Para picarla finita: ¿por qué Zalo Reyes fue tan grande?

Zalo Reyes

Un performer de primera, capaz de enfrentar al clasismo de otra época y de mostrar tal cual era el mundo popular de donde venía orgulloso, sin importar el sitio o el desprecio que le acechara. Esas fueron, en esencia, las claves que inmortalizaron al “Gorrión de Conchalí” como una leyenda del cancionero popular nacional. Aquí, dos reputados críticos musicales analizan su figura.

Zalo Reyes estaba cansado. Con el ánimo de siempre, dicharachero con sus cercanos, tonteando en cada viaje que todavía podía permitirse, y claro, probablemente colmado de anécdotas. Pero, a fin de cuentas, cansado.

En su círculo más íntimo sabían que la diabetes que lo perseguía desde hace años repercutía directamente en su estado de ánimo, y por más esfuerzos que hiciera, no lograba ser el de antes. O derechamente no podía serlo.

El de antes era el Zalo de la leyenda. Ese del que nos hablaron nuestros padres y abuelos, y que ahora se puede revisitar gracias al archivo que reposa en YouTube y que él mismo se encargaba de compartir a través de su cuenta de Instagram.

Zalo Reyes

No necesariamente hablamos del recordado capítulo de Cara & Sello (Mega) que protagonizó junto a su doble, Carlos Caro, hace unos cuantos años. Sino de su desparpajo y magnetismo para codearse con el jetset nacional en una época mucho más oscura:

—No era solamente un cantante Zalo —arriesga del otro lado del teléfono el crítico musical Marcelo Contreras—; terminó siendo un fenómeno sociológico en Chile. Tuvo un protagonismo súper largo: desde 1978 hasta mediados de los noventa apareció en pantalla. Sobre todo hay un período bien intenso, en toda la década del ochenta, donde aparecía en todos los canales y lo entrevistaban los animadores más grandes.

Don Francisco era uno de ellos. “Kreutzberger lo tenía como partner”, apunta Contreras, y Noche de gigantes, el célebre estelar que condujo hasta 1987 en Canal 13, era una especie de segunda casa.

Zalo Reyes y Raúl Velasco

Pero no era el único: Enrique Maluenda, Antonio Vodanovic y Raúl Matta fueron otros que lo invitaron cada tanto para que, con su particular estilo, cargara con el peso de las noches.

En 1995, por ejemplo, enfrente de Raphael de España, Alberto Plaza, Carmen Frei —actual presidenta de la Democracia Cristiana— y César Antonio Santis, Zalo Reyes se prestó para un absurdo sketch donde lo hipnotizaba el mentalista español Tony Kamo y, como consecuencia, se comía una cebolla prácticamente como si se tratara de una manzana.

Años después, repartió a diestra y siniestra en Viva el lunes.

—Entonces —retoma Contreras— hablamos de un personaje que venía de un sector súper popular, y lo tenemos constantemente en un medio de comunicación que habitualmente no le daba cabida a la gente popular, excepto para mostrar en los noticiarios cuando Pinochet hablaba con ellos... y si es que.

En las últimas horas, es más, se ha discutido el papel que Zalo Reyes cumplía en ese período. Algunos lo sindican como el bufón de la dictadura. E incluso se reflotaron los escritos que Pedro Lemebel le dedicó.

En un fragmento menciona que “en esos programas desde el Sheraton, en el salón L’Etoile, en el barrio alto, el Zalo era el picante simpático que entretenía a los cuicos que tomaban whisky diciendo para callado: ¡enfermo de chulo este gallo, María Fernanda, pero es re amoroso!”.

También recordó, más tarde, el episodio de la cebolla: “En un conocido espacio de alto rating nocturno, animado por César Antonio, el viejo muñeco fifí de la pantalla, el señor Corales de los cumpleaños de Pinochet, el mismo conductor pirulo amigo de Zalo, quien lo invitó a participar de una experiencia hipnótica. Y para todo el país, consciente o no, Zalo Reyes se sometió al incierto juego de un, dos, tres, duérmase (...); siguió comiendo y mascando, embetunándose entero con las amargas lágrimas de esa cebollera humillación. Como si el mote de cantante cebolla, que le puso el riquerío, se devorara a sí mismo, en una grotesca y cruel escena”.

Zalo Reyes y Don Francisco

—Yo creo que hay un talento en todo lo que logró —retoma Marcelo Contreras—. En llevar ese Chile que era ridiculizado muchas veces, en series como Troncal Negrete, que mostraba el mundo popular desde una perspectiva bien caricaturesca, a este tipo que tenía esa chispa, o esa chispeza si se quiere, que tenía esa rapidez que los chilenos admiraban profundamente. Un tipo que tiene la talla rápida, el humor a flor de piel, que sabe responder, que es un poco lacho.

El especialista en música popular y autor del libro Clásicos AM, Ricardo Martínez, piensa, de esa misma forma, que el legado de Zalo Reyes guarda relación con la performance:

—Está emparentado, por supuesto, con gente como Domenico Modugno y tiene que ver con el hecho de que, de alguna manera, hizo que la televisión cantara. Hizo que la música llegara a la televisión de una manera como nunca antes se había visto, desacartonando a la televisión más empaquetada de los años anteriores.

“Por lo tanto”, continúa Martínez, “proyecta un estilo que era más radial hacia una cuestión más televisiva, con hitos clave como el Festival de Viña o todas sus participaciones donde derrochaba talento histriónico, como comediante, imitador, facturador de cóvers. Canciones de Tom Jones, de Elvis... Para mí era un tipo seco”.

Zalo Reyes en vivo

Por cierto, todas estas cualidades, la chispeza que valora el chileno o su capacidad como performer, estaban insertas dentro de, además, un gran cantante.

Zalo Reyes tenía las competencias para darle una nueva vida al bolero con guitarra eléctrica que ofrecieron Los Ángeles Negros o Los Golpes, como también para capitalizar la tradición romántica del tango chileno o del bolero más exagerado en sus emociones, que devino más temprano que tarde en el apodo despectivo de “música cebolla”.

Para Martínez, “algo que había sido un paralelo con lo que ocurrió, por ejemplo, con Charles Aznavour o Gilbert Bécaud en Francia en los años sesenta, o con lo que había pasado con la música sesentera de los Urlatori en Italia”.

—La voz de Zalo Reyes, tú la escuchábai y es como pasa con los grandes cantantes, que escuchái los primeros segundos y cachái quién es —advierte Marcelo Contreras—. Entonces que todo esto confluya en una sola figura, y que además tenga un elemento trágico, como es su consumo de cocaína, como fue tener una vida desordenada, clásica del bohemio, y que lo confesara... Hay ene elementos por los cuales estamos hablando de Zalo Reyes. No solamente porque murió a los 69 años sino porque realmente movía muchas aguas muy distintas en la sociedad chilena.

Américo y Mon Laferte son dos fenómenos multitudinarios que beben del legado del “Gorrión de Conchalí”. “Santos Chávez, La Noche, que es una variable que puede ser bailable, más tropical pero que tiene el elemento romántico, y Ases Falsos”, suma Contreras, “son artistas que están haciendo una reverencia y que tienen un respeto musical genuino por Zalo”.

Zalo Reyes y el Negro Piñera

El pasado domingo el hombre detrás de “Una lágrima en la garganta” se despidió a los 69 años. Su hijo, algunas horas después, precisó que un cáncer de páncreas lo abatió.

“Todo partió por la diabetes. Pero después nos dimos cuenta ya, por las endoscopías y todo lo que le hacen. Ahí uno entra a un mundo distinto al que uno conoce. Y ahí nos dimos cuenta que él tenía un cáncer. Tenía un cáncer del que nunca supimos”.

Desde entonces no han cesado los homenajes a su figura, acaso una de las más grandes y respetadas de la escena romántica y popular chilena. Se entienden los porqués.

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