Javier Manríquez, autor de “El mundo se derrumba, nosotros nos enamoramos”: “El reggaetón funciona como banda sonora del libro”

Javier Manríquez (Créditos: David Gómez).
Javier Manríquez (Créditos: David Gómez).

En un relato tierno y entusiasta, el escritor, guionista y artesano de memes hace de una historia personal una radiografía generacional sobre el amor (y el desamor). Conversamos con el escritor sobre reggaeton, carros, Bad Bunny y nos curó una playlist ideal para leerlo.

Lo hemos dicho en otras ocasiones (como la semana pasada en el perfil de Fuka) y realmente qué duda cabe, que el amor y por ende también el desamor es-o-son el tema y quizá la inspiración también más universal, transversal en el tiempo y en las distintas manifestaciones del arte a través de la historia

Se trata de una energía tan poderosa, un cóctel químico tan espectacular de serotonina, endorfinas y dopamina que, entre varias otras cosas, mejora el estado de la piel, el sistema inmunológico y la salud cardiovascular.

Por eso cuando se experimenta, la o en realidad las personas involucradas en esa especie de conjuro y/o pacto andan con la sonrisita a flor de labios. Porque en resumidas cuentas y poesía aparte están bajo los efectos lisérgicos de quizá la más poderosa de las drogas naturales.

Pero, como dice el mencionado anteriormente Fuka, es un juego que es solo para valientes.

El lado B de ese subidón puede, y muy probablemente en algún momento ocurra, traer una precipitación a tierra que implica un fuerte impacto en el sistema nervioso central. Uno que puede provocar una afección cardiaca potencialmente mortal, llamada de hecho el síndrome del corazón roto, también conocido como miocardiopatía por estrés o miocardiopatía de Takotsubo.

Es quizá por eso que el libro del escritor, guionista, orfebre de memes, habilidoso futbolista amateur y promisorio runner Javier Manríquez Piérola aka @guororororoi, titulado “El mundo se derrumba, nosotros nos enamoramos (apuntes sobre amor, humor, dolor, y cultura pop) de editorial Planeta, tiene en su contraportada un corazoncito que dice “apto para corazones rotos”. El mismo órgano con la misma frase aparece en la última página, casi escondido, en blanco y negro, como una advertencia.

En 195 páginas, Javier narra con ternura y entusiasmo (dos palabras que lo describen bastante bien) y desde una perspectiva muy personal pero también semiótica y generacional como la cultura pop se inspira y a la vez influencia cómo los habitantes de su generación (el autor nació en 1989) experimentan el amor.

De lo anterior se desprende que entre muchas películas (está obsesionado con Hugh Grant), series, harto Netflix, por supuesto que la banda sonora de este libro transpira y transita entre bastante reggaetón.

Conversamos con Javier Manríquez sobre amor y perreo.

El libro tiene harto reggaeton, en la escena de tu primer beso, también de un primer rechazo, de unos carretes universitarios también ¿Cuál es el rol que juega este sonido y estética dentro del imaginario de tu libro?

Pienso que el reggaetón funciona como una especie de banda sonora, transversal a todo el libro. Tiene algo medio cinematográfico en ese sentido, como en su narración, y en muchas de las escenas el reggaetón está presente: ya sea sonando de fondo, o acompañando, o incluso potenciando ciertas emociones o momentos. Es un género importante tanto como para el personaje como para el narrador, porque está en el tiempo de la historia, en el mundo, y también alrededor, entonces se escucha, se baila, y genera también sus propias historias que luego son relatadas.

¿Cómo crees que impacta, moldea, en la percepción o la experiencia del amor el reggaeton, o los reggaetones, entendiendo que hay distintas ramas, épocas, etc?

Creo que hay un vínculo muy potente entre el reggaetón y quienes nacimos al filo de los 90, porque fuimos protagonistas o testigos de la aparición de “los pokemones” y todo este despertar sexual que ocurrió en Chile frente al conservadurismo de la época, y ese momento coincidió justo con nuestra propia adolescencia. Entonces para mí el reggaetón fue una compañía y un compañero, y siento que de alguna manera fuimos creciendo con él, con sus temas, un poco juntos. Para mí, que era una suerte de perdedor adorable en el amor, bailar “La Pregunta” de J Álvarez y creerme algo así como un tíguere latino, aunque fuera en la ficción de la pista de baile, fue tremendamente importante e inspirador, lo mismo que me pasó, un par de años después, al escuchar a Bad Bunny y darle espacio a la ternura, la fragilidad, o la validación de cierta nostalgia en pleno carrete.

¿Dirías que el reggaeton cambió la forma de sentir amor o el reggaeton conceptualizó un cambio que venía ocurriendo, por otros factores?

Es un camino ida y vuelta, pienso, la música es una expresión de su pueblo o de su tiempo, creo, y con el reggaetón ocurre que se pone en escena una cultura o una manera de sentir inicialmente centroamericana, idearios de Puerto Rico, o Colombia, y luego eso se va expandiendo, y va conversando.

Te sigo...

Nosotros en Chile no vivimos el amor o la pasión exactamente de la misma manera, pero sí somos capaces de adaptarlo, identificarnos, o sobre todo, de jugar un poco con eso, de ver lo que nos sirve o lo que no y usarlo a nuestro favor. Después eso nos cambia un poquito, o lo recibimos precisamente porque hemos cambiado lo suficiente como para identificarnos.

Hay una frase de César Miguel Rondón sobre la salsa que dice así: “El Caribe es una zona muy sentimental del planeta. Lloramos con facilidad. No nos da pena ser cursis. Siempre se canta con algo de humor, aunque muchas veces sea un humor negro. Y somos escandalosos, quizás porque tenemos que hacernos oír por encima del ruido de las olas”. Yo leo eso y pienso: Chile.

Un cambio generacional importante es la diferencia entre lo que plantea teórica o arquetípicamente Daddy Yankee vs Bad Bunny, en terminos de afectividad, sexo y amor ¿Cómo ves ambos paradigmas y con cual te identificas más?

Es un camino, diría. Porque si miramos un himno como “Salgo pa’ la calle”, aparece una manera más “fuerte”, intensa, o extrovertida de sentir. Un universo de discotecas, de bling bling, de ser el más taquilla, el más fuerte, todo ese ideario del “fuego del caribe”. Por otro lado Bad Bunny, si bien viene de esa escuela, y tiene sus inicios en el trap y todo lo que ese mundo demanda, sí le da espacio a la fragilidad, al volumen más bajo, o mejor dicho, a la vulnerabilidad, y lo vuelve un discurso.

Ya no se trata de las gatitas de la disco, por ejemplo, que todo bien con eso, pero ahora se trata de una sola gatita, en particular, que tiene nombre, apellido, una historia y humanidad, que le hizo sentir muchísimo al protagonista de la música. Bad Bunny le canta al desamor, a quedarse pegado, a ese momento en que la disco está llena, como en Daddy, pero a pesar de ello tú estás solo, con ella en la mente. La cámara es más íntima. Me inscribo en esa escuela sin duda, pero no reniego de la otra.

¿Te gusta el reggaeton y el género urbano de Chile? ¿Cuáles son tus exponentes favoritos y por qué?

Me encanta Kid Voodoo, porque su música es tremendamente envolvente, y tiene la especial cualidad de ser dulce y tierna, o romántica, sin dejar de ser sexy. Además, es alguien de Maipú, que hace indie, que viene de una historia con la que me identifico habiendo crecido yo en Puente Alto. Me conmueve la sinceridad que tranmite. Un grande. Si hablamos de lo “urbano”, imposible no mencionar a Ana Tijoux con la tremenda carrera que tiene, y su etapa en Makiza que me tuvo rapeando toda mi infancia y adolescencia. Más actual me encanta el flow de Tomasa Del Real y Pablo Chill-e: la confianza, la actitud, que tiene, el desparpajo para rimar, para crear sin pedir perdón ni permiso. Es un compadre la zorra, que te inspira a ser la zorra.

Cada país tiene un reggaeton a medida de su configuración psicosocial, en ese sentido ¿Cuál es tu lectura de que en Chile sea tan popular el sub-género de los carros, es decir el reggaeton romántico, sobre desamores?

Mi tesis es que somos un pueblo tremendamente sentimental, y sentimos muy intensamente todo: la algarabía, la desazón, pasamos de un extremo a otro con la misma facilidad como nuestra geografía pasa del desierto, al hielo, y de la cordillera al mar.

Creo que por eso nos encontramos tan bien con la música, independiente de dónde sea. Hay como un sincretismo emotivo muy nuestro, que ocurre con las rancheras, con las baladas, hasta con el metal; si bien somos ariscos por fuera, dentro de nuestro orden y de nuestra forma, tenemos una gran facilidad para conectar sentimentalmente con aquello que se esconde tras la rigidez. Y por otro lado, si una gran mayoría de nosotros crecimos escuchando la música romántica que escuchaban nuestras mamás, me parece obvio también que seamos, en el fondo, románticos.

¿Cuál sería la playlist ideal para acompañar la lectura de El mundo se derrumba, nosotros nos enamoramos?

El libro es bien ecléctico en ese sentido. Hablando de reggaetón, pondría a Kidd Voodoo, por supuesto, pero también a Resonancia Etérea, que lo escuché mucho para escribir. También a Gianluca. La Pregunta de J Álvarez. no puede faltar. Y temitas de Juan Gabriel, como Así fue, que es bien importante a lo largo de los capítulos. Jorge González, con la trilogía Amiga Mía, Fe, Esta es para hacerte feliz. Gavilán o Paloma, de José José. Y Carlos Vives, Fruta Fresca.

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