El extraordinario caso del padre que se “embaraza”: viaje a la intimidad de la Ranita de Darwin

Ranita de Darwin. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic
Ranita de Darwin. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic

Este pequeño habita en los bosques sureños y australes. Luego de que la mamá pone los huevos, es el papá quien queda a cargo de sus retoños de un modo muy particular que “no lo hace ningún otro anfibio en el mundo”, asegura Andrés Valenzuela, de la ONG Ranita de Darwin. “Cuando uno ve una, es como encontrar un tesoro muy preciado, es súper gratificante verlas en la naturaleza todavía”, declara sobre estas criaturas en peligro de extinción debido a distintas causas: “Están todos buscando qué se puede hacer”, advierte.

“Era verano, pero estaba súper helado y llovía muy fuerte”, recuerda Andrés Valenzuela Sánchez, quien se encontraba en el Parque Nacional Queulat, Región de Aysén. Aquel 2009 llevaban largo rato de búsqueda, tres horas, y no encontraban nada, a pesar de que les habían dicho que ahí podía haber ranitas de Darwin (Rhinoderma darwinii). Sin suerte todavía, en ese momento “la sensación era ese frío que te da cuando te mojas dentro del bosque”, cuenta a La Cuarta.

Fue estudiando medicina veterinaria en la Universidad Andrés Bello, en Santiago, cuando él escuchó por primera vez sobre este pequeño anfibio. En 2008, un profesor suyo, el destacado investigador Claudio Azat, quería iniciar un proyecto con este animalito y requería de voluntarios.

“Ahí averigüé, me llamó harto la atención la especie y me inscribí”, relata el hoy presidente de la ONG Ranita de Darwin. “Fue la primera vez que me acerqué al mundo de los anfibios”.

Ranita de Darwin color café. FOTO: ONG Ranita de Darwin
Ranita de Darwin color café. FOTO: ONG Ranita de Darwin

Por eso, al año siguiente, Andrés figuraba metido en medio de aquel húmedo bosque aysenino. Y finalmente, para pillarla por primera vez, dice el también ecólogo, “la encontramos por el canto, que es súper característico, como el de un pajarito, como que no croa sino que silba”, explica. “Ahí uno puede dirigirse más o menos a dónde están ubicadas”.

Así logró su primer encuentro, para luego verla saltar. Era el inicio de su historia.

Un curioso residente

Tiene el iris de color óxido. La pupila negra. Ojos pequeños. Apariencia muy bonita y curiosa. Nariz finamente punteada. Salta como una rana. Habita densos y oscuros bosques”. Así describió a esta ranita el emblemático naturalista inglés, Charles Darwin, la primera vez que la vio en 1834, cuando recorría Chile a bordo del Beagle, y se hallaba en la isla de Lemuy, en el archipiélago de Chiloé.

Los antepasados anfibios fueron los primeros vertebrados en colonizar tierra firme, durante el periodo Devónico, hace unos lejanos 370 millones de años. En el presente, se conocen unas ocho mil especies de esta clase, divididas en sapos, ranas, salamandras (tienen cola) y cecilias (no poseen patas).

En específico, este animalito pertenece al género Rhinoderma, el cual es endémico de Chile y Argentina, y está compuesto por otra especie también, que es la ranita de Darwin del norte (Rhinoderma rufum), y que habitaría desde Zapallar a Concepción, pero el último registro data de 1981 y, por lo tanto, se teme que pueda hallarse extinta.

Ranita de Darwin. FOTO: Andrés Charrier
Ranita de Darwin. FOTO: Andrés Charrier

Así, excluyendo a esa especie hermana, su pariente más cercano es la ranita de Mehuín (Insuetophrynus acarpicus), que habita únicamente en los bosques costeros de Los Ríos. Si bien no son parte del mismo género, sí están incluidas dentro de la misma familia, que es la Rhinodermatidae: “Son los parientes conocidos más cercanos, pero no se parecen nada, ni el comportamiento es similar”, explica sobre dos especies que tienen un ancestro común que data de hace unos 50 millones de años, “cerca de la última gran extinción de los dinosaurios”, precisa, tiempos en que “habría habido una gran diversificación de anfibios”.

“Hay algunas especies que se piensa que han cambiado súper poco en el tiempo”, comenta sobre estos animales; y respecto a este grupito de anfibios, menciona que “no hay nada más que se les parezca actualmente en el planeta”.

Al ser de sangre fría, el peak de actividad de las ranitas de Darwin es entre primavera y verano. Durante esos meses invierten sus horas principalmente en comer y reproducirse.

Son diurnas y, por lo tanto, desde temprano se ponen a croar, sobre todo los machos para atraer a las hembras, explica sobre el cortejo. A eso de las 6:00 o 7:00 de la mañana suenan los primeros cantos para alcanzar su mayor intensidad a las 10:00. “Después a la hora de almuerzo, cuando hace mucho calor, como que se callan un poco”, continúa. Ya sobre la tarde ocurre otro auge de sonidos para empezar a disminuir con la puesta de sol. “Y hay un momento de la noche que dejan de cantar totalmente y seguramente están descansando”, dice.

Ranita de Darwin entre los helechos. FOTO: ONG Ranita de Darwin
Ranita de Darwin entre los helechos. FOTO: ONG Ranita de Darwin

Para cazar recurren a una técnica que Andrés describe como “sentarse y esperar”. Se quedan bien quietitas para que se acerque alguna presa: “Son súper pacientes y pueden estar en un mismo lugar, mucho, mucho rato, esperando que llegue algún bichito”, dice. “Tienen una lengüita que no es muy larga, pero igual la sacan un poquito”. Así, cuando aparece un insecto, “hacen un movimiento súper rápido” en que abren la boca, sacan la lengua, la despliegan y la cierran. “De hecho, si uno lo viera sin cámara lenta, se ve como que la rana se acercó al bicho y el bicho desapareció”, asegura.

“En general son animales súper apacibles”, resume el también co-autor del libro Descubriendo a la ranita de Darwin (2021) sobre este animalillo que habita desde los bosques nativos de la Región del Biobío hasta Aysén; además, se la encuentra en las boscosas tierras andinas de Argentina que limitan con Chile.

Cuando el veterinario y ecólogo empezó a estudiarlas, no sabía dónde se encontraban las poblaciones. Solo contaban con algunos testimonios, registros históricos y las sospechas de lugares que parecían “adecuados” para que este anfibio sobreviviera. En ese entonces, la búsqueda era “difícil” al tratarse de una especie amenazada. La parte a favor es que, a diferencia de otros anfibios, la ranita de Darwin hace sus actividades durante el día.

Ahora que en la ONG llevan una década monitoreando ciertas poblaciones, la pega se hace más simple: “Todos los años vamos a los mismos lugares, así que sabemos dónde están”, asegura. “Hay algunas poblaciones que son bien abundantes, entonces puedes encontrar treinta ranitas en un mismo lugar”, aunque lo común es toparse con unos cinco o seis individuos.

Antes iban a los bosques de Contulmo, en la provincia de Arauco, pero “ya no vamos por temas de seguridad”, advierte sobre esta conflictuada zona en la cordillera de Nahuelbuta. Hoy, a donde sí van es a la reserva biológica de Huilo Huilo, al parque Tantauco de Chiloé, y a la reserva natural Melimoyu, en Aysén.

Ranitas de Darwin macho y hembra. FOTO: Bastian Gygil
Ranitas de Darwin macho y hembra. FOTO: Bastian Gygil

Los monitoreos suelen ser entre primavera y verano, cuando es menos frío y lluvioso. “Entonces es mucho más grato estar adentro del bosque”, asegura, ya que la vegetación permite atenuar el calor. “Uno va sintiendo el olor a la tierra, a las plantas y árboles que son aromáticos, como el laurel, la tepa o el meli, que tienen olores súper intensos y ricos”, describe. “En general es súper grato”.

La dificultad para pillarlas dependerá del clima, porque “cuando hace calor están súper activas y saltan harto”, mientras que en “el frío están súper quietitas y no cuesta casi nada tomarlas”, cuenta. Así y todo, en relación a otros anfibios “no cuesta tanto” considerando que “hay otras especies que son demasiado difíciles de atrapar porque saltan súper rápido”, pero generalmente esta ranita “es un poco más tranquila”.

Cuando llegan a la adultez, definen su “centro de actividad” u hogar, y ahí suelen permanecer durante años, lo cual abarca un espacio de unos 3,6 metros a la redonda. “Hay algunas que las pillas exactamente en el mismo lugar, y otras un poco más lejos”, comenta, sobre todo respecto a las hembras, “que las puedes pillar en el mismo lugar exacto varios años”.

Eso sí, cuando las chiquillas escuchan el croar de un macho y se encuentran listas para aparearse, pueden viajar dando saltos hasta veinte metros en busca de una pareja reproductiva.

Un padre único

Luego del encuentro sexual en que la macho fecunda los huevos que deposita la hembra entre la hojarasca y el musgo del suelo, es él quien queda a cargo de la descendencia: “El papá cuida a los renacuajos” de una forma que “no lo hace ningún otro anfibio en el mundo”, asegura. “Cuando uno busca información de la ranita, es lo primero que aparece, y también es lo más atractivo de la especie”.

Si bien entre los anfibios existen otros padres que se hacen cargo de sus crías, la estrategia de esta ranita no se conoce en otras especies. Tal vez Chile cuente con poquitos linajes de esta clase en relación a otros países de Sudamérica, pero —acaso por el aislamiento del desierto de Atacama, la cordillera de Los Andes y el océano— los que hay suelen tener características bastante únicas como lo es esta ranita.

Huevos de ranita. FOTO: ONG Ranita de Darwin
Huevos de ranita. FOTO: ONG Ranita de Darwin

El periodo reproductivo suele ser entre septiembre y abril. A unas semanas de la fecundación ocurrida tras un “abrazo nupcial”, el macho se traga a los pirigüines en el saco vocal, ubicado bajo la boca, que es el mismo que se infla cuando canta, ubicado en la zona ventral. Así que no lo usa solo para croar, también les sirve para la “estrategia de dejar sus renacuajos [ahí] en vez del agua”, conocida como neomelia.

Este formato de crianza en que, en cierto sentido, él se “embaraza” permite a la especie no depender de ríos, riachuelos o pozas, sino simplemente de humedad para la sobrevivencia de sus retoños.

Con este modo de cria —muy similar al del caballito de mar—, los renacuajos hacen toda su metamorfosis dentro del padre: crecen, les salen las patitas traseras, luego las delanteras, se les encoge la cola y los ojos les cambian de posición. Una vez terminado su desarrollo, el macho los libera en el suelo del bosque y “salen como pequeñas ranitas, todavía con un poquito de colita, que es lo último que les desaparece”, precisa.

El proceso dura alrededor de dos meses, aunque “todo depende de la temperatura del ambiente”, precisa él ecólogo, porque “si está muy helado se puede demorar más tiempo”.

Un macho de ranita "preñado". FOTO: ONG Ranita de Darwin
Un macho de ranita "preñado". FOTO: ONG Ranita de Darwin

De hecho, Andrés dice que tienen la hipótesis de que algunos renacuajos se pasan el invierno completo en el saco de macho para salir a la temporada siguiente. Así, para realizar una suerte de hibernación, los machos “se entierran debajo de la tierra y, aunque no lo hemos visto directamente, tenemos evidencia de que se pueden enterrar con algunos renacuajos esperando para la primavera siguiente poder nacer”, plantea.

En total, dentro de este saco los padres pueden alojar hasta unos veinte pirigüines.

Emblema del bosque

En todos estos años, Andrés ya ha visto más de mil individuos diferentes de anfibios:

—Todavía me emociono siempre que pillo una —declara—. Siempre es emocionante, sobre todo la ranita de Darwin, porque la especie es súper bonita; esa es una de las razones por la que igual es carismática, no solo por este cuidado parental. Cuando uno ve una, es como encontrar un tesoro muy preciado, es súper gratificante verlas en la naturaleza todavía, a pesar de que están tan amenazadas.

Luego detalla: “Siempre me emociona e impacta la forma que tiene, y es chiquitita (tres centímetros), pequeñita pero súper bonita”. De hecho, asegura que “hay que apreciarla con calma para ver todos los detalles”, porque “si uno se acerca harto, se notan los poros que tiene la piel, los diferentes colores; eso es súper llamativo y varía harto entre las diferentes ranas”.

Una ranita de guata. FOTO: ONG Ranita de Darwin
Una ranita de guata. FOTO: ONG Ranita de Darwin

“Siempre es entretenido ver los nuevos colores”, dice. Por arriba tienen tonalidades que abarcan distintas gamas entre el verde y café, camuflándose con el suelo del bosque. También, en periodos que demoran desde semanas a meses, pueden cambiar sus tonos.

En tanto, por debajo, “tienen un patrón de coloración que es diferente en todos los individuos”, tal como si de una “huella digital” se tratara, describe. Ahí los colores suelen ser un fondo negro con manchas blancas, las cuales “de repente tienen forma de cosas como de árbol, de avión o cara”, dice. “Eso también es divertido”.

El investigador saca a colación una hipótesis que explicaría esta diferencia de colores entre la parte de arriba y abajo, y podría tratarse una estrategia antidepredatoria, considerando que forma parte de la dieta de aves como el chucao (Scelorchilus rubecula) y hued-hued (Pteroptochos tarnii), y sobre todo de algunas culebras.

“Cuando se sentirían amenazadas, supuestamente se voltearían para quedar de espaldas y de esa forma despistar al depredador para que se le pierda lo que estaba buscando”, plantea.

Además, los colores que tiene en el vientre se asemejan a los de algunos líquenes que hay en el bosque, dice, por lo que favorecería una suerte de camuflaje de emergencia, considerando que cuentan con “un reflejo de inmovilidad”, que les permite permanecer tiesas cuando están de espalda: “Se quedan como si estuvieran muertas, y pueden estar así buen rato”, describe. “Eso también apoyaría esta hipótesis”.

Una ranita capturada en distintas temporadas. FOTO: ONG Ranita de Darwin
Una ranita capturada en distintas temporadas. FOTO: ONG Ranita de Darwin

Lo que sí está claro es que a través de ese patrón en la guatita “las reconocemos”, dice. En la ONG cuentan con una base de datos en que buscan las manchitas de cada individuo y saber quién es quién. De hecho, durante varias temporadas en Huilo Huilo, se encontraron con una ranita a la que apodaron “La Señora” porque era “súper longeva, de avanzada edad”, cuenta. La primera vez que se la toparon habría tenido unos cinco años: “Era bien antigua para la especie”, dice sobre un linaje que en vida silvestre pueda alcanzar los doce, e incluso, quince años.

A la ranita de Darwin se la tiene calificada en “peligro de extinción”, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

“En general, para esta y otras especies, la amenaza más importante siempre es la pérdida del hábitat, o sea, que no hayan bosques nativos, porque es muy especialista de bosque, necesita bosques bien antiguos y maduros”, dice Andrés sobre la que considera como “la principal amenaza, y va a seguir siendo así por mucho tiempo”.

Luego, el ecólogo pone sobre las mesas los efectos que producen el cambio climático, el cual vuelve los bosques cada vez más secos, junto a una enfermedad que ataca a más de 500 anfibios distintos: la quitridiomicosis.

Ranita de Darwin. FOTO: Bastin Gygil
Ranita de Darwin. FOTO: Bastin Gygil

Esta última suele ser mortal y es producida por el hongo quitrido (Batrachochytrium dendrobatidis), que se encuentra ampliamente extendido por distintos ecosistemas desde la década de 1980. El padecimiento infecta la piel de los anfibios, un órgano que les resulta fundamental para absorber oxígeno y electrolitos, y que desemboca en un paro cardiaco. La quitridiomicosis ha llegado a ser calificada como “la peor enfermedad infecciosa jamás registrada entre los vertebrados”, según consignó la zoóloga Lucy Cooke en La inesperada verdad sobre los animales (2019).

Para hacerle frente a esta dramática situación de la ranita, Andrés piensa que lo primero es “determinar bien por qué están desapareciendo de tantos lugares”, a pesar de que “tenemos alguna idea”, pero igual se requiere de un monitoreo continuo “para determinar las causas de disminución”.

Junto con ello, plantea, se requiere “una tarea bien titánica y difícil de llevar a cabo”, la cual consiste en hacer un muestreo “bien intensivo” a lo largo de todos los lugares donde se distribuye la especie. La idea sería “abarcar varias áreas de bosque”, porque “tenemos ciertas localidades identificadas, pero en muchas zonas nunca se ha ido a ver si hay o no ranitas”, explica sobre la necesidad de tener claridad sobre cuál es la población total.

Ranita de Darwin macho "preñado". FOTO: ONG Ranita de Darwin
Ranita de Darwin macho "preñado". FOTO: ONG Ranita de Darwin

Por último, remarca la importancia de “tratar de ver qué se puede hacer con esta enfermedad que ataca a las ranas”. Si bien se buscan estrategias para controlar a este hongo en la vía silvestre, “todavía no tenemos resultados positivos ni muy alentadores”, lamenta. “Eso es algo que pasa con la rana de Darwin, pero a muchos anfibios de todo el mundo les afecta esta enfermedad”. Por lo tanto, dice “están todos buscando qué se puede hacer”.

—Le tengo mucho cariño a la especie, no solo porque me haya dedicado a la investigación en mi carrera científica —expresa—. Me importa mucho su conservación, que no se pierda ese legado evolutivo que implica para que otra gente la pueda conocer y maravillarse.

También, remarca en lo personal, “mi vida gira en torno a la especie, es parte súper fundamental”. Por lo tanto, cierra, “le tengo mucho cariño a lo que representa”, es decir, un “emblema del bosque nativo que se ha ido perdiendo rápidamente en el último tiempo”.

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