Por Paulo QuinterosCrítica de cine: Mátate, amor y el peso del cine cuando decide arrollar
Lo nuevo de Lynne Ramsay, directora de la controvertida “Tenemos que hablar de Kevin”, es protagonizada por Jennifer Lawrence para concretar una experiencia que aplasta en un viaje sin concesiones al corazón de la locura y la maternidad.

Hay películas, especialmente en las producciones de Hollywood que repletan la cartelera, que invitan al espectador para que se deje llevar mientras se devora las cabritas. Matate, amor no ofrece tal cortesía: es como un camión que te impacta sin aviso.
Desde sus primeras escenas, rápidamente va quedando claro que no hay respiro ni comodidad posible. Lynne Ramsay, una directora que ya ha dado que hablar con obras como la potente Tenemos que hablar de Kevin, convierte a esta nueva historia en un asedio emocional, un descenso a la mente fracturada de una mujer atrapada entre la maternidad, la culpa y el deseo.
Grace, interpretada con ferocidad por Jennifer Lawrence, vive en una casa en medio del bosque junto a su pareja (Robert Pattinson) y su bebé recién nacido.
Claro que más que una historia familiar, la película es un registro del naufragio de la razón. Sin entrar en detalles, Grace ya está quebrada cuando la conocemos y a partir de su vida en el campo se da pie a su combustión.

En ese trabajo, la cámara de Ramsay no busca distancia. Se pega al rostro, a su respiración casi ahogada, al temblor de sus inseguridades y, por supuesto, a una cotidianidad que la ahoga. Cada plano es como una trampa para las inseguridades, los miedos e inclusive los prejuicios.
En pantalla vemos como el día a día tradicional se desfigura: un baño, un llanto, el ladrido recurrente de un perro, un amanecer se convierten en rituales de angustia.
El guion, adaptado de la novela de la escritora argentina Ariana Harwicz, avanza con un tono febril y una secuencia de imágenes fragmentadas que dan pie a una sucesión de delirios, lapsos y silencios que hablan más que las palabras.
En todo ese camino, la actriz ofrece una interpretación potente en donde encarna al dolor de una mujer que poco a poco va siendo desbordada. En su cuerpo conviven la violencia, la ternura y la negación, mientras la lucidez se difumina como la mirada en medio de una densa neblina.

Robert Pattinson funciona como su contrapeso: un hombre al borde de lo inútil que ama pero no puede entender, que mira el derrumbe sin herramientas para detenerlo y cuyas soluciones, desde un perro a una solicitud de matrimonio, hacen más daño de lo que su cabeza simpletona puede imaginar.
Ramsay, fiel a su estilo, convierte a toda la naturaleza y los sets en materia narrativa. El bosque, la tierra, y, por supuesto, la pieza matrimonial, se entrelazan con el ahogo y el desequilibrio mental de Grace.
Matate, amor no es un relato lineal ni fácil de digerir. Es una experiencia que confunde, se repite y se deshace. Que por supuesto no será abrazada por todos y tendrá más de un detractor. Quien la vea esperando entretenimiento, o una linealidad narrativa, saldrá frustrado. Quien se deje arrastrar por su densidad, saldrá marcado.
Porque esta no es una película que se disfruta. Es una película que se sobrevive. Un golpe directo al pecho, filmado con la convicción de que el cine, cuando se toma en serio, no tiene por qué ser amable.
Mátate, Amor ya está en cines.
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