La magia ocurre ahí, dentro del área grande, un rectángulo de unos cuarenta metros de largo y otros dieciséis de ancho donde el arquero, sin medias tintas, acaba héroe o villano. Precisamente ahí, durante el entretiempo, delante de una tribuna sur estallada, está Dyango.

El calendario dice 12 y octubre y 1994. El estadio Santa Laura acuna quizás el partido más atractivo de la decimonovena fecha de la liga chilena, Unión Española versus Universidad de Chile, con victoria parcial para la visita, uno a cero, gol de Patricio Mardones. Aún mediodía, desde el punto penal el cantante español se imagina una batuta y arranca a dirigir. Cuando lo ven, diecinueve mil azules entregados cantan con más fuerza. Él sonríe, alza el puño derecho, agita los brazos. Que canten lo que están cantando no se lo habría imaginado ni en el más loco de sus sueños. Les pide que continúen y se lleva la mano izquierda al pecho. Camina de un lado a otro, flamea la bandera azul y roja.

—Yo escuché esto y dije: pero, madre mía, ¡esa es mi canción, no jodas!

Dyango ahora está sentado frente a un sándwich y una porción de papas fritas en el primer piso del hotel Le Méridien, ex Crowne Plaza, en plena ronda de entrevistas para promocionar su enésimo concierto en la capital, decimoquinta parada de la gira Su amigo Dyango, mismo nombre que lleva su último álbum. Con ochenta y cinco años, no sólo derrocha el buen humor y la locuacidad de siempre, parte de su menú existencial, sino que recuerda con todo detalle la colección de historias que hacen de él casi un chileno más. Esta, que está a punto de completar, de seguro es la más asombrosa.

—Yo fui a ver fútbol, el fútbol es mi pasión. Un compañero me dijo: juega Unión Española contra la “U” y, como me gusta el fútbol, fuimos a verlo. Y escucho en la media parte “¡Al león, yo lo llevo en el corazón!”, que era mi canción (Corazón mágico) con otra letra. Ellos pusieron una letra nueva. Me emocionó de tal manera que cogí una bandera de la “U”, bajé abajo y empecé a dirigir la barra. Piel de gallina que se dice, ¿no? Y desde entonces ha habido una comunión muy grande con la gente de la “U”. Para mí es un honor.

De hecho, el cantante español está enfundado en la camiseta de los azules. El club se la obsequió algunas horas antes, durante una visita al centro de entrenamiento.

—Esta mañana he estado viendo a los jugadores, conociéndolos —cuenta el de Catalunya—. Muy simpáticos, muy agradables, ¡muy niños! Porque a los futbolistas cuando los ves jugar dices, joder, está mayor este. Pero después, cuando los ves en vivo y en directo, pues dices: es un niño. Pero con una educación, una ternura tremenda.

—Entonces sientes aún el cariño de la “U”.

—Hombre, claro. En los hoteles donde me hospedo, hay un momento donde aparece la barra, Los de Abajo, y llaveros, camisetas, bufandas, de todo. Por decirte algo: si no tengo veinticinco llaveros, no tengo ninguno. Y el llavero mío, el de casa, es de la “U”.

—Y no es sólo la afición de la “U”, con el público chileno hay un vínculo muy fuerte. ¿Qué importancia les atribuyes en tu carrera?

—Es un público importantísimo no en mi carrera, en la carrera de cualquier cantante que tenga la suerte de poder llegar aquí, ¿no? Porque no es fácil. Cuando llegué aquí, la gente no me conocía. Y había una canción que empezaba a sonar... “Compasión no quiero, quiero amor sincero”. Después vino “La culpa fue del primer beso”, “Por volverte a ver”, y hubo muchas canciones. Y es por eso que puedo volver y que la gente me recibe con mucho cariño.

—Siempre te fue muy bien aquí.

—Siempre, sobre todo en Viña. Y está esa historia que siempre cuento, que la última vez que vine a Viña... —aquí el cantante se detiene por unos segundos y reflexiona—: a lo mejor no he venido más por culpa de esto, ja, ja, ja. Se tiraban piedras, cosas, de arriba a abajo, entraban las ambulancias y yo cantando mis canciones de amor. Me parecía hacer el ridículo, pero, así y todo, obtuve la gaviota.

Dicen que las leyendas se construyen cuando una historia se repite una y otra y otra vez. En 1968, hace cincuenta y siete años, Dyango se presentó por primera vez aquí, en el Casino Municipal de Viña del Mar. Eso él también lo recuerda, al igual que las ostras “en vaso” que le compraba cada mediodía a una “lolita” en la playa. Lo que no, y ni siquiera Google arroja una respuesta concreta al indagar, es el número de veces que ha regresado desde entonces. “Numerosas veces, incluyendo tres participaciones en el Festival de Viña del Mar en 1984, 1985 y 1990”, resume el buscador, sin entrar en detalles.

—¿Qué significa después de todos estos años poder seguir presentándote acá? Además en el Caupolicán, un teatro emblemático.

—Soy una persona de edad, el teatro es de muchos años también. O sea que nos vamos a compenetrar tremendamente. La vejez puesta en el escenario, ja, ja, ja —bromea deprisa.

Luego amaga con tomarlo en serio: “Significa que quizás no lo habré hecho mal del todo, y que mi trabajo, sobre todo en televisión, ha sido muy bueno. Y que la gente se sigue enamorando con mis canciones”.

Pero entonces dispara otra anécdota graciosa.

—Me piden y me piden y me piden canciones que a lo mejor ya no me acuerdo de cómo cantarlas. Eso puede pasar. Cuando uno tiene tanta música, llega un punto en que solamente cantas las de un LP, o las que se hacían famosas, pero las demás se quedaban en el tintero. Y a lo mejor la mayoría de estas canciones, no las volvía a cantar nunca más. Me pasó en Ecuador. Había una señora, mayorcita ella, que viene y me dice: Dyango, ¿me podría cantar tal canción? Y yo le dije: perdón, pero esa canción no la canto yo. Ah, perdone, perdone usted. Era cuando hicimos la prueba de sonido. Volvió la señora por la noche con un disco y me dice: Dyango, mire usted, ¡y ahí estaba la canción! Madre mía, cómo se puede perder todo eso... ja, ja, ja. Eso pasa muy seguido. En un teatro te piden tal canción y tú: ¿qué dices? Son tantas canciones…

—Es que son sesenta años de carrera, ja, ja, ja. ¿Y qué es lo que te permite seguir presentando en vivo y mantenerte vigente?

—Primero, que no sabes hacer nada más que música. Después, que he sido un estudioso de todo eso. Desde los ocho años, de la mano de mi papá, fui al Conservatorio. Él era músico también. Y empecé a estudiar música, estudié todo: armonía, solfeo, todo. Trompeta, terminando los estudios violín. Era un trompetista de primera, eh, el jazz ha estado siempre presente en mí. Violinista más o menos, la verdad. Pero yo creo que si la gente me ha recibido muy, pero muy bien es por mi manera de cantar. Ni por la voz ni por otra cosa: es mi expresividad cantando. ¿Y de dónde me viene esto? Pues del jazz.

—Te lo preguntaba también porque en 2014 te retiraste por dolores de espalda, pero decidiste regresar.

—Me operé hace diez años y dije: ¿y ahora qué hago?... Y tengo que volver. Señor, perdónenme ustedes, pero voy a volver, ja, ja, ja.

—Pero algo debió motivarte.

—Lo que me motiva es que, primero, no sé hacer nada más. Después, que la música es mi profesión y la amo con locura, yo estoy metido todo el día en la música, todo el santo día o escuchando a los demás, a los grandes de la música del jazz o clásica. Incluso boleros, tangos y música como la que yo hago. Eso es lo que me ha motivado el seguir, porque aparte, con toda humildad lo tengo que decir, creo que soy de los cantantes que canta bien de verdad.

—Hablando de eso, ¿cómo has visto el devenir de la música? La escena actual tiene mucho reggaetón y derivados.

—Me parece mal. Yo no puedo escuchar esto, porque es que ni siquiera hay cantantes que canten. Hay letras que no dicen nada, sólo guarradas. Hay música reiterativa y que en tiempos más o menos es igual. Eso es un producto para vender mucho a la juventud. Lo único que me molesta, y mucho, es que no les estamos enseñando nada a la gente joven. Quince años, dieciséis años, ¿tienen que escuchar esto? No es bonito, la verdad. Supongo que habrá de todo en la viña del señor, está el reggaetón y todo esto. Para bailar y divertirse está bien, eso sí. Van a la discoteca, mueven el culito, les gusta, es lo lógico. Siempre ha habido, eh.

—Pero la música romántica siempre logra hacerse un espacio.

—Es fundamental. Oye, tú te enamoras fácilmente, ¿y qué vas a escuchar? ¿Un reggaetón? Vas a escuchar una música que te diga algo, que puede ser un bolero, un tango, una canción hecha por un cantante romántico, una música clásica. Algo que te llene, que te abra el corazón. Y surge el amor así, instantáneo.

Su amigo Dyango

—¿Sabes qué pasa? —ensaya una explicación el cantante— Que yo me despido siempre, saludando, así: gracias, gracias de corazón, su amigo, Dyango. De ahí viene la historia de “Su amigo Dyango”. Ha sido siempre mi despedida, ¿no? Y bueno, a los productores, la gente que dice que es de la música, les pareció bien esto.

Y se echa a reír otra vez.

—Porque no sabíamos qué nombre poner ya..., ja, ja, ja.

Claro, Dyango detenta una discografía que roza los cincuenta álbumes de estudio. El último de ellos, el que da vida a esta gira, reúne reversiones de sus clásicos en compañía de artistas como el ex Ráfaga, Rodrigo Tapari, Angela Leiva, Santiago Cruz, Javier Calamaro, Cardellino y sus hijos, Marcos y Jordi Llunas. Una idea que le propuso el productor Cristian Arce y que a él le encantó.

—Lo que más me ha gustado, y casi me han hecho saltar lágrimas con ello, es que todos estaban emocionados por cantar conmigo. Por cantar con un viejo, pero no solamente con un viejo, sino alguien que les ha hecho feliz cuando eran niños. Porque todos me han dicho: mi mamá escuchaba estas canciones, yo me las sé todas. Bueno, ha sido realmente fantástico poder hacer eso.

—¿Cómo fue escuchar tus canciones cantadas con otros estilos? Rodrigo Tapari, por ejemplo, que aquí se hizo muy conocido por la cumbia de Ráfaga.

—Rodrigo Tapari es un loco maravilloso. Todos ellos maravillosos, pero Tapari especialmente. En el sentido de que estaba emocionado, lo que decíamos era una emoción para él. Y a mí me pareció que, bueno, uno no puede llegar a entender el porqué de todo eso. El tío va impecable, sale con veintiún botones, lentejuelas, con los zapatos de charol, y me dice: ¿no te molestaría que yo te regalara un traje con mi sastre? Te voy a mandar a mi sastre para que te tome las medidas. ¡Y lo hizo! Yo pensaba que era una joda. Me manda a unos sastres, me toman las medidas y un día de un concierto que hicimos, que él vino a cantar conmigo, saca en el escenario una maravilla de traje y dice: mira Dyango, permíteme que te regale esto, que eres para mí muy importante.

—Entiendo que viene un segundo disco, ¿te gustaría colaborar con algún artista chileno?

—A mí me encantaría hacerlo. Tampoco conozco tanto, eh. Supongo que habrá mucha gente que será muy popular y que lo hará muy bien, pero que yo conozco. Pero está la cantante que yo siempre he querido, Myriam Hernández. Aparte es guapísima.

—¿Te veremos, después de esta gira, en Chile nuevamente?

—Si Dios quiere… Me gustaría venir a Viña. Si pudiera ser Viña, Viña, y si no, pues mi intención es volver. No se sabe cuándo.

—A la relación con Chile entonces le queda para rato.

—¡Hombre, totalmente!

Dyango, la voz del amor, se presentará este viernes 21 de noviembre en el Teatro Caupolicán.