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Crítica de cine: Misión Imposible - La Sentencia Final tropieza bajo el peso de su propio legado

La octava y última entrega de la saga ofrece secuencias de acción espectaculares y mantiene el compromiso físico de Tom Cruise, pero en su afán por conectar todo con misiones anteriores, sacrifica claridad narrativa, ritmo y el espíritu original del thriller de espionaje que la consagró.

Después de encontrar su rumbo con la cuarta entrega y capitalizar el carisma de Tom Cruise, dispuesto a desafiar la muerte en cada secuencia de acción, la saga de Misión Imposible alcanzó alturas que pocas franquicias del género han logrado tocar.

Pero ese mismo éxito ahora terminó por jugarle en contra: con sus dos últimas películas, la franquicia comenzó a girar tanto sobre sí misma que olvidó sus mejores características.

Su Sentencia Final ofrece, como era de esperar, momentos espectaculares. Una secuencia submarina asfixiante y un clímax aéreo de primer nivel recuerdan por qué estas películas siguen siendo, por sobre todas las cosas, un espectáculo visual sin igual que ratifica por qué el cine no puede replicarse en una pantalla hogareña. Y Cruise sigue siendo el alma de ese show.

Pero fuera de estas cumbres de adrenalina, la historia tropieza bajo el peso de su propio legado.

A grandes rasgos, en esta nueva entrega, Ethan Hunt y su equipo deben continuar su batalla contra una amenaza tecnológica que no solo pone en jaque a gobiernos, sino a la noción misma del control y la verdad.

A medida que se desata una carrera contra el tiempo, ya en avance desde la película anterior, la misión adquiere un tono sombrío e ineludible: el futuro del mundo depende de impedir que la inteligencia artificial autónoma al centro de su historia tome el control definitivo de códigos nucleares y genere el fin de todo lo conocido.

La historia, fiel al estilo de la saga, avanza entre engaños, persecuciones y el peligro de que hay humanos que se han volcado en favor de la IA gracias a la posverdad y las fake news, llevando al límite la idea de que no se puede confiar en nadie. Todo esto mientras las autoridades de Estados Unidos, que tienen el dedo en sus botones explosivos ante la propia soga que decidieron poner sobre sus cuellos, son los grandes responsables.

En ese sentido, uno de los aspectos más ambiciosos de Sentencia Final es su decisión de seguir expandiendo geográficamente el conflicto. Esta vez, el equipo recorre múltiples locaciones internacionales, incluyendo paisajes árticos y desérticos , lo que no solo realza la escala del relato, sino que también subraya la idea de una amenaza verdaderamente global. Y su uso de escenarios reales también aporta textura y verosimilitud, reafirmando la tradición de la saga de dar una aventura más palpable y con menos pantallas verdes.

Otro punto destacado es que la película también logra transmitir de forma eficaz la tensión inherente a una cuenta regresiva que lo amenaza todo. Desde el primer acto, se instala un sentido de urgencia que rara vez se disipa. Más aún, la constante sensación de que el mundo entero puede colapsar en cualquier momento inyecta energía incluso en los momentos más verbales o expositivos del guion.

Y ese pulso narrativo, marcado por literales cuentas regresivas, códigos que deben desbloquearse, engaños y decisiones límite, mantiene la atención a pesar de las irregularidades estructurales presentes en esta misión.

Lo anterior se da por la necesidad constante de hacer referencias a las entregas anteriores, lo que convierte al relato de Sentencia Final en un rompecabezas que requiere haber visto (y recordado bien) toda la saga.

Desde la confabulación de la IA amenazante que conecta con los eventos de la primera película de Brian De Palma, hasta el rescate de antiguos MacGuffins de secuelas posteriores, esta octava entrega se obsesiona con conectar todo con todo. Aunque eso puede ser gratificante para fans veteranos, también es probable que el público general se sienta perdido entre tantas capas de historia retroactiva.

En todo ese juego, el villano humano interpretado por Esai Morales, aunque inquietante, también exige demasiada suspensión de la incredulidad. Su capacidad para anticiparse a Ethan Hunt y compañía raya en lo inverosímil, y resta tensión a una trama que, por momentos, parece más interesada en recordar lo que ya ocurrió que en construir algo consistente. Y eso es lamentable considerando justamente lo que hicieron con las misiones previas.

Y con casi tres horas de duración, otro factor a destacar es que el ritmo en todo ese viaje global se resiente, pues la narrativa se dispersa en su afán de cerrar cabos y rendir homenaje a su propia mitología. Incluso cuando acierta (como al traer de vuelta a un personaje olvidado de la primera película), el impacto queda diluido por una estructura sobreexplicada que insiste, una y otra vez, en recalcar lo que está en juego. Como si no lo supiéramos desde el primer acto.

Solo basta agregar que en medio de todo ese cambalache, no es casual que con esta película muchos vayan a sacar a colación a la saga de Terminator, pues la amenaza de la IA al centro de la historia, y su tono apocalíptico, empujan a Misión Imposible a un terreno que le resulta ajeno, alejándola de sus raíces como thriller de espionaje.

Aún así, lo más positivo en ese escenario es que esta sigue siendo una película de acción de primera línea y el equipo de Hunt conserva algo de esa dinámica que nos hizo seguirlos por tantas películas. Esas cosas sin duda mantienen cierto nivel de interés hasta el final, el cual también refuerza que Cruise lo da todo. Inclusive aquello que uno no cree posible.

Por eso Sentencia Final no es un fracaso, ni mucho menos. Es una superproducción técnicamente impecable, con secuencias memorables y un protagonista que sigue dejando el alma (y el cuerpo) en cada toma. Pero al mirar en retrospectiva lo que esta saga supo lograr, especialmente entre la cuarta y sexta entrega, es inevitable sentir que esta vez se quedó corta frente al estándar que ella misma estableció.

La película entretiene, deslumbra con sus piruetas de acción y plantea ideas interesantes para empujar su cuenta regresiva, como los agentes humanos pro IA, pero también carga con el peso de una mitología que se vuelve más lastre que impulso al intentar conectar cosas que originalmente no tenían mayor conexión y que, más aún, jugaban con la idea de una misión independiente realizada por directores diferentes. Y todo eso solo refuerza que incluso las misiones imposibles necesitan recordar que menos puede ser más.

Misión Imposible - La Sentencia final ya está en cines.

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