“Ya me puedo jubilar”: los 2 increíbles encuentros con el Gato de Geoffroy en solo un día por Torres del Paine

Gato de Geoffroy. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic

A fines de diciembre, una funcionaria del parque nacional magallánico, Araceli Rivera, se topó con este felino que cruzaba tranquilamente un puente. Menos de 24 horas más tarde, un guía turístico, Diego Tureo, también fue el improbable testigo de una dramática escena de cacería: “Estaba consciente de lo increíble del momento”, cuenta él sobre esta especie de la que “no sabemos exactamente cuántos, pero son poquitos”, dicen quienes estudian a estos animalillos, de lo poco que se sabe en Chile.

Luego de tomar once, Araceli Rivera (26) y un amigo salieron a dar una vuelta. Aquel domingo 18 de diciembre, habían terminado su turno como ticketeros en el Parque Nacional Torres del Paine, Región de Magallanes, e hicieron un recorrido en la misma dirección del trekking hacia el mirador Base Torres, “como para tomar un aire diferente”, relata ella a La Cuarta. “No era de mi rutina”.

Cerca de las 21:15, aún con luz de día, llegaron al puente que cruza el río Ascencio. De pronto, del otro lado, notaron que dos turistas que venían de regreso se detuvieron. “Oh, a lo mejor es un zorro o algún pajarito”, pensó ella, quien divisó una figura negra.

Un momento después, sin demasiado entusiasmo, ambos desconocidos cruzaron y, detrás de ellos, avanzó nada más ni menos que un gato de Geoffroy (Leopardus geoffroyi), un pequeño felino silvestre de amplia distribución en Sudamérica, pero muy difícil de ver en Chile.

Gato de Geoffroy. FOTO: Álvaro Moya (@alvaromoyariffo)

“Mi compañero me dio más información del tema del gato, que se llamaba así, y que era muy poco probable de verlo”, cuenta.

“Yo no tenía idea que el gato ese no se veía siempre”. De hecho, comenta que en Conaf (Corporación Nacional Forestal) tienen un registro de este felino que data de hace cinco años, “y lo vieron muy de lejos, sentado, nunca así como en movimiento y tan cerca”, precisa.

Y es que Araceli y su colega lo vieron a tan solo uno o dos metros de distancia, según se evidencia en los videos que ambos grabaron con sus celulares. “Fue súper cerca”, dice. El gato cruzó el puente sin apuro y, al llegar al otro lado y toparse con ambos testigos, avanzó despacio, los miró, receloso, y dio unos pasos por el sendero; luego se desvío por una ladera, apuró el paso y se perdió entre los matorrales y las piedras.

Ella, que es oriunda de La Araucanía, cree haber visto alguna vez una güiña (Leopardus guigna) y en su estadía en Torres del Paine ha visto pumas (Puma concolor), el gran felino de la Patagonia que tiene una abundante población en este parque nacional.

Ahora, al toparse de frente con un gato de Geoffroy, simplemente pensó:

—¡Oh, wow!

Menos de 24 horas después, muy cerca de ahí, una segunda escena inolvidable estaba reservada para otro afortunado testigo.

¿Un gato fantasma?

Tras ser registrado por vez primera en 1844, el nombre de este gato fue en honor al naturalista francés Étienne Geoffroy Saint-Hilaire —que murió ese mismo año—, al igual que otras especies como la tortuga de Geoffroy, el tití de Geoffroy y el mono araña de Geoffroy.

Pertenece a la gran familia de los félidos (Felidae), específicamente a la subfamilia de lo felinos (Felinae) —que también engloba a los pumas —y, al hilar más fino, es parte del grupo de los leopardillos (Leopardus), por lo que está bien emparentado con especies sudamericanas como el ocelote (Leopardus pardalis); además es cercano al gato andino (Leopardus jacobitus), al de Garlepp (L. garleppi), al del pajonal (L. pajeros) y al colocolo (L. colocola), que solo habita en Chile.

Gato de Geoffroy. Uruguay fototrampeo© (@uruguay_fototrampeo)

Sin embargo, la güiña se considera su pariente vivo más directo actualmente, asegura Melanie Kaiser, veterinaria e integrante del Geoffroy Cat Working Group (GCWG) en Chile, a La Cuarta. Ambas especies tendrían un ancestro común que existió hace solo un millón de años, para que luego cada linaje tomara su camino evolutivo propio.

“El de Geoffroy es como un gato doméstico de porte, y tiene un patrón facial (de líneas) que no es tan diferente al de la güiña”, plantea ella. “De hecho, filogenéticamente son muy cercanas como especies hermanas”. Aunque hay algunas diferencias claras, como este es de mayor tamaño, casi el doble, y tiene una cola menos gruesa y orejas más pequeñas.

Este gato tiene una amplia distribución a lo largo y ancho de Sudamérica, desde Bolivia, pasando por Paraguay y el sur de Brasil, en gran parte de Argentina y Uruguay; y algunos individuos llegan hasta Chile, particularmente a las Aysén, Magallanes y, los menos, hasta La Araucanía.

Eso sí, advierte Melanie sobre la situación chilena, “no tenemos en este momento estimaciones precisas de la población”. Durante el 2021, leyó que un guardaparques estimó que unos 200 de estos gatos habitaban en el país. Pero “no tenemos cómo comprobar esa cifra, puede ser más o un poco menos”, advierte, aunque lo seguro es que “hay pocos”.

Gato de Geoffroy. FOTO: Uruguay Fototrampeo (@uruguay_fototrampeo)

“Los lugares donde mejor se ve, no digamos que fácilmente, pero mucho más fácil que en otras partes del país, parece ser justamente Torres del Paine y Cerro Castillo (Aysén)”, agrega sobre esta especie que celebra su Día Internacional el 28 de enero.

Este felino, al menos en Chile porque sus tonos varían entre las regiones sudamericanas, se caracteriza por su pelaje gris claro y un patrón de manchas y líneas negras. “En otras partes es más amarillento que grisáceo”, comenta. Incluso, como en otras especies felinas, se da el melanismo, es decir, que hay individuos con más pigmentos oscuros, por lo que lucen “complemente negros”. De hecho en Uruguay y el sur de Brasil, es un fenómeno relativamente común, donde casi un 20% o 25% de estos gatos son negros.

“En Chile, hasta el momento, no se ha descrito ningún Geoffroy melánico”, dice.

Su estado de conservación es de “preocupación menor”, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), debido a su amplio rango de distribución por el continente y que en varias zonas es común verlo. Pero la realidad chilena es otra, advierte Melanie: “Aplica completamente otro criterio”, porque “no sabemos exactamente cuántos, pero son poquitos”, declara. “En Chile yo no hablaría de ‘preocupación menor’, pero no hay estudios al respecto”.

Gato de Geoffroy. FOTO: Kylie Reynolds

Sobre sus amenazas, “son muy similares a las que enfrentan otros felinos nativos del país”, advierte la conservacionista, quien menciona los incendios forestales, los atropellos en ruta, la pérdida y fragmentación del hábitat, además los perros o gatos domésticos que pueden causarle daño, ya se directamente a través de ataques, o de manera indirecta con la transmisión de enfermedades.

Respecto a la falta de información sobre este felino en Chile, Melanie plantea que ello se debería a que “la gran mayoría de los gatos está en Aysén y Magallanes, y un par en La Araucanía”, por lo tanto, “está lejos y es costoso ir”. Para ella, el tema logístico es un factor: “Ahí [hay] algunos motivos de por qué no se ha estudiado tanto y que van más allá de que le guste o no el gato a la gente”.

La doble fortuna

Ya era la tarde del lunes 19 de diciembre. En la mañana, a Diego Tureo (31) le habían enviado un video del felino silvestre que había cruzado el puente la jornada anterior. “No es un gato que uno pueda buscar, se te aparece; es muy difícil, casi imposible”, comenta él a La Cuarta.

Así, con esa escena en su memoria, empezó su pega de ese día como guía en un hotel del parque. Con un grupo de turistas regresaban tras largas horas de subida hasta el mirador Base Torres. Ya casi terminaba el paseo. Diego esperaba a unos clientes que iban un par de minutos atrás. Cerca del final “hay una parte confusa en que el camino se bifurca”, relata. “Dejé que los cuatro que iban adelante avanzaran mientras esperaba a estos dos justo en ese sector”.

En el sendero “más transitado”, él se quedó solo. O al menos eso creyó.

Joven cachorro de gato de Geoffroy en Torres del Paine. FOTO: Eduardo Minte

De repente, a las 17:30 hrs, escuchó una suerte de chillido. No pescó. Pero volvió a sonar. Pensé que alguna ave rapaz cazaba a algún pajarito. Curioso, se acercó hacia el ruido. A tan solo unos metros suyo, se encontró con la escena en el suelo.

Primero creyó que se trataba de algo similar a otro video que había visto hace un tiempo, de dos gatos de Geoffroy peleando en el monumento natural Cueva del Milodón, a unos 50 kms de Torres del Paine. “Me vino esa imagen enseguida”, dice.

De inmediato se puso a grabar con su teléfono, que contaba con mejor zoom que su cámara. “Ahí me di cuenta que no era otro gato, sino una liebre (Lepus europaeus)”, asegura. Es decir, se trataba de un intento de caza. “No pensé mucho en el momento”, recuerda, aunque “estaba consciente de lo increíble del momento”.

Alguna vez, hace unos cinco años, en otro sector del parque, había visto a uno de estos gatos, al igual que otros colegas suyos, “pero siempre muy fugaces”, aclara. En aquella ocasión, lo vio saltar de un tronco a un pastizal y desaparecer; fueron apenas un par de segundos.

Ahora, mientras el depredador y la presa se revolcaban, Diego observaba y grababa. El gato apretaba a la liebre del cuello, mientras que este herbívoro —introducido desde Europa en 1880 y considerado dañino dentro de estos ecosistemas— a su vez pataleaba y se retorcía para soltarse.

Gato de Geoffroy al acecho. FOTO: Miguel Fuentealba (@miguelangel_fuentealba)

El guía, que también se dedica a la observación de aves y le “encanta la fauna”, sabe que “cuando el comportamiento del animal cambia, o te miran, o el pájaro vuela, es cuando uno pierde en el juego de observación”. Pero, hasta el momento, su presencia pasaba inadvertida.

En eso, oyó unas voces que provenían desde una curva, así que se acercó al punto de la cacería para advertirles a los turistas gringos que estaban por irrumpir. Él avanzó unos dos metros y lanzó un:

—¡Sht, sht, sht! —para que se detuvieran y guardaran silencio ante lo que tenían enfrente.

A Diego le preocupaba que el felino abandonara su presa por la presencia humana. Escuchó a los turistas decir “bobcat”, que es un gato de Norteamérica conocido popularmente como lince rojo (Lynx rufus). “También es pequeño, pero no es la misma especie”, aclara él.

Así y todo, el depredador ya con su presa controlada e inmóvil, se percató de la presencia de las personas en el sendero, y procedió a marcharse con su presa agarrada del cuello, para luego desaparecer, con torpes pasitos para no tropezarse con su propio botín, entre los árboles, los pastizales y los cantitos de los pajaritos silvestres.

“Era imposible que el gato se hubiera comido a la presa ahí, porque sí o sí iba a pasar gente”, comenta Diego. De hecho, un instante después, cuando dejó de grabar, aparecieron cinco o seis turistas en el lugar, que recorrían el sector sin la menor idea de qué acababa de ocurrir. “Al menos me siento bien porque alcance a detener a las personas y el gato no abandonó a la presa, que hubiera sido un fracaso si hubiera ocurrido eso por nuestra presencia”, dice. “Eso hubiera sido muy malo”.

Tras la escena de cacería que duró poco más de un minuto, Diego se acercó a los otros turistas y lanzó:

—Oh, no tienen idea la suerte de lo que acaban de ver —sobre todo cuando se trata de una especie de hábitos más bien nocturnos y crepusculares.

Gato de Geoffroy en la Cueva del Milodón. FOTO: CONAF

Un instante después, aparecieron las dos personas a las que el guía esperaba tras una jornada de trekking. Vieron la sonrisa en la cara de Diego. “No tiene idea lo que acaba de pasar, lo más increíble que he visto en seis años, acaba de pasar recién”, dijo sobre aquel momento que compartió en su cuenta de Instagram (@diego_tureo).

En el suelo solo quedaron algunos pelos de la liebre tras la “pelea”.

“Es algo muy especial”

A la mañana siguiente del avistamiento, Araceli se topó con un compañero en el parque que la abordó: “Oye, Ara, ¿tú también viste el gato?”. Ella le dijo que “sí”. Y sus colegas la llenaron de preguntas y les mostró el video. Recién en ese momento se enteró del efecto que generaba en la gente.

En tanto, Diego se la pasó el resto de la jornada “sin creer lo que había visto, porque entiendo la rareza de lo que es ver ese gato”, expresa. “Aparte, en el sendero más transcurrido, uno no espera verlo por ahí”.

Sobre este par de avistamientos de aquel felino, Melanie Kaiser declara: “Encuentro que tienen mucha importancia porque, ojalá, toda la gente pudiera salir y ver uno”, porque es la forma de “identificarse con esa fauna y luchar para protegerla”. A sus ojos, “es muy difícil motivar a alguien que nunca ha visto un gato de Geoffroy”, plantea.

Gato de Geoffroy en modo cacería. FOTO: Enrique Couve

—Si la gente ve estos animales, y más encima siente que es algo muy especial, un momento súper precioso y que son afortunados de poder presenciarlo, eso cambia algo en el corazón de esa gente —declara—. Es un cambio importante para que después digan “sí, hay que proteger”.

Dicho eso, su reflexión es la siguiente, y menciona algunas amenazas para este felino —y otras especies—: “Yo puedo decirte ‘por favor, lleva a tu perro con correa’, ‘mantén a tu gato dentro de la casa’ o ‘por favor, anda más lento en la carretera’”, sin que esas frases surtan efecto en la gente. Pero, plantea, “si has visto algo (fauna silvestre), tengo la esperanza de que pueda cambiar, que las personas digan ‘sí, voy a salir un poco antes de la casa’, ‘voy a andar más lento’ o ‘voy a llevar a mi perro de la correa’”.

Tiempo atrás, la integrante del Geoffroy Cat Working Group hizo un estudio en que conversó con distintas personas que viven en Aysén y Magallanes, y les preguntó si alguna vez habían visto al gato. Hecha la consulta, el “tenor” de las respuestas que recibió fue: “Hace años atrás, hace décadas atrás se veía harto o se veía más, pero ahora ya no”. Aunque, destaca, que en Cerro Castillo y Torres del Paine pareciera que se los observa con más frecuencia, a pesar de ser “bien escaso”.

En resumen, declara, “afortunados los dos chicos que pudieron presenciarlo”.

Sobre la chance de que los gatos que vieron Araceli y Diego fueran el mismo individuo, la veterinaria comenta que son animales “más bien solitarios”. Aunque precisa que se da cierto “solapamiento” entre los “ámbitos de hogar”, es decir, los respectivos territorios de los machos y las hembras, que se estiman que abarcan entre los 2 y 12 km². “No es que tengas un área donde está exclusivamente un gato, y al otro lado está otro”, aclara.

La distancia entre el avistamiento del guía y la ticketera es de casi un kilómetro, tramo que estos felinos pueden recorrer “sin mayor problema” en solo un día. Es más, Melanie saca a colación un estudio que, a través del seguimiento con collares, determinó que, en promedio, se desplazan unos 600 metros diarios.

Gato de Geoffroy pasa desapercibido. FOTO: Uruguay Fototrampeo (@uruguay_fototrampeo)

Así que, dice, perfectamente podría tratarse del mismo individuo.

En tanto, Diego cuenta que “traté de sacarle un pantallazo al gato que cruzaba el puente y al mío para ver si podía diferenciar alguna de las manchas”. Pero hasta el momento no ha llegado a un veredicto. “Ahí tengo que ponerle más empeño, no lo he hecho muy bien”, adelanta. “Tendré que verlo bien y preguntarle a distintas personas”.

Pero ya habrá tiempo para esa pega. Por ahora, él piensa:

—Volver a ver algo así de raro, difícil. Ya con esto me puedo jubilar.

COMPARTIR NOTA