El retiro de Pablo Chill-E

El cantante dijo que abandonaría la música en un arrebato de frustración. La causa: una industria cada vez más brutal con los artistas.

Pablo Chill-E se suma a la cada vez más larga lista de cantantes pegados que han anunciado su retiro de la música. Con profundo descontento por el contrato que hace más de un año le impide lanzar material, frenando su carrera en una industria que exige que los artistas suelten canciones de manera periódica, el principal referente del movimiento urbano chileno dijo que su próximo mixtape, Duende verde, sería su despedida.

El club de los “retirados” al que entra Pablo ya tiene miembros como Julianno Sosa, Young Cister o Jairo Vera, todos activos actualmente. Cuando un astro urbano dice que dejará la música, lo más seguro es que su alejamiento no sea definitivo. Incluso puede que ni siquiera ocurra. En realidad se trata de una forma de expresar malestares causados (o potenciados) por la avaricia del negocio discográfico y la manera en que estruja a los artistas.

Pablo Chill-E, en efecto, al rato negó que pensara seriamente en el retiro y reconoció que necesitaba desahogarse. Pero la señal enviada sigue siendo preocupante porque su nombre está lejos de ser el único envuelto en un problema contractual. Desde cabezas de cartel del movimiento como Flor de Rap hasta esperanzas del género como Akriila, son muchas las figuras que en algún punto han visto su impulso detenido por una firma.

La historia se repite a nivel global en una industria llena de pirañas que entran en frenesí cuando una gota de sangre joven e inexperta cae al agua. Día por medio algún rapero gringo está pidiendo su liberación de un trato desfavorable. Y no es algo exclusivo del rap y lo urbano: artistas clásicos del rock anglosajón como los Rolling Stones o Leonard Cohen perdieron millones de dólares por firmar con pilluelos que les drenaron las ganancias.

En la escena local, un territorio lleno de aventureros que en muchos sentidos se parece al Salvaje Oeste, por estos días se vive una especie de fiebre del oro. Hay cada vez más polillas alrededor del foco llamado música urbana. “Profesionales” cuyo único talento es vivir del talento ajeno, y que están dispuestos a ofrecer el cielo y las estrellas con tal de amarrar por la vía de un contrato a artistas prometedores y faltos de asesoría legal.

Lo de Pablo Chill-E desnuda que el movimiento urbano chileno, si bien es muy avanzado en el plano artístico, aún tiene desafíos por delante para consolidarse en términos industriales. De un tiempo a esta parte se ha vuelto cada vez más notorio el desnivel entre la calidad exportable de sus cantantes, productores y creativos en general (diseñadores, audiovisuales, estilistas, etc) y la poca preparación que existe en varios de los aspectos más formales del negocio musical.

Esa brecha propicia la ocurrencia de irregularidades. Mientras la distancia no se acorte a punta de formación, capacitación y especialización de nuevos trabajadores, los mañosos de siempre harán todo tipo de chanchullos, como privarnos de escuchar al mayor ícono cultural que el movimiento urbano chileno le ha brindado al imaginario pop del país, entre otras artimañas que pasan coladas en medio de la euforia por los millones de views, likes y pesos. Lo bueno al menos es que Pablo no se va. Claramente los que deberían irse son otros.

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