La Firme con Jaime Vadell: “Es muy difícil llorar. Es aceptar muchas cosas”
Al día siguiente de la muerte de su esposa, decidió actuar, y así ha seguido, aún con la pena, ahora con nuevas funciones de la ovacionada No Me Deje Hablando Solo. Jaime Vadell repasa su historia, habla de su presente y más. “Me estoy poniendo más cariñoso... a la horita”, admite.
Jaime Vadell Amión (89) mira por la ventana y se remonta a 1979, cuando junto a su pareja, la actriz y escenógrafa Susana Bomchil, se vino a vivir a El Arrayán, hoy parte de la comuna de Lo Barnechea. “Acá había muchos menos que ahora”, asegura. Cuando se radicó en su actual casa en la precordillera, a pocos metros de la plaza San Enrique, cruzando Avenida Las Condes, llegaban los capachos cargados desde una mina de la que ya no recuerda su nombre, y ahí mismo procesaban los minerales, relata. Hoy ahí se emplaza una ferretería. “Aquí”, dice, “¡aquí! Al frente”.
Sentado en una de las mesas del restorán Taberna Sátira, mientras conversa con La Cuarta, el actor se alista a servirse un barros luco:
—¿Por dónde empiezo esto? —advierte, sorprendido—. Es una cosa enorme, parece un colchón.
Se limita a comer algunas papas fritas, y luego parte el sándwich por la mitad. “Este es para gente joven, que se come estas hueás en un ratito”, comenta. Lo prueba y luego expresa: “¡Súper bueno!”.
Broma, se ríe de sí mismo, y de otros, dice que está bien, pero, claro, también tiene pena. A principios de mayo, tras más de 40 años de relación, murió su mujer, Susana. Se emociona al recordarla. Pero evita llorar. Al día siguiente de su fallecimiento, decidió igual presentarse al estreno de Aquí me bajo yo.
Y ahora, el 15 y 16 de julio en el Teatro Nescafé (entradas, ACÁ), estará otra vez como protagonista de No me deje hablando solo, la entrañable comedia escrita y dirigida por Rodrigo Bastidas, con un elenco que completan Coca Guazzini, Héctor Noguera, María José Necochea y Nicolás Mena. En su rol de “Javier”, mañoso y malhumorado, casado hace más de cincuenta años con la dulce “Ana”, mientras escribe sus memorias, se enfrenta a una crisis matrimonial que llevan a momentos de profundidad, humor y emotividad. Con más de hora y media en el escenario, el casi nonagenario intérprete declara: “Lo sobrellevo bien”.
En entrevista con La Firme, Vadell repasa su historia hasta el presente: sus primeros pasos en Valparaíso; el arribo a Santiago; la relación con sus padres y hermano; su lado paterno y matrimonio; los años de la dictadura y el salvavidas que significó La madrastra (Canal 13) en 1981; reflexiones sobre su oficio, el Chile de antes y de hoy; su mirada sobre la vejez, lo bueno y lo malo, matizado o ensalzado con el humor; el duelo por el reciente fallecimiento de su mujer; y algunos apuntes nostálgicos, pero también del futuro.
Entre medio, tras recibir una llamada, cuenta que el alcalde de la comuna, Felipe Alessandri, hace poco lo invitó a participar en un “consejo de defensa de la cultura”. El actor aceptó y fue, aunque algo escéptico de lo que se pudiese lograr: “¿Qué vamos a defender?”, dice con gracia. “Éramos como diez viejos y viejas, ¿cómo vamos a defender la cultura?”. Además, cree que su intervención en la instancia no fue la mejor: “Así que ahora me disculpé”, comenta, autocrítico, luego de cortar el teléfono.
Eso y mucho más, a continuación…
LA FIRME CON JAIME VADELL
Tengo mis recuerdos y memoria clarísima... Perder la memoria es perder completamente la orientación. Eso lo tengo perfectamente claro. Pueden pasar —y yo creo que le pasa a todo el mundo— ciertos errores de fechas exactas, de diferencias de meses, en el recuerdo; pero lo tengo perfectamente claro y ordenado.
Viví hasta los cuatro años en Valparaíso. No tengo ningún recuerdo de esa época, sólo ya cuando volví después. Llegué a Santiago como a los cinco, a una casa en una calle que se llamaba Coronel Dávila (y ahora se llama de otra manera), que enfrenta a Antonio Varas por Providencia. Llegué con mi papá, mi mamá y mi hermano mayor. De lo único que me acuerdo es de una vez que entraron a robar; habían puesto una escalera hacia una ventana que daba al baño, y supuestamente habrían entrado por ahí; pero nunca fue comprobado. Fueron suposiciones, porque no se llevaron nada o tuvieron que salir muy rápido… bueno, todas las suposiciones habidas y por haber: había una escalera puesta contra la ventana abierta y ahí se supuso toda la novela, jeje. Venía la familia llegando de Valparaíso, entonces éramos medios aprovincionados. Me acuerdo muy bien. Me acuerdo de algunos vecinos con los que jugábamos en la calle, fútbol o lo que fuera; había unos que eran más ricos y no participaban, jaja, como el odioso niño rico (“Wilbur Van Snobbe”) en La Pequeña Lulú.
No me gusta mi segundo nombre: “Patricio”. No sé por qué, nunca me gustó y lo quité del uso, nunca lo usé... Ahora hay que usarlo porque en internet sale el nombre completo... ¿”Jaime” me gusta? No es especialmente bonito el nombre, pero sí.
He dicho que decidí estudiar Teatro por flojera, un poco en serio y un poco en broma. Antes, cuando existía el Teatro nomás, y no había televisión, era un oficio que empezaba a las 3 de la tarde con los ensayos, seguía con las funciones en la noche y nada más. Pero después entró la televisión, que había que estar a las 7 de la mañana en la grabación, entonces cagué po’.
Estudié en la U. de Chile, pero me salí porque en esa época encontraba que el teatro experimental era una basura, jejeje. Era una forma de trabajar que me parecía obsoleta, que ya no valía la pena y que para qué aprender una cuestión que ya no servía. Esa fue mi idea de fondo. Era un teatro bastante más formal del que se hizo después, en términos de cómo se hacía: más tieso. Siento que tenía razón, porque ahí apareció un teatro que hasta hoy existe, mucho más natural, más cerca del naturalismo. En ese sentido, para mi gusto, ahora está pasado pa’ la punta: falta más teatralidad, en las tablas, en las teleseries y en todo, porque finalmente los que hacen las cosas son los mismos (actores).
El Teatro es un oficio que parece fácil, pero que es muy complicado. Muy complicado. Mientras más caminas en este trabajo, vas descubriendo cosas y dándote cuenta de que hay una serie de cosas de las que no tenías idea y la cagabas con todo lo que hiciste antes. Me pasa hasta hoy; por ejemplo, haciendo No me dejes hablando solo, tengo todavía esas sensaciones; y pasa con obras que ya terminaron la temporada incluso, ya olvidadas, que digo: “¡Ah, esta cuestión la tuviera que haber hecho así!”.
No siempre me sentí cerca de la comedia. Me gusta todo. Me parece que (aún) la comedia es un poco menospreciada, lo que es un error grave de visión... Los países tienen sus ideas... Así y todo sigue siendo la más exitosa, la que lleva más público. Pero siempre los intelectuales están lejos de la gente, jajaja, piensan otras cosas.
Una teleserie favorita mía es La madrastra. Por razones obvias, es muy importante, porque eran tiempos difíciles para el gremio: estábamos prohibidos (en dictadura), vetados de la televisión, yo y otros muchos. No había producción nacional. Además me habían quemado el Teatro, La Feria. Y La madrastra tuvo la gracia de ser un éxito tan grande que no le quedó otra al canal de la competencia, a del Estado, al 7 (Televisión Nacional), que hacer telenovelas, y tener que contratar a los actores-colegas rojillos.
Nunca pensé irme de Chile. No sé por qué. Muchos se fueron, muchos con razón y muchos se fueron sin razón, ¡y les fue bien afuera! Porque el mundo estaba muy dispuesto a recibirnos, y no sólo a recibirnos, sino que a darnos cabida, en Venezuela, México... y en Argentina no tanto porque poco después del golpe nuestro tuvieron el de ellos, el de Videla (1976), que fue durísimo. Por una parte, pienso que alguien se tenía que quedar, ¿si se desaparecían todos? Pensé eso, porque oponerse a la dictadura no era un problema político: era ético.
Cuando me quemaron el teatro, en 1979, me vine a vivir a El Arrayán (Lo Barnechea), para irme de ese barrio, por una cosa del karma, que hablan los indios, ¡que cierto eso!... Aquí al frente (de la Plaza San Enrique) llegaban los capachos de la mina, que procesaban (minerales como plata y cobre) aquí, ¡aquí! Al frente (donde ahora hay una ferretería); y se iba hacia dentro, hasta la mina po’. No me acuerdo cómo se llamaba la mina.
¡Nunca me sentí galán en mi vida! En la actuación, sí, porque tenía esa pega, y les dio por darme esa pega. El personaje nunca se mezcla con quién es uno; esos son cuentos. (Los actores) dicen que no pueden vivir porque están muy angustiados (como el personaje)... Son sendas huevadas... es una huevada... Eso viene de copiarle a los actores norteamericanos que suben 80 kgs o bajan 400 kgs, y están amargados en la casa... Huevadas. Cada uno vive el oficio a su manera.
¿Soy vanidoso? ¡Imagínate! Uno está parado en el escenario para que lo aplaudan. Seguramente esa vanidad sigue presente hasta hoy... pero ya bien decadente. Uy, claro, que disfruto los aplausos hasta hoy; entre paréntesis, hemos tenido unos aplausos con esta comedia, No me dejes hablando solo, ¡fenomenal! Diría que gritos y aplausos, o sea, ovación. Ahora con los aplausos siento un cariño enorme, que es fruto de que la gente me conoce más po’, y que además yo sigo con la porfía de seguir trabajando, y eso lo valoriza el público y lo acoge con cariño.
Con la mamá de mis hijos (Rebeca Chamudes) me casé, pero con Susana (Bomchil) nunca nos casamos. Creo que el matrimonio es bueno. No sé si se haya inventado una fórmula mejor. En general, además, forma parte del matrimonio la separación; es como la muerte en relación a la vida, son implícitas las dos cosas: el matrimonio y la separación. El matrimonio para toda la vida es una cosa rara. Si yo estuve con la Susana 40 años y tantos años, es raro. Peleamos harto sí, por cosas de convivencia y arrebatos de aburrimiento de estar juntos; son crisis naturales, pero las pudimos sobrepasar. Ella se fue un tiempo y otro tiempo me fui yo, pero —qué sé yo— algunos meses. Pudimos sobrepasarlas. Era una mujer muy inteligente y cariñosa.
Con mi hermano mayor, Juan, somos bien distintos; yo era bien hiperquinético, y él era más parco y muy elegante. Es abogado y vive en México. Hablamos poco, pero hablamos; nos hemos acercado con los años, en la distancia. Ahora, por ejemplo, tendría que llamarlo, o que él me llame de mí, porque fue San Juan. La distancia nos ha acercado, y también los años po’; empieza a ser el único pariente que tengo y con el que puedo hablar de cosas que no puedo hablar con nadie más, como recuerdos de la casa en que vivíamos juntos. De repente es muy divertido acordarse, como con “campeonatos” de viejos avisos de radio. Además uno se da cuenta de lo que penetra todo eso en la cabeza; uno se pone en el mood ese y empieza a acordarse de los avisos, ¡y es muy divertido!
Tengo dos hijos, Jaime y Alfonso, que viven en Chile. Nos vemos bastante seguido. Tengo una nieta, la menor, ¡que va a tener guagua ahora en diciembre! Voy a ser bisabuelo, ¿qué te parece?... Tengo tres nietos y una nieta, y uno que vive en Irlanda, así que lo veo poco... He sido completamente ausente como abuelo. Me dijeron que iba a ser abuelo y que se me iba a poco menos que revolucionar la vida. No me pasó nada...
Nunca me ha generado pasión “la patria”. Esa palabra me produce cierta distancia; tiene ese tono nacionalista que es cargante. Me acuerdo que Aniceto Rodríguez (político socialista fallecido en 1995) la usaba siempre: “Estamos lejos de la patria”. La encuentro muy patriótica, xenófoba, patriotera, de desprecio hacia el otro. Es una exageración.
La educación en este país es una cosa desesperante: no le abre la cabeza a los jóvenes; al revés, se la cierra. En general es una cosa apocada, achicada. No hay derecho a achicarse en la vida. Este país ha perdido todas las dimensiones: por otro lado, se cree la muerte y vemos la choreza; y por otro lado, está cada vez más chico. Y somos apocados en el sentido de que somos prejuiciosos y vemos todo desde la utilidad. Hoy está todo tan mezquino. Iban a suspender las clases de Filosofía, jaja, porque no servían pa’ nada... ¿Cómo se batalla contra eso? No hay herramientas contra la estupidez... No hay po’.
Me he reído harto en la vida. Ahora me está haciendo reír el lenguaje de los cumas... ¡Shia, hermano!... ¡¿De dónde salió eso?! ¡¿Quién inventó eso?! Es una cosa rara, porque no es castellano. No les entiendo, como si hablaran otro idioma. Me ha tocado escucharlos en la calle, conversando; es muy cómico. Como no hay lenguaje en Chile, palabras, hay una falta de vocabulario salvaje; por eso se llega rápidamente a los combos. Los argentinos pueden estar echándose insultos durante media hora, porque tienen recursos idiomáticos; pero nosotros decimos “¡qui te pasa!” y “¡qué conchetumadre!”. Ha bajado el vocabulario y la pronunciación; y además ha subido mucho el uso de garabatos de grueso calibre en la conversación diaria; por ejemplo, “conchasumadre” se usaba en casos extremos, in extremis; y ahora se usa como “huevón” antes. Y además lo usan las mujeres, que esa huevada todavía no me entra en el radar. Se lo atribuyo a la falta de vocabulario y la flojera.
Los chilenos somos flojos, no nos gusta el trabajo. Yo le agarré el gusto al trabajo con el tiempo; pero no nos gusta el trabajo. O con los colegas míos, el jueves hay cuarenta espectadores (en el teatro) y dicen: “¿Vamos a trabajar para estos 40?, jaja. 40 espectadores que pagan 20 lucas es una buena plata que entra, jaja.
El cine chileno no tiene el prestigio que debería, dije hace ya más de diez años. Sigo sintiendo esa falta de valoración, absolutamente. Los chilenos en general tenemos la costumbre de valorar poco lo que somos. Hemos tenido campeones, como Arturo Godoy... Arturo Godoy fue querido, y sigue siendo querido por las clases bajas, que son más valoradoras de lo nacional, son más chilenos. Entonces, dentro de esa desvalorización que hace el chileno de Chile, entra el cine y el teatro; le preguntas a un chileno y te va a decir: “Es que fui a Buenos Aires y vi una obra”, o los más ricos van a Nueva York. Siempre está eso de estar mirando para fuera y aspirando a algo que está fuera.
Con el teatro me siento dueño de mi trabajo. En el cine haces la escena, te dicen que está bien y, bueno, está bien, y después llega un tipo que hace: ¡tac, tac, tac! (corta y edita), y de lo que hiciste queda una décima parte. La película es absolutamente del director. Uno no se encariña tanto de las películas como de las obras. Con algunas películas uno tiene más compromiso personal, como por ejemplo con Tres tristes tigres, una masterpiece, creo la mejor película de Raúl Ruiz.
Anduve mucho a caballo cuando niño y joven; era un buen equitador aficionando. Y de repente dejé de andar a caballo. Y volví un día y me dijeron: “Agarras el caballo y partes galopando para allá”, y contesté: “Ya”. Me subí al caballo y me aterré. Pero igual tenía que hacer la escena, entonces partí galopando para allá. Pero de ahí me bajé y me dije: “No subo más a un caballo”... En Pobre Gallo (Mega, 2016) hacía a un dueño de fundo (a “Onofre Pérez”) y Rodrigo Bastidas (guionista) no hizo ninguna escena en que me tuviera que subir a un caballo, porque se lo pedí: “No me hagas andar a caballo porque me cago de miedo”. Y se la ingenió para no hacerme andar a caballo, jaja, porque era el dueño del fundo y nunca andaba a caballo.
No me doy por retirado de la teleseries. No me siento retirado. Pero no creo que me llamen. De acuerdo a la escala de la televisión, ¡yo tendría que ser un tatarabuelo!
Con Héctor Noguera tenemos sólo dos años de diferencia, pero se siente mucha. De repente se piensa que “entre 85 y 87, ¡no es nada!, son dos años, a estas alturas de la vida da lo mismo”. ¡Falso! Entre 80 y 82 hay un abismo de diferencia; y entre 82 y 85, pa’ qué hablar. Dos edades completamente distintas. Y entre 85 y 89, puta, es una casi como la diferencia que hay entre los 15 y 20, ¡es un mundo de diferencia!
Los actores no se jubilan: mueren o pierden la memoria. Puta, perder la memoria... Eso le pasó al actor Marcelo Romo, que empezó a perder la memoria; primero le pusieron una “muela” (cuando actuaba), pero después ya no escuchaba bien la “muela”; después se empezó a perder en auto, entonces de repente lo contaba con el sentido del humor que tenía este hueón, como un chiste: “...Puta, y de repente me desperté como en Avenida Matta... ¡¿Y qué hacía ahí?!”, jaja. Y así fue hasta que ya se perdió... Yo de memoria ando bastante bien. Bastante bien.
Cada vez uno tiene un dolor nuevo cuando es viejo. Ahora no he tenido dolores nuevos; sí he tenido dolores viejos, las rodillas de repente. La parte física jode mucho: la memoria rápida, la capacidad de sociabilizar y las ganas de hacer tanta cosa se van perdiendo. Uno se va poniendo más ermitaño. Además, se aparta la gente de uno, porque se va poniendo fome; uno deja de tener pasión por las cosas, por las ideas, por lo último que dijo Jean-Paul Sartre y por todas las huevadas, el trasnoche, la charlata, el chiste y la bohemia. La Coco Chanel dijo que nunca había oído nada interesante después de las 12 de la noche, jaja. Yo pensaba que sí, pero me he puesto a pensar que la Chanel tenía toda la razón, jaja. Uno va ubicándose distinto. Hay pasiones que se mantienen, como el trabajo y algunas amistades sólidas y antiguas.
Empecé a escribir una la novela durante pandemia sobre un hombre que iba en tren nocturno a Concepción para enterrar a su papá fallecido. Pero no la seguí. Era todo ese viaje, con ese fondo. Iba a ser una novela corta, jaja, pero es muy difícil el manejo del lenguaje. El tren nocturno era una hueá insólita, ¡fantástico!, que fui varias veces a Concepción. Era muy divertido. Tenía un carro comedor que se cerraba como a las 3:30 o 4 de la noche, y ahí se juntaban todos los más curados. Y participaba de esas tertulias. Ahí me encontraba a menudo ahí era al “Mago” Larraín, Fernando, que fuimos compañeros de colegio, casualmente, y después nos hicimos más amigos; un tipo muy simpático, un tipo de chileno que ya no existe: una encantadora persona y, como era mago, te hacía desaparecer un cuchara así sin más, y tú decías: “Puta, ¿dónde metiste las cuchara?”. Muy gracioso.
Cuando uno es viejo, lo tratan como inválido —he dicho—, te hablan fuerte o ayudan a pagar el estacionamiento y a otros trámites. Esas son asistencias —siento yo— hipócritas... Bueno, y el que te trata de ayudar en el estacionamiento es hipócrita de frentón, porque lo que quiere es salir luego él; entonces empieza a mirarte, y uno es mucho más lento, jaja, entonces se exaspera y no me puede decir: “¡Apúrate, viejo de miechica!”, jaja, entonces me dice: “¿LO AYUDO?”, jejeje, con un tono muy preciso; y además es muy fuerte, a grito, porque piensan que además eres sordo. Y escucho bien... “¿LO AYUDO?”, jajaja. No es ayuda eso.
No me renovaron la licencia de conducir, como hace un año, que fui a renovar y me mandaron al carajo. Me caga, porque me limita mucho. Camino por aquí, voy por acá, vengo aquí y voy al Jumbo; pero lo otro lo tengo que hacer en uber. Son cosas que te remecen y, además, la sociedad te señala: “Usted ya no es este, es este”. Te cagan. Sentía que estaba en condiciones de manejar, pero de noche ya no salía; hace poco salí y no vi nada, me di cuenta definitivamente que no puedo manejar de noche, porque no calculo bien las distancias. Salí para ir a comprar.
No me gusta mucho caminar. Me canso... antes no me cansaba. Hoy me canso. Son huevadas de viejo, no hay por qué quejarse. Me quejo muy poco; entre otras cosas, creo que no hay derecho a tirarle encima a los demás los problemas que uno tiene.
No comunico mucho mis problemas. Creo que es herencia de mi padre, que era un tipo al que, creo, no lo vi quejarse nunca. Mi madre era una persona distraída, y cariñosa; mi papá, también. Eran buenas personas. Eso sí, no se entendían, pero ese fue otro problema. Siempre estuvieron juntos, hasta el día de la muerte de ella. Mi viejo murió cuando estrenamos Hojas de Parra. A Nicanor Parra le pedimos usar algunos poemas de él y dijo “sí, usen lo que quieran”, y nos pasó unos cuadernos como de colegio, que vivía entre Isla Negra y La Reina; todavía no se iba a Las Cruces. Fuimos no sé si amigos con Parra, pero sí bastante cercanos. Me gusta la poesía y he leído harta. Son muy buenos los poetas chilenos. Tenemos muchos buenos poetas.
Leo en general cosas que no sean ficción, cosas periodísticas o de Historia. Es raro, pero me gustaba leer ficción, leía harta, y de repente le perdí el gusto, hace tiempo, como cuatro o cinco años. Alguien me explicó que con los años uno va perdiendo la capacidad de imaginar un mundo, y empieza a recordar puntos, pero no la globalidad... Puede ser po’... Entonces leo lo que es no-ficción, periodismo, que son cosas muy puntuales, casos con nombre y apellido.
Además de actuar, no tengo otro hobby. Hay gente que es buena, por ejemplo, para ser carpintero y hacer muebles. Qué envidia. No tengo ese tipo de pasatiempos. Debería tener, ¿no?
Empecé a admirar a los pájaros y la naturaleza, y las guaguas son otra cosa maravillosa. ¿Has visto que las guaguas te miran con una dignidad? Unas preciosuras. No sé si será real, o una pura entelequia mental, más que algo emocional, jeje. Antes no me provocan ni “sí” ni “no”.
Tuve bigote muchos años. Para algo me lo saqué y después ya lo dejé. Y he tratado de dejármelo, ¡y se demora tanto! Parece que uno pierde el vigor, porque seguramente tiene menos testosterona, y toda la huevada obvia que cambia; porque por ejemplo ahora estoy con esta barbita, y me afeité anteayer. Se pierde la energía del pelo, como el pelo de la cabeza, que nunca ha sido muy abundante en mí... todavía tengo algo de pelo, jaja; pero también se va adelgazando. Pierde fuerza el pelo.
Al día siguiente de la muerte de mi mujer, estrené Aquí me bajo yo. Creo que había que trabajar, y creo que ella estaba de acuerdo. Le pregunté a sus hijas, a mis hijastras, y dijeron: “Sí, chao”. ¿Sabes que me dio miedo? Que se empezara a armar una pelotera de “¡oh, es un verdadero héroe del teatro!”; Chile también es bueno para eso, para llevar a la categoría de genio a cualquier huevón... Por suerte no se armó eso. Me hizo bien retomar esa rutina. Ayuda, claro, pero no escamotea la pena. La pena no la escondo. Hasta el día de hoy tengo pena.
Hoy estoy bien, estoy bien... De repente me baja como un cjjj (Como si algo se trizara, según interpreta el reportero)... la pena... ¡Es un sentimiento muy raro! Me he dado cuenta que uno usa esa palabra, pero no corresponde siempre a lo que se siente de verdad: es un sentimiento muy profundo, y que no anda volando por la vida en general... Ahora tengo pena... Bueno, ahora (durante la entrevista), no.
Ahora vivo solo. Primera vez que vivo solo en toda mi vida. Mi mujer estaba con enfermeras día y noche, entonces era una casa sin privacidad, “desprivada”, ¿cómo se dirá? Es un neologismo: “desprivada”. Recuperé esa privacidad, pero porque quedé solo. No se echa de menos esa “desprivacidad”; se echa de menos la presencia de la mujer. De todas maneras, me reconoció siempre. Nunca me desconoció, jaja, y se alegraba cuando me veía. En el último tiempo ya no podíamos tener ningún diálogo. Ella podía tener ciertas cosas, como: “¿Tienes frío?” y respondía “no” o “sí”. Cosas muy puntuales. Pero cuando trataba de elaborar alguna (frase), no podía. No sé cómo se llama la enfermedad. No me acuerdo.
Mi mujer fue mi gran compañera de conversación, con una copa de vino, de Bloody Mary, de Martini seco, o de un pisco o whisky sour, jaja. Tomábamos harto en general... El otro día me encontré una persona que me dijo que no bebía nada y le dije: “Pero qué cosa más rara”; y se extrañó de que dijera que era “raro” que una persona no tomaba. Pero es cierto: para mí es muy rara una persona que no toma nada. Ahora estoy tomando puro vino; y pisco sour, ¡de repente!, muy excepcional, porque es una bebida muy rica. Preparaba todas esos tragos... Con Susana hemos conversado horas de horas, de horas... Nos hemos reído tanto... No sigamos por ese camino (Se emociona)...
Soy más bien parco, pero ahora me estoy poniendo más cariñoso... a la horita, jaja. Porque creo que es importante. Estoy más cariñoso en el sentido de abrazar más, decir más palabras afectivas y acompañar.
No me gusta llorar. Cada vez que estoy cerca de llorar, abandono. Me educaron así: los hombres no lloran. Es una cosa de la que ahora se hace burla. Pero está bien… ¿Llorar solo?... Es muy difícil llorar. Es aceptar muchas cosas. Ponerse a llorar... ¿Un viejo? ¿ Solo? ¿Llorando? Es aceptar que no es ridículo... aceptarlo, porque es bien ridículo po’. Pienso: “Pucha el gallo latoso”, jaja. De sólo imaginarme eso ya se me pasan las ganas; me despierta. A los 30 años ni pensaba en llorar.
Se dice que con la vejez uno gana experiencia, ¿pero de qué sirve con cosas que no te han pasado nunca? La muerte de mi mujer, por ejemplo. ¿Qué experiencia tengo yo? No tengo experiencia de eso. Es primera vez que me pasa, ¿hace cuantas semanas?... No tengo ni siquiera qué cara poner... Sí po’... Y así en muchas otras cosas.
La parte buena de la vejez es que uno puede decir impertinencias y te importe un pito. Eso es bueno. Lo que pasa es que las cosas de la vida, del mundo, empiezan a importar menos, y se empiezan a ver MUCHO menos serias y graves de lo que parecen. Eso es fruto de la experiencia. Cuando dije que “a los colegas les ha dado por llorar” (marzo, 2024), no me trajo ningún “coletazo” (Término usado por el reportero), jaja. Son palabras grandes y no corresponde a este país, jaja; no se puede hablar de “coletazos”. No hay coletazos. Escasamente habrá unos papirotes, jaja. Esa es la visión que tengo del país: creo que es un país muy chico; somos 17 millones de habitantes, menos de los que tiene la región de São Paulo.
Estrenada en marzo del 2023, No me deje hablando solo es una comedia que te hace reír y llorar. Ojalá se convierta en un clásico del teatro chileno, tiene elementos como para hacerlo. Y el tema es muy atingente a la Historia de Chile. Mi personaje, Javier, es un tipo jubilado, bastante amargo, algo en lo que no me parezco. La obra tiene un punto de vista que uno comparte; uno no aprende. Estoy una hora y cuarenta en el escenario con No me deje hablando solo. Lo sobrellevo bien. He tenido que repasar los diálogos, ensayar. Repaso a ciertas horas que son buenas para memorizar: temprano en la mañana y antes de dormir. Son costumbres. En lo posible, intento no ser madrugador, sólo si tengo algo que hacer. Despierto más o menos a las 9:30 o 10:00, y me acuesto a las 2:30 o 3:00 AM, porque leo, o veo YouTube películas de cowboy en general.
Me he declarado a favor de la eutanasia y del aborto. Siempre he sido de cabeza abierta. Con No me dejes hablando solo, he estado bastantes meses en este cuento, pero la argumentación de la Iglesia no me parece tan descabellada: dice que la vida no es un bien que usted haya adquirido, ni un bien que usted haya ganado o que merecidamente reciba este premio; no, usted recibió el don de la vida, pero ese es un don que no es suyo pero que lo tiene. Me hace sentido. Y con el aborto estoy de acuerdo. Creo que la mujer es dueña de esa parte.
Cambia el público del teatro entre el jueves, viernes, sábado y domingo. Ahora, en este momento, todos los días se llenan, pero el jueves está con unos públicos muy buenos, porque está muy atento. Y el del viernes también, mejor que el del sábado, que antes era el estelar. Los juicios pueden cambiar, pero esa sensación tengo yo. Se nota desde el escenario porque, por ejemplo, tiras un chiste y hay público que lo pesca al tiro; otros se demoran, y otros que no se ríen. Hay públicos cargados al drama, que les gusta la parte dramática y que todo lo otro lo miran con sospecha.
Con la plata he sido muy desordenado, y me arrepiento. Es una huevá ser desordenado con la plata. Con la plata hay que ser ordenado: yo promulgo el orden en la plata. Gran partidario. Todavía no me ordeno mucho con la plata. Tengo mis ahorros, algo de plata todavía tengo... Tendría que haber comprado un departamento... Si quisiera dejar de trabajar, duraría un par de años... Tal vez un par de años sea suficiente po’, jaja; tendría 93.
Todavía me siento de izquierda... La izquierda está un poco derechizada… Sigo siendo allendista. Ser concertacionista es más fome; la Concertación fue una cosa media media híbrida e insípida; muy buena, ahora estaría perfecto una “Concertación”, y que empezáramos a crecer en el 5%, ¡enbuenahora! Que haya lucas. Iba a votar por la (Carolina) Tohá, y ahora no sé; puedo sacar una licencia médica para no ir a votar. Finalmente hay que votar por alguien que sea simpático. La Jeannette Jara no me es simpática.
La política me aburre, hace un par de años, porque empecé a no entenderla po’. Es un caos, hasta el día de hoy. Además no tienen ideas. Uno lee el diario y son acusaciones constitucionales, investigaciones de los robos de no sé qué, de otro que le que pidió plata prestada y no la pagó... puras huevadas. ¡En eso están! Ahora borraron al Partido de la Gente (lo diluyeron como bancada en la Cámara), jaja, ¿qué importa que se borre el Partido de la Gente? ¡No es noticia eso! Es un poco la escuela de la farándula. La política se ha farandulizado. Mirko Macari estudió mucho eso, e incluso me acuerdo que un tiempo defendía la tesis que para la Presidencia se jugara al cachipún, que daba lo mismo, jejeje. Quizá era muy exagerado.
Una máxima que en política me parece intransable es no robar. Creo que es la más difícil de cumplir: no robar. No mentir. Y bueno, todos los mandamientos —salvo los que son estrictamente de la Iglesia— son buenos. “No fornicarás”, ese habría que borrarlo. Pero “No matar”, “No robar”, “No mentir” y “No invocar el nombre de Dios en vano (como: “Dios nos acompaña en esta elección”) están bien. Si se cumplieran los diez mandamientos, andaría el mundo mejor, siempre que se excluyera “No fornicar”, jaja.
He dicho que en Chile todo el mundo intelectual es de tendencia de izquierda. No sé si siga siendo así, puede haber variado. En un momento creo que fue bastante negativo, porque cerró las puertas de mucha gente que tenía bastante talento; y en general, incluso dentro de la literatura del mundo que llegaba, también había un pequeño colador en relación a los escritores que eran más momios o fachos... Depende de qué entendamos por “fachos”, porque los fascistas hicieron cagadas; acá (Augusto) Pinochet hizo cagadas grandes, fue un conchesumadre. Fue duro el tipo.
El 6 de octubre cumplo 90 años. ¿Qué me provoca esa cifra? JAJAJA, ¡jamás en mi vida pensé que iba a llegar a tener 89! Es una nebulosa hasta qué edad pensaba vivir, ¿pero 89?... ¡Cumplir 90 años!... Lo curioso es que es el mismo día que cuando cumplía ocho, jeje. Me extraña que el mismo día se puedan cumplir 10 y 90. Es raro, ¿no?
Hay mucha gente que me saluda en la calle. Ay, me gusta esa interacción. Es cariñosa la gente, en general. No me tiran focas; no he estado en el top de la galanura, que son los que reciben chuchadas, porque la mina comenta ‘ay, que es guapo este’ y el novio se pica po’. Soy viejo ya.
Soy ateo y sigo sin creer en nada. De niño iba a misa, hasta el momento en que nos empezaba un ataque de risa en misa con mi hermano y algún amigo; cuando uno tiene ocho años se ríe de cualquier huevada. Y ahí pensamos: “¿Cómo vamos a venir a misa a reírnos? No puede ser”. Así que nos fuimos más. Ahí nos apartamos de la Santa Iglesia.
Siempre existe la curiosidad de saber qué hay más allá de la muerte, pero me da lo mismo lo que vaya a pasar después. Ahí se verá... No creo que pase mucho. Esa es la tincada que tengo. A lo mejor me sorprende y hay un montón de cosas más, jejeje.
La trascendencia, en el sentido de ser recordado, no me interesa... Alejandro Flores o Lucho Córdoba fueron actores de primerísimo nivel, hasta hace diez o veinte años… (¿Y qué tan recordados son?) ¿Entonces qué trascendencia?... O Agustín Siré, premio Nacional de Artes (1972)... Los premios es muy bueno recibirlos, me gusta la ceremonia de todo eso, y que te digan: “Oye, muy merecido...”, jeje. Me gustaría ganar el Premio Nacional y hablar de “este inmerecido premio y que hay tantos otros que lo merecen más que yo”. Hay que meter esa frase en alguna parte del discurso, jaja.
¿Cómo me siento hoy en general? Bien. Sí. Sin angustia. Lo de mi señora no me produjo angustia, me produjo pena. Me produce pena. Lo que pasa es que de repente empieza a atacarme la angustia, porque esa es una cosa de vejez también. Pero estoy sin angustia, puedo quedarme dormido a las 11 AM y despertarme tipo 9 AM. Eso es falta de angustia. Con la angustia te quedas despierto, en pie. Es una sensación, completamente absurda, arbitraria y que viene de no se sabe dónde, ¡de los fríos australes!
Cuestionario Pop
Si no hubiera sido actor, me habría gustado ser tantas cosas: profe de castellano, basquetbolista y director de orquesta. Me habría gustado ser director de orquesta. Qué fantástica esa pega. Eso, por supuesto, tiene su teatralidad: el tipo sabe que lo están mirando y por eso hace todas esas huevadas con la cabeza y el pelo. Muy bueno. Había un director de orquesta, Sergiu Celibidache, que vino a Chile muchas veces, que era TEATRALÍSIMO; entraba muy peinado y poco a poco quedaba con una champa de pelo, que terminaba como el “Tío Cosa”, de Los Locos Addams.
En mi época universitaria, no era estudioso. Nunca fui estudioso. Creo que hay que ser estudioso. Con el tiempo, con la pega, me puse estudioso. De a poco te das cuenta de que tienes que estudiar, o sino te conviertes en un huevón. Nunca pasé una vergüenza por falta de estudio, y tampoco nunca me quedé pegado con un curso.
¿Un apodo? “Rucio” me dicen mucho, algunos amigos, muchos amigos que ya no están... Eso es muy duro, porque esa persona comparte contigo tu cultura, como las revistas infantiles que leíste, y desaparece, y con eso desaparece la posibilidad de compartir, entonces hay que entrar a explicar lo que era, de qué estás hablando, y ahí se complica todo. Por ejemplo, no sé si un compañero mío del colegio —que fue muy amable conmigo porque era dentista, me trató durante un montón de tiempo y me cobraba una cagada—, ¡no sé si está vivo!... Dejé de verlo.
Un sueño pendiente es ser locutor de radio. Sería bueno. No he pensado mucho en qué otras cosas me gustaría hacer, porque ya están fuera de alcance todas las cosas que sean físicas. Para ser basquetbolista ya voy de salida, y era bueno para el basquetbol… Pero bueno, los norteamericanos han inventado otro juego ya. Todos los juegos han sido inventados de nuevo. El tenis me acuerdo que se jugaba de blanco, los hombres con pantalón largo y polera, y las mujeres con una polleras; y la raqueta era de madera —que ahora es como de granito o no sé qué chuta madre—, por lo tanto no podías pegar con esa fuerza que se pega hoy; ahora pegan unos chancacazos que si te llegan a pegar en la cabeza te matan... Le llegó un pelotazo a una vieja el otro día, parece que en Roland Garros, jaja... Esos cambios nadie los nota, pero son tremendos... No existía televisión cuando yo era joven, que recién llegó en el 1962 con el Mundial...
No tengo cábalas.
No me acuerdo de ninguna frase favorita.
Un trabajo mío que no se conoce es que compraba las vituallas del día , para el negocio de mi papá en La Vega. Y fui voz en algunos capítulos de Al sur del mundo, de los Gedda, que eran buenísimos, porque tenían una cosa antropológica; después fueron unos pájaros, que igual eran buenos... A mi mujer le gustaba ver el Love Nature (canal de vida silvestre), que entendía los programas y los seguía, porque eran muy simples, y yo vi varios, que armaban unos cuentos como “este tigre va siguiendo a este otro”... ¡Mentira! Son armados, pero lo hacen tan bien, jaja.
Mi primer sueldo grande, y que lo gasté, fue en el teatro de la Universidad de Concepción, que me vine a Santiago recién pagado, y lo gasté en Viña del Mar, y fui a un hotel buenísimo, al O’Higgins, y fui a comer al Chez Gerald; me lo gasté en tres o cuatro días, con una amiga, una pinche de la época. Muy buena.
¿Algo de lo que me arrepiento?... Arrepentimientos no hay muchos, porque qué raro es ese sentimiento... Me arrepiento de no haber sido más ordenado con el dinero.
¿Actores chilenos que admire o haya admirado? Vicente Santamaría, Nelson Villagra, Luis Alarcón, Tennyson Ferrada, Ana González, Silvia Piñeiro, Delfina Guzmán, Alejandro Flores, Lucho Córdoba y Agustín Siré.
Un actor amigo de ahora es Rodrigo Bastidas. ¿Y actriz? No tengo amigas... no me quedan amigas; la Gloria Münchmeyer es la más amiga, y he trabajado tanto con ella también, y encuentro que es una gran actriz. Con la Coca Guazzini no tengo amistad; tengo una relación muy buena, pero no soy amigo. Con Héctor Noguera, tampoco; fuimos amigos pero hace muchos años, y nunca tan amigos, cuando estaba casada con la Isidora Portales, la mamá de la Amparito (Noguera), que la conozco de guagua, y ahora es una actriz TAN buena; la admiro, tiene una capacidad de estar presente en el escenario.
¿Una película que me hace llorar? Casi todas, cada día más... Bello recuerdo, una en que trabajaba la Libertad Lamarque y Joselito, que ella era la madre, pero se perdían. Y él de repente aparece en la radio cantando “Granada” (“Granada/ Tierra soñada por mí...”), de Agustín Lara, y ella descubre que era su hijo; se contactan y finalmente van a la laguna de Chapultepec en bote —que es la última escena—, ella con Joselito, ya incorporado como hijo, remando y cantan: “Cuando se quiere de veras/ como te quiero yo a ti...”. Y esa parte me emociona... Me puse a llorar... (En efecto, le caen unos lagrimones).
Un miedo que tengo es a la oscuridad.
No creo en el horóscopo, pero lo leo. Soy Libra.
Si pudiera tener un superpoder, me gustaría hacerme invisible. Pero el problema del “Hombre invisible” es que para andar por la calle, tenía que quitarse la ropa, porque sino se veía la ropa caminando, entonces se cagaba de frío... Las cosas sobrenaturales no sirven siempre, jaja.
¿Un placer culpable? Todos los placeres son culpables.
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado, serían Inés de Suárez, Oscar Wilde y Nicanor Parra.
Jaime Vadell es un actor... porque era un intelectual, pero ya no es un intelectual; no lee lo que tendría que leer, ni le interesa tampoco; no tiene ideas muy originales, frente a nada. Entonces se hizo esa pregunta: “¿Qué soy yo?”. Es un actor. Eso. Eso lo puede afirmar y firmar. Y eso sabe hacer (Golpea la mesa).
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