Chile

Cómo buscar pumas y a otros impresionantes residentes que sobreviven al invierno de Torres de Paine

El gran felino de Los Andes se ha acostumbrado a la presencia humana en torno al parque nacional. Pero encontrarlo siempre es difícil en uno de los paisajes más espectaculares y extremos del mundo. “A veces la gente no tiene paciencia”, advierte un guía especializado.

Cómo es buscar pumas en el invierno de Torres del Paine. FOTO: Guido Macari M

—Ahora los pumas están más faranduleros —dice José “Pepe Wayaja” Vargas (43), guía y tracker desde el 2009, mientras conduce a eso de las 7 AM camino desde Puerto Natales al Parque Nacional Torres del Paine y sus alrededores, Región de Magallanes.

Aquí, hace ya buen tiempo que varios de los Puma concolor se han acostumbrado a la presencia de la gente, debido al turismo y la disminución de la caza. De hecho, durante la temporada alta, en verano, “es mediodía y los pumas están echados al medio del camino, todos (los turistas) gritando, y ellos ahí”, ejemplifica “Pepe Wayaja”.

Pero ahora la cuestión es un poco distinta, porque es agosto, pleno invierno, y de partida, amanece más tarde y oscurece temprano. Los días, por lo tanto, son más cortos. Salimos a las 6:45 AM (en verano tendría que ser a las 4:45) para estar en el parque nacional en el crepúsculo, uno de los momentos en que los felinos suelen estar más activos. Aunque en está época, según Vargas, con el frío pueden estar todo el día activos”, advierte. “En cambio, en verano, pueden pasar hasta diez horas echados por el calor”.

El termómetro marca -7°C. Creí que sería peor.

Un congelado amanecer en Torres del Paine. FOTO: Guido Macari M

Ya más cerca del parque, tras dejar atrás el poblado de Cerro Castillo, donde Chile limita con Argentina, comienza la pampa. Aún poco se pueda ver, además de las siluetas de los montes y la nieve iluminada por el brillo lunar y las estrellas.

Aquí, dice “Pepe”, ya es más probable qué haya un avistamiento. Como ocurre con los animales con buena visión nocturna, los ojos se les reflejan con los focos o las linternas: “Los de puma son como los del caballo: diamantes brillantes”, e incluso “de repente se confunden”.

Las nubes del horizonte ya dejan entrever el amanecer.

Resaltan algunos parches de escarcha y nieve que aún no se han derretido de la última nevazón.

—Este año va a haber sequía otra vez —comenta él.

Ya estamos cerca.

DÍA UNO: Juegos felinos

La luna, mientras amanece, muestra la mitad de su cara. “Está coloreando recien”, dice Vargas. A las 8:42 comienza a iluminarse nuestro alrededor.

—A veces la gente no tiene paciencia —dice Vargas, quien, moderando expectativas, estima que la chance de ver puma cada día es cerca del 50%. Al final, esto se trata un poco de, con ayuda de conocimientos de la especie y de los hábitos de los individuos de acá, tentar a la suerte.

“Como uno no ve (tan) de lejos, el guanaco (Lama guanicoe) es el único que te puede avisar si anda un gato”, advierte Vargas sobre la mayor presa a la que puede aspirar el puma patagónico. Estos camélidos, adaptados a digerir hasta el ultimo nutriente de la estepa, se la pasan comiendo, y cada tanto levantan el cuello por si anda una amenaza. En caso de que así sea, el vigía —si de una manada se trata— lanza una suerte de relincho para advertir, y la huida se desencadena:

—El guanaco grita por puma nomás —añade el tracker.

Guanaco se alimenta de los brotes más nutritivos que pilla en el invierno. FOTO: Guido Macari M

De noche, en los meses menos gélidos, los guanacos suelen subir a la seguridad de los cerros, y al amanecer descender en buscar de mejor vegetación. Ahora, en invierno, tienden a agruparse más en los faldeos para sobrellevar el frío patagónico, y a dormir más abrigados. “Siempre anda un vigía, un macho”, describe Vargas. De hecho, “a esos cazan los pumas qué saben: a los ‘sapos’”, ya que, sin alarma, escapar se volverá más complicado.

A eso de las 9 AM, vemos a los primeros guanacos. Luego, nos topamos con dos grupos ya bastante numerosos, a ambos lados de camino, más de treinta en total. En el paisaje, imponente e idílico, reina la calma, y el silencio, salvo algún auto que pasa o el canto de un solitario chincol (Zonotrichia capensis). Sin viento, al puma “le cuesta un huevo acercarse”, comenta “Wayaja” sobre los acechos del felino a los camélidos. Avanzamos junto al río La China, en su contra.

Numerosos grupos de guanacos aparecen con el amanecer. FOTO: Guido Macari M

A simple vista o con binoculares, si un puma esta echado, o quieto, resulta casi imposible verlo. Pasamos por sectores donde predomina la matanegra (Mulguraea tridens), que no tiene espinas pero es dura y raspa de solo mirarla —aunque hacia la primavera reverdece y da unas florecitas blancas—. Esta planta autóctona resulta una efectiva protección para el felino; es más, “la mayoría de las hembras tienen a sus crías ahí”. También están los neneos, o “cojines de la suegra” (Mulinum spinosum), que en esta época están la mayoría secos, cenizos, y se confunden bastante con el pelaje de muchos de los felinos de acá. Y los pastizales de coirón, dorados (Festuca gracillima), salpicados de calafate (Berberis microphylla), también funcionan bien de escondite.

En medio de todo ese panorama, el guía sugiere: “Hay que ver algo amarillo o gris”. Es decir, buscar, mayormente en la distancia, alguna figura con un aire felino, que, en el mejor de los casos, resulte, tal vez, llamativa.

Por supuesto, sugestionarse y andar viendo pumas donde —por ejemplo— sólo hay una piedra, es bastante probable. Además, “si tienen comida, andan echados todo el dia; sino, caminando”, dice el tracker. Y eso está fuera de nuestro control.

El puma encuentro buen refugio entra lo frondoso y duro de la matanegra. FOTO: Vicente del Real

Se ven los trombolitos que rodean el gran lago Sarmiento, voluminosas e irregulares estructuras que lentamente se han conformado por cianobacterias. A veces, dice el guía, a los pumas les gusta ir a dormir a esas orillas, donde encuentran algún refugio del viento, el frío y las miradas humanas.

Siguiendo, la laguna Amarga, llena de minerales, está congelada, a pesar de que no hace tanto frío (-6°C), pero tampoco hay viento, lo que facilita que se haga hielo.

En una zona de curvas están los restos de un bosque de ñirre (Nothofagus antarctica) y lenga (N. pumilio) —rostizados en el incendio del 2005—, hay tres caranchos (Caracara plancus) que vigilan desde las ramas altas. Ellos, según Vargas, dados a la carroña, ayudan a saber si hay carne fresca cerca.

Un carancho toma sol durante la mañana. FOTO: Guido Macari M

Se calcula que más de 100 pumas andan dando vuelta por Torres del Paine y sus alrededores, y a unos 30 le tienen nombre los guías del sector, comenta “Pepe”.

“Hay varios cachorros que se ha ido”, comenta sobre los felinos residentes, que los más viejos serían “Dark”, de unos 14 años, y “Rupestre”, de 13.

Avanzando en el jeep, “Pepe” comenta que en mayo se encontró con “Morena”, una de las pumas locales, atropellada, muerta. Llamó al Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), le hicieron una necropsia, y resultó que además tenía una bala en una pata, posterior al choque. Curioso. Pensó en visibilizar el caso en sus redes sociales, pero decidió que mejor no.

Cada tanto, la silueta de un guanaco arriba en un cerro. Uno de ellos, va en ascenso, “pero mientras sube se lo pueden comer”, advierte Vargas, así que camina “en zig zag, cagado de miedo”, describe con humor.

Caiquén macho reposa junto a un estanque congelado. FOTO: Guido Macari M

Una pareja de caiquenes (Chloephaga picta), macho y hembra, se desplaza junto a la calle. “Siempre andan en parejas o grupos familiares, aunque en algunas zonas de alimentación pueden reunirse cientos en otoño e invierno”, explica la ornitóloga Natacha González, a La Cuarta. “En época reproductiva se dispersan más, ya que son bien territoriales”.

Luego, un vari (Circus cinereus) vuela de un letrero vial justo cuando pasamos por el lado.

***

Un par de minutos más adelante, un grupo de turistas se agolpa junto al camino. De repente, una puma, de tonos grises, opacos, baja pausadamente entre las tupidas matanegras. Ojea un instante a la más de decena de observadores que la siguen con la mirada y cámaras, y continúa en lo suyo: una malherida liebre (Lepus europaeus) intenta escapar de la cazadora, pero la felina la sigue sin apuro y la mantiene bajo su dominio. Suenan los flashes, las fotos. Los guías del sector la conocen como “Escarcha” o “Amarga”. Tiene unos cuatro años y es hija de “Petaca”, otra emblemática —ya de siete cumplidos— que por ejemplo apareció en el documental En el triángulo del puma (Apple TV, 2020); y es hermana de “Paine”, de la misma camada, otro que hasta hoy circula por aquí.

La puma "Amarga" siguiendo a su pequeña presa. FOTO: Guido Macari M

Si bien “Escarcha” ya es adulta, aún es joven, y eventualmente a un puma le gusta jugar con su comida, sobre todo si ya tiene bajo su control. La escena puede resultar algo cruda, pero así son las cosas aquí. La liebre está visiblemente magullada, entre mordiscos y manotazos, con grandes pelones en su cuerpo y la sangre que asoma. La puma, curiosa, parece divertirse o practicar sus técnicas de caza. De pronto ambas desaparecen entre los matorrales y luego la felina salta como si la liebre le diera un gran susto.

Nicolás Lagos, estudioso de los pumas y coordinador del Proyecto Patagonia de ONG Panthera, explica a La Cuarta que el juego es común en estos felinos hasta los diez meses, con rocas, ramas y su alimento: “Necesitan ganar experiencia y entrenamiento en cómo usar sus cuerpos para luego cazar sus propias presas con éxito”, detalla. Ya más grandes, también es frecuente que se entregan con “presas vivas, pero sin matarlas en absoluto”, por lo que a medida que son más maduros, tienden a volverse más “eficientes”. Así, ya más grandes, en general —dice— es “más raro” que jueguen con la comida.

"Amarga" persigue y juega con su comida. FOTO: Guido Macari M

Vargas, en tanto, comenta que “más cachorros” juegan con sus presas, “pero adultos igual los he visto jugando”, sobre todo hacia noviembre y diciembre, cuando cazan a los chulengos: “Muchas veces no los matan al tiro”, observa, aunque cuando se trata de “animales pequeños” o crías de guanaco, porque con un guanaco adulto deben ser efectivos.

Ya junto al camino, la perseguida intenta arrancar, pero la otra va detrás, y le hace guardia, incluso cuando la otra se detiene, se queda parada a su lado. Es cuestión de tiempo. En algún momento fuera de nuestra vista, entre los matorrales que se sacuden, se escucha una suerte de intenso maullido … ¿Oímos el aparente final de este juego de la muerte?

En este sector era común ver a “Rupestre”, una de las pumas famosas de Torres del Paine por su aparición estelar en los documentales Dynasties II (BBC, 2022) y Predators (Netflix, 2023). Pero se cambió de lado luego de que un macho matara a dos de sus cachorros.

De jóvenes, los pumas suelen jugar, aunque de adultos también con ciertas presas. FOTO: Guido Macari M

Retornamos por donde vinimos, hacia las afueras del parque nacional, y pasamos por el lado de un esqueleto de guanaco; acá, por el frío de la estepa, los restos se conservan durante años. El guía cuenta que justo ahí había comido “Dania” con sus crías, donde una de ellas fue atropellada.

Nos detenemos en un mirador frente al lago Sarmiento. Un ñandú (Rhea pennata) come pausadamente cerca de nosotros, cualquier cosa que pille en el suelo. Eventualmente mira a su alrededor para vigilar. Estás aves, con los cercos, han sido de las más afectadas, ya que a muchos les cuesta cruzarlos y quedan aisladas o sin chances de escapar de un depredador.

Ñandú come tranquilamente lo que pilla por la estepa. FOTO: Guido Macari

Un águila (Geranoaetus melanoleucus) surca unos cerros; y más tarde, una pareja de la misma especie.

Un par de horas después, a eso de las 2 PM, volvemos a donde vimos a “Amarga”, y Vargas la encuentra al otro lado de la misma colina, está vez ya con su presa muerta, primero en el suelo, y que luego la agarra con sus fauces. Al vernos, se aleja sin hacer ruido entre las matanegras, a pesar de lo densas y duras que son; para sortearlas curva su cuerpo como una “u” al revés con su botín en el hocico. Va rápido. Es impresionante. La perdemos.

Hoy no pasará hambre.

La mirada de "Amarga" mientras tiene su presa muerta en el suelo. FOTO: Guido Macari

“Se supone que este es el mes de los gatos”, comenta Vargas, aunque, al menos en esta temporada, no le ha tocado ver ni ha sabido de ningún acto reproductivo entre pumas; las hembras suelen entrar en celo entre mayo y junio, aunque varía. “Cuando andan en celo, caminan harto, en zigzag”, describe, y además “gritan como si las estuvieran matando”.

Hacia el anochecer, pasadas las 6 PM, comenzamos el retorno a Puerto Natales. Vemos algo de ganado. Vargas comenta que la vaca es “la única” que defiende a su ternero de los pumas y que, en cambio, generalmente los guanacos y caballos arrancan antes de preocuparse de su potrillo o su chulengo, respectivamente. “Después el guanaco se acuerda que tiene hijo, pero que ya está muerto”, dice.

Grupo de guanacos avanza con un juvenil en su manada. FOTO: Guido Macari M

Ya de noche, sentimos un olor muy intenso, el que libera el chingue (Conepatus chinga) de sus glándulas anales, muy intenso, que penetra en la piel e irrita los ojos. Es más, advierte que, en caso de atropellar a este mustélido, “queda el auto una semana pasado”.

Nos envuelve una densa neblina.

DÍA DOS: La cacería

Partimos a las 7 AM, un poco más tarde; con el amanecer cerca de las 9, no vale la pena llegar más temprano.

Hoy estará nublado. El camino asciende y baja, y en las depresiones se acumula la niebla.

Vemos una liebre atropellada. Luego otra. Casi no andan autos y, si lo hacen, es a gran velocidad.

Hay hielo en el camino. “Pepe” le tiene puestos clavos a los neumáticos para no resbalar. Nieve, hay poca.

—Cada vez nieva menos —evidencia—. La gente dice que el año pasado nevó lo que no había nevado en seis años.

Las últimas nevadas de esta temporada fueron hace un par de semanas. Aún quedan algunos parches blancos en los sectores más sombríos. El 15 de agosto se cumplieron 30 años del “terremoto blanco” de 1995, recuerda él. Dice que de ahí hacia adelante, “cada vez empezó a nevar menos”. Él era niño y se acuerda. Causó grandes pérdidas monetarias y mucho ganado murió.

Guanaco con los nevados cerros detrás. FOTO: Guido Macari M

Consultado por los pumas y la nieve, dice que “les da lo mismo”, al punto que “a veces están en la pampa mojados enteros”. Eso sí, aunque todo el paisaje esté cubierto de blanco, opina que eso no necesariamente vuelve más sencillo el avistamiento de estos felinos. “Tendría que caer demasiada nieve para que sea más fácil verlos”, plantea. Aunque con las nevazones estos “gatos” tienden a transitar más por los caminos, donde les es más fácil abrirse paso.

Las nubes se anaranjan con el amanecer.

Mientras avanzamos y revisamos a nuestro alrededor, “Pepe” comenta que en esta época hay menos animales en la zona, y una de las razones es porque “en verano hay más fauna nueva, hay crías de todo, puma, guanaco y zorro”. La otra es que llegan las aves que en los meses más fríos migran hacia el norte, como los queltehues (a los que él les dice “teros”), la tagua chica, la golondrina chilena, el canastero del sur, la viudita, la becacina magallánica, el bailarín chico, el fiofío, la perdicita chica, la rara y golondrina de dorso negro, y retornan hacia la primavera, según enumera la ornitóloga González.

Las viuditas son una de las aves que migran hacia el norte en invierno. FOTO: Pablo Gutiérrez Maier

En invierno al puma también les resulta más difícil pillar comida: “Igual pasan hambre, les cuesta cazar”, comenta él. Por ejemplo, en esta época los chulengos, las crías de los guanacos, ya están más grandes y no son una presa tan sencilla de cazar.

—El puma camina en zigzag en la noche, va y vuelve —describe—. No sé por qué. Debe ser porque está siempre buscando comida y anda olfateando.

Un cernícalo empinado en una rama, aunque a contra luz. FOTO: Guido Macari M

***

El termómetro marca -7°C. Una pareja de caiquenes se pasea junto al camino. Nos detenemos unos minutos en la Portería Laguna Amarga, donde chincoles y gorriones (Passer domesticus) buscan cualquier resto de comida en los estacionamientos.

Detrás de las instalaciones, en un filoso cerro, mientras enormes máquinas arreglan el camino para la temporada alta, un águila reposa, apachurrada, al borde de un risco. Nos detenemos. Una van turística la pasa de largo.

Un águila reposa sobre una de las porterías del Parque Nacional Torres del Paine. FOTO: Guido Macari M

Ya con la luz de la mañana, empiezan a aparecer los guanacos, que muchos descienden para pastar.

Por radio, el aviso de que alguien vio “algo” en un sector bastante lejano. Vargas decide acelerar, por si llegamos. Pasando por una curva, en descenso, junto a un estanque congelado, cuenta: “Acá una vez pillé un Geoffroy (Leopardus geoffroyi), estaba sentadito y me miraba”. Se refiere a un pequeño gato nativo, bastante distribuido al este de la Cordillera de Los Andes, pero difícil de ver en Chile, y sólo en Aysén y Magallanes.

Pasamos por la laguna Larga, que está congelada en su superficie, con las ondas del agua detenidas, con el cerro Almirante Nieto detrás suyo, que luce nevado casi hasta abajo.

Un cometocino patagónico (Phrygilus patagonicus) vuela al lado nuestro, como siguiéndonos.

Frente al lago Sarmiento, pero en el límite de la estancia Leona Amarga con el parque nacional, un puma anda detrás de un guanaco. En la zona en cuestión, su colega tracker le da algunos detalles y subimos hasta una llana colina. Con binoculares, a unos cientos de metros, “Pepe” se encuentra con la escena sobre una elevación que divide a la estancia con Torres del Paine: un puma —que por la distancia resulta casi imposible de identificar —, de pelaje más bien rojizo, está sentado observando a tres guanacos varios metros de distancia entre sí. Sólo uno de ellos está atento a comer y cada tanto levanta la mirada vigilante.

Al mirar con detención, una puma espera su momento para cazar. FOTO: Guido Macari M

Al menos desde el ángulo y distancia nuestra, resulta curioso que los guanacos aún no se percaten del puma, que decide agazaparse, ponerse en acecho. Se dice que la tasa de éxito de estos intentos de caza es de un 20%. Apenas alcanza agacharse y avanzar brevemente, cuando uno de los guanacos, el vigía, emite relinchos de alarma. Apenas este corre, los demás también, y se esparcen hacia el lago.

—Avisa uno y arrancan todos a la mierda —comenta “Pepe” con humor.

El puma, en tanto, va detrás de los herbívoros a ritmo de trote.

Desaparecen detrás de la colina.

La puma va trotando detrás de los guanacos. FOTO: Guido Macari M

“Pepe” decide que vayamos al parque a ver si podemos ver la persecución, o el resultado de esta, desde ahí. Partimos en el auto, y luego, ya en un sendero, caminamos con apuro hasta llegar a un mirador del lago.

No vemos nada. La estepa parece vacía. Aunque eso es, siempre, aparente.

Canastero del sur, varios migran hacia el norte en los meses fríos, y otros se quedan. FOTO: Natacha González

Un canastero austral (Asthenes anthoides) nos observa y luego vuela. Algunos de estos pájaros en invierno migran hacia el norte —incluso se los registra hasta la Región de Valparaíso y la Metropolitana—, mientas que otros, como este, permanecen en suelo patagónico.

Cerca, en un estanque rodeado de coirones, unos ocho caiquenes, parejas que se entremezclan entre sí, caminan sobre el hielo, lentos, calmos, como con la paciencia y certeza de que, en algún momento, con un poco de viento o calor, el agua se descongelará y podrán meterse.

Parejas de caiquenes se mueve reposadamente sobre un estanque congelado. FOTO: Guido Macari M

Una especie “importante” especializada en este tipo de sitios, o sea, en humedales con harta vegetación circundante, es el pidén austral (Rallus antarticus), según resalta la ornitóloga Natacha González. “Pero no se sabe que pasa con él en invierno; ¿se va o deja de cantar? No sabemos”. Se refiere a esta como una ave “muy escasa y muy local, que hace no mucho tiempo se creía extinta”, aunque hoy “su distribución es muy restringida”; de hecho, “‘pajareros’ de todo el mundo viajan a conocerla a este rincón de Sudamérica”, remarca.

***

Mientras conduce, “Pepe”, que declara al caballo como su animal favorito, recuerda que en el 2005 un puma macho se metió a un corral suyo para atacar a uno de sus potrillos. El felino no quería soltar a su presa, así que le dio unos rastrillazos. El depredador soltó al equino, pero no se quería ir: cual gato, se equilibraba sobre la madera del recinto, dando vueltas de un lado a otro. Según “Wayaja”, por alguna razón, sólo cuando escuchó la voz de un niño, se fue. El video está en YouTube desde el 2008, se titula “Puma chileno en acción” y tiene cerca de 2 millones de reproducciones.

Este felino ha sabido adaptarse a la presencia humana en Magallanes. Con frecuencia se ven restos de guanacos junto a los cercos. “Pepe” cuenta que algunos pumas “se acostumbran y los cazan frente al alambre, porque los chiquitos (chulengos) no los saltan”.

Jóvenes guanacos que ya pasaron la etapa más crítica de su desarrollo. FOTO: Guido Macari M

Eventualmente, cuando pasamos un largo rato dando vueltas en el auto sin avistamientos, hay que luchar contra la somnolencia, el sueño.

Ya hacia la tarde, cerca de donde estaba “Amarga” ayer, varios guías con turistas se aglomeran. Uno dice haber oído la vocalización de un puma. Sin embargo, desde la orilla del lago, se escucha una huala (Podiceps major). Según “Pepe”, dependiendo de “quién lo escuché”, son sonidos que se pueden confundir. Desde lo alto, algunos buscan con binoculares entre los pastizales. Él piensa que deberían aceptar que lo escucharon, en realidad, fue una huala.

Una vista panorámica al lago Sarmiento. FOTO: Guido Macari M

Otro guía supone que Torres del Paine y alrededores se ha vuelto una suerte de sitio de “cría”, donde los pumas maduran, aprenden a cazar, y luego se van a buscar territorios nuevos.

Nicolás Lagos discrepa y dice que “Torres del Paine no es un lugar para pumas jóvenes”, sino que debería seguir el patrón común: “Las hembras se quedan y los machos se dispersan, como en todas las poblaciones típicas de pumas”, lo que ocurre cuando los individuos se acerca a cumplir dos años. Eso sí, “durante mucho tiempo”, según cuenta, este parque nacional fue una “isla” que los protegía de la caza intensiva; sólo unos pocos se lograban “dispersar” desde y hacia esta zona protegida. Pero “muchas estancias han dejado de cazarlos o adoptado métodos no letales para proteger su ganado, lo que ha permitido que más pumas dispersos lleguen al parque desde tierras circundantes”, destaca.

Cansados, dormimos una siesta en el vehículo.

***

A los pocos minutos de retomar, cerca del camino, en un terreno algo más alto, hay dos cóndores (Vultur gryphus) juveniles, aún inmaduros. Aún tienen plumaje café, y les falta que se les desarrollen sus crestas y el blanco collar de plumas. De primeras, uno podría decir: “Son hermanos”, pero estos planeadores inmensos sólo ponen un huevo. Se limitan a mirarnos, casi sin más que mover sus cabezas de un lado a otro, quizá vigilantes o curiosos.

“Ambos son machos”, explica Eduardo Pavez, especialista en rapaces y buitres americanos, consultado por La Cuarta. El de la izquierda tiene dos años; y el de la derecha, tres”. La madurez sexual llegará cuando tengan entre seis y siete, cuando ya habrán adquirido el plumaje negro y blanco definitivo. “Son solo ‘amigos’”, comenta sobre el motivo que los tendría juntos.

Dos cóndores juveniles reposan juntos "amistosamente". FOTO: Guido Macari M

A esa edad, según complementa Pavez, los padres ya no “cuidan” a sus hijos cóndores y estos se alimentan por sí solos; “pero siguen en contacto”, aclara. “Y es común que se junten y que se conozcan unos y otros”.

Nos acercamos despacio, pero manteniendo distancia para no incomodar. Puede que su quietud sea porque acaban de comer y, cuando eso sucede, les resulta difícil despegar mientras digieren, al ser aves de gran peso.

Los cóndores llegan a la madurez sexual a los seis o siete años. Este, tiene dos. FOTO: Guido Macari M

Damos vuelta dentro de los senderos del parque nacional, que hoy ha estado casi vacío, con apenas uno que otro vehículo paseándose.

Jóvenes bosque de ñirre y lenga perseveran junto al celeste río Paine.

—Acá un puma nica se mueve más de tres kilómetros al día —estima Vargas en comparación a otras zonas más intervenidas o con menos presas—: Tiene comida en todos lados.

El guanaco siempre permanece con sus oídos bien atentos al peligro. FOTO: Guido Macari M

Un guanaco macho se refriega contra un matorral, mueve su cola, deja su olor impregnado: marca ese territorio como suyo.

De vuelta en el sector donde vimos a un puma intentando cazar en la mañana, una pareja de patos juarjual (Lophonetta specularioides) se baña en la parte no congelada de un estanque. Uno de ellos se sale del agua y se sacude, mientras el otro sigue nadando y busca comida bajo la superficie; luego, también se sale. Un ñandú macho cruza el camino y luego se pierde, tímido ante nuestra presencia.

Patos juarjuales nadan en un estanque medio congelado. FOTO: Guido Macari M

En las laderas están marcados los senderos de huellas que dejan los guanacos al subir y bajar los cerros, evidenciando sus rutas y dando pistas de sus rutinas. En sectores arenosos, se ven más claramente huellas de puma, zorro o de algún felino más pequeño.

Unos caiquenes pasan volando; si bien macho y hembras son de distintos colores, bajo sus alas poseen los mismos tonos.

Detenidos un rato, dos loicas (Leites loyca) andan muy confianzudas cerca nuestro. Una busca comida entre el pastizal, y la otra posa varios minutos sobre un matorral, emite metálicos, eléctricos cantos y se sacude antes de volar para encontrarse en el suelo con su compañera.

Con el cielo gris, oscurece algo más temprano.

Una loica macho posa varios minutos sin prestarnos atención. FOTO: Guido Macari M

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¿Dónde andará un puma? ¿Al lado de cuántos hemos pasado y no hemos visto? Me duelen los ojos, cansados de fijar la mirada en puntos en los cerros que, ¡acaso producto de la ansiedad!, se llenan formas y colores felinos… Si el animal no quiere mostrarse, o si nuestros caminos no se interceptan, simplemente no lo veremos otra vez.

Al comenzar con los avistamientos, Vargas nos había dicho que, si teníamos suerte los dos primeros días, el tercero podríamos dedicarlo a buscar huemul (Hippocamelus bisulcus), que acá es difícil de ver, pero eventualmente alguno aparece en el sector más boscoso del lago Grey. “Antes se veía más, pero ahora está lleno de vacas medias salvajes que quedaron”, comenta en alusión al ganado que se ha asilvestrado y desplazado a los herbívoros nativos.

Quizá sea mejor seguir intentando con el puma.

Loicas se dejan ver con frecuencia en Torres del Paine, generalmente en parejas. FOTO: Guido Macari M

Ya con menos luz, sobre un llano pastizal, en la distancia, ¿vuela un nuco (Asio flammeus)?, o al menos es una rapaz, posiblemente en busca de alguna presa.

Es dudoso qué pasa con los nucos en esta época en Magallanes: “No sabemos, podrían irse, podría verse menos o ser falta de observación”, analiza Natacha González sobre este búho. “Le gustan mucho los campos inundados, humedales y potreros, pero en invierno está todo congelado, así que no se sabe bien”.

Es fácil perderlo de vista con los cerros de fondo. La luz se va.

DÍA TRES: Dolor de madre

Hace un poco menos de frío que los otros dos días (0°C), pero está más nublado. No hay estrellas. Tarda más en aclarar.

Nos encontramos con el primer guanaco a eso de las 9 AM. Casi no ha habido viento, a diferencia del verano, cuando las masas de aire frías de la Antártica se mezclan con corrientes cálidas en un paisaje sin grandes barreras naturales.

La estepa luce calma. De repente nos acompaña el melódico cantito de un chincol o rojizo pecho de una loica en una rama.

Una liebre pasa saltando entre las matanegras, como atrapada en una invisible persecución sin fin.

Grupos de guanacos a lo lejos pastando en el cerro. FOTO: Guido Macari M

Otra vez, caranchos en un pequeño bosque de lenga, que parecen considerarlo propio. Según “Pepe”, el ruido que hacen es como de “chancho”.

A lo lejos, en un cerro, José ve un “carneo” —es decir, restos de alguna presa recién cazada—, reclamado por cóndores:

—Tiene que ser de ayer —supone.

En la portería, un águila está posada sobre un muro de roca, está quieta, con la cabeza girada hacia el horizonte. Y luego extiende sus alas y despega espectacularmente hacia el horizonte.

Águila despega de un muro de roca. FOTO: Guido Macari M

Por radio oímos que, entre los cerros propiedad de la estancia Leona Amarga, los trackers han encontrado dos “carneos” cubiertos con vegetación, los cuales estarían en posesión de unas tres pumas. A esos sitios, a cientos de metros del camino público, no tenemos acceso. “Cuando tienen comida, duermen todo el día”, planea Vargas, con la duda de poder toparnos con esos individuos.

***

Vargas decide que tomemos rumbo hacia la estancia Cerro Guido, un trayecto de pampa y campos donde grandes grupos y parejas de caiquenes caminan sobre los pastizales. Y entre esas bandadas eventualmente aparecen algunos canquenes (Chloephaga poliocephala). Según el guía, en ocasiones aquí también anda uno que otro canquén colorado (C. rubidiceps), en severo peligro de extinción.

Canquenes se pasean entre grupos más grandes de caiquenes. FOTO: Guido Macari M

Cada tanto, además, aparecen algunos solitarios ñandúes y rebaños de ovejas resguardados por perros pastores Gran pirineo, guardianes ante posibles ataques de puma al ganado. Avanzando, montada y vigilante sobre un letrero vial que marca una curva, está posada un águila. Nos acercamos. Parece ignorarnos. Pasamos incluso al lado suyo por el camino y permanece sin siquiera cruzarnos la mirada.

A lo lejos se ven los techos rojizos de la estancia en las faldas del cerro.

Águila se acomoda en un letrero vial. FOTO: Vicente Del Real

Viramos hacia un camino que pasa junto a una extensa sierra, en cuya cima se alcanzan a ver algunos cóndores y la silueta de algún guanaco. Vargas comenta que en este sector la ganadería y los perros pastores desplazaron al camélido, aunque últimamente este ha regresado de manera incipiente.

Retomamos por el mismo camino de vuelta. Donde antes vimos sólo gansos, ahora aparece un “piche” o armadillo peludo (Chaetophractus villosus) del otro lado de uno de los cercos, en el amarillo campo: paticorto pero veloz, medio miope, pero de buen oído, parece que los ladridos de un perro ovejero lo alertaron. Se esfuma en la llanura.

Apenas un instante después, un zorro chilla o gris (Lycalopex griseus) va junto al camino. Se asusta al ver el vehículo. Primero se esconde en un pequeño desnivel. No lo vemos. Pero luego, cuando ya lo dejábamos atrás, reaparece para arrancar: cruza el camino de tierra, aunque se toma un momento para volver la cabeza, luciendo su esponjosa cola, y mirarnos, y retomar su carrera. Atraviesa el alambrado por debajo y desaparece en el campo a paso raudo.

Zorro chilla camina junto al camino y luego cruza para perderse en el campo. FOTO: Guido Macari M

A decenas de metros, prácticamente quieto, junto a unos fardos: otro armadillo. Posiblemente busca comida cerca de su refugio de paja, una verdadera fortaleza para alguien de su tamaño, y posiblemente para otros tantos de su especie. Al percatarse de nosotros, se pone la alerta, inmóvil, olfatea, y se escabulle en su castillo dorado a modo de precaución.

Algunos guanacos caminan sin apuro cerca nuestro, y dan un buen salto para sortear el alambrado y seguir su camino. Pero no todos lo logran. Aún están los restos de hueso y pelo de uno de los suyos que quedó enganchado, sometido a una muerte tan lenta como horrorosa, y finalmente convertirse en comida para distintos carroñeros que habitan el sector como los propios zorros y armadillos.

Armadillo tiene su refugio entre unos fardos de paja. FOTO: Guido Macari M

Vargas cuenta que una vez, liberando a un guanaco que quedó atrapado en un cerco, en medio de su desesperación cuando se soltó, este lo escupió. “Escupen fuerte”, comenta. En esas situaciones, dice que, entre los tironeos para soltarse por sí mismo, casi la única opción es cortar el alambre.

***

De vuelta hacia el parque, de repente, Vargas frena y mira hacia una estepa que, al no tener tantas matas, permite ver a más distancia. Toma sus binoculares, algo que ha hecho en puntuales ocasiones, lo que me llena de esperanza, y revisa qué vio:

—Creo que es un cuero de oveja —advierte.

Oh, en efecto lo es.

Caen algunas gotitas. Ojalá no llueva.

Los rebaños de ovejas se dejan ver en los alrededores de Torres del Paine. FOTO: Guido Macari M

Desplazándonos en el vehículo, Vargas escucha cómo los trackers de la estancia hablan de las pumas han estado viendo en los “carneos” de los cerros. “A la ‘Amarga’ nadie la ha nombrado”, evidencia él, o sea, piensa que podríamos toparnos con ella, por lo que damos vuelta por la zona donde la vimos el primer día.

Pero, para nuestra sorpresa, de pronto, a unos cientos de metros nuestro, una puma va bajando de los cerros hacia el camino. “Wayaja” acelera. Eso sí, no es “Amarga”. Ahora, sólo dependemos de una decisión de ella, si en su trayecto planea cruzar el camino; sino, la perderemos.

Una puma hace su aparición arriba de una colina. FOTO: Guido Macari M

Con vista al lago Sarmiento, del otro lado del camino, la felina se asoma con el cielo blanco de fondo. Se sienta un momento a observar, como decidiendo sus próximos pasos. Elige una ladera y, entre los cojines de suegra, desciende hacia el camino. Sortea la cuneta y cruza sin apuro, encogiéndose, la barrera de contención camino al lago. Se detiene en un pastizal, entre algunas matas de calafate. Mira desentendidamente a la rápida aparición de turistas que llegan a fotografiarla desde un par de ángulos. A ella pareciera no importarle. O al menos los tolera. Se sienta y comienza su aseo personal, e incluso íntimo, lamiéndose distintas partes. Eventualmente hace una pausa para mirar a su alrededor. Alza la cabeza y entreabre la boca; usa su órgano de Jacobson, también conocido como órgano vomeronasal, estructura sensorial que auxilia al olfato para captar sustancias químicas, como las feromonas de otro felino.

Se echa por largo rato y entre los coirones; apenas alcanza a verse su panza que se engloba y encoge al respirar. Duerme. La esperamos. Ha aparecido el sol. Su pelaje brilla.

"Dania" desciende luego de cruzar el camino. FOTO: Guido Macari M

Despierta y, como adormilada, con los ojos achinados mira su entorno. Se levanta, da algunos pasos y, cuando parece que retomará su camino, vuelve a sentarse a sólo unos metros de donde estaba. Se echa a dormir otra siesta.

—Como a las 17:30 se debería estar moviendo —estima “Wayaja”.

Le llaman “Dania”, de unos seis años, hija de “Rupestre”; y tuvo cuatro cachorros, de los cuales dos sobrevivieron a su etapa más vulnerable. Sin embargo, en mayo, a uno lo mató un macho adulto y a otro lo atropellaron. Por aquellos días, en redes sociales incluso se viralizó una foto de la madre cargando el cuerpo de su cachorro muerto en el hocico…

"Dania", que luce algo rechoncha, quizá por comida o embarazada, cruza la calle. FOTO: Guido Macari M

¿Hasta dónde puede llegar el dolor de la pérdida en un mamífero salvaje?, pienso. ¿Cuánto le puede dudar? Porque debe seguir sobreviviendo. “La emocionalidad animal no se estudia casi nada”, plantea Lagos, también autor del libro En el límite: Puma Torres del Paine. “Y por lo general se le hace un símil a las emociones humanas, cuando quizás su manera de asimilar estas situaciones traumáticas es diferente”.

—Está gordita —comenta, en tanto, Vargas.

"Amarga" se alista para descansar tras una caminata. FOTO: Guido Macari M

Y es que el guía supone que debe venir de una mañana de banquete. E incluso supone que podría embarazada.

Tras perder a sus crías, una hembra “puede volver a entrar en celo en tan solo unas semanas o meses”, asegura Lagos sobre esta etapa que puede ocurrir en cualquier época del año. Y menciona que es “sutil” la diferencia entre una puma llena de comida y una en gestación, pero la tener “certeza”, según su experiencia, “es que se pueden observar unas manchas más oscuras a lo largo del vientre”, que son los pezones, los cuales se vuelven mucho más “notables” antes de dar a luz y ya amamantando.

Un cernícalo atraviesa el cielo sobre “Dania”.

"Dania" olfatea a su alrededor. FOTO: Guido Macari M

Ya hacia las 6 de la tarde, se vuelve a parar, tras uno que otro amague de volver a echarse. El guía menciona que “lleva varios días” en esta zona: “Debe tener un guanaco por aquí, o ya lo terminó”, supone. Ella, en tanto, sigue avanzando hacia el lago, zigzagueante, sin un rumbo aparente. Aunque más bien hacia la orilla del Sarmiento, haciendo que su rojizo lomo resalte entre las oscuras matanegras. Ante la vigilancia de varios turistas, Vargas supone a dónde seguirá su trayecto, impredecible, lleno de cambios de dirección. Él piensa que pronto se animará a cruzar el asfalto otra vez, para retornar hacia los cerros.

Pero la puma se pierde entre la vegetación.

"Dania" se abre paso entre la vegetación. FOTO: Guido Macari M

Él la encuentra de nuevo, observándola desde la orilla del camino: la felina comienza su ascenso a la calle. Pero, de pronto, en medio de sus olisqueos constantes, salta contra un matorral. Sale con un desafortunado ratoncito entre sus dientes. Lo manipula con sus manos y garras. El roedor se mueve y eso a ella le estimula, juega un poco con él, se entretiene, como con inocencia, muy concentrada en su peludo y gris canapé. Se echa para zanpárselo. Permanece sentada un instante.

La puma "Dania" se come un ratoncito. FOTO: Guido Macari M

Un chincol austral se posa en una rama, ajeno a la escena.

Ella, en tanto, echa un vistazo alrededor y retoma su camino, el cual sólo ella conoce, sin prestarle ni una atención a quienes la observan. Y en algún momento, se las arregla para perderse por completo de vista, mientras la luz se va, como si supiera que ya fue suficiente.

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