Crítica de series: The Last of Us y un final que justifica el futuro de la mejor adaptación de un videojuego

La segunda temporada de la serie de HBO enfrentó con valentía el desafío de adaptar la historia divisiva del videojuego y emerge con una gran propuesta que logra escudriñar en el ciclo vicioso del que sus personajes, especialmente Ellie y Abby, no pueden escapar.

Adaptar la historia del videojuego The Last of Us Part II siempre fue una empresa arriesgada. No solo por la complejidad emocional de su historia ni los cambios de foco que experimenta a lo largo de su travesía, sino porque el juego de Naughty Dog tomó una de las decisiones narrativas más divisivas en la historia reciente: matar a Joel al inicio y dejar que el resto del relato fuera impulsado por la venganza y el dolor.

Llevar eso a la pantalla, sabiendo la devoción que despierta Pedro Pascal, planteaba una interrogante gigantesca para HBO.

Pero el final de la segunda temporada confirma que el riesgo valió la pena y que esta serie no perdió el gran camino que ya había logrado pavimentar en la primera temporada.

De hecho, la serie, desde la emisión de su comentado segundo episodio, no escapó del golpe. Lo enfrentó con una crudeza que honró al material original, pero fue muchísimo más allá del shock al aprovechar las condiciones de una serialización live-action. Algo a lo que sacaron partido con su penúltimo episodio de flashback extendido.

Y eso fue posible porque desde el punto de quiebre que marcó la muerte, la narrativa se volvió una espiral de desquite, guiada por la Ellie de Bella Ramsey, cuya interpretación en esta temporada resulta aún más cruda y desgarradora

Es decir, aunque por momentos queda claro que Ellie no solo clama justicia en su vida, buscando un sentido al conectar con otro ser humano como Dina (Isabela Merced), lamentablemente lo que también ha encontrado es más sangre, más vacío y más heridas abiertas. Y eso ha elevado aún más el nivel alcanzado por la serie.

1

En ese mismo plano también apareció Abby, encarnada con solidez por Kaitlyn Dever, quien como contraparte se instaló como el otro extremo de ese mismo resentimiento.

Su incorporación dosificada, que se extenderá sin duda en la próxima temporada, nos permitió ver la otra cara del espejo tras la decisión de Joel al final de la temporada anterior. Más aún, su propio camino llevó a que Ellie y Abby quedasen atrapadas en un ciclo que se alimenta a sí mismo. Y por eso la serie da en el clavo al retratar una sociedad que no puede ni quiere sanar, ni siquiera con el paso del tiempo.

Ese círculo vicioso, esa sensación de que hay cosas que no se pueden dejar atrás, también se extiende más allá de los personajes. Desde la primera temporada quedó claro que el mundo de The Last of Us es uno que colapsó hace décadas, pero la nueva tanda de episodios solo reforzó su incapacidad de reconstrucción, algo que se vuelve cada vez más evidente y palpable con el conflicto de fondo, entre los dos grupos opositores, en medio de las ruinas de Seatle.

En ese sentido, la aparición de los Serafitas en el episodio final, con su emboscada letal a Ellie, pone de manifiesto una vez más que el peligro es omnipresente en esta historia y refuerza las expectativas de que finalmente puedan ser desarrollados en la próxima tanda de capítulos.

Pero quizás lo mejor de todo es que con su aparición, la serie no oculta que los infectados no son los más temibles, pues los propios humanos y su capacidad para distorsionar lo justo y lo necesario, según sus intereses y lealtades emocionales, terminaron de enviar al mundo al demonio.

1

En medio de este panorama devastador, también hay que destacar que la relación entre Ellie y Dina logró surgir como uno de los pocos faros de esperanza. La serie invirtió tiempo en desarrollar esta conexión con delicadeza, permitiendo que respire incluso cuando la oscuridad amenaza tragarse todo. Es decir, que sea un recordatorio constante de que, aunque el mundo arda, aún hay algo que puede valer la pena proteger.

Por eso el cliffhanger con que cierra la temporada —sin entrar en detalles— funciona como un cierre natural para este ciclo de capítulos. No solo por seguir fielmente la estructura del juego, sino porque establece una transición clara: esta historia ya no es solo de Ellie.

Al igual que lo hizo el juego, la serie se preparará para cambiar un poco el foco hacia Abby, ampliando el espectro emocional del conflicto y proponiendo algo radical: que todos creen ser los héroes de su propia historia. Y, más allá de los cambios en la adaptación, eso sin duda es una excelente proyección para lo que está por venir.

Por eso solo queda remarcar que la segunda temporada de The Last of Us no solo se atrevió con la tarea difícil que dejó de base la historia del juego, sino que en su adaptación la impulsa de forma más profunda, más dolorosa y más humana, logrando que uno entienda por qué decidieron adaptar todo en más de una sola temporada.

Por eso los últimos minutos reflejan que lo mejor de The Last of Us es que sus responsables han logrado conducir la historia por una ruta en donde solo está la certeza de que en un mundo quebrado, los mayores peligros no son los monstruos que se arrastran entre las sombras, sino las heridas que nunca sanan.

Es decir, el título de la serie no solo abraza a los que aún viven tras el colapso mundial, sino que también apunta a la batalla de los personajes para salvar su propia humanidad ante las terribles cosas que deben hacer. Y es todo el trabajo de esa idea, con los cambios y conexiones dramáticas reforzadas en esta segunda temporada, lo que ha permitido que esta serie sea sin duda la mejor adaptación de un videojuego.

COMPARTIR NOTA