La ambiciosa serie de Netflix logra el equilibrio justo entre fidelidad y actualización, transformando la obra maestra de Oesterheld y Solano López en una producción potente, visualmente imponente y, ciertamente, políticamente vigente.
El Eternauta no es solo un cómic: es el mito fundacional de la ciencia ficción argentina y, posiblemente, la obra más influyente de la historieta latinoamericana.
Creada por los legendarios Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López en 1957, su poder no radica únicamente en el atractivo de su premisa apocalíptica —una nevada mortal cae sobre Buenos Aires mientras un grupo de sobrevivientes resiste ante el terror a lo desconocido—, sino también en su dimensión profética y simbólica dentro de la historia argentina.
Acompañada luego por una secuela más evidente —escrita en plena clandestinidad, poco antes del asesinato de las hijas de Oesterheld y su propia desaparición forzada—, desde las páginas de El Eternauta se proyectan los miedos colectivos y, también, la fortaleza de lo humano ante la adversidad.
Y ese peso simbólico es precisamente lo que ha convertido al cómic en una vaca sagrada: intocable, reverenciada y difícil de adaptar sin despertar suspicacias. Justamente por eso, el anuncio de que Netflix la llevaría a la pantalla desató tanto entusiasmo como desconfianza.

Producida por la plataforma de streaming junto a K&S Films y dirigida por Bruno Stagnaro (Okupas), lo primero que debe decirse es que la serie toma decisiones audaces que, sin duda, generarán debate entre los cultores del material original.
Por un lado, respeta el escenario clásico —una Buenos Aires reconocible pero desolada— y mantiene la estructura coral de los sobrevivientes, con un Juan Salvo con más dudas que certezas como núcleo emocional del relato.
Pero también introduce un cambio clave: la serie prescinde del dispositivo de metaficción con el que Oesterheld abría la historia: aquél clásico encuentro entre el autor y Juan Salvo que marcaba el tono del cómic.
Y ese es un giro significativo, ya que se altera el punto de entrada narrativo, y la historia comienza directamente con la caída de la nieve radioactiva sobre la ciudad.
Más allá de esa decisión, en esta adaptación también hay un aspecto que se destaca desde el inicio: la serie es visualmente imponente, un logro que eleva su factura técnica al nivel de cualquier producción televisiva internacional.

Desde la nevada letal hasta la construcción de una ciudad en penumbras, esta adaptación luce sobria pero eficaz, sin necesidad de un despliegue excesivo de efectos digitales.
Pero quizás lo más logrado de esta versión es que todo aquello está pensando para fomentar la atmósfera. La paranoia, el aislamiento y la tensión ante lo imposible — ubicados en el corazón del original— están perfectamente capturados aquí.
En ese sentido, el guion, coescrito por Stagnaro y un equipo que claramente reverencia la obra de las viñetas, encuentra un equilibrio entre el respeto por el texto clásico y una actualización que no resulta forzada. Ese equilibrio también se refleja en el elenco principal, desde la primera escena en que Juan Salvo juega con sus amigos alrededor de una mesa y cae el primer copo de nieve.
Y es en este punto donde la actuación de Ricardo Darín se impone como uno de los pilares de la serie. Alejado del héroe clásico —y más joven que en el cómic—, Darín encarna a un hombre mayor y común, enfrentado a lo imposible y obligado a liderar mientras poco a poco salen a la luz sus pesares del pasado. Esa es una decisión que aporta madurez y gravedad al relato que comienza a introducir rápidamente el descalabro social.

A lo largo de la serie, hay, por supuesto, los mencionados cambios que la alejan de una adaptación literal. También encontramos un ritmo narrativo más ágil y una estructura más acorde a las exigencias del lenguaje audiovisual. Pero ninguna de esas modificaciones traiciona el corazón del relato.
Lo más importante es que la serie es respetuosa, pero no se queda paralizada por la veneración. Es decir, evita el riesgo de quedar tullida por las reverencias y se adueña de la esencia de la historia. Sin duda la actualiza con inteligencia y mantiene intacto su espíritu.
Y por todo eso, esta serie es mucho mejor de lo que cualquiera pudo haber imaginado. No es poco: muchos pensaron que El Eternauta era inadaptable en suelo sudamericano, ya sea por los costos o por el desafío de trasladar una historia con más de 60 años a una pantalla contemporánea.
Pero sin duda El Eternauta de Netflix logra lo que parecía improbable: adaptar una obra legendaria sin profanarla, dialogar con una vaca sagrada sin sacrificar su esencia. Es una serie que invita a pensar, sentir y, sobre todo, a recordar que nadie se salva solo. Y eso justamente requería esta adaptación en tiempos de Milei.
El Eternauta llegó este 30 de abril a Netflix con su primera temporada.