Por Paulo QuinterosCrítica de cine: La Infiltrada, un thriller agobiante sobre el peso de una misión imposible sin explosiones
Basada en un caso real, la película dirigida por Arantxa Echevarría convierte la infiltración de una joven policía en la ETA en una propuesta de atmósfera asfixiante, buenas actuaciones y una puesta en escena que no requiere de pirotecnia.

“Tú serías infiltrada, lo que significa que si metes la pata puedes acabar con tus huesos en la cárcel o, peor, nadie va a saber de tu sacrificio. Pero es que incluso, si sale todo bien, tampoco vas a tener ningún reconocimiento. Para el mundo tú no existes, solo existirás para mí”.
Esa frase de La Infiltrada, que condensa la soledad y el vértigo de toda misión secreta, funciona como brújula para entender lo que debe ser un thriller de espionaje: no un mero despliegue de pirotecnia visual, sino un tejido minucioso de tensión donde cada plano, cada gesto y cada silencio pueden potenciar el peligro.
Es decir, un buen relato de espías no se mide por la cantidad de persecuciones, sino por la capacidad de hacer sentir que el protagonista camina a menudo sobre un campo minado. En esa línea, producciones relativamente recientes como Tinker Tailor Soldier Spy de Tomas Alfredson o la serie The Americans son ejemplos brillantes de cómo el suspenso surge del riesgo invisible y de la sensación de que la misión puede derrumbarse con una palabra mal dicha o un gesto mal interpretado.
En ese terreno se mueve con precisión esta película española basada en un caso real. Su propuesta eleva la dificultad narrativa al dejar claro desde el inicio que su protagonista no es una agente con cobertura legal ni respaldo institucional, sino alguien lanzada a la intemperie. Y el peligro que enfrenta es permanente: un paso en falso puede llevarla al ataúd y la luz al final del túnel cada vez se ve más lejana.
Todo pone el pulso en “Arantxa Berradre”, interpretada por Carolina Yuste, una joven policía que a comienzos de los noventa acepta la tarea de infiltrarse en las redes de la Euskadi Ta Askatasuna, la organización terrorista mejor conocida como la ETA.
Lo importante es que su elección como agente, ocurrida después de que un infiltrado logra escapar justo cuando lo descubren, se da precisamente por su condición de mujer: nadie en la organización sospecharía de alguien como ella.

Aquella operación arranca en la parte vieja de San Sebastián, con la joven Arantxa moviéndose en los círculos cercanos a la ETA, fingiendo que es “uno de ellos” y mostrando simpatía por su causa, pegando carteles en las calles y viviendo su día a día en un bar.
Todo esto hasta que logra acercarse tanto que recibe la misión de ser, básicamente, la asistente de un “liberado”, un tipo peligroso y desconfiado que regresa desde Francia con el objetivo de reactivar la lucha armada.
Desde ese momento, el relato se extiende a lo largo de siete años en los que la agente debe sobrevivir a las desconfianzas, al desgaste psicológico y a un entorno que la acorrala sin tregua.
La directora Arantxa Echevarría demuestra rápidamente que el secreto para sostener esta historia no está en lo que se dice explícitamente, sino en lo que se insinúa: pasillos sombríos, conversaciones cargadas de recelo, llamadas telefónicas que pueden cambiarlo todo. Su puesta en escena exprime un aire de claustrofobia en torno a una mujer atrapada por su encargo.
El contrapunto llega con Luis Tosar, en un registro magnético al encarnar a Ángel, “el Inhumano”. No es solo el jefe de la operación, sino un hombre corroído por la responsabilidad de guiar una misión suicida y por el peso que pone sobre Arantxa. Esa relación se convierte en otro eje de suspenso que impulsa gran parte de los mejores momentos del relato.
La Infiltrada tampoco oculta sus aristas de género. El machismo, tanto en las filas policiales como en el mundo brutal de los terroristas, se convierte en un obstáculo adicional. Arantxa no solo debe defender su valía clandestina, y que su sacrificio de años no sea en vano, sino también hacerlo en un terreno donde es cuestionada y mirada en menos. Ese elemento aquí no es accesorio: añade capas valiosas al retrato de un entorno asfixiante.

El trabajo narrativo y cinematográfico también entiende que el tiempo es enemigo y aliado a la vez. El paso de los años, el desgaste físico, las relaciones que se tensan, los recuerdos que se desdibujan... todo eso convierte cada movimiento en una cuenta regresiva que eleva la tensión a pulso.
Y la aparición de un terrorista psicótico a mitad de la historia intensifica la presión, pues su carácter y malvivir funcionan como un nuevo temporizador de una bomba de agobio que parece imposible de desactivar.
Finalmente, cabe destacar que esta producción compartió el premio a mejor película en los Premios Goya y al verla se entiende por qué consiguió ese logro. Su propuesta no se limita a narrar un episodio llamativo de infiltración, sino que convierte la experiencia en una revisión del costo de la clandestinidad, donde cada sombra puede ser una trampa y donde también se refleja la propia sociedad.
Como un acróbata que atraviesa un alambre suspendido sobre un precipicio, La Infiltrada nos recuerda que en el espionaje, y en el buen cine, la mejor adrenalina no proviene solo de ver a alguien tambalearse en el trayecto, sino de la idea de que basta un soplo de viento inesperado para precipitarlo al vacío. Y lo notable es que esta película recorre todo ese delgado camino sin caer.
La Infiltrada ya está en cines.
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