Lo que puedan hacer los adultos, según Viviana Tartakowsky, directora de la Escuela de Psicología de la UBO, es crucial. Adentro los detalles.
El acoso escolar, qué duda cabe, es tal vez la mayor amenaza a la convivencia y el bienestar emocional que se puede encontrar en las comunidades educativas.
Ya sea disfrazado de “broma” o minimizado a una “parte del desarrollo social”, las cifras son —sin exagerar— alarmantes: en 2023, por ejemplo, se reportaron más de cuatro mil quinientas denuncias por bullying en recintos escolares. Cifra que, de acuerdo al Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), es la segunda más alta de los últimos años. Es más, el porcentaje de estudiantes que confiesa sufrir acoso de “forma frecuente” aumentó de un 11%, en 2012, a un 19%, en 2022.
Claro, el fenómeno no ocurre solamente aquí. Según la UNESCO, uno de cada tres estudiantes en el mundo padece acoso escolar cada mes. Y uno de cada diez niños es víctima de ciberacoso, un mecanismo particularmente dañino por su carácter “persistente” y un “alcance ilimitado”.
Viviana Tartakowsky, directora de la Escuela de Psicología de la Universidad Bernardo O’Higgins (UBO), lo ve así:
“Estamos frente a una forma de violencia sistemática que no siempre se ve, pero que deja huellas profundas. El acoso escolar no sólo afecta el rendimiento académico, sino que también perjudica la autoestima y la salud mental de quienes lo viven, además de su familia y personas cercanas (ya sea desde el sufrimiento o desde el silencio que vive la víctima)”.
La especialista sostiene que el hostigamiento puede tomar distintas formas: física, verbal, social, cibernética o incluso sexual.
“A veces ocurre porque alguien simplemente es distinto al resto debido a su origen, apariencia, su acento o por tener una necesidad especial. Lo grave es que muchas veces las víctimas no hablan ya sea por miedo, vergüenza o porque no encuentran un entorno seguro donde hacerlo”.
Ante este escenario, el rol de los adultos es fundamental. Estar atentos a señales como “cambios de ánimo inexplicables”, “pérdida de interés por asistir al colegio”, “lesiones sin causa clara” o “aislamiento social”, puede hacer la diferencia. “Los niños no siempre dicen con palabras lo que les pasa”, aclara Tartakowsky, “pero su cuerpo y su comportamiento usualmente lo gritan. Es fundamental escuchar, acompañar y actuar”.
Por eso, sobre todo si el niño o niña es quien ejerce el acoso, hay que intervenir. Ese es el llamado.
“No se trata de castigar sin más, sino de entender qué lo motiva a actuar así, poner límites firmes y ofrecer contención y apoyo psicológico. Estas situaciones pueden ser una oportunidad para enseñar empatía, responsabilidad y respeto por el otro”.
Para cerrar, la psicóloga resalta que combatir el bullying requiere mucho más que apenas algunas fechas conmemorativas: “La violencia no es parte del crecimiento. La convivencia y la resolución pacífica de conflictos se aprende, y es tarea de todos enseñarla con palabras y hechos”.