Tendencias

Crítica de cine: Exterminio la evolución, cuando el terror refleja el alma de un país

Danny Boyle y Alex Garland regresan con una secuela que eleva la saga de los infectados, transformándola en una poderosa alegoría sobre el aislamiento, la identidad nacional y los temores contemporáneos.

Hay películas que sorprenden no por el ruido que hacen, algo cada vez más habitual ante la hegemonía de las conversaciones en redes sociales, sino por la profundidad que revelan una vez que nos devoran dentro de ellas. Ese es el caso de Exterminio: La Evolución (28 Years Later), tercera entrega de la saga iniciada por Danny Boyle en 2002, una película que en primera impresión no me gustó tanto, pero que poco a poco, masticándola, me fue llenando más y más, ya que no solo revitaliza un universo de infectados con una fuerza visceral, sino que también se convierte en una obra ferozmente contemporánea.

Bajo la dirección del propio Boyle y el guion del escritor del original, Alex Garland (Guerra Civil), esta secuela no busca simplemente superar a sus antecesoras, aunque sin duda lo hace con la segunda entrega, sino que su objetivo es trascenderlas e impulsar el relato más allá, siempre siguiendo la tradición zombie de George Romero, cuyas películas no solo eran tanto sobre los muertos caminantes, sino que sobre los muertos vivientes que representan los propios humanos.

Ante ese objetivo, su historia parece la evolución natural del apocalipsis viral del original. Aquí han pasado casi tres décadas desde la propagación del virus de la rabia y, mientras el resto del mundo se recompuso, Inglaterra sigue clausurada, abandonada a su suerte, como un eco del aislamiento del Brexit.

Y lo más llamativo es que ese encierro geopolítico se transforma aquí en una alegoría tangible sobre una nación atrapada en su nostalgia, en sus símbolos y tradiciones, levantando murallas tanto físicas como mentales.

Con esta nueva secuela, Boyle y Garland de se modo construyen una Inglaterra medievalizada, casi feudal, con asentamientos que celebran rituales de paso que glorifican la violencia como símbolo de madurez.

En ese contexto surge Spike, un niño llevado por su padre al continente para enfrentarse a un infectado y “hacerse hombre”. Pero lo que comienza como una prueba de valor se convierte en un viaje de revelación, ya que la película no teme preguntarse qué significa crecer en un mundo en ruinas y qué tipo de masculinidad se espera construir en ese entorno. Por eso es clave la tensión que se forja entre la condición de la madre y el día a día del padre del niño.

En ese contexto, y a lo largo de sus casi dos horas, Exterminio: La Evolución se despliega con una ambición narrativa que reside en su subtexto. Por ejemplo, los infectados ya no son solo cuerpos rabiosos: representan al otro, al extranjero. De ahí que es inevitable leer aquí una crítica feroz al miedo contemporáneo hacia la inmigración, al nacionalismo extremo y al mito de una patria gloriosa que, en realidad, no es tal.

En todo ese entorno, la película termina también revelando su gran carta oculta de contraste: un doctor interpretado con mística sobriedad por Ralph Fiennes, quien expande el marco de la película hacia lo espiritual. Su personaje no solo convive con los infectados, sino que también su deseo de recordar a los muertos introducen una capa de reflexión que contrasta el terror primigenio de los contagiados, que merodean desnudos, con la humanidad persistente en su propia inhumanidad.

Ese personaje también vive en una ciudad de huesos que se convierte en un santuario de memoria, un espacio donde la muerte no es enemigo, sino parte inevitable de nuestro destino como humanos. Y esa idea es sumamente poderosa ante todo el contexto general que rodea al peligro tipo zombie de la película.

El otro punto destacado tiene que ver con lo visual, ya que Exterminio: La Evolución no se queda en la mera construcción de la violencia o la gratificación de secuencias sangrientas, las que por cierto igual son grandiosas.

Boyle y su equipo, que incluye al director de fotografía Anthony Dod Mantle, consiguen que la belleza natural de una Inglaterra vacía conviva con la brutalidad del horror más sangriento.

Por eso la cámara se desplaza entre bosques inhóspitos y secuencias de acción filmadas con iPhones sincronizados, creando una experiencia sensorial intensa. También en su cámara hay mucho de juego visual, además de un manejo que va más allá de la construcción de este mundo carcomido que crea un reflejo oscuro de la Inglaterra contemporánea. Su lente siempre nos está diciendo cosas, tanto internas como externas de los personajes.

En toda esa ruta, y avanzando entre lo grotesco y lo íntimo, también hay que agregar que esta secuela cuenta con cambios de tono que podrían parecer erráticos en otras manos, especialmente cuando a mitad de camino aparecen soldados que tienen la mala suerte de entrar en la isla británica, pero aquí su manejo se siente deliberado e incluso desafiante. Lo mismo pasa con la idea de que aquí se sientan más de dos películas en una sola, ya que la primera parte centrada en el padre es muy diferente a la superior centrada en la madre, con una gigantesca Jodie Comer robándose la película.

Y en esa línea, si bien el final de la película deja un cliffhanger muy abierto, ya que se ha filmado una secuela adicional, lo que realmente queda con su inclusión es la pregunta que atraviesa toda la película: ¿qué tipo de persona puede resultar de todo esto?

Al entregar esa respuesta, e inclusive dejando el pie para la continuación en la futura próxima película, Exterminio: La Evolución es una gran secuela. Y es que en su corazón no habita solo el virus, la sangre o la supervivencia, sino también la identidad, la pérdida y el sentido de pertenencia.

Y en tiempos de fronteras y miedo al otro, esta historia de terror resuena como un grito tan político como humano.

Más sobre:Crítica de CineCine28 Years Later

Lo último

Cotiza y compara todas las marcas y modelosPublica tu auto acá