Crítica de cine: La Ola, un musical que vale la pena porque incomoda a casi todos
La nueva obra del director de Una Mujer Fantástica aborda tensiones del feminismo, las defensas de los abusos y las grietas de las funas con una mirada que desafía y busca ir más allá de la denuncia. Todo esto en clave musical.
El director Sebastián Lelio regresa con La Ola, una propuesta llena de números musicales que, desde su propia concepción, parece destinada a incomodar a todos.
La película se adentra en territorios cargados de tensiones, desde la lucha feminista hasta las contradicciones de una sociedad que normaliza los abusos, mientras no falta el que cuestiona a denunciantes. Esto último se da especialmente cuando el dinero está en juego y existe un poder suficiente para sobrevivir inclusive a la peor de las funas.
A grandes rasgos, su historia, inspirada por el mayo feminista de 2018, se centra en una estudiante chilena ligada al arte, y que tiene problemas para sacar su voz como cantante, que se involucra en un movimiento feminista en una universidad marcada por las denuncias de abuso.
Claro que todo toma un vuelco particular, que está en constante evaluación, ya que la joven se convierte en una figura central del movimiento, a partir de su propia historia marcada por contradicciones, silencios, autosaboteos y dudas.
Pero aunque su sinopsis sugiere un relato que podría abrazar el manifiesto o de lleno el panfleto, Lelio y el equipo realizador, que en guión también incluye a Josefina Fernández, Manuela Infante y Paloma Salas, opta por lo contrario: por momentos no trata con guante blanco a sectores del feminismo, no solo en términos de clases, e incluso pone sobre el tapete los cuestionamientos sobre los mecanismos de denuncia.
La película sin duda tiene la valentía de mirar más allá de lo evidente, por lo que su gran fortaleza es que incomoda tanto a quienes esperaban un retrato militante como a aquellos que criticarán la obra sin siquiera verla.
La protagonista, interpretada por la debutante Daniela López, se transforma en un espejo de las disputas sociales, las luchas de clase y las caretas de los victimarios, mientras el relato igual nos recuerda constantemente que siempre hay quienes buscan salir indemnes, aunque el prontuario moral los condene.
En todo eso, Lelio y el equipo tras La Ola no excusan a nadie, incluyendo a los defensores de los funados o el propio ritual de la funa.
Para concretar todo lo anterior, La Ola no se queda en la mera ambición cinematográfica y se apoya en una puesta en escena que, aunque a ratos pesada, sabe generar varios momentos memorables.
Solo por nombrar algunas escenas, destacan especialmente una secuencia que involucra a Carabineros y otra que concreta una ruptura de la cuarta pared, un recurso con el que la narración cuestiona incluso su propia narrativa dirigida por un hombre. Y en ese camino, los sets se interconectan para ir y volver al momento denunciado que parece marcado por una nebulosa.
Otro de sus aspectos destacados está obviamente en la música, que incluye el trabajo de artistas como Camila Moreno, Javiera Parra y Anita Tijoux. Sin ser memorable, las letras de las canciones acompañan con precisión las tensiones y contradicciones del guion, mientras la película acompaña todo aquello con un trabajo coreográfico inusual para el cine latinoamericano, sorprendiendo por su ambición estética y su riesgo creativo para acompañar las pulsiones del relato.
Sin embargo, el gran problema de La Ola no tiene que ver mucho con lo que dice o hace, sino que con su llegada que se siente a destiempo. En pleno auge del #MeToo, probablemente habría sido recibida como una obra más relevante. Hoy, en cambio, su enganche se siente más reducido. Tampoco ayuda que exista la sombra de un musical resiente como Emilia Pérez, aunque esta película sale más victoriosa en alcanzar su objetivo y no cae en el vicio de contar un contexto social que no maneja.
Lo más importante es que La Ola no deja de ser relevante. Si bien su estructura narrativa se resiente -con un desenlace alargado que parece multiplicar los finales-, la película consigue que la conversación no termine cuando aparecen los créditos y uno tenga que rumiar lo que propone. Cualquier primera impresión va a quedarse en la mera tirria salida de las entrañas y eso generalmente nunca tiene valor.
La Ola no es una película fácil ni complaciente. Es pesada, ambigua y excesiva en varios aspectos, pero al mismo tiempo es bastante valiente. Y aunque su cierre no esté del todo bien resuelto, deja lo esencial: un terreno fértil para debatir sobre las contradicciones sociales y personales de un mundo que, salvo la necesaria condena que debe existir contra el abuso, no es ni tan blanco ni tan negro.
La Ola ya se encuentra disponible en cines.
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