Crítica de cine: Anaconda, una sátira estúpida sobre remakes que muerde menos de lo que promete
La nueva versión de Anaconda renuncia a cualquier atisbo de seriedad, pero su humor irregular y su falta de convicción impiden que la tontera termine de transformarse en una comedia realmente efectiva.
Hablar de películas estúpidas suele ser, injustamente, una forma elegante de descalificarlas. Como si la tontera consciente, asumida y trabajada fuese un pecado capital del cine.
Pero la historia demuestra exactamente lo contrario: cuando están bien hechas, las películas idiotas pueden ser comedias memorables, vehículos perfectos para el absurdo y, en no pocos casos, obras que con el tiempo terminan convertidas en productos de culto.
Es decir, el problema nunca ha sido la falta de inteligencia, sino la falta de convicción, oficio o talento para abrazar esa tontera hasta sus últimas consecuencias.
La Anaconda original es un buen ejemplo de cómo no hacerlo. Estrenada a fines de los noventa, y siguiendo la tradición de las copias que buscan imitar a Tiburón, esa película de terror y aventura era mala incluso para los estándares de su época. No solo tenía efectos digitales pobres, sino que también personajes planos y un tono incapaz de decidir si quería ser seria o ridícula.
Y a casi 30 años de su estreno, la película sobrevive en la memoria colectiva no por algún mérito oculto, sino por lo rudimentario de su ejecución. Incluso sus supuestos placeres de cine de monstruos quedaban limitados por sus propias carencias, ofreciendo poco tanto a espectadores ocasionales como a los fanáticos del género.
La nueva versión de Anaconda parte desde un lugar diametralmente opuesto y ahí reside, al menos, su acierto conceptual. Los realizadores se trazaron un doble desafío: hacer una comedia estúpida y, al mismo tiempo, reimaginar una película que ya era muy mala y poco memorable.
En vez de intentar elevar al material original, la nueva Anaconda corta cualquier amarra con la seriedad y desde sus primeros minutos deja claro que no tiene mayores pretensiones: es una comedia que busca reírse del negocio de los remakes y, de paso, de la propia idea de hacer una nueva versión poco seria de la olvidable película de 1997. Y desde ese punto de vista, la película plantea un punto de partida que por lo menos es interesante.
La historia sigue así a un grupo de amigos que, atrapados en crisis de mediana edad, adquieren los derechos de Anaconda para filmar su propio remake independiente en la Amazonía. Aunque se declaran fans de la película original, la oportunidad en realidad representa la opción de hacer realidad al sueño que nunca lograron concretar en sus vidas.
Mal que mal, uno ha fracasado como actor (Paul Rudd), otro pierde tiempo haciendo videos de bodas (Jack Jack), otro es solo el yunta del anterior (Steve Zahn) y, finalmente, la mujer del grupo (Thandiwe Newton) es una abogada exitosa que está saliendo de un divorcio.
La película se posiciona así como una farsa autoconsciente que intenta convertir a un ícono menor del cine basura noventero en el motor de una comedia meta sobre la industria. No solo ironiza sobre los remakes, sino también sobre la nostalgia mal entendida, el vacío creativo de los estudios y la romantización tardía de sueños juveniles frustrados.
En teoría, todo eso es el terreno ideal para un humor deslenguado, absurdo y autorreferente, capaz de explotar a un elenco con probada capacidad cómica.
Sin embargo, la Anaconda 2025 no logra hacer del todo bien ese trabajo y lo que podría haber sido una virtud termina transformándose en una película que, lejos de jugar a favor de su espíritu lúdico, termina desperdiciando la oportunidad que tiene en frente..
De partida, el guion no tiene el talento ni la precisión cómica necesarios para sacar provecho de Jack Black y Paul Rudd. Ambos hacen lo que usualmente se espera de ellos, pero la película se queda a medio camino y nunca logra abrazar del todo su propia tontera.
Paradójicamente, cuando entra en acción la inevitable anaconda gigante, la película pierde aún más terreno. Lejos de potenciar su propuesta, la aparición de la serpiente desperdicia las posibilidades que ofrecía la idea de subvertir lo que se espera de un remake. El humor se diluye, la sátira se vuelve confusa y la película parece no saber si la criatura es una amenaza, un chiste o ambos a la vez.
Tom Gormican, el director de esta nueva versión, ya había explorado con mayor éxito el juego meta en El peso del talento, la película donde Pedro Pascal interpretaba a un excéntrico fanático de Nicolas Cage. Allí, la autorreferencia tenía un objetivo claro y un corazón emocional reconocible que terminaba funcionando.
En esta nueva Anaconda, en cambio, muchos de los elementos meta quedan en el tintero, incluidos los cameos y los guiños cinéfilos que parecen más esbozos que ideas desarrolladas.
Nada de esto quiere decir que Anaconda sea un desastre total. Hay pasajes sinceramente divertidos, momentos en que la tontera funciona y chistes que logran hacer gracia por simple insistencia en el absurdo.
Sin embargo, el balance final es difícil de esquivar: por su escala, su factura visual y la ligereza de lo que propone, la película se siente más cercana a una producción pensada para streaming que a una comedia concebida para la experiencia de la sala de cine.
Por eso, al final, Anaconda confirma que las películas tontas no son el verdadero obstáculo. Lo que falla es la falta de valentía para asumir esa tontera hasta el final. Cuando una comedia absurda duda de sí misma y no confía en su propio ridículo, acaba mordiendo su propia cola. Y ese es el destino de esta serpiente.
Anaconda llega a cines este 25 de diciembre.
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