Tras una infancia marcada por la distancia de su madre y patria, al llegar a Chile se topó con prejuicios por se colorina que le jugaron a favor y en contra. Sin darse cuenta, cumplió sus sueños, lleva 30 años actuando y ha sobrevivido a duras caídas: “Estoy aquí porque tengo un angelito súper estresado”, destaca quien por estos días estrena la obra Las Aristócratas.
La calurosa tarde entra por la ventana e ilumina a Sigrid Alegría Conrads (50): difumina sus líneas de expresión, enciende los rastros colorines de su pelo y amplía el eco de su voz dentro de un salón en la Casa de la Cultura de Ñuñoa. En una escuálida silla, ella se acomoda cada tanto, y a veces lanza una carcajada, baja el tono hasta volverse un murmullo, y repentinamente habla con fuerza.
Pero, en cualquier caso, va despacio, arma sus frase con cuidado, y atribuye esa forma de expresarse al grado de autismo que le diagnosticaron, según reveló a inicios del 2024. Tras aquel hito, ha entendido buena parte de su vida hasta hoy, y ejemplifica ahora, en la práctica, con La Cuarta:
—Me pasa mientras hablo contigo, que estoy buscando las palabras perfectas, no te miro; hablo mirando para otro lado, busco palabras e ideas.
Y Sigrid se autoimpone enfáticamente y con humor: “¡Tienen que ser las palabras perfectas!”.
Por estos días, se alista para el estreno de Las aristócratas, ambientada en 1931, y que tiene como protagonista a Tati Undurraga (Claudia Pérez), calificada como una “bataclana” por ser pionera en la vanguardia artística chilena de la época. Pero además, termina su matrimonio y recibe el castigo de su exesposo, y de su propia hermana, María Piedad, interpretada por Sigrid: “Es una mujer arrepentida que se transforma, por lo tanto, en una justiciera, y quiere ayudar a su hermana a sanar una herida que ella ayudó a provocar”, adelanta sobre la puesta en escena que estará en el Teatro Nescafé desde el 6 al 9 de marzo (las entradas se compran por Ticketmaster).
En entrevista con La Firme, repasa su historia desde su fría infancia en Rostock, Alemania, hasta su presente que la tiene con una veintena de teleseries en el cuerpo, hoy en pantalla con la nocturna Los Casablanca (Mega). Pero entre medio tuvo una crianza marcada por una madre distante y la aparición tardía de su padre, con quien ha formado un vínculo marcado por la música; el estigma juvenil de ser tratada como “tontita” y los prejuicios por ser colorina tras su arribo a Chile; la aparición de la actuación en su vida, donde encontró un espacio de imitación que le dio herramientas para adaptarse a su entorno; su salto con la exitosísima Sexo con amor; lo lindo y lo complicado de ser madre en solitario de dos de sus hijos; las distintas caras y etapas del amor, y la demisexualidad; su compleja relación con las redes sociales; la vida de aquí en más con 50 años cumplidos; farándula; piropos a Pancho Melo, Amparo Noguera y a la directora Quena Rencoret…
Eso y harto más, a continuación y en extenso.
LA FIRME CON SIGRID ALEGRÍA
Lo primero que se me viene a la mente de infancia es la nieve en Rostock, en la República Democrática Alemana, un puerto frente a Suecia, con el viento y el frío, e irme al colegio en patines de hielo, y entrar con ellos amarrados al hombro. Tengo una hermana cinco años mayor, que cuando niña es caleta de diferencia, la Danae. Nos íbamos juntas. Allá tenías asignado un colegio según donde vivías, para que los estudiantes pudieran llegar solos y no recurrir al transporte de cualquier tipo.
A mi papá le digo “Julito”, jajaja, qué divertido. Se dio así porque con mi papá me empecé a relacionar yo ya súper grande, ya mamá; como que nos conocimos de adultos, ambos, por lo tanto, dentro del mundo de los adultos, a él le dicen “Julito”, y nos referimos a él así. Y como empecé a trabajar con él a través de la música, pasé a ser parte de su equipo laboral y artístico, y como que dejé de ser la hija. Y era el “Julito” po', y así quedó.
A mí mamá le decía “La Conrads”, porque tenía un nombre súper muy largo y raro: Mónica Paulita del Carmen... Y creo que también le empecé a decir así porque la palabra “mamá” me duele un poco en mi historia con ella; me era más amable tratarla como una persona no tan afectivamente cercana, o tan endeudada conmigo afectivamente.
Creo que he sanado muchísima todas las cuentas que le tenía a la vieja, porque más grande logras entender la historia de la otra persona, de dónde viene y por qué fue así. Pero también siento que lo he hecho como un acto de defensa, de cuidado personal, porque, como no lo pude hacer con ella —porque ella no quiso, ¡porque era de esas personas que no se equivocan!, ni piden perdón ni permiso—, he tenido que trabajar sola esta compasión y comprensión. Y lo he hecho. Ahí nace “La Conrads”. Cuando chica le decía “mamá”, y con el tiempo fue surgiendo ese apodo. No le gustó ser mamá, le sobraba la maternidad.
Mi mamá no era de piel ni cariñosa, mi hermana tampoco y mi padre no estaba; por lo tanto, yo no tenía contacto. Y lo más cercano a eso, y que yo lo disfrutaba MUCHÍSIMO, era cuando entraban dos veces al año a la sala, en el jardín o al colegio, a revisar a los alumnos si tenían piojos en la cabeza, que era lo más parecido a un cariñito. Y era muy riiico. Para mí, cuando entraban en la puerta, era un gran momento.
Me ha sido difícil ser mamá. Hice un gran esfuerzo para no parecerme a ella, jaja. Es heavy cómo uno tiende a imitar a la mamá y caer en eso. Criar es una conducta aprendida; en este caso no tenía un buen ejemplo y encontré en la vida ejemplos de otras mujeres que me parecían mejores. Pero lo tuve que hacer a conciencia, porque naturalmente me nacía imitar a mi mamá, como enojarme por cosas que hoy me parecen ridículas, como que se caiga un vaso y se quiebre... ¡No pasa nada! Se cayó un vaso nomás; pero curiosamente para la gente, por imitación: “¡Es muy grave! ¡¿Pero cómo?! ¡Qué lata!”; mejor “córrete que voy a limpiar pa' que no te cortes”. Esas malas costumbres. O el excesivo cansancio o la mala voluntad de cumplir con las responsabilidades horarias... ¡Los niños se despiertan temprano! Y ya está, no es tan terrible. Pero pareciera algo muy tedioso.
Cuando llegué a Chile, ser pelirroja me trajo lo negativo de que eres muy llamativa, y había una creencia con el pelo rojo: que éramos muy rebeldes, muy sensuales e insolentes. Yo, la verdad, que era sí rupturista, pero sin querer. Hoy entiendo por qué: porque para mí las cosas son o no son; y también tenía que ver con la edad, y que más encima pelirroja y todo el mundo me veía hacer. Por ejemplo, llegué a una edad en que empezaban las fiestas nocturnas, en que los hombres tenían que sacar a bailar a las niñas, sino no bailabas, porque no bailábamos entre nosotras ni entre ellos. Estaban todos los hombres en una esquina, y todas las niñas en la otra; era algo muy nervioso y extraño. Me gustó una canción, y había un compañero que era más amigo mío; fui y le pregunté si quería bailar esa canción. ¡Fue fatal! De de ahí en adelante, en el anuario, el “regalo ideal” para mí siempre fue “traje de monja”; fui “la puta del curso”, por ese hecho se comprobaba que las colorinas éramos unas insolentes, atrevidas y sexys; me metieron ahí. Además no pasaba piola, porque cuando nos mandábamos alguna cagada, ¡la cabeza roja estaba! “¡A inspectoría!”, nos decían. Era súper funada.
Ser pelirroja también trajo cosas buenas, como, por ejemplo: esa misma visibilidad provocaba que me invitaban a proyectos teatrales y el chico que me gustaba me veía; no tenía que hacer grandes esfuerzos para que me abrieran las puertas.
Yo soy nomás; soy muy leal a lo que siento y a lo que me pasa. Pero tenía un pánico escénico profundo; esa cosa de pararse adelante frente a todos me era muy difícil, hasta el día de hoy... ¡Nunca quise ser actriz! Me da miedo ser actriz, hasta el día de hoy. Siento que ese mismo miedo me ha jugado a favor, porque me da mucho pudor hacer las cosas mal; y con la crianza que tuve, le tengo mucho miedo a la crítica: tengo que hacer las cosas ¡bien!, para que no sea castigado. Por lo tanto, siempre tengo la calma de que doy lo mejor de mí, y lo juro que sí. Y los resultados son buenos, entonces me han invitado a otro proyecto, otro y otro...
Decir la primera palabra de una obra de teatro —y sobre todo en los monólogos, que me han tocado últimamente, qué tremendo—, ese primer texto que instala un estilo de teatro (si será muy modulado, proyectado o más íntimo), esa primera frase, me da miedo decirla, jaja. Es como una responsabilidad. Trato de no tomarla. Me da mucho pudor. En resumen, creo que pararme frente a un grupo de gente es exponerse a ser muy criticado, y en nuestra cultura la primera herramienta que se toma es: cómo se para, cómo está vestida, cómo se peina y cómo habla, y después quizás te ganas el “estuvo bueno lo que dijiste”. Pero eso viene después.
No sentí ningún reconocimiento de mi mamá, totalmente de ahí viene mi temor a que las cosas salgan mal. Hasta el día de hoy, tengo la tarea de una psicóloga de hace dos años y medio, jajaja, que la pregunta era: “Ok, si no querías ser actriz, ¿qué es lo que te gusta? Si pudieras tener 14 años, y empezar a caminar hacia un lado, ¿cómo te verías cuando adulta? ¿Qué harías? ¿Qué te gustaría?”... Todavía no lo sé. No recuerdo lo que me gusta, porque fui atrapada por este arte, claramente por mi aspecto y por mi miedo a hacer las cosas mal, que me tienen en lo que estoy. ¡Pero llevo tantos años haciéndolo!, treinta, que ya no me acuerdo qué otra cosa quería hacer. Incluso el cuestionarme ahora: “¿Qué quieres hacer? Hazlo". Ya no sé qué es... Fui abducida, jajaja.
Sexo con amor (2003) fue un sueño cumplido. Era la época en que estábamos: “¡Al fin en libertad!”, ¡y salieron muchos desnudos! ¡Las teleseries nocturnas! ¡Y en el cine había desnudos! ¡Y todo era poto pelado! y “se levanta de la cama a contestar el teléfono en pelota”, “¿por qué?”, “porque sí, porque ahora se puede”... Y como yo me crié por un grupo de hippies en un país distinto, y en playas nudistas, me era muy cómodo, porque no tenía ese rollo católico. Me fue muy amable hacerlo, me era muy simple, hasta ahora. Después caché, gracias a la prensa rosa, que era muy grave tener esa libertad. Para mí la película fue con un elenco increíble, una comedia, con desnudos, tenía esa rebeldía, sola en el afiche y película más vista. ¡Perfecto!
Parece que he cumplido mis sueños muy rápido. Entré a la escuela de teatro y en las vacaciones del primer semestre del primer año, Gustavo Meza, mi maestro, el dueño de la Escuela Imagen, me invitó a ser parte de su compañía, donde todos lo único que queríamos era pertenecer; yo llevaba seis meses en la escuela y me metieron pa' dentro. Después, en la primera película que hago, salí sola de la ficha (publicitaria), y fue la película más vista de Chile durante mucho tiempo; había muchos personajes en esa película, pero salí yo, y sola. Cuando hice una teleserie (Borrón y cuenta nueva, TVN, 1998), entré de protagonista, y con el personaje más lindo de la historia: la novicia (Doris)... Y así, se me han dado cosas rápido.
La actuación la he disfrutado y la he pasado bien. He sufrido mucho también; fue muy difícil. El gremio (actoral) en esos años también era muy competitivo. Hoy día, las generaciones nuevas de las actrices y de los actores, son mucho más amables; tienen conciencia de trabajar en equipo, con la integración, aceptación, empatía y compromiso: todos servimos con nuestra historia; y si nos podemos ayudar, mejor. Y ya no existe tampoco esta juventud que tiene un respeto porque sí a las autoridades o a los mayores; no, somos todos bastante parecidos. Para mí es súper cómodo; otros dicen: “¿Y mi respeto a dónde quedó?”. No lo siento así, lo siento como algo muy amable. Pero cuando entré al mundo de la televisión, ufff, era muy duro, porque era muy difícil también trabajar en teleseries, eran muy pocas las personas ahí. Y además no solo eso: entré de protagonista inmediatamente (Borrón y cuenta nueva. Y parece que eso a algunas personas les dolió, y tuve que pagar ese precio.
En esa época no me interesaba tener amigas, porque era súper complicado, muy difícil. Y me crié con dos mujeres que eran muy duras conmigo y no me aceptaban, por lo tanto, mi información, mi creencia —que ya la modifiqué afortunadamente—, es que “las mujeres son difíciles, complicadas y agresivas”. Y también, ser considerada por los pares, o por los hombres, como una mujer bonita, para las otras mujeres era complicado. Además de eso, hablaba más idiomas, se me consideraba más “culta” y me crié en un ambiente artístico. Todo eso finalmente me jugaba súper en contra, como “ay, ella habla alemán”, “ella, la exiliada” o “nosotros vivimos la política en Chile, en cambio tú agarraste avión y te fuiste; no viviste nada de lo que pasó aquí‘”.
La mujer tiene ese permiso hasta el día de hoy de despotricar y criticar a otra persona, sin límite; el hombre ya está un poco más censurado. Pero la mujer no, la mujer dice cosas espantosas del propio género, porque podemos hacerlo; así como el hombre tiene permiso para enojarse y andar rabioso, agarrar a combos y a los gritos. Nosotras no podemos hacer eso, pero los hombres sí. Lo tenemos normalizado en nuestra cultura. Afortunadamente eso se está yendo, y nosotras también nos podemos enojar y los hombres dar su opinión. Espero que nos encontremos en la mitad y demos nuestra opinión cuando se nos pide la opinión, no antes.
Se me sobreexpuso durante todos esos años. Llevo 25 años lidiando con la prensa rosa, me tuve que acomodar nomás. Creo que intenté desparecer, pero no supe cómo salir de ahí.
El accidente en auto claramente marca una frontera (en el 2007, tras mezclar una pastilla con alcohol, según contó en De tú a tú), porque es una consecuencia de algo que tuve que modificar, y que logré un nuevo camino, que me gusta también (tras una rehabilitación). Me demoré en llegar a ese nuevo camino que me gusta, porque sentía que estaba castigada, y tenía que cumplir con ciertos puntos que me costaban, por un tema de inmadurez también; por ejemplo, ser más responsable con mi alimentación, por lo tanto, con mi peso, horarios de sueño y llegar a la hora. Son pequeñas responsabilidades que me cuestan mucho. Y efectivamente busqué la alternativa más mala, pero curiosamente la más cercana, que son estimulantes, de varios y distintos tipos; y como consecuencia me enfermé y casi me mato. Entonces, estoy aquí porque tengo un angelito súper estresado, pobre, jaja.
Estuve diez años en cero alcohol. Y de ahí, de a poco, pero muy poco —porque como que me sobra—, me tomo una copa de vino, o tengo una amiga que hace una sangría única, ¡dos veces al año! No lo necesito ya, para nada; lo paso súper bien... El autocuidado es un nuevo ingrediente que trae la juventud hoy; nosotros no lo tenemos, y lo hemos tenido que aprender. Tu alimentación es tu nutrición y tu remedio, trata de evitar el Ravotril, aliméntate bien y vas a ver buenas consecuencias. En el colegio, cuando yo era chica, el más bacán era el más curado, que le sacaba las llaves y le quitaba el auto al papá, y el más rockstar; hoy día es el que tiene promedio siete, toma agua y come barrita de cereal.
El cambio con el accidente fue disfrutar a la verdadera yo, lúcida, sin alguna inyección. Lo más cercano a un estímulo exterior es el café. Me conocí, me reconocí, y me caigo súper bien en el estado de lucidez total, que me parecía súper aburrido porque no quería encontrarme conmigo, porque me habían enseñado que yo lo hacía todo mal, que yo era media tontita, que mejor me casara con alguien con plata porque me faltaba un palito pal puente; y era bonita, entonces igual tenía acceso a eso, hablaba en otros idiomas, ojalá fuera (un marido) extranjero... ¡No servía pa' na'! Eso era conversar conmigo al principio. Hoy día no.
Lo de “tontita” tenía que ver con el TEA (Trastorno de Espectro Autista) y el déficit atencional; tengo las dos cosas, y además soy disléxica... qué heavy... Pero así somos, y aquí estamos, jaja. Me costaba mucho el tipo de educación tradicional. Estuve un par de años en un Montessori en Holanda, donde viví tres años, y funcionaba súper bien. Pero en Chile teníamos otra educación, en un idioma que no conocía, en que hay palabras que dan por hecho que uno conoce y que significan cosas “raras” como: ¿Cuál es la diferencia de 12 - 4? ¡Todas po'! Son dos números distintos. Después tuve que enterarme —porque también me daba mucho pudor preguntar, para no pasar por “tontita”—, que la diferencia se le dice al resultado de la resta. O que los “mapuches”, los “indígenas” y los “araucanos” eran los mismos; para mí, si tienen tres nombres distintos, son tres tribus distintas... ¡No entendía nada! Y como tampoco preguntaba porque me daba vergüenza —y a los 15 años preguntar si los mapuches y los araucanos son los mismos era un poco extraño—, fui muy mala alumna. En esa época se medía tu inteligencia si tenías buena memoria o no en el colegio. Y no tengo buena memoria, sobre todo para los nombres y los números. O sea, la clase de historia es una cosa fatal; pero en matemáticas funcionaba, porque es lógica: 2 + 2 son 4 aquí y en la quebrada del ají; y la física la encontraba fascinante, el porqué de los porqué.
Dentro del espectro autista, caché que nos es más fácil la música, las matemáticas, las ciencias en general y las cosas visuales. Gracias a que la actuación me atrapó, que he tratado de salir de ahí y no he podido —me atraparon—, como soy observadora, imito cosas para encajar en esa sociedad “neurotípica”; por ejemplo, cacho que alguien que se ríe mucho, cae bien, y lo tomo y lo imito hasta que me apropio y queda conmigo. Y así distintas cosas. Para nosotros el sentido del humor es muy difícil de entender, pero lo aprendí. Pero cuando hablo con alguien que me conoce desde el colegio, me dice: “Eras muda”. Y así también aprendí a imitar emociones, formas de hablar y comportamientos. Eso es actuar. “Hazme una pena”, me indican, y yo pienso: “Las penas son así, así y asá...”, y lo he llevado a mi trabajo.
No soy buena para llorar en general. Lloro poco. Siempre he sido así. Lo que a mí más me conmueve —que parece que es terrible para los terapeutas—, soy yo misma: me doy pena a mí misma. Cuando entro ahí, lloro. Con el tiempo he aprendido —y descubrí que también tiene que ver con los autistas— a cómo reaccionar cuando llora una persona, a menos que yo tenga un lazo realmente afectivo con esa persona; pero si yo veo llorar a alguien y no tenemos una cercanía tan grande, he aprendido que acercarme y preguntar si necesita algo, si quiere un abrazo, que cosas así hacen bien, no es como “ay, me dieron ganas de abrazarte”. Lo tuve que aprender. Descubrí que aprender cosas me salva, y es menos desafiante para los demás.
La Quena Rencoret me llamó para teleseries en mi primer año estudiando, y yo no aceptaba; y cuando tuve el accidente me apoyó harto. Ha jugado muchos papeles en mi vida, porque ha sido muy maternal, muy buena amiga, muy hermanable y ha sido mi jefa también. Es una persona muy importante en mi vida; no me llega la palabra única donde meterla. Es ejemplar para mí y le estoy eternamente agradecida. Fue la persona que creyó en mí después de escuchar una y otra vez que yo no servía para nada. Ella me dio un valor, hasta el día de hoy. Lo es todo: existo, soy y ella me enseñó que yo era buena para algo: la autoestima. Hay muchas consecuencias. Yo no sé si ella es consciente de lo que ella es para mí. Nos hemos dicho muchas veces cuánto nos queremos, y todos los años que llevamos juntas. Creo que a la Quena (hoy directora ejecutiva del Área Dramática de Mega) le inspiro ternura; siempre me habla de mi mirada, de mi forma de hablar y creo que también logra ver mi vulnerabilidad, con mi hipersensibilidad en este planeta. Le gusta tomarme, abrazarme y darme calma.
Hasta el momento seguiré siendo “la drogadicta”, a pesar de que llevo diecisiete años sin consumir. No me lo reconocen. Hasta el día de hoy siento ese estigma, en las redes sociales. No te celebran, el “¿saliste de la hueá? Buena, bacán”. Pero los que te mantiene finalmente agarrada son gente como la Quena Rencoret, que le da una oportunidad a la Sigrid: “¿Te sientes mejor? ¡A trabajar! Vamos”.
Con Martín Cárcamo somos “compañeros de vida”, porque él trabajaba en la radio con un amigo mío desde Borrón y cuenta nueva, Gonzalo Muñoz-Lerner, en un programa que era a la hora AM del taco. Yo iba en el auto, escuchaba a Gonzalo, que estaba dándole duro con Martín, y en esa época yo le mandaba mensajes a Gonzalo según lo que hablaban, y me pescaba y decía: “Por aquí tenemos a la Sigrid opinando...”. Y Martín siempre decía: “Me encanta ella, es bacán”; siempre jugó al papel del eterno enamorado, jaja, (aunque) nunca ha pasado nada. Él tiene ese “discurso”, porque yo era un “amor imposible”. La mitad de mi vida ha existido Martín, porque después llegó a la tele, empezó a entrevistar gente y después se metió en el mundo del cine (como productor) y nos seguimos encontrando.
Con Pancho Melo aprendí a no “llevarme el personaje para la casa”. Empecé a ver cómo se involucraba con TODA EL ALMA, y cuando decían “¡corte!”, ¡pa!, lo soltaba y se le olvidaba. Yo no; quedaba conmovida y tocada. Esa es otra de las cosas que “miro, me gusta e imito”, hasta que lo logré. Me demoré mucho, pero lo logré: la Sigrid se va pa' la casa, y la muñeca la tiro dentro de la mochila. Ahora, cuando estoy todavía media “movida”, me demoro en salir, me siento un rato en el camarín y me quedo media hora dando vuelta.
Estar en la tele es una súper presión, casi todos los años he estado en teleseries; siempre he estado adentro. Hoy día es un privilegio, porque es un canal, con tres teleseries y elencos chicos. Poder seguir estando es un regalo de la vida.
Ahora en Los Casablanca, mi personaje no es una villana, está un poco dañada. Pero sueño con hacer una villana con esa risa: “MUA-JA-JA-JA”. Me encantaría. Pero yo, que sobrepienso mucho las cosas, he llegado a la conclusión: son pocas las que hemos podido hacer protagonistas, porque tienen ingredientes que la antagonista no tiene. Hay muchas más personas que pueden ser antagonista que protagonista, porque es una energía, al parecer, más fácil de manejar: la rabia, la envidia, la ironía, cuerpos raros y deformes, e imitar la fealdad parece más a la mano que la dulzura, la credibilidad, la honestidad, lo onírico y lo ideal, porque las protagonistas son como ideales en las teleseries (en el teatro es otra cosa: mientras más dibujada tu cara, narices más grandes y ojos más grandes es mucho más atractivo). Se me ha dado más la protagonista; debiera ser más agradecida, porque somos pocas las que hemos podido, en vez de hinchar con la antagonista, porque después, ¿cómo me devuelvo a la protagonista?
En Como la vida misma (Mega), mi hija Carol (Octavia Bernasconi) se iba a vivir con Marco (Andrés Velasco). Viví una situación similar con mi hijo Alonso, que se fue a vivir con Andrés... ¡Fue coincidencia! JAJAJA. Pasó lo mismo en la vida real: me sentí un poco traicionada pero no. Yo estaba pasando por un momento de mi vida —todavía no me estaba separando, lamentablemente— y sentía que tenía que liberar y salvar a Alonso de lo que estaba viviendo, y le pedí ayuda al Andrés, que me dijo que sí: “¿Lo paso a buscar al tiro?”, me preguntó. “Al tiro”, le dije. Y se fue por seis años. Y después quiso volver ya grande, habiendo salido del colegio. Y Andrés le dijo: “No quiero que te vayas, nomás porque no quiero”. Es rara la sensación. Es un poco lo que me pasa ahora con Alonso: “Nos vamos a ir a vivir con mi polola”, me dijo. “¡What!”, pensé. “Pero sí, quiero que te vaya bacán; y si necesitas algo, aquí estoy”... No sé por qué las mamás somos tan controladoras.
Con Andrés (Velasco) me llevo bien, es muy simpático. Nuestra relación es súper hermanable. Nos conocemos hace tanto tiempo, y hemos tenido la obligación de seguir conectados, jaja, por muchas razones: por el hijo, por la pega y por los amigos. Tenemos mundos muy cercanos. Hemos peleado, obvio que sí, pero nos tenemos un cariño de compañeros de vida y de ruta ya instalados. Nos llevamos muy bien.
Mi hijo mayor, Alonso (Velasco), que ya tiene 27, está independizándose y me rompe un poco el corazón, porque lo voy a extrañar muuucho; además de ser cómo es, y de todo el amor que le tengo, sueña mucho, es músico y además es muy gracioso; creo que quedará un silencio hasta que me acostumbre. Es una nueva etapa que me toca enfrentar: ser madre de un hombre ya adulto. Heavy igual. Por otro lado, tengo dos hijos adolescentes que están a puerta cerrada, con respuestas monosilábicas y con el poeta maldito dentro y se cuestionan todo TANTO. Es divertido también ya a esta altura de mi vida, porque cuando al Alonso le tocó, yo sufría con él. Hoy ya no; los miro nomás, los acompaño y los observo. Por lo tanto, la segunda patita de la maternidad es más calma para mí.
He sido mamá sola de mis dos hijos más chicos (Baltazar y Luciano)... ¡Buuu!, ha sido súper difícil, porque me casé mal y me separé peor (en alusión a su matrimonio con Juan Andrés Osssandón, matrimonio del que ha dicho: “Me casé con este proyecto familiar y él se casó con un proyecto económico salvavidas”), jaja. Podría decir que es una crianza solitaria, porque no tengo la posibilidad de planear, decidir, elegir proyectarme o planificarme con alguien; son decisiones que tengo que seguir tomando sola, y el día a día también lo hago sola... Y quisiera hacerlo más sola.
Quiero terminar la crianza, porque estoy criando hace CALETA: llevo 27 años criando y me quedan diez más. Quiero también recordar lo que es la vida sin la crianza. Quiero recuperarme, jaja, recuperar mi vida. No es que lo pase mal, pero esta cosa que le llaman “el nido vacío”, prefiero más bien trasladarla a un reencuentro conmigo misma.
Está el romanticismo de la maternidad, en que “¡ser mamá es lo mejor que te puede pasar en la vida!”... Es súper difícil ser mamá, porque te pone a prueba con tu generosidad, responsabilidad, empatía, creatividad y constancia, porque no es un año o dos: es la vida. Hay un antes y un después (qué terrible estoy dando un discurso súper anticonceptivo, jaja), y no nos enseñan eso: si te vas a meter en este proyecto, hazlo a conciencia y pásalo bien, disfrútalo, porque no es como tener un gatito.
La obra Las aristócratas está ambientada en principios del siglo XX. ¿Qué prejuicios de la época perseveran hasta el presente? Depende de qué clase social, porque tener un hijo fuera del matrimonio en casi todas las clases sociales da igual, pero en otras no. Y tampoco da lo mismo qué apellido tienes ni a a qué edad... Es la aristocracia, ahí no da lo mismo todavía. La obra dialoga con el Día de la Mujer, habla de la maternidad permitida: el que otros deciden si tú puedes ser mamá o no, de quién y cuándo. Un derecho que la mujer ha ido ganando, que no tiene que ver con si te embarazas o no: ser mamá es una cosa y embarazarse otra. Diferenciar eso es algo que ha logrado el trabajo de la mujer y de la izquierda, con agrupación trabajar y votar; la derecha nunca ha dado eso.
En Las aristócratas son dos protagonistas que luchan por esa libertad de que la maternidad sea elegida, no por los demás ni por el “deber ser”. Y es un elenco femenino, en que estamos las “villanas” que juzgábamos a otra mujer: el permiso de hablar mal de otra mujer también está empezando a desaparecer. Y la invitación no es sólo “callate”, sino que es hablemos bien de otras mujeres. Se está instalando algo muy poderoso: alegrarse por el logro de otra persona, me involucre o no, como: “Me llamaron para esta película”, y responder “¡buena, me alegro por ti!”, no “¿y dónde fue ese casting? ¿por qué no me llamaron?‘”. Es una conducta aprendida, se está imponiendo.
Descubrí que era demisexual porque al fin hoy le tiene un nombre, que lo agradezco a la juventud. Llegó un minuto en que mis pares (comparándome con las mujeres de mi edad, que también ya éramos bastante libres en comparación a nuestras madres), muchas se permitían tener encuentros sexuales, pasarla súper bien, subirse los calzones e irse para su casa; y así tener dos, tres, cuatro o cinco personas con las que tenían encuentros casuales. Yo, cero cartucha, me parecía fantástico. Pero me pasó, por ejemplo, que cuando terminé relaciones amorosas, chiquitita, me obligué un par de veces a hacerlo: “Anda, sal, busca alguien que te guste, que te provoque algo, vive esa experiencia, súbete los calzones y ándate por tu casa”... Y cuando estaba en esa situación lo único que quería era irme. No lo pasé bien. No lo paso bien. Y le preguntaba a mis pares: “¿Y ustedes se van con un orgasmo pa' la casa?”, y me respondían: “Obvio po, hueona, para eso voy”... No, tengo que tener el corazón comprometido, me demoro en llegar hasta ahí. Y como yo decía que “tengo el poto pegado al corazón”, finalmente aparece un nombre, que es ser demisexual. Y lo tomo.
Sigo siendo súper romántica. Me gusta ese tema, es fascinante. Creo que por eso me gusta mucho hacer teleseries. Ahora, con los años, me gusta más el amor después del primer beso. Es linda la conquista, emocionante y adrenalínica... pero una vez que las cosas se concretan, que es la parte que el cine, los libros y los padres no nos enseñan —porque la historia termina en el “y fueron felices para siempre” y de ahí es fome la crianza y la rutina—, he descubierto que es muy entretenido el buscar cómo mantener esa conquista día a día. El sentido del humor ayuda muchísimo, y ser lo suficientemente quisquillosa para no caer en la primera persona que te dice: “Qué linda eres”; no, necesito muuuucho más, el amor es mucho más profundo que Disney. Estoy un poco exigente parece, jajaja. Pero me parece súper fascinante y muy entretenido ese romanticismo; un trabajo súper consciente, pero sin perder el humor, la sensualidad, la creatividad y la complicidad sobre todo. Lo he descubierto con los años, en los fracasos.
No estoy en ninguna relación romántica. Estoy quisquillosa, jaja. Ando quisquillosa.
Una vez un profesor de violín “se pasó de listo” y no quise ir más, y dos enfermeros también cuando estuve internada con calmantes tras el accidente (aludiendo a abusos sexuales). Esas vivencias, primero, enseñan que te enseñan a cuidarte; y también tus gustos: creo que en el mundo de la sensualidad y la sexualidad descubres cosas que te gustan porque eso que te hicieron lo más probable es que no quieras volver a vivirlo. Ese tipo de relaciones no es agradable, y así también vas armando tu propia forma y camino.
Creo que en general —y hablo muy en general—, las mujeres que son abusadas, o fuimos abusadas cuando chicas, solemos enamorarnos de un amor que viene de la mano con la amistad, tenemos que ser amigos, gustarnos y admirarnos. Tenemos que ser amigos, reírnos juntos y encontrarnos de esa manera; no desde el galán o de “hola, nena, ¿quieres tomar algo?”. ¡AAAAAHHH! BLAAAAA (expresión de disgusto). Un amor a primera risa. Creo que te da más confianza, sientes que es un igual, no es alguien abusando de ti, no es un superior a ti... Después las hueás se van deformando y te vas encontrando con caleta de narcisos en la vida... pero ese es otro tema, jajaja; descubres que no era tan amigo tuyo, y que era súper enemigo.
Parece que provoco algo en otras personas, sin desearlo o decidirlo: simplemente por existir provoco algo muy erótico en otras personas, cosa que tuve que aprender a manejar y cuidar, a no dar señales equivocas, y después te dicen que eres “pesada”. Es agotador en el sentido de que te quedas sola, las amigas no te quieren presentar a los pololos porque, en una de esas, le puedes gustar al pololo; y opinan de ti con una facilidad feroz, como que estoy donde estoy porque me he acostado con los que me he tenido que acostar. Es absolutamente falso. Sacan conclusiones solas.
Voté por el “Apruebo” en el primer plebiscito constitucional. Todavía lo lamento profundamente (el resultado). Descubrí que estoy en un lugar equivocado, nuevamente. Fue muy duro también para mí ver a mis papás (incluye a la pareja de él) con su propia historia, enfrentarlo. Me crié en ese color esperanza, por lo tanto, para mí fue una explosión: se rompió todo. No hay vuelta atrás; siento que fue una oportunidad única, y que lamentablemente el voto obligatorio nos rompió todo, porque votó gente que no le importa la política. Fue un proyecto muy humano y de compañerismo; pero el mundo, no sólo Chile, es manejado por el empresario, da lo mismo quién esté de Presidente y en el Congreso, ya se repartieron las tierras: “África es tuyo, Palestina es tuyo...”, y así, ya está. Y es muy triste porque además descubrí que da lo mismo en que parte del mundo estés parada: la clase media seguirá alimentando a los gobiernos.
Después de que perdió el “Apruebo”, me quedé callada, no hablé más; perdimos todo: el respeto, el sentido, el tiempo, la esperanza, todo... ¿Autocríticas? No puedes llegar vestida de “Pikachú” al Congreso, no puedes contestar desde la ducha... obvio que hay autocríticas... Pero si miramos para todos lados: tampoco puedes llegar con los zapatos cambiados ni estar en cama tomando vino. Por supuesto que se pudo haber hecho de mejor manera; pero eran tantas las emociones que estaban pasando, era una oportunidad TAN GRANDE, que el niño se puso hiperactivo.
En redes sociales sólo veo los comentarios directos en mi Instagram. Limpio bastante: limpio, bloqueo, limpio, bloqueo, mucho.. porque además soy una persona que opina en la política, y eso en este país no está permitido; y sí está permitido que te digan que te manden a callar; pero opinar desde mi vereda política, y desde mi punto de vista, no está permitido, todavía.
Me doy plancha en redes sociales. ¡Ay!, que me ha costado, porque ya estábamos súper expuestas en la tele y con la prensa rosa, y ahora más encima hay que autoexponerse, jaja, ¡es un suicidio la hueá! Sino no existes, me tengo que sumar al hueveo; si no, ¿cómo negocio mi contrato? Tengo mis seguidores que poner adelante. Obvio, se ponen adelante, porque “ya no eres tan joven”, “ya tienes 50 años”, “ya no eres la de antes...”, usan todos los argumentos posibles. Todas las negociaciones son así: hay gente que estudia cinco años para insegurizarte en una negociación. Funciona así. Hemos ido aprendiendo también a reconocernos; es súper incómodo hablar de ti misma como una estrella de rock, o como un gran artista, (pero) tengo la ventaja de que ya tengo años, puedo hablar de resultados concretos, que no son discutibles, como “esta teleserie fue un éxito”, “este personaje fue premiado y este fue nominado”. Me ayuda para agarrarme, pero las redes sociales también son una nueva herramienta. La autoexposición en las redes sociales es necesaria.
Todas las redes sociales son súper felices, porque a la gente le gusta ver gente feliz. Después descubrí que el humorista le va mejor que a otros porque a la gente le gusta reír (en general en redes a los comediantes le va mejor que al actor dramático). Sin embargo, cuando alguien conecta con un actor dramático, se transforma en algo inolvidable, son más profundos los dramáticos. Entonces también están las enseñanzas, que es otro camino: ¿Qué voy a enseñar yo a quién? No me considero una persona ejemplar; si no me preguntan, qué voy a andar dando consejos. Puedo hablar desde lo que me pasó a mí: tómalo o déjalo, como “a mí me pasó...”, “yo creo que...”, “yo estoy en esta...” o “a mí me ha servido...”, y me acomodó. Además tienes que ser muy bella, inteligente, muchas cosas, y tratar de no caer en el ridículo, seguir siendo respetable, jajaja. Creo que lo he logrado igual, pero me cuesta, y me aburro de dedicarle cuatro horas diarias, ¡es caleta de rato!
Qué opino de la farándula: la entiendo, es parte de “ya que lo perdimos todo...”. Las personas aquí —y en el mundo al parecer, históricamente—, disfrutan hacer sufrir a otra persona en conjunto. Nuestro animal es así. Son programas faranduleros que pidieron los haters, que respiran a través de otras vidas, porque cuando les pides hablar de su vida no tienen ni idea; por lo tanto, están obligadas a hablar de otras personas constantemente, y tratarlas mal. Pidieron necesariamente estos programas que se dedican a destruir a alguien, y ojalá dejarlo sin pega, sin familia ni amigos y que se vaya de Chile. Es FEROZMENTE bullero. Y tanto que hemos peleado contra el bullying y la tontera, pues ha vuelto. Y la gente lo pidió. Y como la tele está viviendo un momento difícil, el plato que pueden ofrecer todavía, y que la piraña va a llegar, es la farándula.
Cuando se revela un romance a través de la farándula por lo menos un 50% del público va a decir esa relación es como el pico: opinan sobre lo que sienten por otra persona, te critican, y a lo mejor alguien dice: “Ay, qué lindo”, pero “ya vamos a ver cuánto le dura”. Nunca es bien recibido.
Cuando estuve con Alonso Quintero, dentro de todo, fue una buena experiencia, porque cuando a Paulina Nin la agarraron con que estaba enamorada de un hombre menor (Giancarlo Petaccia), se quedó sin pega, en su casa. Dentro de todo, para mí, fue más alegre, porque rápidamente las panelistas empezaron con: “Bueno, la verdad, yo también voy a confesar que igual tuve ahí un (‘toy boy’)”. Es la versión más amable de ese tema en nuestra historia. Pero no tiene un lado positivo (la farándula). Seamos honestos, cuando dicen “hay una nueva pareja”, ¿alguien está pensando en el beso y en el abrazo? ¡No! Los empelotaron y los tiraron a la cama, inmediatamente. Es mucho más perverso todo.
Me tocó muy de cerca el desahogo de Gonzalo Valenzuela en los Premios Caleuche, porque yo justo estaba con él de pareja en una teleserie, cuando estaba ensayando ese monólogo, y le tomé la letra, por lo tanto, yo conocí esa obra; él estaba aprendiéndose el texto y yo lo guiaba. Es un monólogo que me hizo llorar todas las veces. Lo conozco, y conocí a su hermano mayor, conozco su historia, que es muy dura. Entonces cuando él, como un trabajo muy personal, le pidió ayuda a su amigo (Roberto) Farías, para poder avanzar en una materia en su vida, enfrentando esto desde un monólogo en su teatro (Mori), que también es fruto de algo propio —¡había toda una volá—... y por una funa que le hacen a Roberto, vivió él el coletazo directo. Fue muy doloroso para él y me tocó verlo. Hoy día, cuando logra decir “le recuerdo esto no más, solo eso: te lo recuerdo”, me pareció muy oportuno y tiene una fuerza ejemplar, y es muy sanador para él. Por ahí aparecieron algunos que (dijeron) “nada que ver, no es el lugar”. ¿No? ¿Cuál es entonces si estás en tu gremio?
Cumplí 50 años en junio pasado. Cambió todo, es primera VEZ que me provoca un cumpleaños; en general, los veinte, los treinta y cuarenta he seguido de largo. ¡Pero los cincuenta fueron alucinantes! Me gusta mucho tener 50. Porque, primero, pasa un colador automático de cosas que ya no hiciste y “¡olvídalo, suelta eso, ya no fue! Adiós”. Me da alivio. Por ejemplo, fui gimnasta olímpica mucho tiempo, y siempre pensé que “lo voy a retomar”, no para ganar medallas, pero es un deporte que me provoca y me gusta; ya no, hoy ya me pongo en riesgo si hago esas cosas. Por otro lado, sentía que había ropas que no podía usar porque eran “de señora”, pero que me gustaban; o maquillarme los ojos un sábado o un domingo, me lo permito. Y pienso: “¡Tengo cincuenta años! No tengo por qué dar tantas explicaciones”. Me siento más libre.
Soy buena para mirar hacia adelante. Tengo proyectos, cosas que hacer y mis inquietudes con las música. El 18 de septiembre, mi papá “colgó el pandero” y dejó la bohemia porque dijo que quería no morir tan rápido. Me quedé con los músicos en un nuevo proyecto de folklore: Sigrid y los Claveles. Quiero viajar con ese proyecto y descubrir qué me pasa con la música y tengo a mi hijo Alonso dentro; sigue siendo un proyecto y herencia familiar, porque son todos músicos por el lado de los Alegría. Seguir con ese linaje me es muy interesante. Tengo tanto que escribir y descubrir. Los artistas no podemos parar de decir cosas, o de alegar, porque finalmente el arte también es un acto protesta; también es un cuentacuentos con una invitación a un estado; y tenemos esa bella costumbre de juntarnos con otros niños-adultos.
No me gusta la idea de jubilar; me gusta más bien volver a tener tiempo para mis hobbies. Me refiero a llegar a un minuto en que pueda ganar menos plata, porque ya no tengo que pagar colegios ni universidades, cada uno se mantiene solo y puedo volver a una economía que me permite una libertad laboral y un horario libre, para mí nomás.
Obvio que no soy ordenada con plata, soy artista, jaja. Pero también porque me han pasado muchas cosas; tengo una familia muy desordenada, entonces tengo un ahorro y ¡pum!: “Me están embargando la casa”, me dicen, y ese ahorro se va al tacho de la basura. Siempre. Hoy soy una persona endeudada, tengo un crédito hipotecario, a pesar de que ha pasado mucha plata por mí; pero también me he encargado de solucionar muchos problemas familiares, porque me da paz. Prefiero tener el crédito hipotecario y cargar mochilas ajenas.
¿Mi relación con el cuerpo? Con el feminismo, con tres hijos y 50 años, cambia y no cambia la relación, porque esta cultura no te deja envejecer; en otras culturas llegas a los 70 y te dicen: “¡¿Cómo lo hiciste para llegar?! Todas las vallas y todos los conflictos que tuviste que enfrentar?! Wow, te admiro, cuéntame cómo lo hiciste para yo hacer el camino más corto”. Acá es “no desnuden a la vieja culea”, que ya no sirve mucho; “¿y quiere contar su historia? Qué lata, TikTok es más rápido”.
La vejez no es amiga nuestra; uno está obligada a mantenerse joven, que curiosamente igual sucede, porque, como maduras, aprendes qué comer, duermes lo que tienes que dormir y haces el deporte que tienes que hacer; te sientes mejor y tu cuerpo rejuvenece un poco, porque está más sano, saludable y feliz. Y dejas de lado el “ya no fui” o “ya no lo hice”, aceptando y soltando, ¡pero el resto no te lo permite! Estás atrapada en una cosa loca que, creo que las personas artistas podemos defendernos mejor: la Coca Guazzini tiene mucha energía, ¡sube corriendo las escaleras! Pancho Reyes, también. Se les olvidó envejecer; el calendario y el cuerpo no, pero su espíritu está igual. Hago un poquito de equilibrio, y creo que voy a caer ahí, jaja. Es bueno, pero no para todo el mundo, porque es como “ya po', ¿cuándo vas a madurar? ¿Nunca?”.
He madurado caleta, pero no para todo el mundo. Pareciera que mantener esa vitalidad no es bien visto, parece que uno tiene que ser más pausado e intelectual, pero la parte intelectual no debiera estar despegada de tu espíritu; la cabeza está pegada al cuerpo, entonces la gente que sólo piensa pierde sensibilidades; y la gente que siente mucho pierde la cabeza. Hay que encontrar el equilibrio.
Cuestionario Pop
¿Si no hubiera sido actriz qué me habría gustado ser?... Lo que he hablado toda la entrevista: ¡No sé!
En mi época de estudiante de teatro era súper voluntariosa, pero el punto malo es que me costaban los tiempos, el horario de entrada y llegaba atrasada. Pero fuera de eso, siento que era una buena estudiante, pero —y aquí voy a entrar a pelar brígido— como tuve la oportunidad de entrar a la compañía Imagen, muchos profesores, que fueron alumnos de Gustavo, y lo único que querían era pertenecer a la compañía Imagen, y yo que ya estaba dentro, siempre escuché: “Como perteneces a la compañía Imagen esperaba más de ti... Un 4”; siempre tuve malas notas, pero creo que aprendí mucho.
Tengo muchos apodos, como “Cricri”, jaja, porque la Quena el primer día me dijo: “¿Cómo es tu nombre? ¿Sigrid? Qué raro, suena como a “Cricri”, y quedé como “Cricri”, y todo el equipo técnico de esa generación me dice “Cricri”. También me dicen “Colora”, “Alegría”, “Amora”, y cuando más chica me decían “La Duracell”, porque tenía el pelo de cobre y siempre andaba vestida de negro; en la familia me dicen “Chica”, porque nací siendo muy pequeña, y no se acordaban de mi nombre, entonces era como “¿Cómo está la Danae?... ¿Y la (hija) chica?”, y quedé como la “Chica”.
Tengo una frase favorita, que no es favorita, pero se la presté a un personaje (en Como la vida misma), y la uso en mi vida: “Te amo, no lo olvides”. La uso con mis hijos.
Un sueño pendiente es viajar por el mundo con mi grupo de música.
¿Una cábala? Cada vez que la hago me va peor, así que llegué dejé de hacerla: mi cábala es no hacer nada.
Un trabajo mío que no se conoce es que fui modelo de ropa interior y de trajes de baño; fui garzona y babysitter.
Mi primer sueldo cototo de teleserie lo gasté en una chaqueta de cuero... No sé en qué gasté los otros sueldos.
¿Algo de lo que me arrepiento?... No sé, creo que, a la larga, todo ha servido para algo.
El actor chileno que admiro profundamente, y porque me ha gustado mucho trabajar con él, y porque las cosas que le he visto me llaman mucho la atención, es Pancho Melo; me gusta mucho cómo trabaja, y su presencia, y es tan feo y hermoso al mismo tiempo, y agresivo y dulce, y tiene tremenda presencia pero al mismo tiempo es tímido, y tiene una voz hermosa: ¡tiene tantos colores! Lo encuentro increíble. De las actrices, la Amparo Noguera me encanta, porque tiene comedia, drama, es rara, loca, lúcida, perdida... como que le cabe cualquier texto en la boca; es hermosa y, al mismo tiempo, no. Es una mujer muy interesante, y me gusta mucho trabajar con ella. Pero ahora, que llevo ya unos años trabajando: la Claudita Pérez, que me enamoré profundamente en Los 30 (TVN); me tocó compartir de cerca con ella y la encontré alucinante; es una actriz más tímida y cautelosa, no tan lanzada como esto otros dos, ¡pero es tan buena compañera de trabajo e inteligente para reaccionar! ¡Me ha salvado de una cantidad impresionante de blancos! Es creativa y lanzada en otro sentido: se atreve a escribir, a montar, dirigir, a producir e inventar el teatro. La admiro profundamente.
¿Un pasatiempo oculto? No sé por qué me gusta, pero me gusta ver casos de asesinatos, jaja, en el Discovery Investigation, o Yo soy un asesino (Netflix). Puedo estar HORAS. Y también me entretengo con las amistades.
Muchas películas me hacen llorar po'. La última vez que lloré fue hace diez días, con una serie coreana, Una dosis diaria de sol (Netflix), de una enfermera que trabaja en un siquiátrico; todos los capítulos lloré...
¿Un miedo? La oscuridad.
¿Creo en el horóscopo y los signos? Depende. Si estoy vulnerable, sí; si ando valiente, ¡nada! Soy Géminis.
Si pudiera tener un superpoder me gustaría comer y no engordar.
Un placer culpable es el chocolate.
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado, elegiría a Marilyn Monroe, me parece interesante; “La Quintrala”; y a mis abuelos, bisabuelas y tatarabuelas, por ambos lados, porque tengo un par de preguntas que hacerles.
Sigrid Alegría soy yo.