Crítica de cine: Thunderbolts*, un respiro ante el MCU reciente que igual termina picando
Aunque no logra romper con la estructura predecible del universo reciente de Marvel Studios, esta nueva película ofrece momentos interesantes y personajes que despiertan algo de frescura. Todo esto en medio de las teclas esperadas que resuenan y su marco predecible.
“Es mi naturaleza”, dice el escorpión en una conocida fábula antes de hundirse junto a la rana que decidió confiar en él, creyendo que no recibiría el aguijón que sería la condena de ambos.
La moraleja es sencilla: hay cosas que no cambian, por más advertencias o buenas intenciones que existan. Y en el caso de Marvel Studios, esa fábula se siente cada vez más precisa en su sucesión de estrenos blandos, predecibles y que, inclusive, podrían ser intercambiables entre sí.
Claro, con cada nuevo estreno —y Thunderbolts* no es la excepción— el estudio promete una ruptura en la dinámica, una exploración de un nuevo género (¡Ahora haremos una heist movie!), un tono distinto, una apuesta más madura o incluso pomposa ante las historias del multiverso que se han instalado desde el punto cúlmine que representó Avengers: Endgame.
Y el público, como la rana, vuelve una y otra vez con la esperanza de que esta vez sí será diferente.
Pero una vez que comienza la película, inevitablemente el aguijón se hace sentir: tenemos una estructura familiar, humor forzado, antagonistas planos y una aparente necesidad de conectar todo con todo, aún si eso le resta peso a la historia que se intenta contar o, como pasa en esta película, termina jugándole en contra.
En este nuevo capítulo de la teleserie superheroica sin fin, su historia nos presenta a un grupo de personajes rotos, menores y marginales del MCU —Yelena Belova, John Walker, Ghost, entre otros— que provienen de otras películas y series de televisión.
Todos ellos, desde que desaparecieron de pantalla, han estado bajo las órdenes de Valentina Allegra de Fontaine (Julia Louis-Dreyfus), cumpliendo misiones sucias que los Vengadores no harían.
En base a ese esquema, e impulsándose como una versión “a lo Marvel” de Suicide Squad, la película tiene su mejor lado y logra explorar dilemas morales, traumas y la inevitable ruta de redención que hay en este tipo de películas de antihéroes para toda la familia.
Pero en paralelo, la película da un giro para conectar con el resto del universo y que se desarrolla de forma poco convincente: una posible destitución de Valentina como jefa de la CIA, que nada tiene que ver con el Presidente que se convirtió en un Hulk, la lleva a ocultar sus planes sucios bajo la alfombra. Algo que precisamente incluye a Yelena y compañía, quienes pasan a estar en la mira de sus soldados.
Y con el grupo siendo perseguido, con Bucky Barnes y el Guardián Rojo sumándose en el camino, inevitablemente sale a la luz que un súper plan secreto pone en riesgo al mundo. Otra vez.
Sin entrar en mayores detalles, solo basta agregar que lo que podría haber sido una oportunidad para profundizar en temas de poder y corrupción se convierte en un obstáculo narrativo. No solo carece de interés, sino que además se ve entorpecido por el propio desorden previo del universo Marvel.
La confusa línea de tiempo heredada de series y películas como Capitán América 4, con saltos de meses y años sin contexto claro, termina diluyendo cualquier sentido de urgencia o relevancia. Basta decir que la promesa de un universo cohesionado —la gran carta de Marvel durante una década— ahora sin duda le juega en contra, dejando todo en la mayor nebulosa posible para que los fans no noten los agujeros ni el aguijón que los apunta.
Pese a lo anterior, hay que destacar que Thunderbolts* tiene momentos por encima del promedio del universo cinematográfico Marvel reciente. Aquí hay actuaciones que funcionan, se logra química entre algunos personajes, otros se transforman en grandes sorpresas y una que otra escena está bien dirigida, pese a que también están aquellas que dejan en claro que corresponden a las típicas refilmaciones con menos presupuesto (como ocurre con una misión inicial de Yelena) que se realizan mientras la empresa trabaja en los guiones en el propio set de filmación.
Por eso también debo volver a la idea de que el conjunto de esta producción dirigida por Jake Schreier arrastra los mismos vicios de siempre, y el resultado final deja esa sensación de déjà vu que ya no sorprende y que, para muchos, cansa.
En mi caso, aunque la nostalgia —esa que viene de recordar que la primera película que vi en el cine fue una de superhéroes— me mantiene viendo estas historias, ya no encuentro en ellas la frescura ni el asombro que alguna vez definieron al género. Siento que lo he visto todo y extraño los tiempos en que las películas de superhéroes no eran tan, pero tan predecibles.
Solo basta agregar que desde su primer tráiler, y sin necesidad de spoilers, era fácil anticipar el tipo de historia que Thunderbolts iba a contar. El resultado final, con mínimas variaciones, confirma esa intuición que muchos ya tenemos incorporada como audiencia luego de años viendo la misma fórmula repetirse.
Aquí pasa lo que uno sabe que va a pasar, pero el verdadero problema es que muchas veces no se justifica por qué debe pasar. Los personajes actúan porque el guion los necesita en ciertas posiciones, no porque el desarrollo emocional o narrativo los lleve allí. Y Thunderbolts tantea un buen escenario para abordar esas cosas, pero en general se queda solo en la superficie. Con suerte profundizan en Yelena y Bob, la gran estrella secreta de la película.
Y todo eso a la larga encapsula a uno de los grandes defectos que arrastra el MCU actual: un universo que dice expandirse, pero que parece cada vez más atrapado en sus propias reglas, estructuras y exigencias industriales.
Y por eso Marvel pica. No porque odie al espectador, sino porque simplemente no puede evitarlo.
Thunderbolts* se estrena con funciones adelantadas este miércoles 30 de abril.
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