Crítica de cine: Lo que no se dijo, la desconexión en tiempos de hiperconexión
Bajo el disfraz de una comedia noventera sobre la venta de celulares, la película chilena de Ricardo Valenzuela Pinilla revela una amarga crítica sobre la erosión de los vínculos humanos en el mundo moderno.
Ambientada en 1994, Lo que no se dijo transcurre en los paisajes sureños de Chile, donde dos vendedores recorren los caminos rurales intentando convencer a los campesinos de que necesitan una nueva maravilla tecnológica: el teléfono celular.
Patricia Cuyul interpreta a Margarita, una entusiasta trabajadora que sigue al pie de la letra el discurso de ka compañía estadounidense para la que trabaja, mientras su compañero - encarnado por Héctor Morales - comparte el mismo entusiasmo por la promesa de progreso y éxito.
La película parte como una comedia que centra su humor en las torpezas del dúo que intenta “vender comunicación” a quienes ni siquiera saben lo que es un celular, siempre con la mirada puesta en los bonos y comisiones que impulsa la sociedad capitalista. Pero poco a poco la historia revela una capa más profunda: la deshumanización que nace cuando todo se reduce a una transacción.
Valenzuela filma con una mirada entrañable, mostrando la tensión entre la modernidad que promete unir y la ruralidad que se resiste a ser absorbida. Cada puerta que los vendedores tocan también se convierte en un espejo del vacío que ellos mismos llevan dentro en un mundo impulsado por el dinero.
Mariana Loyola, en tanto, interpreta a la amiga de Margarita, que cuida a su hija mientras vive con problemas económicos y nadie, pero absolutamente nadie, respeta lo único que es realmente suyo: el pequeño jardín que tiene frente a su puerta.
La contradicción de Margarita es el corazón del relato: vende celulares, pero no logra hablar con su propia madre, una mujer devota a Juan Pablo II que vive revisando VHS sobre la visita del Santo Padre a Chile. Ese quiebre familiar encarna la verdadera imposibilidad de comunicarse en un mundo saturado de mensajes.
Cuyul compone a una protagonista vulnerable, atrapada entre la presión laboral y las grietas de su vida doméstica junto a su hija y su callada mamá. Su compañero, interpretado con sobriedad por Morales, por otro lado refleja el mismo desgaste de un sistema que promete éxito a cambio de supuesto esfuerzo.
Es en ese entorno que el guion logra una crítica sutil pero incisiva: la paradoja de una era que celebra la conexión, mientras multiplica la soledad. En ese sentido, la película se siente tan noventera como actual, recordando que la hiperconectividad actual solo amplificó lo que en los años noventa ya comenzaba a insinuarse: la falsa promesa de que más tecnología equivale a un mundo mejor.
Con una cuidada recreación de época, entre celulares sin pantallas táctiles, trajes incómodos en medio de caminos de barro y una fiesta de oficina gris, Lo que no se dijo combina humor negro, drama y melancolía, mientras que los paisajes del sur chileno se transforman en metáfora de una desconexión emocional que ni la mejor señal podría reparar.
Aunque la película no logra mantener completamente el pulso de su relato de principio a fin, sí culmina con una sensación de extraña calma, donde la comedia inicial se disuelve en un retrato sobre la desconexión emocional y la fragilidad humana. Más que hablar de teléfonos o ventas, la película termina recordando que, incluso en la era de la comunicación, seguimos con grandes problemas para hablarnos.
Lo que no se dijo ya se encuentra en cines.
Lo último
20:41
18:05
17:23
16:40
15:01