En diciembre, la sombrerería presentó la renovación de un espacio que, con más de cien años a cuestas, es leyenda de la capital y su casco histórico. A cargo de Roberto Lasen, nieto de los fundadores, y Catalina, su hija, en 2021 comenzaron unas obras que pronto —en principio, no más allá de mayo— se completarán con la apertura de un museo con la historia del sombrero y otros oficios tradicionales. “Es el principio del nuevo centro que tiene que quedarse”, aseguran.
Sí, es el Monito:
El “Monito” llamaron (llaman) cariñosamente a un autómata fabricado en Hamburgo, Alemania, y que llegó a Santiago desde París, Francia. Unos dicen que fue en 1922, otros 1923, cuando el negocio Fábricas Unidas Americanas de Sombreros se hizo con él. Era parte de una tabacalera recién quebrada: a su remate se presentó José Sordo, sobrino de José González Noriega y María Sordo, fundadores de la sombrerería, con la intención de quedarse con todo, pero fue más tarde de lo recomendado. Lo único que pudieron ofrecerle a su llegada era este muñeco que juntaba polvo. Como no tenía nada que perder, decidió llevarlo.
Esta historia es, hasta la fecha, una leyenda. Familiar y del casco histórico de la capital.

Es el Monito, pequeño maniquí de ojos grandes y bien abiertos, labios rosados, sonrisa inquietante y traje oscuro de botones, que al poco tiempo encontraría su lugar en el frontis de la tienda, golpeando el escaparate para llamar la atención de quienes pasearan por la calle 21 de mayo. Eran años en los que la Estación Mapocho conectaba a viajeros del norte, sur y Valparaíso, y los locales de la cuadra ofrecían espectáculos en directo, bandas de jazz los domingos. Atracciones ahora inviables.
—Imagínate la competencia que había —dice Roberto Lasen, descendiente de los primeros dueños y a cargo de la tienda—. Esto era una calle que se llenaba de gente, era casi un paseo peatonal con algunas carrozas. Te estoy hablando de 1920, era poco el tránsito de vehículos motorizados y era mucha gente la que llegaba en tren. Todos se quedaban a mirarlo.
Es el Monito que, de pronto, devino punto de encuentro.
—La gente empezó: ¿dónde nos juntamos? Donde golpea el monito. Era como el pilucho del Estadio Nacional. ¿Dónde nos juntamos? En el pilucho.
Al que incluso llegaban a rezarle:
—Iba en un taxi camino a la tienda —recuerda Maite Tamayo, a cargo años atrás— y el taxista me dice: “Desde hace muchos años me paro ahí, en la salida del Club Hípico, y usted no tiene idea cómo quieren a este mono los que apuestan a las carreras de caballos”. Esto era una cosa seria. “Cuando terminaban las carreras y estaban medio cocidos, comentaban entre ellos: ganó tu caballo, po. Ahora vamos a tener que ir a pagar la manda que le hicimos al mono”. Estos tipos le prometían al Monito que si su caballo ganaba, ellos iban a ir a la tienda y se iban a comprar un sombrero de huaso, de lo que sea. En agradecimiento porque los ayudó. Lo tenían endiosado.

Una vez, una abuelita llegó acompañada de su nieta para presentarle al Monito, pero tuvieron la mala suerte de ir un día que el autómata fue prestado a una exposición. Como no pudo conocerlo, la pequeña dejó en la tienda una carta muy sentida al muñeco donde le explicaba por qué no pudieron verse, pero que esperaba volver. En otra ocasión, los carabineros entraron alertados por una anciana que vivía en los departamentos del frente. La mujer acusaba al Monito de golpear el vidrio toda la noche, lo que le impedía dormir. Algo imposible, porque cuando se cortaba la luz, él detenía su actividad. Alguna vez un hombre de La Ligua le dedicó un poema y, dicen, no fueron pocas las señoras que se persignaban al verlo.
Después de cosas como estas, pasó lo inevitable. Fábricas Unidas Americanas de Sombreros cedió a la frase ya popularizada y cambió su nombre a Donde golpea el monito.
—Entonces podemos decir que a esta tienda, a diferencia de todas las otras, la gente la nombró, la gente le puso el nombre —destaca Catalina Lasen, hija de Roberto, bisnieta de José Sordo, directora de comunicaciones—. Y eso es lo que distingue a este monito, tan característico y que llama tanto la atención. No sólo como una herramienta de marketing, sino porque la gente le empezó a tomar un cariño insólito de la noche a la mañana.
Natalia Ateaga, jefa de marketing, lo resume así:
—He trabajado con marcas de todo el mundo y ese mono tiene un efecto distinto. La gente se enoja porque uno lo saca, jajajá. Es lejos la estrategia de marketing más impresionante y sin querer queriendo. Es una herencia. La gente vuelve para acá, porque tiene el recuerdo de que pasaba siempre con la abuela, el abuelo que se venía a comprar el sombrero. Los niños se quedaban en la vitrina mirando al monito, mientras el abuelo compraba. Generaciones más tarde, esa niña es la abuela que trae a la nieta o a la hija y les cuenta.

Donde golpea el monito es el monito, claro. Pero también todo el resto: es, esencialmente, una empresa familiar que ha resistido ya 110 años, la sombrerería en funcionamiento más antigua del país. Un frontis decorado por un catálogo de tipos de sombreros, el café Marley a mano izquierda, el piso de madera, las vitrinas rematadas de la Casa Francesa y dos larguísimos mesones, a la derecha, delante de dos inmensos estantes con cajas de cartón. Es el segundo piso que guarda alguna herramienta de otro tiempo y un tercero, en plena obra, proyecto de museo. Es el ascensor encargado para las reformas, un mural pintado por un artista urbano que recorre la historia de los sombreros y los casi cuatrocientos objetos patrimoniales resguardados en una oficina al final de todo.
Es, cuenta Roberto Lasen, un espejo barroco con su propia historia:
—Este espejo, famoso —lo señala desde lejos—, estuvo desde el primer día que se instaló esta tienda. Se compró de una mansión en la Calle Dieciocho. Y había un señor que llegaba una vez por semana y se ponía frente al espejo y lloraba. Te estoy hablando de los años cuarenta, cincuenta. Hasta que una vez un tío mío que estaba a cargo se acercó: Discúlpeme, pero yo lo veo siempre llegar. Y él le contestó: ¿Usted sabe los recuerdos que tengo de este espejo? Cuando yo era chico, éramos una familia adinerada, pero lo perdimos todo. Hay suicidios en la familia. Lo recuerdo porque veo, a través de este espejo, el pasado tan lindo que tuve.
Es un sitio que en 2010 fue incluido en la Ruta Patrimonial y que alguna vez visitó medio incógnito Kevin Costner o Kate Moss o Michael Bublé. Donde compró Tom Yorke el sombrero tongo que lleva en el videoclip de Lotus flower de Radiohead. En el que llegaban a menudo Jorge Alessandri, Pedro Aguirre Cerda, Gabriel González Videla y gastaba bromas Salvador Allende. Hace no mucho compró unas boinas el presidente Boric.
Pero, según la familia, con todo eso no bastaba, de modo tal que apuntaron a una ambiciosa remodelación.

—Pensábamos que era la mejor manera de redimir el pasado de la familia —sincera Roberto Lasen—. O sea, este era un local que estaba decayendo. Tenía su público leal, pero veíamos que no era correcto atenderlo en un entorno que no hacía justicia con su historia. ¿Me entiendes?
En 2021, iniciaron los trámites para habilitar el segundo piso y levantar una sala de exposiciones, un centro cultural que “fomente los oficios” y “rescate el comercio local”. Demoraron por lo menos seis meses en sacar escombros, madera y tirar las paredes. Era, recuerda Roberto, una cueva de ratones. Pero en el mismo proceso aparecieron cientos de objetos que se exhibirán más adelante: cartas, documentación, pedidos internacionales, herramientas para cortar, objetos de la vieja fábrica.
Aunque nunca cerró del todo, recién el pasado diciembre Donde golpea el monito reabrió sus puertas a lo grande para presumir sus avances.
—Fue un trabajo arduo de restauración —reconoce Catalina Lasen—. La principal misión es que quedara tal cual era, con ese mismo aire austero, y no hacer una gran tienda contemporánea. La sensación era: que la gente entrara y, lo más importante, volver a sentir esa nostalgia. Mantener esa mística de la tienda, esa sensación de familia, de negocio local, familiar. El museo es parte de esta propuesta, y tiene que ver con mostrar un recorrido no sólo de la historia del sombrero, sino de la historia de esta tienda.
En el evento, la administración comunicó que en marzo se presentaría la obra ya finalizada, pero de seguro tomará más tiempo. Los Lasen estiman que esto podría prolongarse hasta finales de abril o incluso en mayo, pero Roberto desde ya avisa:
—Va a quedar muy confortable para que la gente venga y se siente. Aquí es como venir al pasado, pero de calidad, algo agradable, con tranquilidad. Y eso es lo que queremos dar. Queremos dar una reminiscencia al pasado.
—¿Cuál es la valoración que ustedes hacen de Donde golpea el monito para el centro de Santiago?
Roberto Lasen no le da muchas vueltas.
—Muy alta. Es el principio del nuevo centro que tiene que quedarse. Porque es estúpido que hoy tengamos un centro moderno pero sin vida. El centro tuvo mucha vida y hay que revivirlo. Se dejó muy botado por aspectos políticos, por esto mismo de las manifestaciones, la gente se ha asustado y no está saliendo a la calle. Pero estamos esperanzados en que esto va a ir cambiando, porque hay inversionistas que están mirando con muy buenos ojos el centro para levantarlo. Como se hace en Estados Unidos. Me acuerdo que en Miami había partes que estaban botadas y hoy son grandes centros, y es una plusvalía increíble. Yo creo que el centro, para la gente joven como tú, es atractivo de conocer, el pasado, revivir alguna cosa del pasado. Es algo novedoso ya que la vida es tan pareja, tan monótona, sobre todo pa' ustedes que tienen todo en el celular. Estas cosas reviven. Mira, qué linda la luz, qué lindos los sombreros. Y eso es lo que queremos: vamos a revivir el centro.
—Es una apuesta familiar, ambiciosa, pero que conlleva mucho dinero…
—Mucho, mucho. Afortunadamente en la familia tenemos otro negocio. Yo soy el nieto del fundador, están mis hijos que son bisnietos, y todos hemos creado una empresa en el sector del café, Marley Coffee. Entonces, yo he tenido mis ahorros y gran parte de ellos los he volcado acá, porque creo que ¿pa' qué me voy a morir con plata? Mejor morirme con un buen recuerdo, ¿o no? Que alguien me recuerde por lo que hice.