El misterio del gato andino: la odisea para salvar al fantasma de la Cordillera

Gato andino sobre unas rocas. FOTO: Alianza Gato Andino (AGA)
Gato andino sobre unas rocas. FOTO: Alianza Gato Andino (AGA)

Nicolás Lagos lleva 15 años en busca de pistas sobre este “raro” felino de Los Andes. A pesar de los esfuerzos, nunca lo ha podido ver de frente. Hay mucho que se desconoce sobre el esquivo animal, aunque se ha descubierto lo sagrado que es para las culturas precolombinas. El representante chileno de Alianza Gato Andino relata cómo se trabaja para descifrar a esta amenazada especie en el altiplano. “No solo están los peligros naturales”, dice al diario pop, “sino también de la gente que anda dando vuelta”.

El aire escasea, el sol pega fuerte y el viento sacude la tierra, mientras Nicolás Lagos Silva (39) camina, mira y se detiene. Observa y piensa en medio del altiplano, Región de Antofagasta, a alturas que pueden ir desde los 3.000 a 4.500 metros.

Con los días, los ojos se le irritan, la piel bajo las uñas se seca y los labios se trizan. Su cuerpo no es para aquel mundo hostil. Nació y se crio en Santiago, lo que vuelve más duro el contraste. “Es sentirse en un lugar al que no perteneces”, cuenta a La Cuarta. “Por otro lado, está la plenitud que te llena, que te lleva a estar allá: es única”. A su alrededor, en medio de ese árido paisaje, no hay una sola alma salvo, quizá, uno que otro animalillo. “Es la sensación de estar realmente solo”, dice quien lleva más de una década estudiando a uno de los felinos más “raros” del planeta.

Aun con las miles de horas dedicadas a recorrer estas tierras, nunca lo ha visto cara a cara. Al principio, Nicolás se paseaba todo el día atento a si se le aparecía. “Veía fantasmas todo el rato”, las rocas y matorrales lo engañaban, se hacían pasar por el esquivo animal.

Una y otra vez.

Nicolás Lagos caminando por Torres del Paine. FOTO: Dominic Oakes
Nicolás Lagos caminando por Torres del Paine. FOTO: Dominic Oakes

UNO: El sueño del gato

Fue en 2001, mientras estudiaba ingeniería en Recursos Naturales Renovables en la U. de Chile, con 20 años, la primera vez que escuchó sobre un tal gato andino (Leopardus jacobita). Cursaba segundo año de la carrera cuando el profesor Alberto Carvacho —que fue director del Museo Nacional de Historia Natural— le habló a él y sus compañeros sobre este pequeño felino en una clase de Flora y Fauna de Chile.

El académico les decía a sus estudiantes que era un animal “súper raro” y “que habían poquísimos registros: un par de fotos y unas pieles embalsamadas en algunos museos”. Hasta 1996, ni siquiera se sabía por qué era tan escaso: “No está claro si es un fenómeno natural, atribuible a la acción humana, o es simplemente una percepción errónea por la falta de observaciones”, dijo por esos años la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

A Nicolás, que desde niño gustaba recolectar caracoles y abejas en su jardín, le pareció “interesante y motivador” que existieran tantas especies chilenas que desconocía.

Aunque en su casa siempre fueron de tener perros, los felinos salvajes lo hipnotizaban. Desde muy joven, escuchaba hablar sobre jaguares, pumas y leones, y los imaginaba como criaturas “tan poderosas, que siempre en la cultura ligan a rituales de fuerza, al inframundo, que salen de noche y que son crepusculares”, por lo que “como humano, siempre tienes ese interés de conocer un poco lo desconocido; lo que no ves”.

Y llegó el 2007, cuando escuchó por primera vez sobre la red Alianza Gato Andino (AGA), con presencia en Perú, Bolivia, Argentina y Chile. “Este es el momento”, pensó, “el lugar para poder aprender más”. Le escribió al encargado local, Agustín Iriarte, justo cuando la ONG organizaba unas campañas a terreno a San Pedro de Atacama, donde Nicolás debutó en la instalación de sus primeras cámaras trampa para captar al escurridizo felino. “Ahí cambió mi relación con el gato y el lugar”, asegura. “Desde ahí no he parado”, y todos los años viaja a tierras nortinas para trabajar en el estudio y conservación de la especie.

Gato andino entre los roquedales. FOTO: Alianza Gato Andino (AGA)
Gato andino entre los roquedales. FOTO: Alianza Gato Andino (AGA)

Con ya 15 años de trabajo en terreno, solo lo ha podido ver en fotos y videos. De hecho, si en el equipo hay 30 integrantes, estima que quienes han “tenido la suerte de verlo han sido unas siete personas”.

El fotógrafo, y representante en Chile de esta ONG, piensa que son varios los porqués que vuelven tan difícil un encuentro. Primero, como tantos otros felinos, son crepusculares, es decir, se muestran más activos entre el anochecer y el amanecer. Aparte, este gato presenta densidades poblacionales “bajísimas” a diferencia de sus pequeños pares chilenos como la güiña (Leopardus guigna) o el colocolo (Leopardus colocolo). Y el otro gran factor es el tipo de hábitat, que es “súper específico”: sitios rocosos, quebradas, con cuevas y texturas que esconden y camuflan su cenizo pelaje.

—Probablemente el gato me ha visto no sé cuántas veces, pero no he sabido verlo yo.

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Dentro del gran mundo de los felinos, está la subfamilia Pantherinae, que incluye a los más grandes: leones, tigres, leopardos y jaguares, que son los que tienen la capacidad de rugir. Y la otra rama —la Felinae— tiene entre sus mayores exponentes a pumas y guepardos, pero también a todos los demás pequeños felinos que habitan el planeta; el gato andino entre ellos.

Es una de las cuatro especies felinas que habita el país, junto con la güiña, el colocolo, el puma (Puma concolor) y el gato de geoffroy (Leopardus geoffroyi) —siendo este último también muy esquivo, pero en tierras australes—. En cuanto a tamaño, podría decirse que duplica a sus parientes domésticos.

Vive en Bolivia y en Perú, pero también en Chile se lo ha visto desde el norte hasta el Cajón del Maipo, Región Metropolitana, siempre en zonas altiplánicas o cordilleranas. En Argentina, incluso ha sido observado más al sur, en la provincia de Neuquén (a la altura de Chillán). Se han realizado estimaciones que hablan de que hay unos 2.300 individuos, pero realmente no hay claridad de cuántos son los que merodean por Los Andes.

Gato andino mira la cámara trampa. FOTO: AGA
Gato andino mira la cámara trampa. FOTO: AGA

Está categorizado en Peligro de Extinción por la UICN. Es más, se lo tiene como el gato más amenazado de América, y dentro de las cinco especies gatunas que enfrentan un escenario más crítico en todo el planeta.

Con unos 70 centímetros desde la cabeza al tronco, su cuerpo acaba en su distintiva cola larga, anillada y felpuda que le da equilibrio en los escarpados terrenos que frecuenta, muy al estilo del gran leopardo de las nieves (Panthera uncia) en las montañas de Asia central.

En comparación a otros de sus parientes, hay muchos desconocimiento; a pesar de que se han desentrañado algunos misterios, como que su presa predilecta es la vizcacha (Lagidium viscacia), que los roquedales son sus hábitats favoritos, que se mueven más en el amanecer y el atardecer, que tienen territorios que pueden superar los 35 kilómetros cuadrados, y que, en comparación con especies, es mucho menos densa… por ejemplo, por cada gato andino hay tres colocolo.

Vizcacha reposa bajo el sol entre unas rocas. FOTO: Nicolás Lagos
Vizcacha reposa bajo el sol entre unas rocas. FOTO: Nicolás Lagos

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Hoy Nicolás, que también es un destacado fotógrafo (@nicolagos_s), divide la mitad del año entre estudiar al gato andino y al puma, siendo también investigador en conservación para Panthera, ONG internacional enfocada en la conservación de felinos de todo el planeta, y Fundación Cerro Guido. Ha sido guía en terreno para producciones de BBC, Netflix y National Geographic. Además, en 2021, publicó En el límite: Puma Torres del Paine, una ambiciosa obra de 214 páginas que reúne notables fotos con información sobre el “león de Los Andes”.

En el presente, vive en Puerto Natales, cerca de Torres del Paine y sus alrededores, por lo que el puma ocupa el 70% de su tiempo en lo que a felinos respecta, mientras que el resto queda para el gato andino; aunque estos porcentajes varían según proyectos. Ambos lugares de estudio están separados por unos cuatro mil kilómetros.

Nicolás Lagos con sus binoculares en Torres del Paine. FOTO: Dominic Oakes
Nicolás Lagos con sus binoculares en Torres del Paine. FOTO: Dominic Oakes

Al no ser remunerada su labor en AGA —aunque sí recibe un dinero vía ONG Panthera— , equilibra su tiempo con otras pegas. Igualmente todos los días se comunica con su colegas, planifica futuras salidas a terreno, responde correos y trámites varios.

Aun con tanta actividad, no se pierde en cuál es su felino “favorito”: el gato andino.

—Creo que hay hartas cosas y una de ellas es el lugar donde vive —explica—. Para mí, el altiplano es de los lugares más sobrecogedores e interesantes en que me ha tocado trabajar.

Vicuña con las nevadas alturas de fondo. FOTO: Nicolás Lagos
Vicuña con las nevadas alturas de fondo. FOTO: Nicolás Lagos

De hecho, cuando era estudiante universitario, en la oficina de Alberto Carvacho —el mismo profesor que le habló por primera vez de este gato— había un calendario que, en cada mes, mostraba fotos con un paisaje distinto del altiplano. Nicolás las miraba y pensaba: “Este lugar es hermoso, lo quiero conocer”. Siempre lo tuvo en su mente.

Siente que estas tierras son realmente lo que él entiende como “lo salvaje”. Aunque, “cuando te dicen que te imagines ‘lo salvaje’, la mayoría de la gente te dice el bosque o una selva”, mientras que “una estepa vacía e infinita probablemente no le va a hacer clic; pero para mí, y creo que para cualquier persona que esté y viva en el altiplano, es estar en un lugar donde la naturaleza manda: el clima es hostil y la altura es dura de caminar”.

Una cálida vista del altiplano. FOTO: Nicolás Lagos
Una cálida vista del altiplano. FOTO: Nicolás Lagos

Otro punto que inclina la balanza hacia el pequeño felino es su rareza, por “el desafío de desentrañar qué hay detrás del gato”, porque hay “preguntas básicas” aún sin respuesta, como cuál es su tiempo de gestación o cuántos cachorros tiene.

“Aparte, el gato es hermoso”, destaca, “o sea, he tenido la suerte de verlo por foto y video; la cola que tiene, el color del pelaje, es un felino muy bonito”.

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Los vacíos abundan.

Con AGA, Nicolás ha estado en terreno desde Visviri, en el límite norte del país, hasta el Cajón del Maipo, el lugar más al sur donde ha sido visto el felino en Chile. Ese es el rango. Sin embargo, en la Región de Atacama solo se lo ha pillado una vez, lo que es poco. “Hay espacios en que no sabemos si no hay registros porque el gato no está o porque falta esfuerzo”, explica. “Se necesita muchísimo muestreo, estar en terreno y recorrer”.

En el presente, el foco se concentra cerca de los pequeños poblados de Ayquina y Machuca, de Calama hacia la cordillera, en el Alto Loa, cerca de la frontera con Bolivia.

Las visitas pueden durar unos pocos días o mes y medio, según el objetivo. Pero la rutina en terreno es la misma. Para cada salida, hay que llevar todo en la mochila; las manos deben estar libres porque a veces toca escalar. Como buen fotógrafo, Nicolás carga su máquina personal con sus respectivos lentes. También, junto a algún colega llevan las cámaras trampa con los artefactos para instalarlas: estacas, alambre, pila y tarjetas de memoria. Además, carga la comida para el día, mucha agua, binoculares, libreta, GPS y tablets para tener imágenes satelitales de la zona.

Nicolás Lagos en terreno, con los vapores de la tierra de fondo. FOTO: José Gerstle
Nicolás Lagos en terreno, con los vapores de la tierra de fondo. FOTO: José Gerstle

La despertada es temprano, antes del amanecer. Junto con algún otro compañero, salen del alojamiento y parten a instalar cámaras tal altiplano salvaje. Estos dispositivos cuentan con un sensor de movimiento para tomarle una foto al animal que se cruce. A veces hay que ir a un lugar ya definido por GPS y, otras, buscar para instalarla dónde podría aparecer el felino.

Ese último, dice, “es el más entretenido, porque tienes que estar ahí, conectarte con el lugar, pensar cómo gato, mirar, observar, buscar entre las rocas, caminar, sentarte, pararte, mirar, entender más acerca de la ecología y aplicar tus conocimientos sobre la biología del gato”.

Como sea, la cuestión es achuntarle.

Nicolás limpia el lente de una cámara trampa. FOTO: Dominic Oakes
Nicolás limpia el lente de una cámara trampa. FOTO: Dominic Oakes

Dependiendo del lugar y la cantidad de registros que tome, las cámaras pueden estar en el mismo punto hasta más de un año y medio; aunque deben revisarlas cada tanto para un eventual cambio de batería o memoria. Esta labor es la que permite “aprender más del gato o de cualquier especie”, asegura, porque se pueden ver las imágenes y pensar: “El gato tomó esta ruta”, mientras la cámara apuntaba para otro lado. “Dónde yo pensé que iba a pasar no pasó”, “dónde pensé que iba a pasar sí paso” o “pasó siempre en esta misma dirección”. Son las reflexiones que surgen. “Oh, mira, qué raro, siempre toma la misma ruta de ida y no de vuelta”. Y así se responden preguntas que, a su vez, permiten que surjan otras nuevas.

Eso es lo útil de revisar y, sobre todo, le gusta porque en caso de que aparezca el animal en una foto, piensa: “Estoy en el lugar donde pasó el gato hace un par de semanas”.

Pero no es tarea fácil.

Al principio todo el paisaje luce lejano, solo cerros y rocas. “Chuta, ¿por dónde parto?, puede estar en cualquier lado”, piensa. La misión es suponer “cuáles son los lugares que podría frecuentar más el gato, y eso basado principalmente en la experiencia y el conocimiento sobre la especie”.

Primero, para buscar a un depredador es útil ubicar a sus potenciales presas; en este caso, las vizcachas, que suelen refugiarse en los altos roquedales.

Pero el altiplano también es la tierra de otros exponentes. En la zonas más bajas hay guanacos (Lama guanicoe), y ya más alto se encuentran las vicuñas (Vicugna vicugna). A veces algún cóndor (Vultur gryphus) solitario vigila desde el cielo. También se ven otras aves como ñandúes andinos (Rhea pennata) —o “suris”—, guallatas (Chloephaga melanoptera), variedades de flamencos y patos, además de lagartijas y pequeños anfibios. Por supuesto, merodean otros predadores como zorros chilla (Lycalopex griseus), culpeo (Lycalopex culpaeus), gato colocolo y uno que otro puma.

Y aunque menos frecuentes de avistar, hay armadillos (Chaetophractus vellerosus), chingues (Conepatus chinga rex) y quiques (Galictis cuja).

Vicuña camina por un bofedal. FOTO: Nicolás Lagos
Vicuña camina por un bofedal. FOTO: Nicolás Lagos

Toda esa fauna orbita en torno a los bofedales, que son humedales en altura, y que por lo general brotan de las aguas subterráneas que afloran a la superficie. Cada tanto, en medio de la aridez, aparecen las llaretas, el peculiar arbusto sudamericano que parece musgo.

Allá la radiación es alta, mientras que “los meses más ventosos son como agujas que te pegan”. Las lluvias, que vienen desde cielos amazónicas, se concentran en verano, entre enero y febrero. En esa época los días suelen partir despejados y, a eso de las 16:00 horas, se nublan y luego la lluvia cae escandalosamente, con granizos y truenos. Nicolás ha visto rayos caer a tan solo 200 o 100 metros suyo.

Flamencos altiplano en los cielos del altiplano. FOTO: Nicolás Lagos
Flamencos altiplano en los cielos del altiplano. FOTO: Nicolás Lagos

Cuando el sol se pone, el frío arremete con dureza, es poco lo que se puede ver y caminar entre las rocas se vuelve peligroso. “Eso es lo que manda, la luz”, dice. “Siempre vamos al menos dos personas por temas de seguridad”. Son tierras inhóspitas, casi vacías de humanidad. Torcerse un pie o quedar en pana no es ninguna gracia. Aparte, son sectores fronterizos con Perú, Bolivia o Argentina, puntos en que hay tráfico de drogas, autos y pasos ilegales. “Hay que andar con cuidado, saber por dónde moverse, en qué horarios, con quiénes hablar, qué cosas conversar”, advierte. “No solo están los peligros naturales, sino también de la gente que anda dando vuelta”.

***

La mayor amenaza del gato andino es la minería, que degrada su hábitat. El felino vive en sitios rocosos cercanos a los bofedales, donde hay algún riachuelo, lo que permite que crezcan pastizales y matorrales, y por lo tanto concentra a buena parte de la fauna, incluidas las presas del felino: “Las vizcachas siempre están cerca, porque ahí está su alimento, en las áreas más verdes”, explica.

Esos lugares también son codiciados por las mineras, que requiere miles de litros para funcionar. “Ocupa esa agua, te seca estos lugares y se pierde toda la biodiversidad”, continúa. “Eso provoca un efecto cascada”, al perderse la vegetación, afecta a los herbívoros y, a la larga, a los propios depredadores como el gato.

Gato andino luce su gran cola. FOTO: AGA
Gato andino luce su gran cola. FOTO: AGA

Luego, en segundo lugar, se ubica la caza con “fines paliativos”, explica, que se da principalmente en la zona central de Chile y en el norte de la Patagonia argentina. En esos puntos, los ganaderos locales, dedicados principalmente a ovejas y cabras, pierden parte importante de sus animales por la depredación de pumas, zorros y perros asilvestrados.

Ante eso, como acto de represalia, para evitar que les maten al ganado, salen a la caza de estos animales, “y meten a todos dentro de la misma bolsa”, en vista de que, por su tamaño, el gato andino es incapaz de depredar al ganado. “Muchas veces los confunden y, para ellos, puede ser, por ejemplo, un puma juvenil”, explica. “Salen a cazar de todo”.

Para hacer frente a ese problema, AGA tiene el programa Mitigación de Conflictos, especializado en las amenazas que enfrenta este felino. Esta sección trabaja con las comunidades locales con el objetivo de entregarles herramientas, “para que ellos no tengan estas pérdidas y, en consecuencia, se comprometen a no cazar fauna silvestre”.

DOS: Misterios y rituales

Como un espíritu de las montañas, o “Mallku”. Así entienden los pueblos precolombinos a este fantasmal felino. Los aymaras lo conocen como “titi”, los atacameños le dicen “achamichi” y quienes hablan quechua usan “oskhollo”.

Como sea, dentro de estas culturas, el gato andino tiene un carácter sagrado, símbolo de fertilidad y abundancia tanto agrícola como ganadera, incluso vinculado a la llegada de las lluvias. Su figura es una pieza clave para las icónicas ceremonias del “floreo”, en que las llamas y alpacas son marcadas con flores, pompones y coloridas amarras de lana.

Ahí está la génesis de un fenómeno que influye en las poblaciones del gato andino, aunque este tiene múltiples aristas y, de algún modo, puede resultar un aliado para la conservación.

Gato andino recorre roquedales durante la tarde. FOTO: AGA
Gato andino recorre roquedales durante la tarde. FOTO: AGA

“Primero hay que aclarar que la cacería con fines rituales no es una amenaza para las poblaciones del gato”, recalca, porque, a pesar de que para tener al animal embalsado se lo necesita muerto, “son pieles que pasan de generación en generación”, por lo que “su impacto en la población real” es muy pequeño. Además, es una práctica que va en retirada, explica el integrante de AGA. “La gente está cada vez más yéndose a la ciudad, dejando de lado sus raíces, y tratando de adoptar culturas occidentales”, por lo que ceremonias como el “floreo” son cada vez menos comunes.

Al ser un animal tan difícil de divisar, a Nicolás siempre le asalta una duda: ¿Cómo logran cazar al gato para fines rituales? Ha preguntado a la gente altiplánica y la respuesta que ha recibido es que “lo han visto desde arriba de un acantilado y le tiran una piedra”. Sin embargo, a Nicolás le cuesta creer esa historia: “¿Cómo es posible que el gato no te vea?”, dice. Además se le hace insólito que el peñascazo se arroje con tanta precisión y fuerza como para darle muerte. Otra versión es que se usa una boleadora, con la que le tiran un piedrazo en la cabeza.

Como sea, esos relatos le hacen pensar que, en el pasado, el gato era mucho más abundante y fácil de ver, “aunque no deja de llamar la atención el método”.

El gato en actitud de acecho en plena noche. FOTO: AGA
El gato en actitud de acecho en plena noche. FOTO: AGA

Con los años, aparecen más luces sobre la importancia de este animal no solo dentro del ecosistema, sino también cómo “ayudó a formar el mundo andino”, dice Nicolás. Cada vez hay más estudios con evidencia de “que era mucho más sagrado de lo que nosotros pensábamos”.

Es más, hace poco salió un libro de una antropóloga peruana, Ana María Gálvez, quien reveló que la figura del gato se encuentra incluso en las icónicas líneas de Nazca, en vasijas Tiahuanaco, y que de hecho el nombre del lago Titicaca, la cuna del Imperio inca, estaría vinculado con este felino. En aymara “titi” significa “gato”, mientras “caca” deriva de “qarqa” que significa “de la peñas”. Es decir, “el gato de las peñas”. “Se están empezando a desentrañar esas cosas del punto de vista de la cultura”, dice.

Gato andino se mueve con destreza por los roquedales. FOTO: AGA
Gato andino se mueve con destreza por los roquedales. FOTO: AGA

Aunque son descubrimientos que todavía están en pañales. Durante siglos se dio por hecho que el jaguar (Panthera onca), el mayor felino de América, era el animal sagrado de las culturas andinas, a pesar de que habita en regiones tropicales y, sobre en todo, en el Amazonas. Pero, en algún momento, alguien se preguntó por este gato más pequeño, con su distintiva cola anillada. Antes, frente a cualquier iconografía, petroglifo o pintura que mostrara un gato con pintas, se daba por hecho que se trataba del gigante amazónico.

Pero ya no.

“A pesar de que llegaban jaguares al altiplano a través de caravanas con vasijas y pieles”, dice, “probablemente el gato andino era una cuestión mucho más potente”.

Nicolás también coordina en Chile uno de los programas llamado Cat Crafts, que capacita a mujeres para la creación de artesanía inspirada en el gato andino y la fauna local, para entregar una alternativa laboral y, al mismo tiempo, reconectar a la gente con su cultura, evitar que se vea obligada a migrar a los centros urbanos cercanos, como Calama o San Pedro de Atacama, para trabajar. Cada vez hay más casas vacías en estos pueblos altiplánicos. “La idea es que ellos se mantengan en su territorio”, explica, porque “vemos a las comunidades locales como nuestras aliadas en la conservación”.

Mujer en Ayquina trabaja en artesanía del gato. FOTO: Nicolás Lagos
Mujer en Ayquina trabaja en artesanía del gato. FOTO: Nicolás Lagos

***

En los largos y solitarios recorridos por el altiplano, Nicolás se llena de pensamientos. “Es un momento bien meditativo”, dice. Se le desatan las reflexiones, no solo sobre la pega de turno, sino que de todo, incluso cuestiones personales. “He llegado a tomar decisiones en terreno: qué hacer con respecto a algo, resoluciones”, comenta. “Caminar solo durante horas te permite ese ejercicio, que muchas veces uno no se lo da”, porque “en la ciudad tienes tantos distractores que no tienes ese tiempo para tomar esas decisiones”.

Pero no solo, el conservacionista también lo siente como un espacio natural distinto a otros. “No es un bosque donde vas a tener muchos distractores”, comenta, como el canto de un pajarito, una rama en medio del sendero o el murmullo de un río. En cambio, “allá es un paisaje un poco plano, que llama a la contemplación”.

El conservacionista recorre los roquedales. FOTO: Roxana Casas
El conservacionista recorre los roquedales. FOTO: Roxana Casas

Sin embargo, su mente tampoco pierde el foco: meterse en el universo del gato. Mirar alrededor y, de pronto, observar, fijar la atención cuando aparece el mínimo indicio, como una caca o huella de algún animal. “Y a partir de eso se te abre todo el mundo de preguntas”, dice. “¿Por qué esta huella está acá y no allá? ¿Para dónde iba? ¿Dé dónde venía? ¿Qué especie era? ¿Qué comerá acá? ¿Por dónde se moverá?”.

Y la vista nuevamente se abre al terreno, hacia el páramo y las colinas: “Ahí es cuando te empiezan a surgir más y más preguntas”.

Una mirada hacia el horizonte del altiplano. FOTO: Nicolás Lagos
Una mirada hacia el horizonte del altiplano. FOTO: Nicolás Lagos

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Si bien aún hay mucho que se desconoce del gato, hay temas en los que se manejan ciertas hipótesis. Por ejemplo, ¿cuál es su relación con otros depredadores como el zorro o el colocolo? “Probablemente debe haber algún tipo de competencia”, aunque aún no hay claridad de cuál sería. Pero ahí Nicolás recurre a “la teoría ecológica”, deduce se debiese producir una “segregación del nicho”, es decir, una especie se “dedica a comer presas más grandes que la otra, o una está más activa durante el día que de noche”.

Pero respecto al gato andino y al colocolo en específico, le parece muy curioso el escenario porque sus hábitats se solapan y, aunque el primero se enfoca en zonas rocosas, igual llevan vidas similares: “Quizá el gato está un poco más especializado en vizcachas, y el colocolo en ratones o roedores más pequeños”.

Llareta perdida en el altiplano. FOTO: Nicolás Lagos
Llareta perdida en el altiplano. FOTO: Nicolás Lagos

Los estudios también han arrojado que esta especie tiene una escasa diversidad genética, identificando dos grupos distintos que se habrían separado hace unos 200 mil años… ¿Por qué ocurrió eso? Dentro de la ONG está el programa de Distribución y Genética, que busca responder esa clase de incógnitas: “Ahora la idea es ver qué tan conectadas están unas poblaciones con otras”.

La razón de esa baja diversidad podría ser que, en el pasado, el animal se enfrentó a un “cuello de botella” en que la cantidad de individuos sufrió una fuerte disminución que lo puso en peligro, tal como le habría ocurrido a especies como el guepardo (Acinonyx jubatus) o al propio ser humano (Homo sapiens sapiens) durante las glaciaciones del período Pleistoceno hace miles de años, para luego volver a crecer, aunque, por tanto, desde una menor variedad de ADN. También, en el caso del gato, podría darse que al ser “tan raro y escaso, siempre haya sido así”. Otra opción es que existan barreras naturales —o artificiales— que impidan el encuentro entre poblaciones.

“La idea del programa es escarbar en eso y saber qué respuestas hay”, para junto con ello, a través de la genética, establecer el número mínimo de individuos que debiese haber. “Esa es una pregunta súper difícil de responder”, admite.

Durante la madrugada, un felino reposa apoyado en una piedra. FOTO: AGA
Durante la madrugada, un felino reposa apoyado en una piedra. FOTO: AGA

Cuando revisan alguna de las cámaras, hay semanas en que el felino aparece hasta dos veces en un mismo día y, de repente, pueden pasar tres meses sin tener noticia de él. “Es bien irregular”, comenta. “Me tinca que el gato tiene un ámbito de hogar tan grande que pasa periodos en cada parte de su territorio, y se va moviendo”.

Y es que, tras una larga ausencia, cuando el investigador ya supone que “chuta, se fue el gato” mientras la cámara sigue ahí, sin grabar nada, de pronto aparece otra vez.

“Esa es otra de las preguntas que nos gustaría saber: cómo es esta dinámica espacial del gato, cómo se mueve dentro del lugar”, analiza. “¿Por qué pasa esto? ¿Es algo estacional? Quizá se va donde el clima es mejor en ciertas estaciones del año, o hay otra razón más relacionada con las presas, que se le hacen más difíciles de cazar, y por eso se mueve a un lugar donde hayan presas que están menos habituadas a escapar”.

Aunque son poco usuales, existen registros de cachorros de gato andino; de hecho, un amigo de Nicolás, Bernardo Segura, grabó a una hembra con su retoño en el Parque Mahuida, en las afueras de la comuna de La Reina.

Una madre de gato andino junto a su retoño. FOTO: AGA
Una madre de gato andino junto a su retoño. FOTO: AGA

Las poquitas fotos y videos que existen —en que aparece siempre una mamá con un solo nene— “nos pueden dar luces de cuántas crías tiene”, plantea. “Probablemente la cantidad es una solamente y, de vez en cuando, puede que tenga dos”, lo que reafirmaría su fama como una especie “súper rara”, ya que sus parientes felinos suelen tener camaradas más numerosas, de hasta cinco bebés.

Por lo tanto, “acá la relación es a uno: de una hembra sale un cachorro y no más”, dice. “Imagina lo difícil que es que ese cachorro llegue a la adultez, que sobreviva y después se pueda establecer en un lugar”, por lo que “la tasa de reposición de la población es bajísima”.

TRES: Por si nunca se me aparece

En 2011, Nicolás ya llevaba algunos años en AGA, y se encontraba en el altiplano a unos 4 mil metros. Junto a un compañero, Rodrigo Villalobos, recorrían el lugar en busca de una cámara trampa.

Durante mucho tiempo solo había visto rastros, pero jamás a uno de estos animales de frente. Cansados, subían una ladera para llegar hasta un bofedal y, ya en la cima, vio una figura que le pareció “extraña”, distinta a la de un zorro o una vicuña, similar a una “salchicha”, ya que la estaba mirando desde arriba.

Al percatarse de que era observado, el depredador dio tres enormes saltos y desapareció del verde oasis, tras un colina. Con el corazón desbocado, Nicolás se quedó inmóvil. “Quedé tan impresionado que ni siquiera atiné a sacar la cámara ni nada”, relata el fotógrafo. “Es un poco paralizante no entender la situación, y después te llega un poco el alcachofazo”.

Luego, la imagen aterrizó en su mente: “Vi un puma”.

Así fue su primer encuentro con un felino silvestre.

Unos años atrás, Nicolás Lagos y Rodrigo Villalobos trabajando en terreno. FOTO: AGA
Unos años atrás, Nicolás Lagos y Rodrigo Villalobos trabajando en terreno. FOTO: AGA

Ahora, imagina que si alguna vez se encontrara con un gato andino, su reacción sería casi calcada. “Me quedaría impresionado y paralizado”, para que luego llegue “la parte emocional, la alegría y la felicidad… todo de golpe, me imagino”.

Ya lleva años de ruedo y, como tantas cosas en la vida, la experiencia modera el pensamiento, lo adapta y entrega otra mirada. No es que ya haya perdido el “interés” o “ilusión” de ver al gato, simplemente le basta con estar en el mismo lugar que él. Cada vez que va al altiplano, pilla alguna caca del gato, una huella, “aunque no sea de gato, de puma, de cualquier especie”, cuenta. “Siempre uno encuentra estos tesoros”.

—Obviamente sería increíble ver algún gato, pero ya con el resto estoy —dice—. Ese es mi pago.

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