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Crítica de cine: Elio, un nuevo viaje emotivo de Pixar que no decepciona

Aunque no es una de las obras más deslumbrantes del estudio, Elio confirma que incluso en sus apuestas más modestas, Pixar sigue muy por encima del promedio.

A Pixar siempre se le exige más. Da igual si la película es buena, notable o simplemente correcta: la conversación suele girar en torno a si la obra “está a la altura del estudio”, como si cada nueva producción tuviese que reinventar la animación o conmover como Up, Coco o IntensaMente.

Y aunque es cierto que Pixar ha establecido un estándar tan alto que se convirtió en su propia vara de comparación, también es justo decir que incluso sus películas más débiles están por sobre la media del cine animado hollywoodense. Y Elio, su más reciente película, es una prueba más de aquello.

A pesar de que aquí no estamos frente a una de las joyas más brillantes de la compañía de la lamparita, si nos topamos con una película que funciona muy bien y concreta lo que la compañía hace mejor: crear mundos originales que conectan directamente con el corazón de sus personajes.

A grandes rasgos, Elio nos presenta a un niño introvertido, imaginativo y muy sensible, que vive con su tía, una soldado que tuvo que dejar de lado su sueño de ser astronauta para hacerse cargo del pequeño.

Pero por accidente, y casi puro deseo, ya que no quiere vivir más en un mundo en el que cree que nadie lo quiere, Elio es abducido por una federación intergaláctica y confundido con el presidente de la Tierra, lo que lo obliga a enfrentarse a un grupo de extraterrestres amigables que representan lo mejor y más inteligente de la existencia. Pero en vez de apostar solo por la comedia de enredos, ya que el hecho de que Elio sea un niño genera múltiples problemas con una raza guerrera, la película se enfoca en su viaje interior.

Y es que Elio no es simplemente una historia de aventuras espaciales, también es un relato sobre la pérdida y la necesidad de pertenencia. Aquí, su joven protagonista carga con un duelo no resuelto y, aunque no siempre lo verbaliza, el guion deja claro que hay algo roto en su interior. En ese sentido, su travesía por el cosmos es también una forma de enfrentarse a su propia identidad, a sus temores y a la desconexión que siente tanto con el mundo como con quienes lo rodean.

Por eso uno de los méritos más importantes de la película es que no solo crea un universo visualmente llamativo y narrativamente rico, lo que siempre se espera de su estudio creador, sino que también logra hacerlo sin perder de vista el núcleo emocional. Por supuesto, en su construcción hay creatividad en los diseños de la federación galáctica y los aspectos de ciencia ficción de su premisa, pero cada uno de esos elementos funciona como espejo del proceso que vive Elio: la ansiedad de no encajar, de no entender lo que se espera de uno y el miedo a decir lo que realmente se siente.

De ahí que Elio es también un llamado a la empatía y la comunicación emocional. El protagonista, como representante de toda la especie humana, inevitablemente aprende que para realmente conectar con otros, primero tiene que dejar de pensar solo en si mismo. Y así como la humanidad busca señales en el espacio exterior, también necesitamos aprender a leer lo que hay mucho más cerca nuestro. Porque nadie puede saber del todo qué lleva alguien más en la cabeza y la única manera de acercarse a ello es atreviéndose a hablar, a escuchar y a compartir lo que duele.

En lo técnico, obviamente la película está realizada con el sello de calidad habitual de Pixar. La animación es fluida y llena de detalles, el diseño de producción es colorido y la música acompaña con sutileza y estilo, incluyendo una llamativa canción de Miranda! que acompaña los créditos finales. Y si bien el ritmo tiene algunos altibajos y ciertas resoluciones pueden sentirse predecibles, la honestidad emocional del relato compensa con creces cualquier tropiezo narrativo.

Así que aunque Elio no será la película que lo cambie todo, sí es una que vuelve a recordarnos por qué Pixar sigue siendo un faro en la animación norteamericana: por su capacidad de contar historias que importan, con personajes que sienten de verdad y con mundos que, aun siendo fantásticos, logran reflejarnos con una claridad conmovedora. Sí, en el estudio hacen todo eso una y otra vez, pero sorprende que sigan haciéndolo con tanta soltura y confianza.

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