Estado de alerta

Llevo cuatro semanas con mi papá en la casa, ha sido todo un viaje.

5.30 de la mañana. Desperté y ya no puedo dormir. Cuido a mi papá enfermo de fibrosis pulmonar. Estamos los dos solos en esta casa que fue el hogar de mi familia antes de separarme. Desde hace un tiempo ningún ruido es indiferente. Cualquiera puede ser signo de emergencia o catástrofe. Cuando estaba solo el quehacer nocturno de los gatos me alarmaba a un robo inexistente o a un temblor. Ahora una tos o la alarma del teléfono me pone en estado de pánico: creo que mi papá se está muriendo o que es una llamada de algún familiar que me va a decir murió tu abuela Carmen, tu tío Arturo, ambos enfermos también, con un accidente vascular y una operación reciente a la próstata.

Pasan autos y micros por avenida Grecia y recuerdo los tiempos en los que me levantaba temprano e iba a trabajar. Llevo un tiempo con licencia por estrés y depresión. Escucho los pájaros cantar: rememoran tiempos remotos de caminatas después del carrete camino a la cama, época donde la resaca se presentaba como el mayor problema. Cuando se es joven uno no se pone en situación de ser viejo y estar enfermo. De hecho, por lo general, ni siquiera les prestamos atención a los adultos mayores. Los escuchamos hablar y con suerte respondemos por tener buena crianza.

Llevo cuatro semanas con mi papá en la casa, ha sido todo un viaje. La fragilidad y el miedo aparecen como un espejo que se tenía guardado en papel de diario en una bodega. Google se transforma en una herramienta siniestra. Veo a mi papá leyendo sobre su enfermedad de forma compulsiva. No saber le genera ansiedad. Saber, terror. Nadie quiere estar con los enfermos, implican un cacho, un desgaste. En verdad no sé por qué lo hago, va más allá del amor, es una especie de sacrificio voluntario que contiene una experiencia mística. El mismo hombre que te retó de niño y tal vez te traumó, se presenta débil, susceptible. Pone a prueba consciente o inconscientemente a sus parientes más cercanos con minucias que son pruebas de lealtad: desayunar con él, escucharlo, hacer caso a sus mandatos como si fuera el fin obligado de un gobierno.

Estas situaciones generan roces familiares. Críticas entre hermanos, tíos y primos. También gestos fuera de serie. Hoy, sin ir más lejos, salí para conversar unos asuntos de mi hija mayor, y cuando volví a casa, mis primas Pamela y Leticia me tenían la casa soplada, la ropa lavada y guardada. Aunque debían volver a sus casas en Alto Macul y El Tabo, esperaron a que yo volviera para que mi papá no se quedara solo. Mi tía Leticia, su hermana, es un ejemplo de compromiso: apoyó hasta que literalmente se descompensó cuando acompañaba a mi papá al doctor, escena insólita y trágica.

No le doy a nadie este estrés. La gente que tiene plata envía a sus parientes a senior suites o contrata enfermeras. Antes fue mi hermana Constanza, ahora me toca a mí darle las comidas para que tome el cerro de medicamentos que implica la fibrosis, aguantarle algunas mañas, estar alerta. Decía que es una especie de viaje. Un día de crisis profunda dormimos juntos y estuvimos hablando de sexo de cuatro a siete de la mañana, observando la oscuridad de la pieza que nos albergaba. Nunca pensé hablar así con mi padre, de mujeres, de amor, de placer. Me dormí pensando en que su sexualidad me trajo al mundo.

Temas Relacionados

COMPARTIR NOTA