Rutinas, familiones y un peligro silencioso: la vida privada de las vicuñas en el altiplano

Vicuña. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic

A fines de los 90, Benito González viajó por primera vez a la Región de Arica para conocer a estos camélidos endémicos de Sudamérica. Desde aquel entonces se ha dedicado a estudiarlos: “Quedé muy admirado por esta especie que vive en lugares muy extremos”, recuerda. Durante la década de 1960, estuvieron cerca de extinción producto de la caza: “Esa es una amenaza constante y que se arrastra”, porque “cada cierto tiempo surge el tema”. Pero además, en el último tiempo ha tomado fuerza un mal que “avanza” sigilosamente.

La primera vez que las vio fue a unos 4.300 metros de altura, en el salar de Surire, Región de Arica y Parinacota. Corría abril de 1995 y Benito González Pérez, que cursaba su quinto año de agronomía en la U. Católica, acompañó a un profesor al trabajo en terreno:

—Oye, tienes que ir a hacer telemetría —le pidió el docente, quien quería saber dónde se ubicaban las vicuñas (Vicugna vicugna) del sector, que traían puesto unos collares de radio.

El estudiante había quedado a cargo de seguirlas. “Ahí empecé a trabajar con los camélidos salvajes en general”, relata a La Cuarta el también doctor en ciencias silvoagropecuarias y veterinarias de la U. de Chile. Vio esa como su primera chance de conocer el altiplano, pero, sobre todo: “Tuve mi primer contacto con la vicuña, no tanto como turista sino que para trabajar con esta especie, lo cual a mí me motivaba mucho en ese instante, porque siempre me ha gustado la fauna”.

Así se metió en la vida de estos animales, y también con los guanacos (Lama guanicoe), a los que incluso le dedica aún más tiempo en el presente. Pero en lo que respecta a la vicuña: “Quedé muy admirado por esta especie que vive en lugares muy extremos, o sea, son situaciones ecológicas bien difíciles para las personas, e incluso para otro tipo de animales”.

Una vicuña con sus retoños en Atacama. FOTO: Wolfgang Griem

La familia

Los artiodáctilos o ungulados (Artiodactyla) son un orden de mamíferos con patas que terminan en un par de dedos que dan forma a sus pezuñas, entre los que se encuentran las jirafas, los ciervos, los jabalíes y los cerdos. Al hilar más fino, hace 40 millones de años aparecieron en Norteamérica —donde ya se extinguieron— los camélidos (Camelidae), una familia que se expandió por distintos continentes y hoy se las arregla para sobrevivir en condiciones bastante hostiles.

Hace unos 3 o 4 millones de años, con el surgimiento del Istmo de Panamá, se produjo el gran intercambio faunístico que, entre muchas otras migraciones, permitió que los camélidos migraran a Sudamérica, a través de un ancestro conocido como Hemiauchenia. Acá se adaptaron a las grandes praderas y espacios abiertos, lo que permitió su expansión y diversificación, y con el surgimiento del grupo Paleolama, a su vez se dividió en los géneros Lama y Vicugna, a los que pertenecen el guanaco y la vicuña, respectivamente.

Los camélidos toman agua en Reserva Nacional Las Vicuñas. FOTO: Turismo Chile

Entre 2012 y 2013, Benito y otros investigadores analizaron el ADN fósil de las vicuñas y “demostramos” que posiblemente las vicuñas vivieron alguna vez hasta la Patagonia. De hecho, el paleontólogo Gabriel Carrasco, en el libro Mamíferos fósiles de Chile, menciona que hay registros que llegan hasta Tierra del Fuego, considerando que las glaciaciones del Pleistoceno les habrían permitido cruzar el estrecho de Magallanes, al final del Pleistoceno, previo a la extinción de la megafauna hace unos 12 mil años.

Más tarde, hace unos seis mil años, la domesticación ejercida por los pueblos originarios dio origen a la alpaca, derivada de la vicuña (Vicugna pacos), y a la llama (Lama glama) que surgió en base al guanaco.

En el presente, en Chile las vicuñas habitan desde la Región de Arica y Parinacota a Atacama, específicamente hasta la laguna del Negro Francisco, a alturas que van entre los 3.500 y 5.500 metros. Sin embargo, también se las encuentra en Perú, Bolivia, Argentina y Ecuador, donde fue introducida en la década de 1980. A pesar de que puede medir hasta 1,6 metros, es el más pequeño de los camélidos sudamericanos.

La siluetas de las vicuñas en el altiplano. FOTO: Benito González

Se le conocen dos subespecies, una es la norteña (V.v. mensalis), que habita principalmente en tierras peruanas y en el norte de Bolivia y Chile, y la otra es la austral (V.v. vicugna), que en su mayoría se halla en suelo argentino y chileno. “Son poblaciones que en miles de años más probablemente serán especies propiamente tal”, adelanta el investigador.

Las vicuñas suelen vivir en grupos, a veces bastante numerosos, tiene como “unidad básica” a la “familia”, explica Benito, la cual se compone por un macho y distintas hembras. Es él quien “defiende territorio, y se preocupa de mantener más o menos estable el número de vicuñas en su territorio”, detalla.

Los que no logran acceder a hembras, se juntan en grupos de “machos solteros”, algo así como un “club de Toby” entre estos camélidos: “Andan de allá para acá, hacen sus dinámicas internas sociales, ensayos, juegos de pelea”, explica. “Son bien fáciles de identificar porque son muy numerosos”. Por último, están los machos solitarios, que se hacen de territorios poco atractivos, por lo tanto, no resultan muy candentes para las hembras. “Tú los ves ahí parados, defendiendo y no se reproducen”, dice.

“Igual hay otras variantes”, precisa sobre estos tres estilos de vida.

Una vicuña camina en el altiplano. FOTO: Paz Acuña

Una jornada cualquiera en la vida de estos camélidos consiste en que amanece temprano en los lugares que usan para dormir (dormideros), que suelen estar cerca de los puntos de forrajeo, donde comen, especialmente gramíneas como el coirón. “Se desplazan, caminan y llegan a estos lugares que muchas veces están asociados a praderas húmedas”, cuenta sobre estas áreas conocidas como bofedales, que son humedales en altura, y que por lo general nacen de las aguas subterráneas que brotan en la superficie. “Uno los ve muy bonitos y piensa que es un césped, pero si pisas a pie pelado te pincha, es muy duro”, describe. “Es muy difícil de andar si no estás bien equipado”.

En general, resume, “tienen un ciclo diario que es bien estable y constante”, el cual puede mantenerse durante días, estaciones e incluso años. “Son poblaciones muy residentes”, remarca.

Dentro de toda esta rutina tienen distintas interacciones sociales, las cuales se intensifican en los periodos reproductivos. Por ejemplo, si “el macho dominante ve que se acerca otro macho, se persiguen, hay peleas, etc”, cuenta. Después hay intercambios entre individuos de un mismo grupo. A veces, entre las hembras, si ven que una de ellas no está comiendo, se le acercan; o también, si se produce alguna tensión, se escupen para apaciguar los ánimos.

El enfrentamiento entre dos vicuñas. FOTO: Henrique Olsen de Assumpção

Tras once meses de gestación, a fines de verano nacen los retoños, los que forman “relaciones muy cercanas” con sus madres, como suele ocurrir entre los mamíferos. “Ella solamente se hace cargo de su cría, no adopta otras, igual que en los guanacos”, precisa. La criatura se amamanta durante el día y, si su mamá se echa, ella la imita.

“Eso es bien bonito de ver”, dice.

Escenas improbables

Las vicuñas habitan en alturas que rondan en los 4.000 metros. “Es un ambiente que es bien extremo”, describe Benito. La amplitud térmica es alta y, por lo tanto, si en el día llega a los 20° C, en la noche cae hasta los -10° o -15°C. Por supuesto, la radiación también “es altísima” y la falta de oxígeno sofoca los pensamientos.

“Entonces ver a estos grupos de vicuñas corriendo a 40 o 50 kms/hr sin que les pase nada, eso genera una admiración”. A sus ojos, ello se vuelve más espectacular al considerar que el forraje que comen “también es bien extremo”, porque “son plantas muy de ambientes secos, con alto contenido de sílice, que es como vidrio”. Y es que los camélidos, durante millones de años, han desarrollado “una serie de adaptaciones para vivir en esas condiciones”, plantea.

Una vicuña curiosa se asoma a una cámara trampa. FOTO: CONAF

Esta familia de mamíferos suele vivir en lugares abiertos, “y eso facilita mucho su seguimiento y observación”, plantea Benito. “De hecho, por lo menos en Chile, junto con los guanacos son el grupo que más se ha estudiado, incluso más que los cérvidos (Cervidae)”, que acá abarcan al huemul (Hippocamelus bisulcus), la taruka (Hippocamelus antisensis) y el pudú (Pudu puda).

Ello tiene que ver con varias razones, explica, “entre ellas que es fácil de ver y su distribución es bien amplia, de ambiente abierto, y además existe este interés productivo por la vicuña; aunque en Chile no tanto”. Por lo cual concluye, “es de fácil seguimiento”.

Así y todo, a pesar de las largas horas de observación, el investigador recuerda algunos comportamientos que le han sorprendido.

Una vez en el altiplano de la Región de Atacama, en el Parque Nacional Nevado Tres Cruces, se percató de pronto de un macho que lucía “bastante alerta y preocupado”. Al mirar alrededor, Benito se percató de una “conducta muy rara”, para luego notar que el responsable era un zorro culpeo (Lycalopex culpaeus). El carnívoro levantaba su cola de manera recta al cielo, “como una bandera”, mientras se acercaba y se agachaba. En tanto, la vicuña se preocupaba de defender su territorio a su grupo, correteaba al invasor.

Una vicuña encara a un zorro culpeo. FOTO: Benito González

Minutos después el carnívoro “se aburrió” y fue en busca de otro flanco para atacar, alguno más débil: una hembra con su cría. Se agazapó y, oculto entre la vegetación, avanzó. Benito lo perdió de vista. “De repente vemos que la cría corrió desaforada e iba el zorro detrás”, asegura.

Al final, el retoño se salvó luego que el macho fue en auxilio.

En otra ocasión, en el altiplano antofagastino, a mayor altura, en el salar de Punta Negra, también notó a un macho en modo de alerta y que, de repente, “hacía unas carreras: corría tramos cortos, volvía y miraba al suelo”, cuenta. Se puso los binoculares “y tenía un zorro ahí, acorralado y agazapado, y la vicuña le pasaba por arriba, como que lo atropellaba y pisoteaba, atrapado en un hoyito del suelo”, detalla.

“Es muy raro ver esas interacciones con los depredadores”, asegura.

En ocasiones, vicuñas y guanacos comparten el mismo ambiente sin problemas, situación que en biología se conoce como simpatría (o cohabitación). Este fenómeno entre ambas especies “lo hemos visto de manera muy clara” en la Región de Atacama, declara.

Vicuñas y guanacos juntos en el Nevado Tres Cruces. FOTO: Benito González

A los guanacos se los suele encontrar en tierras más bajas o en sectores más montañosos. En cambio, las vicuñas gustan más de las planicies altiplánicas. “Pero hay ciertos sectores que se solapan en su distribución y es bien notorio, por ejemplo, en el Nevado Tres Cruces, donde incluso andan agrupados: guanacos con vicuñas y viceversa”, destaca.

¿Las razones? El investigador dice aquel fenómeno no ha sido tan estudiado, pero “aparentemente al vivir en grupo existe una sinergia en cuanto a lo que es mejor la detección del depredador”. Así, mientras hay más ojos disponibles para vigilar, más tiempo dedica cada individuo a comer. Eso sí, “cuando se acerca un peligro corre cada uno por su lado”.

Nuevos peligros

El depredador insigne de los camélidos es el puma (Puma concolor), el gran felino de Chile que los persigue y se los come desde Arica a Magallanes.

A lo largo de miles de años —incluso antes de la llegada del Ser humano al continente— este gran gato ha sido el único peligro que han tenido dentro de la cadena natural. Así, en estas amplias tierras abiertas, los herbívoros han evolucionado, se han adaptado con una gran visión, y una audición y olfato algo más débiles. El puma, explica Benito, debe quedar a unos 10 o 15 metros de la vicuña para lanzarse en carrera y, en unos pocos segundos, pillarla. De lo contrario, pierde.

“Eso hace que los camélidos también tengan esa estructura muscular, que es muy parecida a la de un corredor de 100 metros planos; corren muy rápidos tramos cortos, pero después se agotan”, explica.

Un puma recorre altiplano ariqueño. FOTO: CONAF

Dichas cualidades resultan poco efectivas cuando se trata de cazadores invasores como son los perros (Canis lupus familiaris), que al igual que los lobos en Norteamérica y Europa, practican “una caza por desgaste y muchas veces se agrupan”. Así, si bien la vicuña logra alejarse durante los primeros metros, después se cansan mientras estos depredadores recuperan el terreno perdido con su resistencia.

La otra parte “complicada” es el tipo de muerte que generan estos últimos. Mientras que “el puma lo que hace es atacar el cuello y lo mata rápidamente”, explica, los perros, producen un final “bien sufrido, por mordidas y destripamiento”, por lo tanto, “el animal sigue vivo, es mucho más terrible”, al punto que “agoniza mientras es consumido”.

Se piensa que alrededor del 1500, previo a la llegada de los colonos europeos, había más de un millón de vicuñas en todo el altiplano chileno. Después, durante largos años estos camélidos fueron víctimas de la caza humana al punto que en la década de 1960 se estimaba que solo quedaban dos mil individuos, según el ecólogo Agustín Iriarte en Guía de mamíferos de Chile. En 1976 se creó el “Convenio para la Conservación y Manejo de la Vicuña”, lo cual fue un paso para recuperar sus poblaciones.

En el presente, a nivel sudamericano, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) califica su estado como Preocupación Menor. Sin embargo, a nivel local, el escenario es distinto: “Es especialmente preocupante de la subespecie austral (...) ya que podría catalogarse como Vulnerable e incluso en Peligro”, se lee en el libro La vicuña austral (2020), editado por el propio Benito González.

Sobre las amenazas, él cuenta que hace unos años fue la caza furtiva la gran preocupación. De hecho, “en su momento hicimos una revisión y en un plazo de cinco años reportamos más de cinco mil vicuñas muertas en Sudamérica por caza furtiva, entre denuncias y artículos de prensa”, declara. “Creo que esa es una amenaza constante y que se arrastra”, porque “cada cierto tiempo surge el tema”, considerando que está protegida por la Ley de Caza.

Toma de muestra de ADN a una vicuña. FOTO: Juan Carlos Marín

Otra amenaza que aún no se ha “cuantificado” es el cambio climático, explica, porque este fenómeno generaría que la vegetación subiera su altitud y, por lo tanto, disminuiría su abundancia al haber menos superficie disponible. Eso sí, dice, “en general no soy tan pesimista porque muchas de estas especies han evolucionado en ambientes áridos”. Pero, de todos modos, “creo que habrá impacto, probablemente cambien las densidades; puede que algunas poblaciones aumenten y otras disminuyan”.

También menciona la minería, industria que requiere de las escasas aguas del desierto para funcionar y modifica el ecosistema. “Afortunadamente algunas empresas han tomado acciones e incluso hay poblaciones que viven en las propiedades de estas mineras”, destaca. “Hay una coexistencia, y ojalá sea lo más beneficiosa para la especie”.

Por último, hace hincapié en una amenaza “silente”, pero que “avanza”, que es “oportunista” y se aprovecha de “cualquier debilidad”. Se trata de una variante de la sarna que afecta a los camélidos, enfermedad producida por un ácaro, la cual genera alopecia y lesiones graves en la piel, abdomen, pecho, axilas, perineo y cabeza.

Si bien recién se están cuantificando sus consecuencias, dice, en Perú y Bolivia se encuentra “muy desarrollada”. Todo este problema “genera un efecto en cascada en que disminuyen las presas para los pumas, menos carroña para los cóndores (Vultur gryphus), y la vegetación mejora pero (igual) debe estar sometida a pastoreo”, asegura.

Es decir, disminuye la presencia de una especie que “cumple un rol clave en la cadena trófica, porque convierte todo el pasto en energía que queda disponible para las cadenas superiores”.

Una vicuña con sarna. FOTO: CONAF

Últimas impresiones

“Uno constantemente está aprendiendo cosas de la naturaleza”, relata él sobre los años de ruedo. En lo que respecta a esta familia en concreto, plantea: “Quizá lo que he aprendido de trabajar con camélidos es la admiración que siento por ellos, por cómo viven en estos ambientes tan extremos”.

Por otro lado, irradian “la paciencia, como herbívoros tienen un ritmo de vida bien apacible, te llamam a la reflexión y la tranquilidad: su rutina diaria es que están todo el día comiendo, se echan, rumian, se paran”, comenta.

En cambio, a “un depredador que no lo ves nunca y, si lo ves, está excitado”. Y hace un símil con lo cotidiano, con la rutina de una persona cualquiera:

—La vida tiene momentos tensos; probablemente la imagen de un depredador es mejor para esas situaciones. Pero soy una persona más bien tranquila, que dejo que las cosas sucedan en la naturaleza y ojalá estar ahí presente para admirarlas. Y que la vida siga, debe continuar.

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