Esclavos, azúcar y un encuentro con Bolívar: O’Higgins y sus desconocidos años en Perú

El prócer chileno vivió 19 años en el país vecino -que hoy celebra su bicentenario- tras su abdicación al poder en 1823. Allí, se alejó de la política activa y se hizo cargo de dos haciendas que le obsequió el gobierno peruano, en las que se dedicó a la producción de azúcar a partir del trabajo de mano de obra esclava. Tres especialistas detallan al diario pop las claves para comprender los años peruanos del chillanejo.

“Ahora soy un simple ciudadano”, había dicho Bernardo O’Higgins, ante un grupo de vecinos notables de Santiago la tarde del 28 de enero de 1823, en el salón del Consulado. El mismo donde en 1810 se proclamó la primera junta nacional de gobierno, era escenario de la abdicación del líder, que incluyó la famosa escena en que se abrió la casaca como un gesto hacia sus acusadores; “¡Acá está mi pecho!”, señaló.

Meses después, el 17 de julio de 1823, O'Higgins partió al exilio. Lo acompañaron su madre Isabel Riquelme, su media hermana Rosita, su hijo Pedro Demetrio, de poco más de 4 años, y dos mujeres mapuches que trabajaban para él, una de ellas, una hija natural llamada Petronila. No era primera vez que pisaba tierra peruana; en su juventud fue enviado por su padre a estudiar a Lima. Pero esta vez era diferente.

En realidad, el ex Director Supremo compartió la suerte de otros próceres latinoamericanos, forzados a dejar sus países debido a las tensiones internas propias de la era post independencia, que en algunos casos se extendieron hasta mediados del siglo XIX. Y aunque en principio la idea del chillanejo era viajar a Irlanda, la patria de su padre Ambrosio, finalmente decidió asentarse en el Perú.

"Efectivamente la intención original de O'Higgins era viajar a Europa para radicarse allí -explica Patricio Ibarra, investigador del Centro de Estudios Históricos de la Universidad Bernardo O´Higgins-. A partir de la lectura de sus cartas, no se observa una razón en particular respecto de su decisión de permanecer en el Perú. Empero, de esas mismas misivas se desprende que el desarrollo de su vida privada con su madre, hermana, hijos, que le acompañaron en su ostracismo, y las amistades de Lima, además de su vinculación profunda con las actividades agrícolas de sus haciendas de Cañete y Montalván, que según sus propias palabras eran de su total agrado pues le evocaba su juventud en Chillán, le llevaron a que esa estadía temporal terminara por ser definitiva".

Como un guiño del destino, O'Higgins llegó al puerto del Callao el 28 de julio, a exactos dos años desde que José de San Martín proclamase la independencia del Perú, en un tabladillo instalado en la plaza mayor de Lima. Por entonces, el general argentino estaba dejando la vida pública, pero el flamante gobierno peruano le entregó al chileno las haciendas de Montalbán y Cuiva en la localidad de San Vicente de Cañete, en agradecimiento a sus esfuerzos por impulsar la expedición libertadora, la misma que en su momento, le generó cuestionamientos por parte de las elites chilenas.

Al encuentro de Bolívar

Pero muy a su pesar, el chillanejo no pudo establecerse de inmediato sus nuevas tierras; en el país andino todavía se libraban las últimas batallas contra las fuerzas realistas, y se entusiasmó con la idea de integrarse a las filas comandadas por Simón Bolívar (a cargo tras la retirada de San Martín) en la sierra central.

"O'Higgins quiso participar en la campaña final con Bolívar y viajó con un edecán británico a buscar al caraqueño a Huaraz", explica a La Cuarta, Natalia Sobrevilla Perea, historiadora peruana y catedrática de Historia Latinoamericana de la Universidad de Kent.

"Había salido con su familia de Lima a Trujillo en enero de 1824 cuando la ciudad estaba a punto de caer en manos de los realistas -agrega la académica-. De ahí fue a buscar a Bolívar, no recibió colocación en el ejército pero acompañó la campaña por todos Los Andes centrales hasta Vilcashuaman. Volvió a Lima con Bolívar antes de la Batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824)".

"No tuvo participación directa en la política peruana de la época -agrega Patricio Ibarra-. Se reunió constantemente con personajes de importancia tales como Bernardo de Torre Tagle, Simón Bolívar, entre otros, con los cuales departió y con seguridad discutió de las temáticas contemporáneas tanto peruanas como Latinoamericanas, aunque sin influir ni intervenir en la contingencia del país que lo recibió. Las últimas acciones de la guerra de la Independencia lo sorprendieron en Perú".

Fue en suelo peruano donde concluyó su participación en el proceso de emancipación americana. En una elegante recepción para celebrar la victoria de Ayacucho, la última gran batalla, O'Higgins asistió de civil. "Señor, la América está libre -le dijo a Bolívar-. Desde hoy el general O'Higgins ya no existe; soy sólo el ciudadano particular Bernardo O'Higgins. Después de Ayacucho mi misión americana esta concluida", señaló.

Esclavos en Montalbán

Recién en junio de 1825, concluidas las campañas militares de la independencia, pudo O'Higgins tomar el control de la hacienda de Montalbán. Pero la situación era deplorable; las levas forzosas, los saqueos de las tropas, la fuga de los esclavos atraídos por la oferta de manumisión a cambio de servir en el ejército patriota, y los años de abandono, la habían arruinado.

"Como he encontrado esta hacienda tan derrotada, he tenido que ocupar todos mis fondos en su reposición y mi asistencia es necesarísima", le escribió a un amigo colombiano en una carta citada por el historiador Luis Valencia Avaria, en el estudio Don Bernardo O'Higgins y sus esclavos en el Perú.

El chillanejo tenía experiencia en la administración agrícola. Antes de involucrarse en el proceso de independencia de Chile, estaba a cargo de la hacienda de Las Canteras, una propiedad de 26 mil hectáreas que heredó de su padre, Ambrosio, la que años después fue saqueada por tropas realistas. La práctica que logró en ese período la empleó en habilitar la hacienda de Montalbán, en especial, su ingenio de producción azucarera. Una industria floreciente, pero que se sostenía en la mano de obra esclavizada.

"El azúcar era el principal producto de la costa peruana y la mayoría se exportaba a Chile y todas esas haciendas se manejaban con esclavos, así que sin duda O'Higgins los tuvo en su hacienda, pero no se conocen muchos detalles", explica Natalia Sobrevilla Perea.

Por su lado, Patricio Ibarra detalla los intereses de O'Higgins en el azúcar. "Se sabe que su actividad se fue incrementando con los años y logró algunas buenas cosechas, la cual era comercializada en su casa en el centro de Lima, a un par de cuadras de la Plaza de Armas. Se mostró muy orgulloso de la productividad que alcanzó con lo cual alivió en parte su situación económica, la cual nunca fue buena del todo, pues gran parte de los ingresos que generó fueron para cubrir las deudas generadas por la implementación de lo necesario para echar a andar sus haciendas, el tratamiento médico de su madre enferma y también sus propios achaques".

Por las cartas de O'Higgins y los documentos de archivo levantados por las historiadoras e historiadores, se ha comprobado que los esclavos de la hacienda vivían en un añoso galpón construido de adobe. Pero, se estima que no hubo más allá de un centenar y que incluso, la dotación se redujo con los años.

"El norte de Perú dependía de la mano de obra esclava para la industria del azúcar. Ese es el contexto en que se movía O'Higgins que además de las haciendas, recibió medio centenar de esclavos", explica a La Cuarta, Gonzalo Serrano del Pozo, académico y Director del Centro de Estudios Americanos UAI.

Según Valencia Avaria en 1846, cuatro años después de la muerte de O'Higgins, un inventario de la hacienda detalla 32 esclavos hombres activos, 10 inválidos o ancianos y 25 jóvenes; mientras que en el caso de las mujeres, había 45 esclavas hábiles, 8 inválidas y 18 jóvenes. Además, entre 1826 y 1839, vendió a cuatro y le concedió la manumisión graciosa a tres mujeres.

¿Cómo se vinculó el prócer con sus esclavos? "Si era bueno o malo con ellos, jamás lo sabremos con certeza porque solamente tenemos la voz del amo y no de quienes pudieron haber sido objeto de ese trato. No obstante, en las cartas se lo ve preocupado por ellos, por su vestimenta, por ejemplo".

"Además, debemos tener en cuenta que O´Higgins tenía una conciencia de que iba a pasar a la historia, por esto mismo, no me lo imagino mal tratando a sus trabajadores ni al resto de las personas", agrega.

"De sus cartas no es posible extraer mucha información respecto de su relación con los esclavos -añade Patricio Ibarra-. En general, cuando se refiere a ellos lo hace en el contexto de las tareas agrícolas de sus tierras. Con todo, tempranamente en el Perú se implementó la libertad de vientres, al igual que en Chile donde fue decretada cuando él ejercía el mando de país, es decir, que todas aquellas personas nacidas de esclavos serían libres".

Opositor a la guerra

Pero el hacendado O'Higgins, quien alternaba temporadas en Montalbán con otras en su casa de Lima, dedicó sus mayores esfuerzos a su tierra. En varias cartas detalla que su situación económica era precaria, y muchas veces debió recurrir al trueque de azúcar para adquirir productos o servicios.

Es en esa condición de terrateniente, sostiene Serrano, que se debe leer su posición frente a los avatares políticos de la época, como la guerra entre Chile y la Confederación Perú-Boliviana, el primer conflicto externo de la reciente república chilena. El chillanejo, a contrapelo de la posición del ministro Diego Portales -de quien era muy crítico-, era un opositor al conflicto.

"Lo primero que hay que entender es que estamos en el inicio de la construcción de los estados nacionales, una época en la que las nacionalidades no están tan tan marcadas. O'Higgins y muchos de su generación son americanos -detalla-. Por esta razón hay una oposición ante cualquier conflicto entre hermanos. Eso desde el punto de vista ideológico"

"Ahora, en el ámbito práctico, la situación económica de O'Higgins era compleja, de ahí que la explotación del azúcar fue un negocio que le permitió sobrevivir -agrega-. Consecuente con esto, una guerra implicaba inestabilidad, destrucción de caminos, falta de mano de obra, por eso se opuso al inicio. Sin embargo, cuando la balanza se inclinó a favor de Chile, dio todo su apoyo y tuvo un contacto estrecho con el ejército, apoyando a Manuel Bulnes en sus decisiones".

O’Higgins vivió sus últimos años en la casa de Lima, emplazada en calle Espaderos. Las dolencias y los problemas de salud le habían limitado sus habituales paseos por la hacienda, y allí falleció el 24 de octubre de 1842. “Siempre estuvo atento a la situación política -explica Patricio Ibarra-. Y en la medida que pasaron los años, la posibilidad de volver al país fue transformándose en una aspiración con mayores posibilidades de concretarse, especialmente con la llegada al poder del general Manuel Bulnes en 1840, aunque, como se sabe, la muerte lo sorprendió en el Perú cuando se aprontaba a regresar”.

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