El cantante nacional montó un contundente set la noche del viernes en el recinto de San Diego.
La noche del pasado viernes 11 de abril, Álex Anwandter volvió al Teatro Caupolicán en “formato velada”. El compositor repasó –a lo largo de un abultado set de veintiséis canciones– todos los discos que ha editado bajo su rúbrica personal.
Sus actuaciones en este escenario santiaguino se han convertido en una saludable costumbre para sus fanáticos: desde 2016 ha actuado a tablero vuelto durante seis ocasiones y en esta, su séptima fecha en el historial, su presentación tuvo tintes antológicos.
La velada, dividida en “dos momentos” —primero bajo el título de “llanto” y luego “baile”—, puso por delante las canciones, y eso siempre es digno de destacar.
El primer set, de once canciones, tuvo a Anwandter maquillado tal como en el afiche promocional: una especie de mimo triste, con cigarro y vaso de destilado en mano, haciendo un repaso por algunas de sus composiciones más melancólicas.
“Tatuaje”, uno de sus más grandes éxitos, reapareció acá en formato íntimo, solo al piano, luego de mucho tiempo sin interpretarla. El coro en el teatro fue total, en una escena que se repetiría luego: el set se desarrollaría entre una mezcla de euforia y emoción.
“Cordillera”, “Intentarlo todo de nuevo” y “Tormenta” repitieron el mismo patrón. Coros repetidos como mantra por el respetable y aplauso cerrado para dar guardar los pañuelos, secarse las mejillas y lanzarse a la pista.
En el “baile”, previo cambio de vestuario y disposición sonora, la figura del cantante se posiciona insuperable debido a su vocación compositiva: hace música precisamente pensada para el movimiento.
Aunque en 2023 y 2024 estrenó más de una veintena de composiciones nuevas con la edición de los alabados El diablo en el cuerpo y Dime precioso este Caupolicán no se trataba precisamente de eso, si no más bien de un compendio de canciones brillantes, desnudando el corazón de cada una de ellas.
Hacía el final, con la aparición de “Siempre es viernes en mi corazón” o “¿Cómo puedes vivir contigo mismo?” la sensación general era de agradecimiento, no solo por la destreza técnica y fiato que entrega una gran banda detrás de él, sino por esta especie de “fin de ciclo” de esta saga de teatros Caupolicán. La próxima, seguro, lo veremos ante muchas más almas coreando. Un Movistar Arena en solitario pareciera ser el paso lógico al mérito propio.