Hasta que me muera

Nunca volverá a ser el invierno de esa manera, con los focos del Volvo de mi papá atravesando la neblina de Santiago para llegar a casa a ver el partido, mis tíos y tías, mi primo Camilo de seis meses durmiendo en su pieza mientras nos reuníamos en torno a una IRT de 14 pulgadas como si fuera fuego. Ya no existen esos sillones, el rostro preocupado de Alejandro, mi primo mayor, los vecinos que se sumaban, el interior las casas de nuestros barrios ahora remodeladas: ni una tabla cruje, no hay un cuarto para los cachureos que da miedo, esas cosas solo permanecen en la memoria de los que fuimos niños en los 90.

No importa el partido, ni la jugada. Solo el color del ambiente del estadio Monumental David Arellano: el paño “Barra Chamaco Valdés”, las líneas de la cancha aún de cal, los carteles de Rexona, Reebok (“Reeeboook, en los grandes eventos”), LanChile, Linic. Los comentarios del “Chino” Caszely, los relatos de Milton Millas. Vladimiro Mimica diciendo “El equipo del pueblo” mientras el equipo daba la vuelta olímpica y los adultos de mi casa lloraban. El cartel de la empresa Alfín, que fue lugar de trabajo del tío Alejandro, desaparecido. Importaba que estábamos vivos a diferencia de él y del dolor.

Mi abuelo Alfredo se sentaba más adelante por que veía y escuchaba menos, mi mami Juli permanecía en la cocina y aparecía a ratos a preguntar cómo íbamos. Ya no eran los 80, Aylwin era presidente, yo esas cosas sabía, estaba emocionado con eso de la democracia, tenía siete años. Escuchaba a mi papá, pegado en la década anterior, decir que los uruguayos, argentinos y paraguayos eran capaces de hacer dos o tres goles en cinco minutos, traumado por un pasado futbolístico constatado año tras año. La final perdida en 1982 por Cobreloa contra Peñarol, por ejemplo. Es destino a veces no es tan incomprensible, Colo-Colo debía ser el primero en ganar.

No volverán a existir esos meses, no se repetirá aunque ganemos nuevamente la Copa Libertadores. Tal vez se escriba una nueva historia para que se la apodere otra generación. Para nosotros Luis Mauricio López, el niño que se metió en la foto oficial contra Olimpia, apodado el hincha fantasma. El programa Colo-Colo en la Red. Sopa de caracol, la ciudad vacía a la hora de los partidos, luego atestada de gente celebrando un triunfo esquivo para el fútbol chileno. El ímpetu de niño, la mirada transparente, ilusionada, la ingenuidad, no volverán. Recuerdo que rezaba para que el popular ganara. No lo había pensado. Tal vez gracias al club soy creyente.

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