, los médicos nos dijeron dos veces que nos fuéramos a despedir. Nadie entiende que no se haya muerto. Los médicos decían “debe tener algo pendiente en la vida, porque no se entiende que no se haya muerto”. Fue tan triste. Lo quiero mucho a Gabriel —siempre supe que lo quería mucho—, pero no sabía que lo quería tanto. Me invadió un sentimiento de tristeza tan profundo al imaginarme que no estaría. Era muy raro. Lo iba a ver todos los días cuando estaba intubado, le hablaba como loro y le contaba todo lo que pasaba, ¡y el idiota no se acuerda de nada! Por lo menos hubiera soñado algunas palabras mías.
Hace unas semanas hicimos una función en Talca —por un premio PAOCC a la trayectoria del Ministerio de Cultura— y Gabriel (Prieto) se subió a actuar por primera vez después de tres años, de haber estado once menos hospitalizado y tres veces al borde de la muerte, que tuvo que aprender a hablar y caminar de nuevo, y todavía lo miras y está como salido de Auschwitz, muy flaco; pero está bien y tiene energía. Gabriel tiene un entusiasmo envidiable y es muy positivo. De repente, lo miro y pienso: “Se está dializando y todo lo ve en positivo”. Si a mí me dicen “te tienes que dializar”, me parece una tragedia. No, él está chocho, porque le van a limpiar la sangre, ¡entonces se siente regio. Y todo lo transforma en positivo, ¡es impresionante! Creo que eso también lo tiene que haber salvado: no ve el vaso medio lleno, ¡lo ve lleno entero siempre! Y sentirse tan querido, no sólo por nosotros, que eso era evidente: yo salía a la calle y la gente me paraba diez o quince veces para preguntarme por Gabriel. Lo quieren mucho, porque es una muy bonita persona. Tenía que estar mucho tiempo más acá. Además es un actor extraordinario.
Estamos haciendo La Nona, clásico escrito por el argentino Roberto Cossa, trata de una familia de clase media-baja que tiene que mantener a “La Nona” (Rodrigo Muñoz), que es una señora que se come hasta la manilla de la puerta. Y es toda la relación de esta familia compuesta por siete personajes, y que empieza a tener una decadencia, pero en tono de comedia. Uno se ríe mucho, pero también haces un paralelo con lo que le sigue pasando a mucha gente en Latinoamérica en general. Está súper bien dirigida y actuada. En este remontaje volvió a actuar Gabriel, que comparte papeles con Álvaro Pacull, que va a estar una semana él y otra Álvaro, porque igual está reciente partiendo (post enfermedad), entonces no le queremos cargar mucho la mata, y cuidarlo. En Talca fue muy emocionante verlo de nuevo arriba del escenario, actuando y con ese talento increíble que tiene. Para nosotros, fue como un milagro absoluto. Lo más milagroso que me ha pasado a mí de ver. Tenemos función jueves, viernes y sábado a las 20:30 hrs en el Teatro Mori de Vitacura (las entadas se compran por Ticketmaster).
Con Juan Bennett llevamos 25 años juntos. Siento que Juan es como mi hogar, me cuesta mucho imaginarme mi vida sin él. Soy súper independiente en muchas cosas, y en otras soy lo más dependiente que hay, porque soy muy ineficiente en general; y él es muy eficiente, súper estructurado; y yo soy muy despelotada. Tengo TDAH nivel escandaloso. La psicóloga que me hizo el diagnóstico me dijo: “No sé cómo has podido vivir así”. Y él es todo lo contrario. Creo que él me ordena, y yo lo chasconeo un poco, porque también es rígido. Siempre estoy al filo del abismo, al filo de la hora y de todo, lo que es pésimo por un lado. Somos súper complementarios. Nos apoyamos al 100%. Peleamos y todo, pero cuando él ha tenido que hacer algo que para él es importante, lo apoyaré SIEMPRE; y él conmigo, también. Viajamos de repente, aunque vayamos a Villarrica en auto, siempre tenemos temas de conversación, nos entretenemos mucho juntos. Creo que el día que nos aburramos juntos, chao... pero si no nos hemos aburrido en todos estos años, ¿por qué nos vamos a empezar a aburrir ahora?
La sexualidad a los 63 años es harto menos importante que a los 30, pero creo que igual es súper importante. Lo que pasa es que una, como tiene toda esta cosa tan hormonal con la menopausia, entre que te bajan los estrógenos y todas estas cosas, es mucho más intermitente —yo por lo menos— que los hombres. Pero creo que uno tiene que tratar de hacer lo posible para mantenerse, porque sino terminas siendo una amiga del marido nomás, que no es el caso. Uno tiene momentos en que se esmera, y otros en que no te esmeras nada, jaja, que no sabes cómo no sale arrancando el otro. Si uno anduviera esmerándose todo el rato (para mantener viva la llama), sería agotador. Uno tiene que tener sus momentos. Y mi marido me sube mucho la autoestima en ese sentido. Hay onda.
Hace dos años dije que me seguía sintiendo sexy. ¿Hoy me sigo sintiendo sexy?... No tanto, JAJAJA... ¿Dije eso hace dos años? No lo puedo creer... A ver, encuentro que no estoy mal para la edad que tengo, pero me haría tantas cosas. Me hago puras cosas tipo ponerme vitamina; bótox no me puedo poner, porque se me cae el ojo y me veo peor... Yo me haría un tajo y me sacaría esto y me pondría esto otro. Pero no, no me gusta la gente que queda como con las caras iguales. No me pondría nada. A lo más me estiraría un poco para que no se me arrugue el cuello. Pero no me pondría boca ni pómulos ni nada. Esas cosas me dan nervio... ¿Qué más ya a esta altura me voy a hacer? Hay cosas de mi cuerpo que me encantaría arreglármelas. Me gustaría tener los brazos bien marcados, pero soy mala para la gimnasia, a pesar de que ahora estoy yendo; pero ya no para ser más mina, sino más sana.
Uno se da cuenta que está vieja cuando empieza a ir al gimnasio para ser más sana, no más mina. Ahora, si como efecto secundario te ves un poco más mina, bien. Porque yo quiero llegar hasta muy vieja, ¡pero bien po’!, no arrastrando las patas, y ver a mis nietos, bisnietos y ser una persona activa. Me encanta ser abuela y tengo nietas chicas y grandes, y me gusta poder jugar con ellas, y que para ellas sea un panorama venir a verme, y que la casa de la abuela sea un lugar entretenido. Me parece muy importante. Tengo que estar sana.
El TDAH es de toda mi vida, pero me lo diagnosticaron hace súper poco, a fines del 2024. Me sirvió fundamentalmente para entenderme, y también porque me ayudan; estoy en terapia ocupacional, que me ha ayudado, porque finalmente cuando uno tiene TDAH a esta edad, y nunca te lo diagnosticaron, uno empieza a desarrollar ciertas herramientas y otras habilidades para que cuando no te funcionan unas, salvar con las otras. Pero me contactaron de un centro y la psicóloga me decía: “A la gente como tú se le queman las casas”, “se le pierden los hijos” y “realmente has desarrollado herramientas que te han permitido vivir despelotadamente, pero has criado hijos, hecho una familia y tienes un trabajo”. Entonces, de sentirme torpe, lesa, desconcentrada y pava, empecé a encontrarme que era fantástica, porque pensé: “A pesar de todo, mira todo lo que logré”, y me dio un cierto alivio.
Tengo la sensación —siempre la he tenido— de que mi vida ha sido una carrera de obstáculos, que nada me fluye, ¡nada! Todo es una vida como con hipo, porque el déficit atencional es muy complicado, porque pierdes demasiado tiempo. Además es una cosa neurológica, hay un pedazo del cerebro que lo tienes mucho más delgado que otra gente. Me sentí toda la vida torpe, lesa, desconcentrada, “¿por qué no te concentras en esto? No pones atención”. Y es una cosa que la gente castiga mucho y que te autocastigas; y no lo puedes evitar, es como que le digas a un ciego: “¡Ya po’, mira!”. No se puede. Salvo que, en este en el caso nuestro, hay una terapia, medicamentos y un montón de cosas que te ayudan; pero como yo no estaba diagnosticada, también digo “bueno, qué tanto, ya he vivido toda la vida con esto”.
Tengo hipotiroidismo, pero lo controlo con pastillas. Pero tengo cualquier cosa latera: tengo disautonomía, síndrome de Ménière, y me da vértigo, y todas esas latas... Pero bueno, todo el mundo tiene algo.
Antes de Amiga date cuenta (TV+), había estado como panelista en Viva la pipol (CHV); nos iban a contratar y se terminó el programa. Siempre nos pasa eso. Estuve en un programa que hacía la Ivette Vergara en TVN, Día a Día. Estuve en el Buenos días a todos (TVN) un tiempo reemplazando a alguien, que encontré agotador hacer cinco horas; así que encuentro que una hora y media es ideal, además de que estoy con la Pepi (Velasco), que es mi amiga del alma y nos reímos mucho. Había estado un par de veces con la Eva (Gómez), con la Pancha (Merino) había grabado una teleserie, y a la Claudia (Salas) y la Ludmila (Brito) no las conocía.
Ha sido súper agradable hacer Amiga date cuenta, muy fluido todo, a pesar de esto (cahuín) que salió de los “cachureos”, jaja. Lo que pasa es la Pancha siempre habla de los “cachureos” (en el Tal Cual), de hace como dos años que están, porque invitaban a no sé quiénes (a reemplazar), y ella hizo ese comentario y no tenía ni idea que habíamos ido nosotras. Pero alguien lo escuchó y lo... (publicaron en Glamorama), y la Pancha me dijo: “No tenía idea que estuvieron ustedes”. Si la Pancha hubiera querido decirlo, lo diría y no lo negaría; no tiene ni un filtro, diría “bueno, encuentro que ustedes son un cachureo”. ¿Me ofendí?Cuando recién lo vi, me descolocó, dije: “¿Qué onda? Porque yo no sabía, no estaba al tanto de los códigos. Y después me dijo: “Estai loca, yo ni siquiera sabía que habían ido, nada que ver”. Y también pensé: “¿Por qué nos va a tratar así si nos llevamos regio?”. Le dije que “lo único que me interesa es no ser ‘Epidemia’”.
¿La Pepi Velasco dice que soy generosa? Creo que en general mis amigos son todos bien generosos. Yo creo que la Pepi lo dice porque soy buena para invitar, me gusta juntar a la gente. Pero ella también es lo más generosa que hay; Rodrigo y la Nena (Muñoz) también. Lo que pasa es que me gusta invitar, que vaya gente a mi casa, juntarnos los domingos y que vayan todos con los cabros, los nietos, los perros y gatos. Pero me encanta que vayan, no es como “qué generosa, haré un sacrificio para esta pobre gente”. Jamás en la vida. Me muero si no van, si es la gente con la que uno quiere estar.
Me faltan hartas cosas por hacer. Me gustaría poder dedicarme a cosas relacionadas con la decoración e interiorismo, y trabajar con una de mis nietas, que es lo más talentosa que hay, y con la Pepi que también nos gusta; y con la Pepi tenemos un proyecto de una especie de stand up que queremos hacer.
Hay una serie que empecé a escribir, pero la vida no me alcanza y me encantaría tener más tiempo para escribir. La empecé hace mucho tiempo. Es de una familia muy divertida. La Milena Bastidas, que es la hija de Rodrigo y la Nena, es seca guionista y le dije: “Quiero que me hagas clase”. Me hizo clase de guion y ese era el proyecto que yo tenía, y dejamos unas cosas avanzadas, y no lo he podido terminar. Le quiero decir que la terminemos juntas, pero está con pega y con guagua chica. A la Milena la vi cuando tenía diez minutos de nacida, con Rodrigo sacándola con las mechas paradas; y yo la iba a buscar cuando tenía dos o tres años y salíamos a pasear. Y nuestra relación fue mutando, terminó siendo mi profesora de guion, y somos muy cercanas. Igual que con la Cata, la hija de la Pepi, que de hecho tenemos un grupo de la Cata, la Milena y yo, sin sus mamás, y nos juntamos. Las conocí desde que nacieron, y de chiquititas, y ahora son mujeres. Esa guagüita que vi nacer ahora es entre hija y amiga. Eso tiene que ver con las relaciones que perduran. Pensar que a esta cabra chica, que yo la pasaba a buscar y se daba cuenta que me había cambiado los aros, ahora resulta que es una mujer grande, resuelta, con hijos, que escribe como los dioses y una actriz increíble; y la Cata lo mismo. Me siento súper orgullosa de los hijos de mis amigos, no sólo de los míos.
Me gustaría no hacer nada un rato, o sea, poder estar leyendo calentita en la casa mientras llueve, tener ese tiempo cuando nos vayamos. (Con mi marido) compramos un sitio entre Villarrica y Lincanray; y la Pepi y Rodrigo también uno al lado. Es bueno tener a la gente de cerca. Es un tremendo proyecto familiar, armar este nuevo espacio para que que vayan todas las niñitas con los pololos, los maridos y los niños. Los pensamos para en un par de años; y si estamos con pega acá, viajar, aunque no podría ser una pega todos los días. Me imagino que los 18 septiembre lleguen en patota, con carreras en saco, palo encebado, harto juego de mesa, y todo eso que te hace estar con tu gente, que además ahora es tan difícil, porque la gente está tan metida en los teléfonos y pantallas. Hay tanto individualismo. Para mí es súper importante estar y pasar tiempo con mi familia. Soy súper de eventos. Para el Año Nuevo hago todas las cosas estúpidas que se pueda imaginar; y mis niñitas siempre han funcionado así, entonces ahora todo tiene que ser así, porque sino lo encuentran fome.
Mi hija Sofía (conocida por ser a la “Pitita” de Pituca sin lucas) está en quinto año de Derecho. No quiso ser actriz, porque es muy estructurada; no como yo, entonces me dijo: “Mamá, lo encuentro entretenido, pero no, la inestabilidad de los actores a mi personalidad no le funciona”. Igual hace sus cosas de “influencer”, ha hecho dos películas entre medio y, si le salen cosas, las hace. Pero es abogada. A muchos actores les da nervio que sus hijos sean actores, porque la verdad es que está bien difícil, creo que cada vez más. Pero si a ella le hubiera encantado y hubiera querido, la habría apoyado; porque creo que uno, más allá de las condiciones, tiene que hacer lo que le gusta nomás, porque sino es muy aburrida la vida.
Creo que los políticos deberían preocuparse menos de sus disputas pequeñas y dedicarse a lo que realmente la ciudadanía necesita. Algunos lo hacen, otros no. Independiente, uno como ciudadano no puede dejar de exigirse actitudes que ayuden un poco. Pueden parecer cosas super pedestres, pero, por ejemplo, a mis hijas siempre les decía: “Por favor, ustedes van a un lugar y saludan a las personas, a todos”. Saludar no es sólo una formalidad, es una manera de ver al otro. O cuando hay una persona que trabaja contigo, tienes que cuidar mucho la relación: evitar el abuso de poder, ser justo en lo que pagas, tenerla con las imposiciones al día... Son pequeños detalles que la gente de repente se los salta. Es tratar bien a la gente; no puede ser un mérito, tiene que ser una cosa que uno le enseña a sus hijos y que la aprendes en tu casa, a ser respetuoso, a considerar al otro, jamás hacerle bullying a alguien o burlarte de una persona porque tiene una cosa diferente. Son cuestiones súper cotidianas, pero hay que tratar de que hayan relaciones sanas y buenas. No haré más aporte que ese, porque no estoy en los ámbitos macro, entonces me preocupo de educar a mis hijas y nietas de esa manera. A lo mejor es un aporte picante, pero es el que puedo hacer. Y creo que hay mucha gente que no lo hace. Siento que los padres no transmiten valores a los hijos. Hay cosas que predicar con la palabra y el ejemplo, por supuesto, conversaciones que uno tiene que tener con los hijos y nietos. Y creo que las tengo. Creo que es una responsabilidad ciudadana.
Mi mamá tenía 98 años cuando murió en febrero del 2025. La echo de menos. Los últimos seis años vivimos juntas, desde que enviudó se vino a vivir a mi casa, en el 2019. Me pasa que llego a la puerta que era la de su pieza y como que se me olvida que se murió. Pero por otro lado, me siento tranquila, siento que la cuidé, que la regaloneé, que estuvo con mi familia y que se sintió querida. Cuando al final empezó a estar menos lúcida, y me confundía, y pensaba que yo era su mamá o su hermana, me daba lo mismo, porque en el fondo lo que importa es que esa persona se sienta súper querida y que eres una presencia que la acoge, la cuida y da seguridad... que seas la tía, la abuela o la hija, da exactamente lo mismo. No me importó que de repente no me reconociera. Me importaba que se sintiera acogida. Nada más.
Mi mamá era un amor, lo más positiva y cariñosa, y siempre estaba contenta, celebraba y encontraba las cosas ricas, y me encontraba linda: “Tú estás cada día más linda”, me decía, jeje. Se murió mi nana hace más tiempo, después mi papá y ahora mi mamá, y ahí sí que quede como huérfana total. A pesar de que al final termina una siento más mamá de los papás, cuando se te muere la última persona que miraste pa’ arriba alguna vez, te queda un sentimiento de orfandad grande. Quedas primera en la línea. A veces uno extraña ser hija, como esa sensación de poder descansar y que otros van a resolver. Pero ahora tú tienes que resolver. Y está bien. Pero uno extraña un poco esa sensación.
La idea de morir me aburre profundamente. No soy creyente, pero digo: “A lo mejor si hay un lugar atómico, no es tan terrible (morir)”. ¿Pero morir y no ser nada? Sé que no me daré cuenta, pero ahora que me doy cuenta lo encuentro fome. A lo mejor cuando esté toda hecha bolsa, encontraré que es un panorama estupendo morirse. Pero por ahora no.
Cuestionario Pop
Si no hubiera sido actriz, me hubiera gustado ser diseñadora de interiores o sicóloga.
En mi época de estudiante en la U.Católica era cero carretera y tampoco matea. Era totalmente del montón. No me destaqué en absolutamente nada, nunca fui presidenta de curso, mejor compañera ni nada.
¿Un apodo? “Magda” y “Maxi”, que no me gustaba, pero ahora ya le tengo hasta cariño.
Un sueño pendiente es viajar con mi marido por seis meses por lo menos, ¡solos! O con algunos amigos.
No tengo cábalas.
¿Una frase favorita? Son puros garabatos, ¿qué garabato me gusta?... “Conchesumadre”.
Un trabajo mío que no se conoce es que trabajé en una guardarropía, que fue una pega espantosa. Era la época del toque de queda y salía a las 2 AM, trabajaba de lunes a lunes, y era un ambiente pésimo.
Como me embaracé, con mi primer sueldo tuve que comprar puras cosas de guagua.
Me arrepiento de una relación que tuve, que me la pude haber saltado feliz de la vida. Fue pésima, pésima, absoluta, hace hartos años, antes de mi marido.
Un actor que admiro es Jaime Vadell hasta el fin.
¿Una actriz amiga? La Nena Muñoz, la Pepi Velasco y la Claudia Pérez, otras que no son tan conocidas como la Cata Gallardo y la Milena Bastidas.
Un pasatiempo oculto es que me gusta jardinear e intervenir muebles.
¿Una película que me haga llorar?... Es que no lloro mucho, me carga llorar, porque me duele la cabeza... Me encanta Un lugar llamado Notting Hill, que no me gustan mucho las películas románticas —soy más de thrillers—, pero esa me encanta. Me parecía tan tierna. Y con mi marido tenemos un banco igual que el que tenían e Notting Hill.
¿Un miedo? A la enfermedad, a ser un cacho para la gente.
No creo en el horóscopo. Soy Leo.
Si pudiera tener un superpoder, me gustaría tener una energía brutal, porque tengo poco energía en general, como tengo disautonomía.
¿Placeres culpables? Mis placeres culpables no me provocan ni una culposa, ¡cero culposa!
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado, invitaría a “La Quintrala”, a Juan XXIII y a la Marilyn Monroe
Magdalena Max-Neef es una actriz, mamá, abuela y amiga. Una persona que trata de vivir la vida con alegría.