Martín Caparrós: “Ñamérica es desigual porque puede, porque sus ricos no necesitan a sus pobres”

Martín Caparrós
Martín Caparrós

Un “voyeur autorizado”, como se define, el escritor argentino acaba de publicar Ñamérica, un libro donde busca contar y entender —en casi 700 páginas— la región americana. “La conocemos mal”, dice en charla con el diario pop.

Medio siglo después de la publicación de Las venas abiertas de América Latina, otro ambicioso libro, a medio camino entre la crónica y el ensayo, lo cuestiona y el resultado es un viaje alucinante por un continente de 400 millones de personas, que comparten el idioma y donde la mayoría vive en ciudades.

En la senda de títulos como Una luna y La guerra moderna, Ñamérica (2021, Literatura Random House), del cronista argentino Martín Caparrós, cruza insurgencias con miras al socialismo en el siglo pasado y entrega un diagnóstico de los últimos estallidos sociales en la región. También escucha reguetón, mira con fina ironía sus videos y los une con el reaganismo. Pero, además, encuentra la sombra del Boom en un escritor como Bolaño, y todo, sin dejar de contarnos cómo avanzan los días en lugares tan disímiles como México, El Alto, Bogotá, Caracas, La Habana, Buenos Aires, Miami, Managua o Chichicastenango.

Libro mestizo, a veces es una crónica que piensa y otras un ensayo que cuenta, Ñamérica (un renombre de Latinoamérica que guiña al idioma español y el uso de la letra “ñ”) es una buena forma de viajar sin PCR ni barbijo, pero sobre todo una manera de mirar al continente y tratar, como dice su autor, de entenderlo tal como es ahora.

Martín Caparrós
Ñamérica, de Martín Caparrós

Al otro lado de la línea, desde la habitación de su hotel en Santiago de Chile, Caparrós contesta. Hola, ¿sí? Ah, de La Cuarta, ok ok.

—¿Cuál es tu relación con Chile? Es un país que has visitado, recuerdo que aparece en tu libro La guerra moderna y estuviste dando charlas con Tomás Eloy Martínez.

—Fue hace mucho tiempo, pero he venido bastantes veces. El otro día estaba recordando que la primera vez fue en febrero de 1971, o sea, a los tres meses de la asunción de Allende. Mi madre y su marido nos trajeron acá a ver cómo era, qué sé yo. Yo tenía 12 o 13 años. Y después vine muchas veces y alguna vez, como tú dices, a trabajar. Como para aquella historia que está en La guerra moderna, sobre aquel momento en que Pinochet estaba en la clínica, en Londres. Pero cuando me planteé escribir Ñamérica, uno de los lugares que tenía previsto visitar y contar, digamos, era Santiago. El problema fue que, en esos días de marzo de 2020, estaba en Buenos Aires, yo vivo en Madrid, y tenía un pasaje para venir a Santiago el 18 o 20 de marzo. Imagínate que no se pudo y entonces me pasé todo el año siguiente tratando de ver si podía, si conseguía llegar aquí, entrar y todo eso, para incluirlo en el libro. Pero no, estaba todo muy cerrado y en algún momento, a principios de marzo, abril de este año, decidí que bueno, que ya cerraba el libro y sentía que ya no iba a poder incluir aquello que quería escribir sobre Santiago. Sobre todo tenía ganas de trabajar el tema de la supuesta nueva clase media latinoamericana, una idea de la que soy bastante crítico.

—¿Tal vez, como escribes entre los lugares comunes nacionales, “los chilenos somos muy aburridos”?

—(Ríe) no no no, tiene que ver con lo que te digo, porque había un propósito concreto de escribir sobre Santiago. Tenía una buena excusa narrativa y ensayística para incluirlo. Y, como te digo, estaba todo listo para hacerlo pero no lo pude hacer por la pandemia. No tuve otras razones.

Lionel Messi, Cristiano Ronaldo
Lionel Messi celebra contra el Madrid de Cristiano Ronaldo. Paul White / AP Photo

Escritores y futbolistas

—En el capítulo “El continente pop”, da la impresión que los grandes referentes de la literatura y la música en Ñamérica, son latinoamericanos que emigraron a Europa o Estados Unidos. Dices: “Para que un escritor se lea en otros países de la región tiene que pasar por España. Un músico, tal vez, por Miami”. ¿Cómo lo ves tú? ¿Hay un campo cultural consistente en nuestros países?

—Yo creo que eso ha cambiado, porque es cierto que en la época del Boom el foco cultural estaba en España. Ahora el foco empresarial está en España, respecto a la literatura, pero ya no es un lugar de legitimación cultural como lo era quizás hace treinta o cuarenta años. En cuanto a la música sí, hubo un momento en que todos estos reguetoneros y demás músicos que han tomado un poco la enseña de los ñamericanos, por más que nos pese, gravitaban alrededor de Miami, pero tampoco creo que ahora sea exactamente así. Lo que pasa es que, me parece que hay una situación en la que, cuando tú estás en tu país eres de ese país. En cambio, cuando estás fuera de tu país eres lo que algunos llaman latino, o hispano, o si acaso ñamericano. Quiero decir: el estar fuera de tu país borra mucho esa pertenencia que a veces te aleja de los que viven en la misma región pero en otros países.

—Pero un autor, tal vez para que sea leído en nuestros países ñamericanos, tiene que ser publicado en España…

—No, no necesariamente. A mí no me parece, ¿a vos te parece que es así?

—Pienso en tu caso, vienes de publicar en Anagrama y Planeta, ahora por Literatura Random House…

—Pero, por eso te digo que es un centro empresarial, pero el hecho que te publique Random en España no tiene mucha influencia en el hecho de que me publique Random en Argentina, Colombia, México, Chile. No es que las editoriales, las filiales latinoamericanas, publican un libro porque se publicó en España. Lo publican porque lo compraron y lo quieren vender donde pueden. Nadie dice “voy a comprar este libro de Caparrós porque salió en España”. No hay esa idea de legitimación que quizás en otro momento estaba. Bueno, en eso las tan denostadas redes sociales funcionan como un elemento, cómo decirlo, ecualizador de la circulación. Ya no hay un centro y círculos concéntricos, hay una circulación de algún modo equivalente entre todos los puntos, ¿no?

—En el mundo del fútbol ocurre un fenómeno similar, una especie de fuga de talentos. Escribes: “Cuando un ñamericano quiere emocionarse con un partido va a la cancha, cuando quiere ver buen fútbol enciende la tele”. ¿Cómo nos ve el primer mundo?

—Ahí sí creo que hay una diferencia muy fuerte, porque un libro se puede publicar en cualquier lado y se puede leer en cualquier lado, en cambio un jugador solo puede estar en un lugar a la vez. Entonces, si un jugador de Boca lo compró el Real Madrid, ya no va a estar en Boca, por lo tanto el equipo del que se fue se resiente por su ausencia. Es otra cosa totalmente distinta. No hay ubicuidad de los jugadores como sí las hay de los libros y de la música. Entonces, es cierto que el poder económico del primer mundo futbolístico ha destruido nuestros futboles, por decirlo de algún modo, porque se juega cada vez peor en nuestros países. Por eso decía que “cuando quieres ver buen fútbol enciendes la tele”...

—O Roja Directa…

—Sí, ahora hay uno muy bueno que estoy usando, cómo es que se llama, Fútbol Libre TV, no me acuerdo, pero es mucho mejor que Roja Directa. Te lo recomiendo. Es una máquina, tremendo.

—¿Y qué fútbol consumes?

—Últimamente poco. Yo siempre he tenido altibajos en mi consumo futbolístico y ahora estoy en un bajo. Yo creo que, por un lado, estamos en la resaca de una época muy difícilmente repetible del fútbol, en que coincidieron Cristiano en el Madrid, Messi en el Barcelona y sobre todo ese equipo que jugaba el mejor fútbol que yo vi en mi vida, el Barcelona de Guardiola e inmediatos sucesores. Entonces, ahora todo sabe un poco a segunda mano, degradado con respecto a ese momento cercano, pero ya pasado. Por otro lado, el fútbol que para mí es local, que es el fútbol argentino, solo lo puedes ver porque tienes ganas de emocionarte o de cabrearte. Ciertamente con ninguna idea de placer estético.

Martín Caparrós
Martín Caparrós

El lugar común del continente

—Dices que la imagen americana se arma hoy desde los medios locales y en las series, ¿cómo es eso?

—No me acuerdo exactamente de esa idea. En todo caso sí reconozco la idea de que hay uno de los dos o tres elementos que forman el lugar común latinoamericano, es que somos algo así como el continente narco, una especie de espacio de violencia y crueldad. Y esa idea de violencia sí se ve por un lado en las series de Netflix y, por otro lado, en lo que contamos, en muchos casos, de nosotros mismos. Creo que el periodismo ñamericano se regodea del mejor, el buen periodismo muchas veces se regodea en historias de violencia que, si bien es necesario contar, no pueden ocupar todo el espacio, todo el horizonte, y a veces prácticamente lo ocupamos todo con esos dramas violentos. Entonces damos esa sensación, parece que eso fuera lo que sucede todo el tiempo, en todas partes.

—Cuentas que el libro surge como idea en algunas reuniones con la gente de El Faro. A propósito del trabajo de los salvadoreños, ¿va por ahí el buen periodismo del continente?

—Primero una mínima aclaración, esto efectivamente surgió en una reunión que organizó El Faro en Centroamérica, y fue entonces cuando se me ocurrió la idea de trabajar en esto. Y sí, de algún modo el buen periodismo va por ahí, o por lo menos la renovación del periodismo ñamericano pasa por esos medios que ya no son los grandes medios hegemónicos clásicos, sino emprendimientos más pequeños, a veces más marginales, que no tienen los compromisos que tienen los grandes clásicos, y que tienen, en general, más entusiasmo por buscar nuevas formas de averiguar y de contar. Y hay mucho de eso en cada uno de nuestros países. En algunos son mejores, en algunos son peores, pero me parece que es ahí donde, de algún modo, se está renovando nuestro periodismo.

Mall Costanera Center

“Ñamérica es desigual porque puede, porque sus ricos no necesitan a sus pobres”

—¿Reconoces rasgos comunes en Ñamérica o cada país remarca sus diferencias?

—Por supuesto que diferencias es lo que hemos dedicado los dos últimos siglos a construir. Esa idea de armar países, allí donde antes no había unidades diferenciadas, ha sido eficaz. Y ahora nos creímos que vivir a un lado del río te hace distinto del tipo que vive del otro lado del río, porque simplemente tiene una bandera diferente, aunque coma lo mismo o hable igual, o sufra las mismas cosas. La construcción de las patrias ha sido muy eficiente en ese sentido. Pero aun así, tenemos una cantidad de rasgos comunes; no todos son agradables, la desigualdad es uno de ellos, por supuesto el machismo, la religión, pero también cierta idea de comunidad. Hay algo que parece muy tonto, pero durante todo el siglo XX, en todos los continentes los países se destripaban los unos a los otros. Aquí, en América Latina, no hubo guerras. Hubo una pequeña guerra entre Bolivia y Paraguay por el Chaco, en los años 30, momentos en que en Europa, en Asia, en África, había millones de muertos por docenas de guerras. Algo debe significar eso también. Y algo también significa, ya mucho más acá, el hecho de que nos desesperemos juntos o nos desesperemos más o menos al mismo tiempo. Y que en estos años haya habido estos intentos de buscar algunas salidas a una situación que cada vez nos inquieta más.

—Entre 1910 y 1980, el continente está cruzado por rebeliones sociales y revoluciones con alguna meta precisa en la mira: el socialismo. Ahora, en estos últimos años hemos tenido estallidos sociales en la región, ¿cuál es tu lectura de la agitación?

—El hecho de que hay mucha insatisfacción, mucha bronca acumulada, pero que en general como no conseguimos, por el momento, imaginar cómo querríamos que fueran nuestras vidas y nuestras sociedades, entonces muchas veces esa bronca se queda en el estallido. Esa especie de dispersión de energía que no construya nada, porque no sabríamos, no sabemos qué queremos construir. En ese sentido, sí creo que en la mayor parte de los países el resultado es ese: explosiones que no se concretan en ningún efecto. Chile, en ese sentido, es la excepción a esa regla, porque finalmente después del estallido sí surgió la construcción de una Constitución. Ahí, más allá de cómo resulte o cómo se concrete, hay algo que surge del descontento, pero en la mayoría de nuestros países no, porque insisto: no sabemos qué querríamos, cómo querríamos que fueran las cosas. Todavía no hemos conseguido imaginar un nuevo modelo que nos reúna y entusiasme lo suficiente como para llevarlo adelante.

—¿Estamos en un período de cambio o continuidad?

—No, a ver, por definirlo en esos términos, yo diría que es un periodo de cambio, o más que de cambio, de búsqueda hacia dónde se puede cambiar. Yo no lo llamaría de continuidad por esta insatisfacción muy lógica en la medida en que hay mucha gente que la pasa mal, que tiene la impresión que no están viviendo las vidas que merecerían. Entonces la continuidad está cuestionada por esa situación. Lo que pasa es que, como te decía, no sabemos todavía hacia dónde querríamos cambiar. Yo diría que no es de continuidad ni de cambio, sino de búsqueda.

—¿Cuál es el peor rasgo continental: la violencia, la impunidad, la desigualdad?

—La desigualdad sin duda es probablemente lo que más daño hace, y está aceptado, digamos, que Ñamérica es la región del mundo con mayor tasa de desigualdad, con más diferencia entre los que más tienen y los que menos tienen. Y yo, tratando de pensar por qué sucedía eso, llegué a una conclusión que puede parecer tonta, que es que Ñamérica es desigual porque puede. A ver, nuestros países siempre basaron sus economías, los ricos de nuestros países basaron su riqueza en la extracción y exportación de materia prima. Desde las minas de plata de Potosí en el 1600, hasta el cobre, el petróleo, la soja, la carne, la coca, el café y la caña de ahora. Y entonces cuando tú tienes una economía basada en la extracción y exportación, los ricos no necesitan a sus pobres. Quiero decir que no los necesitan como mano de obra, porque para extraer se requiere bastante poca, entonces hay mucha gente para la que no tienen función y no los necesitan para trabajar. Y por otro lado, no los necesitan para consumir, porque el mercado no es interno sino externo; se exporta lo que se produce. Entonces, si no los necesitan para trabajar o consumir, no los necesitan para nada. Lo único que necesitan es tener un Estado que los contenga. Un Estado contenedor que los contiene, a veces, con dádivas y, cuando eso deja de funcionar, con represión. Por eso digo que Ñamérica es desigual porque puede. Porque sus ricos no necesitan a sus pobres. Y por lo tanto pueden mantenerlos en esa pobreza que es lo que se manifiesta a través de lo que llamamos desigualdad.

Martín Caparrós
Martín Caparrós

“Hay que resignarse al reguetón”

—¿A qué suena y a qué huele este continente? Desde lejos podría ser al mercado de Chichicastenango que aparece al comienzo del libro, o al reguetón, que es la última música de alcance planetario. ¿Pero, de más cerca, cuál es tu impresión?

—En cuanto a los olores cambian mucho. México huele a tortilla de maíz, pero en Argentina no hueles maíz ni aunque lo busques en los chiqueros. El olor va cambiando mucho según la zona. La música menos, porque está más globalizada, y efectivamente yo creo que para encontrar una música común hay que resignarse al reguetón. Es curioso. Además da una imagen de conjunto muy basada en un punto o en una zona muy particular, que es la zona caribeña, el calor y la sensualidad y el ritmo y todo eso, cosa de la cual ustedes y nosotros carecemos absolutamente (ríe).

—Escribes que el trap y el reguetón son una caricatura del peor sueño americano: “triunfar es comprar y comprar y comprar y gastar”. ¿Cuál vendría a ser el mejor, la contraposición a esa imagen?

—No sé si hay una contraposición simétrica a esa imagen, justamente porque no tenemos una idea de qué querríamos construir. Entonces es difícil imaginar qué se opondría a esa caricatura del sueño consumidor, que suele aparecer en el reguetón, en el trap y todo eso. Para poder oponerle una imagen fuerte tendríamos que tener más claro qué queremos y ese es el problema precisamente en este momento.

—A medio siglo de Las venas abiertas de América Latina, ¿el continente está mejor o peor?

—A ver, creo que estaba claramente peor en cuanto a las vidas de millones de personas. La esperanza de vida era muy inferior, la educación, la salud, incluso la cantidad de personas que pasaban hambre era mayor en proporción. Se vivía mucho peor hace cincuenta años que ahora. Por supuesto ahora hay problemas que no existían hace cincuenta años. Pero grosso modo se vivía peor. Ahora se vive mejor, aunque insisto una vez más, a riesgo de ser muy repetitivo, la diferencia en cambio o la diferencia en contra es que hace cincuenta años muchas personas tenían una ilusión bastante clara de cómo podrían armar sociedades mejores y eso ahora nos falta. Supongo que lo iremos construyendo poco a poco.

—Hemingway decía que el periodismo le dejó la necesidad de escribir un comienzo contundente que atrape al lector, y que además es muy útil saber irse a tiempo. ¿Qué te dejó a ti?

—Imágenes, recuerdos y las ganas de seguir construyéndolos. De seguir mirando. Creo que me deja ganas de mirar y de escuchar, ganas de enterarme de cosas. La autorización, la patente para ser un voyeur autorizado; eso es lo que me da el periodismo y me lo sigue dando.

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