Bombardeos y ejecuciones en Ucrania: la batalla de Kiev y el cerco de Hitler en la IIGM

Durante la invasión a la URSS, en 1941, el ejército alemán concentró parte de sus esfuerzos en someter a la capital de la entonces república soviética de Ucrania, con un largo cerco. La negativa de Stalin a abandonar, la represión de los comisarios políticos y la lucha en las calles, definieron un episodio clave en la Segunda Guerra Mundial.

Antes de estallar en ira, Stalin escuchó las observaciones del general Gueorgui Zhúkov frente al avance imparable de las fuerzas alemanes en el territorio soviético. El oficial, que luego será uno de los héroes de la resistencia soviética en Stalingrado, recomendó al supremo líder reforzar las posiciones en las llanuras centrales, ante el riesgo de ser rodeados por los enemigos en Kiev. Había que salir, o serían arrollados.

Pero Stalin no estaba dispuesto. Ni hablar, respondió, le había prometido a Winston Churchill que defendería a toda costa a Moscú, Leningrado y a la populosa Kiev, la perla del territorio ucraniano. Por ello ordenó que se distribuyera parque de artillería y se reforzara la acción de los comisarios políticos -es decir, la orden de no retroceder-, pero Kiev no debía entregarse bajo ninguna circunstancia.

En el verano boreal de 1941 los ejércitos alemanes avanzan sin mayor oposición por las extensas llanuras soviéticas. Era la Operación Barbarroja, el golpe de gancho lanzado por Hitler sobre la URSS, que hasta ese momento era un boxeador que apenas se podía las piernas y contenía como podía los certeros jabs que le asestaba la Wehrmacht.

“En las primeras semanas todo discurrió según lo previsto, e incluso en algunos puntos el éxito de los avances sorprendió al alto mando germano. Nada podía frenar a las divisiones motorizadas alemanas y los soldados rusos caían prisioneros por decenas de miles. Ya en la primera semana, el grupo Centro cerró una bolsa con 300.000 soldados rusos”, detalla Jesús Hernández en su Breve Historia de la Segunda Guerra Mundial.

La capital de la República Soviética de Ucrania no era cualquier botín. Se trataba de la tercera ciudad más grande la URSS, y en ese momento crítico funcionaba como centro de operaciones del Frente del Suroeste dirigido por el mariscal Semión Budionni, con una fuerza que llegaba a los 800.000 hombres. Este, a diferencia de Zhúkov, planeó una defensa estática de la ciudad con los tanques soviéticos dispersos entre las tropas, como apoyo.

Tanto Stalin como Budionni sabían que Hitler no podía ignorar la fuerza concentrada en Kiev, y tendría que vencerlos para avanzar a Moscú con la retaguardia asegurada. En su avance por la URSS, el Führer había distribuido a la Wehrmacht en tres cuerpos que atacaban en simultáneo por el norte, centro, y sur; estos tenían como misión tomar Leningrado, Moscú y los ricos campos trigueros de Ucrania, respectivamente. Los mismos puntos que Stalin quería defender a toda costa.

Y aunque el ejército del centro avanzó sin contrapeso, las divisiones del norte y del sur encontraron una fuerte resistencia de los soviéticos y las dificultades logísticas de una línea de abastecimientos que se hacía cada vez más larga. Allí Hitler se vio sometido a una disyuntiva que pudo cambiar el destino de la campaña; una alternativa era reforzar el ataque de la columna del centro y llegar rápidamente a Moscú antes del invierno -y ya se registraban las primeras lluvias-, o bien, reforzar a los ejércitos del norte y sur con unidades del centro y seguir con lo previsto. Finalmente, optó por lo segundo.

“Es poco probable que la toma de la capital hubiera conducido inexorablemente a la rendición de la Unión Soviética, pero es innegable que la decisión del Führer cerró una posibilidad cierta de poner un rápido fin a la campaña”, explica Hernández en su libro.

Bombas sobre Kiev

Y así, bajo el mando del mariscal von Rundstedt, las tropas alemanas iniciaron en julio la ofensiva contra Kiev. En principio, fueron recibidos como libertadores por los ucranianos, hastiados de las purgas, el control totalitario de Stalin y los comisarios políticos.

Pero los alemanes desecharon rápidamente una valiosa oportunidad de obtener colaboración sincera de la población; en el corpus ideológico del nazismo, los eslavos eran considerados untermenschen, es decir subhumanos a quienes se podía explotar y abusar sin miramientos. Incluso el decreto Barbarroja, extendido por el gobierno, establecía que los soldados que cometieran abusos contra la población, por más brutales que fueran, quedarían sin castigo.

A principios de agosto, la cadena ABC informaba de los avances de la Wehrmacht hacia Kiev. “Las tropas alemanas continúan aumentando la profundidad de su avance a través de los fortificaciones soviéticas de la región de Kiev. En un ataque temerario desalojaron de sus posiciones a los bolcheviques que guarnecían 21 fortines de construcción modernísima y dotados de todos los adelantos de la ciencia militar”.

Los alemanes no escatimaron recursos. A fines de agosto, comenzaron un intenso bombardeo de artillería, con apoyo de la Luftwaffe, a fin de rendir a Kiev de una vez por todas. Mientras, en los territorios ya ocupados de Ucrania, comenzaban a actuar las Einsatzgruppen, las tristemente célebres brigadas de exterminación, que tenían tres grupos de población escogidos para la masacre; los judíos, los gitanos y los comisarios políticos de la URSS, a quienes se les podía ejecutar sin proceso.

Los soviéticos resistieron. Stalin mantuvo su negativa a la evacuación, y los comisarios políticos -entre estos, el futuro líder Nikita Krushov- apretaron la represión contra los que se negaban a obedecer, a quienes ejecutaban sin dilaciones (”En mi ejército es mejor avanzar que retroceder”, resumió Stalin). Pero, como había anticipado Zhúkov, el cerco alemán comenzó a cerrarse con los refuerzos del 2.º Grupo Panzer, enviado por el general Heinz Guderian -el ideólogo de la blitzkrieg y una de las mentes más brillantes del alto mando germano-, los que aniquilaron con facilidad a los tanques soviéticos que se dispersaron entre la infantería.

“La experiencia muestra que el número de muertos soviéticos es cuando menos tan elevado —probablemente más elevado—que el de prisioneros -informó ABC a comienzos de septiembre-. En contradicción con estas cifras la propaganda enemiga intenta disminuir el efecto de los éxitos alemanes—que ya no puede negar—, inventando pérdidas alemanas, que en muertos solamente rebasarían el millón y medio o los dos millones si fueran cierta”.

Así, las fuerzas del mariscal von Rundstedt, reforzadas por las del mariscal von Bock y los panzer, comenzaron a cerrar el cerco sobre la ciudad. Desde Moscú, Stalin decidió relevar a Budionni, al comprender que la resistencia se hacía inviable, más sin refuerzos y sin apoyo aéreo. Pero la orden era clara; había que aguantar hasta el final.

El día 19 de septiembre, los alemanes comenzaron a entrar en la ciudad. Los defensores, bajo el mando del general Mijaíl Kirponós, intentaron una defensa desesperada en las calles y además volaron los puentes sobre el río Dniéper pars dificultar el avance de la Wehrmacht. Pero ya era tarde. Estaban diezmados, agotados y las municiones comenzaban a escasear.

“Desde ayer por la mañana, la bandera del III Reich ondea en las alturas de la ciudad de Kiev, capital de Ucrania y tercera población, en importancia, de la Rusia soviética -informó ABC el día 20-. Las tropas alemanas han logrado este objetivo primordial mediante una maniobra de tenaza, que asombra por su magnitud. La tentativa, sin pareja ni semejanza en la historia del arte militar, solo podía ser asequible para la máquina castrense de la Alemania de Hitler”.

Finalmente, el 26 de septiembre, los defensores capitularon. Apenas 1.500 soldados lograron salir del cerco, mientras el alto mando alemán informó la captura de 665.000 prisioneros y buena parte del armamento que tenían consigo. En Berlín, Hitler, con su habitual megalomanía, señaló que aquella había sido la “batalla más grande de la historia de la humanidad”.

Pero la resistencia de los soviéticos privó al führer de un tiempo valioso, que luego no recuperaría. “Aunque se había logrado la captura de 600.000 soldados rusos en la capital ucraniana, el tiempo jugaba en contra de los alemanes, que habían dejado pasar dos meses preciosos para avanzar en dirección a Moscú”. Fue entonces que el general invierno, como le llamaban los rusos a la brutal estación fría, hizo lo suyo. Pero Kiev, no sería liberada hasta 1943.

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