Espectáculos

Macha y el Bloque Depresivo en el Estadio Nacional: El glorioso canto colectivo de la música cebolla

Durante casi tres horas y más de treinta canciones, el Estadio Nacional se transformó en un coro masivo donde el bolero, la música cebolla y la memoria colectiva se fundieron en una experiencia tan emotiva como festiva.

Macha y el Bloque Depresivo en el Estadio Nacional. Foto: Pedro Rodríguez - Copesa.

Que te vaya bien, no te cortes las venas”. Esa fue la despedida, medio en broma y medio en serio, de un grupo de amigos cuando inicié mi rumbo hacia el Estadio Nacional.

Durante la tarde, ya me habían dejado claro que la música de Macha y el Bloque Depresivo no era lo suyo, casi como reflejo de que para muchos el bolero, los valses y la música cebolla vienen con advertencia incluida.

Pero esa frase terminó funcionando como un umbral perfecto para mi experiencia en el estadio. Durante casi tres horas de concierto, se reforzó mi convicción de que la música cebolla no convoca al abismo, sino al encuentro. Al canto colectivo, a la emoción compartida y a una forma honesta de habitar la pena, junto al recuerdo de los seres queridos que precisamente cantaron estas canciones y ya no están.

No por nada el recinto ñuñoíno, completamente repleto, fue testigo de una jornada extensa y generosa, con más de una treintena de canciones que nunca se sintieron excesivas. Al contrario, el tiempo pareció estirarse para dar espacio a cada emoción, a cada coro y a cada recuerdo personal proyectado en masa.

La apertura, marcada por una orquestación de boleros, chachachás y ritmos cumbiancheros de la Sonora Chingona, mezclando músicos mexicanos junto a los excolaboradores de Tommy Rey, como Leo Soto y el resto de la Sonora de Todos, preparó el terreno con un ánimo festivo, transversal y profundamente generacional.

Ese clima inicial no se disipó, sino que se profundizó por completo con el plato de fondo. Cuando el Bloque Depresivo apareció en escena, la gente ya estaba dispuesta a dejarse llevar y a transformar un repertorio asociado al desgarro en una experiencia sorprendentemente luminosa y comunitaria.

Macha y el Bloque Depresivo en el Estadio Nacional. Foto: Pedro Rodríguez - Copesa.

El sonido fue clave para que aquello funcionara. Claro, potente y equilibrado, el trabajo musical de la banda destacó por su riqueza instrumental y el cuidado en los arreglos, especialmente en los covers de su contraparte en Chico Trujillo. En vivo ganaron cuerpo para forjar un diálogo directo con la audiencia.

Cada sección además aportó sin sobrecargar, reforzando una identidad sonora sólida y expresiva, que desde el comienzo perfiló una noche de mucho, pero mucho sentimiento.

En paralelo, uno de los rasgos más llamativos fue la respuesta de la gente. No se trató solo de acompañar estribillos, sino de corear canciones completas, estrofas enteras, como si el estadio entero fuera una sola garganta.

Esa fusión elevó la experiencia a otro nivel, en una suerte de karaoke masivo alejado de cualquier ironía.

Esa relación por supuesto que también produjo algo poco habitual en conciertos de esta magnitud: una conexión real entre banda y audiencia. Aquí no hubo distancia ni solemnidad, sino una circulación constante de energía, miradas, gestos y palabras que reforzaron la idea de un sentimiento siempre a flor de piel.

En ese escenario, la primera parte del show concentró varios de los temas más reconocibles del repertorio, generando un efecto inmediato. Canciones que fueron apropiadas desde el primer acorde, cantadas con intensidad, sin pudor y sin distancia, como exige este tipo de música.

Macha y el Bloque Depresivo en el Estadio Nacional. Foto: Pedro Rodríguez - Copesa.

Ahí estuvieron Qué es lo que pasa, Procuro olvidarte, el cover de Soda Stereo Trátame suavemente, El gran tirano, Hoy tengo ganas de ti, la celebrada versión de Loca de Chico Trujillo y una emotiva interpretación de Amiga, coreada de principio a fin.

En ese contexto, las reversiones y cruces estilísticos estuvieron lejos de romper el clima, pues funcionaron como verdaderos puentes generacionales, demostrando que estas canciones dialogan con distintos tiempos y memorias sin perder su centro afectivo.

Las participaciones especiales - incluyendo a Álvaro Henríquez, las cuerdas del Cuarteto Austral, Julieta Laso, Santaferia e inclusive Manu Chao - marcaron hitos claros. Cada invitado se integró de forma orgánica, sumando matices que fueron recibidos con fervor en canchas, galerías y tribunas colmadas.

Canciones como Solo tú, El triste, Lo que no fue no será, Sin excusas, La carretera, Regresa, Turista, Pequeña serenata diurna, La nave del olvido y Déjame decirte algo tocaron teclas emocionales variadas, con muchas siendo abrazadas con un fervor digno de lágrimas en las gargantas.

Claro que en la noche inclusive hubo espacio para el humor, la complicidad y la ironía. Macha condujo la noche con naturalidad y cercanía. “¿Quieren bailar cumbia? ¡Van a tener que ir a huevear a otra parte!”, lanzó entre risas.

Macha y el Bloque Depresivo en el Estadio Nacional. Foto: Pedro Rodríguez - Copesa.

Igual cabe destacar que uno de los momentos más intensos llegó cuando la música se cruzó con la memoria histórica del Nacional. Las pantallas iluminaron el memorial de los detenidos durante la dictadura y el estadio respondió con un canto espontáneo y estremecedor, clamando que “el pueblo unido, jamás será vencido”.

Fue en ese instante que Macha lanzó una de las frases más potentes y definitorias de la noche: “El cantar juntos nos hace sanar”. Simples y directas, esas palabras encontraron pleno sentido en un espacio cargado de historia, dolor y resistencia, resignificado por miles de voces unidas.

Pero el concierto nunca quedó anclado en la solemnidad. La fiesta volvió una y otra vez, especialmente cuando el repertorio se acercó a lo popular y lo barrial, provocando un jolgorio que convivió sin conflicto con la emoción más cruda.

Hacia el tramo final, la intensidad tampoco decayó. El cansancio físico fue reemplazado por una catarsis colectiva, donde cada canción funcionó como despedida y abrazo al mismo tiempo.

El homenaje al fallecido Claudio “Pájaro” Araya, previo a la potente interpretación de Continentales, reforzó esa sensación de comunidad. El minuto de ruido solicitado desde el escenario fue más que un gesto simbólico: fue una forma de recordar juntos y de hacer presente a quienes ya no están.

Macha y el Bloque Depresivo en el Estadio Nacional. Foto: Pedro Rodríguez - Copesa.

En ese emotivo tramo final, el encore extendió la noche con una seguidilla de canciones recibidas como un regalo final. Ahí estuvieron Óleo de mujer con sombrero, Libre, Verdad amarga, Perros y gatos y una versión de Canción de las simples cosas de Mercedes Sosa.

En medio de todo eso, pocos eran los apurados por irse. Y es que el estadio seguía cantando, consciente de estar viviendo un momento difícil de repetir.

No por nada, un par de horas antes, el propio Macha - que en un momento de la noche terminó sollozando arrodillado - había reconocido el hito que representaba esta fecha: “Estamos emocionados, contentos, muy felices. ¡Se puede!”. Y claramente lo consiguieron.

Por eso solo queda remarcar que la música cebolla no es solo un refugio para el desconsuelo, sino un espacio para compartirlo. Transforma la pena en coro, la memoria en abrazo y el dolor en algo que se puede cantar de frente, sin vergüenza.

Tal vez por eso, cuando alguien dice “no te cortes las venas”, simplemente no considera que estas canciones no empujan al vacío: nos sientan juntos, nos hacen cantar y nos recuerdan, a viva voz, que incluso en la tristeza podemos estar acompañados por la música. Y hay pocas cosas tan reconfortantes como saber que no estamos solos.

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