Se completó a sí mismo tras 15 años viviendo en Santiago, según dice. Venía del profundo campo de EE.UU. y acá encontró otra forma de hacer humor, de amar e incluso incursionó en TV, y ahora regresa con Sueño Americano (Canal 13): “Quería jubilarme y morir en Chile”, asegura.
Peter Murphy Lewis (44), venido desde Kansas, en el corazón rural de los Estados Unidos, llegó a una conclusión tras casi dos décadas en Chile, y advierte de antemano al reportero de La Cuarta en castellano, aunque con característico acento agringado:
—Esto es profundo. Tal vez te voy a dar la lata, pero me interrumpes si no te gusta...
El “Gringo Peter”, sociólogo de profesión, tiene un libro favorito: Los cinco lenguajes del amor: el secreto del amor duradero, del pastor bautista Gary Chapman). Esta popular mirada (no exenta de cuestionamientos en el mundo de la sicología), a Peter le hizo sentido. Él siente que su lenguaje son los elogios, expresar y entregar palabras de afecto a sus seres queridos. Sin embargo —en un intento por generalizar—, siente que entre los chilenos es el tiempo de calidad una cualidad que predomina, es decir, dedicarle minutos y atención a quienes se estima. Él, en cambio, en ese aspecto está —aún— al debe. Por eso percibe una relación complementaria, sinérgica, en que la virtud de uno suple y aporta a la falta del otro.
Además, hay otra cualidad de los chilenos que a Peter le parece fascinante: el sentido del humor, el cual define como “self deprecating” o, en español, “autocrítico”; o sea, en términos de comedia, algo así como la facilidad para molestarse entre colegas, amigos, seres queridos y compatriotas en general.
Sin embargo, en el 2019, el gringo regresó a su estado natal, aunque ya junto a su esposa y pequeño hijo chileno. Su partida no le impide visitar Santiago cada temporada. En diciembre, de hecho, anduvo incluso por Canal 13 para promocionar Sueño americano, programa de viajes que se emite los sábados a las 19:30 horas, y que se adentra en la historias de chilenos que residen en distintos rincones de EE.UU. De eso y mucho habla Peter con La Firme, que repasa su vida y vínculo con Chile, el cual incluso lo llevó a Concepción tras el terremoto del 2010 y al rescate de los 33 mineros en la mina San José meses después.
Eso y mucho más, a continuación con Peter que, de entrada parece un tipo serio, pero está con la talla a flor de piel…
LA FIRME CON PETER MURPHY
El primer recuerdo de mi infancia en Kansas es subiendo árboles con amigos de barrio, o haciendo helado casero en uno de esos barriles que se revuelven con hielo y crema. Recuerdo mi primera bicicleta, con dos ruedas de distinto tamaño y que le faltaba pintura; mis papás la compraron usada a un niño un poco más grande que yo, vivíamos en el campo y la fuimos a buscar. Recuerdo haber visto un cometa muy famoso que pasó cuando yo tenía como 5 o 6 años, el Halley. Recuerdo muchos viajes en camioneta con mi papá, yendo a hacer trámites y llevar basura. Vivíamos donde todo era lejos, a veinte minutos en camioneta.
Para no terminar por una polola que tuve, me cambié de universidad. Y me pasó lo mismo cuando me vine a Chile, lo he hecho dos veces en mi vida, jaja. Cuando me gradué del colegio, iba a ir a la universidad en Minnesota; pero mi polola del colegio decidió ir ahí también, y yo no sabía terminar con ella, jaja, porque era bien cobarde. Entonces me cambié de universidad y fui a Boston. Y pasó lo mismo en Chile, que yo tenía una polola en Estados Unidos y no sabía separarme, y cuando me vine a Chile fue en el día de San Valentín... Bien hijo de puta, pero he madurado.

Entré a la universidad, a Gordon College, en Boston, para estudiar biología, pero ni siquiera tomé un ramo. Creo que hay una presión, como a los 18 años, de decir lo que quieres hacer para sentirte bien parado ante los adultos. Fui a una universidad religiosa, entonces estudiaba la Biblia un poco; pero en mi primera semana en la universidad murió uno de mis mejores amigos: fue atropellado por un ladrón, que robó un auto, los policías lo perseguían, chocó a mi amigo en una intersección y murió en el momento. Yo tenía 19 años. Tuve una crisis gigante en mi vida: depresión, dejé de creer y me puse agnóstico. Me quedé en la universidad porque tenía muy buenas mentores. Siempre he estado cerca de ellos. Me cambié a sociología y a español.
De niño siempre fui bien mateo, cercano a perno: bueno en matemáticas, siempre me sacaba puros sietes. Era el mejor de mi colegio y de mi universidad, y además era bueno en las ciencias naturales. Cuando descubrí sociología, que abordaba de una forma diferente las humanidades, creo que esa me cambió el mundo: ver que no todo era blanco y negro; para entender al ser humano hay que ser un poco más gris. Creo que eso me llegó justo en un momento en que estaba en esa crisis, y encontré mi norte.
El primer viaje grande lo hice a los 20 años, de Costa Rica a México, ida y vuelta en bus, con unos 40 ticos (costarricenses); y después, Centroamérica lo he hecho unas diez veces más, mucho México y Costa Rica hartas veces; y Sudamérica, porque vivía acá, y trabajaba en turismo, como a Argentina y Uruguay.

Casi morí en Costa Rica ahogado en el 1999, en mi primer año aprendiendo español. Fui al rescate de una mamá con su hijo ahogándose; fui a salvarlos y casi morí yo. A la mamá y al niño un surfista los salvó —por suerte—, en un minuto ya estaban a 70 metros de la orilla. Yo sabía nadar. Recuerdo que la marea me pegó al suelo, y me recuerdo rezando y despidiéndome del mundo. Recuerdo esa despedida. Y en algún momento me levantó la marea, y yo sabía un poco a qué dirección nadar, y creo que fue más suerte que esfuerzo.
La primera vez que vine a Chile fue a mochilear en el 2000 con un amigo. La historia es buena: tenía una especie de mentor en la universidad, que era suizo-indio, y por alguna razón había ido a mi universidad en Boston. Él era muy importante para mí. Había hecho un año de intercambio en Chile y me dijo que yo iba a amar Chile como él; me dijo que Chile era como una nuez, como un fruto seco, con muchas capas, y que era difícil conocer al chileno; pero cuando lo conociera, sería el fruto más hermoso y rico que habría probado en la vida. Y me quedé con su familia de chilenos acá, en Valparaíso, cuando vine para el Año Nuevo, y vi a Los Jaivas. De ahí fui a Puerto Montt, Valdivia, Pucón y volví a Santiago.
En esas dos semanas en Chile, yo sabía ya, a esas alturas de la vida, a los 20 años, que quería volver a Chile. Fui a visitar tres universidades: la U de Santiago, la Católica y el Instituto de Estudios Internacionales de la Chile. Y cuando volví tras años después, a los 23, fue porque gané una beca para estudiar donde quisiera en el mundo: postulé para la U. de Chile y me vine en el 2004.

Yo había aprendido español en Costa Rica. De lejos uno piensa que todos los países de América Latina son iguales, o por lo menos similares. Chile no tiene mucho en común con Costa Rica, salvo el idioma; culturalmente, no bailan merengue, no sonríen tanto, son harto más pesados, harto más garabateros, con jerga y no son religiosos. Tuve que adaptar lo que pensaba de América Latina y me enamoré de Chile rápidamente.
Llegué a Chile con ganas de ser diplomático o político; pensé que sería senador o embajador alguna vez. ¿Qué me alejó de la política? Llegando a Chile, tras seis meses, en 2004, cuando me di cuenta que no iba a volver ni vivir en Estados Unidos, y crecer el resto de mi vida en Chile: cuando vives en otro país no puedes ser político, no puede ser alcalde en Santiago viniendo de un pueblo de 2 mil personas.
Me gustaba el sentido del humor de los chilenos. Yo soy de campo, entonces no soy así de ácido, pero fui al colegio internado con extranjeros, fui a Boston, que debe ser la ciudad con las personas más pesadas de Estados Unidos, entonces llegar a Chile no me costó tanto. Me gustó. Lo que me gusta del sentido del humor chileno es humillarse entre amigos: si pudiera sentarme con seis amigos, tomar piscola y sólo reír, por turno, como “ahora vamos a burlarnos de ti por diez minutos”, e ir cambiado, para mí sería un pasatiempo: es una pichanga con piscolas. Mi familia es así, se ríe mucho de sí misma; mi papá se ríe de sí mismo y mi mamá se ríe de mi papá; a pesar de que soy de un pueblo chico, de 2 mil personas, nuestro sentido del humor es muy… ¿self deprecating? ¿Cómo se dice “self deprecating” en español?... ChatGPT va a decirlo... “Autocrítico”.

¿Cuándo me empecé a sentir chileno? Recuerdo dos hitos. A los 6 meses de estudiar en la Universidad de Chile llamé a mis papás, y les conté que cuando terminara la magíster yo volvería a Estados Unidos. Recuerdo la llamada. Recuerdo la voz de mi mamá. Recuerdo que lo aceptaran. No estaban tan tristes, porque ya me habían mandado a un colegio internado lleno de extranjeros; era esperable si mandas a tu hijo a ser amigo de musulmanes, japoneses y mexicanos, ¿qué esperas? ¿Que vuelva al pueblo de 2 mil personas? No son tan ingenuos. El segundo hito: estaba con unos amigos como en mi segundo o tercer año en Chile, y había llegado un gringo de visita que hablaba en español y yo decía: “Mira, nosotros acá...”. Y uno de los chilenos que estaba alrededor se cagó de la risa y dijo: “¡Peter, dijiste ‘nosotros’!”. No entendí y pregunté: “¿A qué te refieres?”, y me contestó: “¡Tú no eres ‘nosotros’!”. JAJA. Me discriminaron, pero desde entonces asumí que soy parte de “nosotros” y ahora me aceptan.
He tenido malos momentos por ser gringo (de discriminación), pero afortunadamente soy tan optimista que los malos recuerdos los voy olvidando, y los buenos momentos los potencio, los tengo así de frente.
En el 2007 creé La Bicicleta Verde... creció, creció, creció, casi murió durante el estallido porque no había turistas; esa fue la época que me fui a Santiago para reinventarme y dejé la empresa para mi socio, si es que la quería hacer crecer. De ahí llegó el Covid, y murió... Ahora está reviviendo La Bicicleta Verde (emprendimiento dedicado a hacer tours en bici por Santiago) con mi socio, que yo vendí mi parte; somos muy amigos. Así que yo feliz de que esté volviendo, porque fue un sueño y siento que el sueño crece a pesar de que no lo estoy haciendo yo.

Una expolola me cambió la chapa de la puerta y puso mis pertenencias en la bodega, pero yo no debí haberme sorprendido. Lo que me hizo creo que estaba justificado. Yo estaba trabajando en La Bicicleta Verde, con dos celulares, con uno contestando correos y llamadas de hoteles, y un celular personal; trabajaba en la U. de Chile como profesor y en la Diego Portales, y estudiaba mi doctorado en la Católica, a tiempo completo. No tenía nada de tiempo para ella. Era un emprendedor trabajando, creo que 80 horas a la semana, y se cansó de mí. Estuvimos del 2008 al 2010; terminamos el día del terremoto.
Demoré en madurar, nunca he sido una persona que engaña, nunca he engañado a mis parejas, pero siempre he sido trabajólico y me gusta el trabajo; y con mi esposa ahora aprendí que la familia viene antes que el trabajo.
He tenido varios accidentes en moto, y uno fuerte, por eso tengo pernos en la cadera. Me atropellaron en Av. Kennedy cuando tenía menos de 30 años. Andaba en moto con una expolola, y me chocó por atrás la persona; fue su culpa. En ese momento cambió mucho mi forma de ver el mundo porque nunca había imaginado que podría morir. Ahí, junto con un tumor, a los 30 años me di cuenta que el dinero no vale nada, que el tiempo es corto y las amistades es lo que importa. Siento que he estado cerca de morir, juego con fuego. A ella no le pasó nada, gracias a Dios.

Viajé a Concepción dos días después del terremoto del 2010 (esa historia creo que nunca la he contado en profundidad en Chile). En esa época tenía un amigo que trabajaba en la embajada de Estados Unidos, y dictaba clases con él en un magíster en la U. de Chile, y terminamos siendo muy amigos. Cuando pasó el terremoto, llegaron todos los medios internacionales llamando a la embajada y preguntando si podían encontrar a una persona para ayudar. Empezaron a dar mi teléfono y, a las 9 de la mañana, el día después del terremoto, me llamaron de la revista Time, ABC News y de otro, y me preguntaron si podía salir a la calle con ellos a reportar y traducir. Eran periodistas que estaban por suerte en Chile, trabajando o de vacaciones. Empecé a trabajar con ellos y uno me dijo: “¿Hay alguna forma de que logremos llegar a Concepción?”. Llamamos, fuimos a Carabineros, al gobierno y todo; habían muchos puentes cortados y ya no habían autos para arrendar. Llamé al teléfono en la página de la Fuerza Aérea; una persona me contestó y le pregunté si me podían llevar a Concepción. Y subimos al primer avión que mandaron para el toque de queda —que creo que fue dos días después (del sismo)—, con unas cien tropas, y tuve que hacer de traductor con los periodistas. Estuve una semana. Fue muy loco porque yo estaba enfermo.
Tenía un tumor en mi colon más o menos por el 2009. Me enfermaba, pasaba hospitalizado, bajé de peso, unos 10 o 15 kilos. Y a pesar de estar enfermo, y que los doctores no sabían que tenía, fui en ese viaje a Concepción, y fue bien bizarro y estúpido. Era una ciudad que no tenía electricidad ni agua, y estaba yendo al baño treinta veces diarias. “Piensa mejor, Peter, ¡avíspate!... ahueonao...”, pienso ahora, pero fue bonito, me cambió la vida, porque me centró el ver a otra persona sufriendo. Yo, como sociólogo, siempre busco las cosas marginales porque siento que me enseñan a apreciar lo que tengo. Saliendo de la universidad trabajé con gente en la calle, homeless, con Sida, en Boston. Creo que si hay un hilo como sociólogo, es que busco esa vulnerabilidad de la sociedad que me enseñe a apreciar lo que tengo.

Con mi esposa, Constanza, nos conocimos a través de una cita a ciegas, a través de una amiga de la U. de Chile, una profesora, colega mía: “Quiero conocer a una mujer bastante mayor que yo, que no esté endeudada, no tenga hijos y no sea celosa”, le dije. Cony cumple con todo salvo la parte “celosa”, pero ya no; me aguanta. Fuimos al Club Matadero y al Persa Biobío. Me acuerdo que, caminando, un carabinero me vio, como gringo, paró, bajo la ventana y dijo: “Ustedes no debieran estar acá a esa hora de la noche: los van a asaltar”. Y fuimos a bailar cueca igual, jaja.
Cony es siete años mayor que yo, quería que fuera mayor por la madurez. Siempre me ha interesado gente más inteligente y evolucionada que yo psicológicamente. Me trae esa sabiduría de mujer chilena y mayor. Creo que lo que me enamoró de ella es que es la persona que más me acepta cómo soy.
Fui al rescate en la mina San José en Copiapó, en el 2010. Cuando pasó lo de los mineros, yo estaba recién saliendo con mi esposa actual, que era mi polola de cuatro días, y me llamaron (periodistas) por la noticia desde EE.UU. para preguntar si es que lo podía pasar a buscar al día siguiente en la mañana al aeropuerto en Santiago, con un cooler y una camioneta para dos semanas, con un van y llevar un equipo de unas cinco personas a Copiapó para cubrir el rescate. Dije que sí. Le pregunté a mi polola y me respondió: “¿Qué te que te voy a decir? Te conozco hace cuatro días... haz la hueá que quieras", jaja. Me fui a Copiapó y estuve en la carpa de los familiares cuando salió el primer minero.

Cuando hice Aquí te las traigo Peter (TVN y NTV), varios oficios me marcaron, pero me pusieron como limpiavidrios en la clínica Santa María, y tengo vértigo, estaba muerto de miedo. Me pasaron por un arnés de una sola persona y me sentí como en un parque infantil, colgando, limpiando vidrios, como un columpio. Creo que con eso quebré mi vértigo, mi miedo a las alturas, porque después, cuando hice paracaidismo, no tenía tanto miedo. También me recuerdo mucho aprendiendo en una escuela de buzos de gente que enseña a hacer soldaduras debajo del agua para los que reparan naves. Fue muy bonito. Todavía tengo miedo al mar de Chile, jaja. Debiéramos tener miedo al mar de Chile, y al mar en general.
Al principio Cony no quería tener hijos... y me “mintió”, jaja. Me dijo que no iba a tener hijos, jaja, y a los siete años me dijo: “Quiere tener un hijo”. Fuimos a terapia y la psicóloga dijo que partimos con un perro. La perrita se llamaba “Fefi”, y murió. Y de ahí “Fefi” se convirtió en mi hijo, Quentin, y fue la mejor decisión de mi vida: es mi compañero y es increíble.
Viví casi 15 años en Chile. Llegué en 2004 y me fui en 2019, por el estallido (social). Yo vivía en Recoleta, en Dardignac con Loreto. Había tanques, lacrimógenas y bombas molotov. El Parque Forestal, donde yo llevaba a mi hijo de tres años, estaba destruido. No soy políticamente motivado, no he votado por la derecha o la izquierda en Estados Unidos en 20 años, y el país estaba peleando entre la derecha y la izquierda, y no estaba dentro mi interés ser un papá en esa situación. Mi hijo me cambió la vida y yo buscaba calidad de vida; y no tenía trabajo, perdí todo mi trabajo. Mi señora trabajaba en la oficina de La Bicicleta Verde también. Los dos perdimos el sueldo.

Cuando me fui de Chile, me fui sin trabajo y di una vuelta por EE.UU con mi hijo de 3 años. Y visitamos un zoológico en Kansas (en la ciudad de Goddard). Y un mes después, yo estaba en otra ciudad, en Oregon, y me llamó el dueño de lo zoológico y me preguntó si me podía hacer cargo del área de marketing como consultor, y dije: “Sí, pero yo vivo en Chile”, y me contestó: “Te ofrezco una casa dentro de zoológico.” Llamé a mi señora y me dijo que tomara el trabajo. Y vivimos ahí hasta el día de hoy. Y hace nueve meses convencí a mis papás de que se cambiaran de ciudad, y ahora viven a medio kilómetro de mi casa; los veo cinco o seis días a la semana.
Feliz me habría quedado en Chile. Si yo no hubiera vivido en Recoleta, y no dependía del turismo, no creo que nos hubiéramos ido de Chile. Fue muy doloroso irme de Chile; creo que yo y mi señora entramos en una depresión. Por un año estuvimos tratando de buscar recursos para crear este ideal para nuestro hijo. Pero, en parte, siento que salimos de un país y una sociedad de la que nunca quisimos salir. Fue nuestra decisión, pero yo quería jubilarme y morir en Chile, y quería que mi hijo viviera toda su vida en Chile... Demoramos en enamorarnos de Estados Unidos. Nos casamos dentro del zoológico, durante el Covid, en el 2020.

Quentin tiene ocho años y lo traemos a Chile todos los años. Yo creo que se siente como 70% gringo y 30% chileno, parecido como yo; pero se fue de Chile a los tres años y medio, y creo que se sentía 70% chileno y 30% gringo en ese tiempo. Pero se nota que es chileno cuando está en EE.UU. porque no hay nadie que entre en nuestra casa y no lo abracemos; allá la gente no abraza a los conocidos, no es normal, menos en una reunión formal. En EE.UU. las personas llegan a una cierta hora, a las 6:30 y se van a las 7:30; en nuestra casa cuando llegan decimos que nuestra casa es chilena, se sacan los zapatos, se abraza al saludar y despedir, y se pueden quedar hasta la hora que quieran y abrimos una botella de vino; y mi hijo les dice a las visitas: “Este vino es para usted, me voy a dormir pueden carretear hasta la hora que quieran”. Tiene algunas cosas chilenas que él nunca entenderá de los gringos, porque no le hemos enseñado la parte de ser frío o ser materialista; los regalos que compramos para Quentin son usados de Facebook Marketplace.
Somos una familia muy ahorrativa porque viajamos mucho; gastamos nuestro dinero en experiencias viajando. En el 2024 fui a Japón, Vietnam y Corea con mi señora, y a Francia, Colombia, Bruselas y Escocia por trabajo; fuimos a Brasil y Argentina, que tenemos un camper y en él viajamos. Viajamos harto con mis papás, que los usamos de babysitter. Fuimos a un matrimonio de una chilena en República Dominicana. Este año iremos a ir a Brasil, e iremos con los papás, pero tomaremos un crucero.
Yo como consultor de marketing, trabajo con unas cinco o diez empresas al año, con proyectos grandes, y una de las empresas que me contrató es una inversionista a nivel mundial y ellos se juntan cada seis meses en distintas partes del mundo. Nos juntamos en Colombia por dos semanas con los ejecutivos y después seis semanas en Bruselas y en Escocia.

En general vengo una vez al año, a Chile, de noviembre a enero, con mi señora y mi hijo. Es interesante, porque cuando Cony y Quentin nos fuimos a Estados Unidos, llegamos al campo, que es muy tranquilo; no tenemos vecinos a cien metros. Nuestra vida santiaguina se cambió a campesina, muy radicalmente, y fuimos creando una unión los tres como familia que tal vez nunca habíamos tenido, porque vivíamos con más de 5 millones de personas (en Santiago). Nuestro plan se concretó, creamos algo muy especial.
Cuando yo venía a Chile durante el Covid, Santiago en particular estaba muy enojada, con el estallido y después el Covid. Pero siento que como, yo voy en crecimiento de mi de mi paz y de mi felicidad, Santiago también. Siento que voy a la par con Santiago: me estoy recuperando de lo que perdí, de mi vida acá, y Santiago también está mejorando. Puede haber cosas de delincuencia, noticias, pero yo lo veo en la sonrisa de los chilenos y en la forma que saludan. Ahora las personas me dicen: “Buenos días” y “buenas tardes”, gente que no me conoce, en la calle, en Santiago, no así en el 2020 y 2021." Como estoy enamorado de Chile, me encanta que a Chile le vaya bien; y ahora como estoy de fuera, ya no no estoy inserto, lo veo como ajeno, como sociólogo, y veo que la felicidad está en un aumento. Veo como una torta y está creciendo.

Sigo las noticias en Chile y cosas en YouTube. No leo las noticias, pero mi señora me pone el día. Trato de seguir noticias positivas; por ejemplo, cuando hablo de noticias, hablo con amigos que tienen el mismo optimismo que yo. No no sigo nada de delincuencia ni de las peleas políticas con Boric, la derecha y la izquierda. Estoy más interesado en cómo está Chile.
Seguí muy de cerca la elección de Donald Trump, porque estudié ciencia política en Chile en mi magíster y doctorado. Además, soy independiente, no voto por ninguno de los dos partidos; me interesa como académico. No sabía quién iba a ganar. Y además me gustaba escuchar a mis amigos de la derecha e izquierda, a las dos, desilusionados, perdidos. Estamos tristemente muy polarizados como en Chile. Pero es lo que hay nomás: ¿para qué me voy a deprimir de cosas que no puedo controlar? Mis amigos de la derecha e izquierda acá no se juntan; siento que socialmente está más polarizado acá, a diferencia de Estados Unidos, que ahí la prensa es muy polarizada. Ni siquiera sé qué es la verdad hoy en EE.UU, no tenemos nada de centro: la derecha y la izquierda están estúpidamente vendiendo clicks.

¿Cómo regresé a la TV chilena con Sueño americano? La historia es buena: En el 2022 estaba grabando la tercera temporada de Aquí te las traigo Peter, y yo quería hacer cosas más creativas y nuevas. Amaba Aquí te las traigo Peter, pero quería probar un formato nuevo. Me acerqué a todos los canales de televisión y me junté con todos los gerentes que me recibieron, y en uno de ellos me dijo: “¿Por qué no haces aquí los traigo Peter, pero mostrando los chilenos que aman tu país?”, y agregó: “¿Sabes? Te voy a decir el nombre, se llama: Sueño americano”. Y fui a Colomba, la productora con la que grabé Aquí te los traigo..., y dije: “Esta idea es buena.”. Empezaron a preparar algo, y Canal 13 creyó en el programa.
Esta vuelta a la TV fue hermosa, porque partió con una necesidad mía de trabajar con chilenos y crear contenido nuevo, porque de lunes a viernes yo soy un emprendedor, estoy viendo números y creciendo en ventas. Pero necesito un escape más creativo, y además con amigos; las personas con quienes grabé Sueño americano son los mismos cinco que las de las tres temporadas de Aquí te los traigo Peter, todos amigos. Mostrarles mi país durante nueve semanas, grabando siete días a la semana con ellos, 70 horas a la semana despiertos, con los mismos huevones: ya somos amigos.
Son doce capítulos de Sueño Americano. Fuimos por todo Estados Unidos. Partimos en el centro, en Kansas —de donde soy yo—, de ahí fuimos a Colorado, Utah, Oregon, Seattle, San Francisco, Los Ángeles, Las Vegas, Minneapolis, cerca de Canadá, Nueva York, New Jersey, Philadelphia y Florida. Cubrimos gran parte, los hitos más turísticos y de las treinta ciudades, y veinte si las nombro ni siquiera lo conoces.

¿Temor de mi manejo ante la cámara? Cuando hice Aquí te las traigo Peter fue mi primera incursión en televisión y frente a la cámara. No sabía cómo me sentiría frente a la cámara en Sueño americano, porque, primero, estaba en Estados Unidos, y había pasado harto tiempo que yo grabara un programa. Pero me recuerdo la frase de Pancho, mi jefe en Sueño americano, el primer día después de grabar, llamó a las personas que estaban en Santiago y dijo: “No es lo mismo, más fácil; ahora Peter sabe hablar con la cámara directo, es como imaginábamos”. Creo que ayuda que llegué desde Estados Unidos en el 2000, hasta el 2023, he tenido un podcast y he hecho muchos videos en YouTube para mis clientes como consultor; me fui acostumbrando a soltarme.
¿El criterio para elegir a cada chileno? Creo que es similar a todos los programas, pero no estoy seguro: una persona que ame Chile, porque no me imagino trabajando con una persona que odie Chile; sería raro, tendríamos choques, porque yo defiendo fuerte a Chile. Y tiene que ser una persona con papeles al día, documentado, que entró a EE UU. legalmente; y muchos emprendedores, personas tratando de cumplir lo que se llaman “el sueños americanos”, hace 30 años, económicamente y también en términos culturales, creando comunidad.
Entre los chilenos de Sueño americano hay un par de rasgos en común. Primero, por lo menos la mitad tiene sentido del humor. Segundo, un porcentaje alto son personas que partieron sin NADA, limpiando baños o sirviendo papas fritas; muy resilientes. Y diría que hay un porcentaje de personas que son como yo, como sociólogos: entienden la cultura gringa como yo y van adaptándose. Yo aprendí tanto de Chile acá, que siento que me completé con los chilenos; así como ellos con los gringos vieron que se llenó su identidad con un porcentaje de gringo.

Creo que en mi relación con Chile hay tres cosas. Primero, creo que como cuando tienes a un amigo y te pasa algo importante en tu vida con él —como perder a una abuela, casarse o crear una empresa—, esa amistad que creas con esa persona termina siendo más importante que otras amistades por el momento en que estuvo; y en parte eso fue Chile para mí: llegué a las 24 años acá, me hice empresario y emprendedor por la primera vez, me casé por primera vez, me hice papá por la primera vez, tuve suegro por la primera vez, magíster y profesor por la primera vez. Eso en particular es transformador. Segundo, el sentido de amor de Chile encaja con el mío; me gusta mucho, el sentido del amor es diferente en Chile en comparación a otros países, con cercanías que pasan casualmente. Y tercero, la familia de mi señora acá, que ella es todo para mí, y mis suegros y los primos de mi señora. Son mi familia.
El libro más importante en mi vida se llama Los cinco lenguajes de amor (Gary Chapman). Hay cinco formas de amar a una persona, y mi lenguaje del amor son “las palabras de afirmación”. Y el chileno NO es así, el chileno no se expresa a través de las palabras, este hueón (Su amigo chileno presente en la entrevista) nunca me ha dicho nada simpático en ocho años, jajaja. Ustedes necesitan ese lenguaje de amor, y yo sé amar de esa forma, entonces puedo llenar y complementar así. Es lo que sé dar de vuelta a Chile. La forma en que yo no sabía amar, y que Chile sí, es “el tiempo de calidad”, el tiempo que estamos escuchándonos, apagar el celular y no estar preocupado de comprar un auto, de las zapatillas ni de tu clase. Aprendí eso de Chile, preocuparme del tiempo que me queda en la vida. Es lo que aprendo acá. Es la relación que siento que aprendí de Chile y que puedo construir en Chile. Me hace crecer.

Además de que las palabras de afirmación son mi trabajo en Aquí te los traigo Peter y Sueño americano: ocupo mi voz y la alegría en mi cara —que tal vez algunos chilenos más pesimistas y melancólicos no saben expresar—, y expreso todo lo que amo de Chile. Lo que mi sociedad me enseñó lo digo de la cultura chilena… Mi principal defecto es no saber estar tranquilo. Creo que por eso aprendo tanto del idioma de amor de Chile, de tiempo de calidad. He aprendido harto, pero no estoy ni cerca de ser bueno en eso.
Creo en los próximos dos años compraremos una parcela chiquitita en Santa Cruz (Región del Maule), cerca de los primos de Cony y empezaremos a construir una casita, al lado de ellos, en el campo. Y creo que a 18 años mi hijo ya no querrá hablar conmigo por un par de años, se irá a la universidad y yo vendré acá a jubilarme con mi señora en Santa Cruz. Creo que en diez años estaré radicado en Chile, y ya moriré acá.

Cuestionario Pop
Si no hubiera sido sociólogo, habría sido abogado. Mi papá solamente una vez en la vida me ha dado su opinión fuerte y ha cambiado mis decisiones; en general mis papás optan por no opinar para no influir en mi vida, para que yo decida y aprenda lo que quiero. Y mi papá me dijo: “Peter, no conozco a ningún abogado que le guste su trabajo; tú eres una persona muy alegre, ¿por qué no exploras otras oportunidades?”. Y desde esa conversación nunca consideré ser abogado. Me gustaba la idea de ser abogado porque era buena en debate, siempre he sido una persona muy lógica, disciplinada y meticulosa, y esos cuatro atributos son buenos para tener como abogado.
En la época universitaria en el Gordon College, no tomaba (alcohol) ni fumaba: corría, hacía gimnasio, me sacaba puros sietes, y me llegó un rechazo muy fuerte en mi tercer año en la universidad: postulé para la beca más importante en Oxford, y me dieron una bofetada. Fue vergonzoso, me gradué de la universidad en tres años para no seguir, y me vine a Chile después... Empecé a carretear terminando mi magíster acá, me empecé a relajar; obviamente de repente tomaba un par de cervezas, pero estudiaba mucho en mi magíster; me saqué un 6,8 o algo así, seguía siendo perno, hasta cuando empecé a trabajar en turismo. Pero nunca he sido una persona de carretear allá de medianoche o las 1 AM; carrete gringo, no chileno.
¿Un apodo? Mis amigos del colegio me llaman “Murphy”, que es mi segundo nombre; mi hermano me llama “Baba” y mi hijo me llama “Papá pink pants”, porque el rosado es mi color favorito, tengo pantalones rosados y, como vivo en el campo lleno de huasos, republicanos y personas conservadoras, un gringo con tres aros, vestido de rosado, podrás imaginar lo que piensan, jajaja; me llaman: “Peter pink pants”.

Un sueño pendiente —fácil—: quiero construir mi propia casa con mi señora, un tiny house, esas casas chiquititas, en Chile, en Santa Cruz.
¿Una cábala? ¿No comer en los aviones porque la comida es mala?... No se me ocurre ni una...
Una frase favorita es, que la diré en inglés porque viene de mi mamá: “The only thing you can control in life is your attitude”, que es: “Lo único que puedes controlar en tu vida es tu actitud”, y tiene que ver con un tatuaje que tengo: “La felicidad es igual a la realidad dividida por la expectativa”.
¿En qué gasté mi primer sueldo? Eso fue de cajero, así que creo que no gasté nada, porque a los 14 años era muy cagado, ahorrativo y tacaño. Fui juntando dinero y a los 16 años compré mi primer auto en efectivo, con mi propia plata. Mis papás siempre me dijeron que no me iban comprar un auto, entonces cuando compré ese, lo cuidé, y murió un mes antes de llegar a vivir en Chile. Lo tuve desde 1994 al 2003.
Un trabajo mío que no se sabe: a los catorce años trabajé en un cajero de banco, en 1994, y manejaba dinero en efectivo en el baúl de mi auto, sin que fuera blindado, de 40 a 120 mil dólares, ¡a 14 años!, de banco a banco, en Kansas, sin arma ni nada.
Una comida favorita de Chile son los porotos con riendas, y con una longaniza, en el Palacio del Poroto; las lentejas de mi señora y mi suegra; congrio frito en Valparaíso; y la chicha con pipeño.

¿La comida que menos me gusta de Chile? En mi vida recuerdo sólo una vez realmente haber comido algo que no quería, que fue en Colchagua, al mes pololeando con mi señora, que me llevó a conocer a sus primos en Santa Cruz: me dieron “sopa de cogote”. Y lo comí porque no conocía la familia, pero hoy en día todavía los juzgo por haberme hecho comer eso.
Una cantante chilena favorita es Violeta Parra. “Gracias a la vida” la he escuchado en todas las versiones que se pueda imaginar: llorando, riendo, sobrio, borracho, cantando con mi hijo, bailando con mi señora...
Un animal favorito chileno son los quiltros, que te protegen en la noche de vuelta del carrete, jajajaja.
¿Un personaje favorito de Chile? El de City tour, Federico Sánchez, que siempre ha sido simpático conmigo. Lo conocí un par de veces y me contesta los whatsapps. Yo sé que trataron de cancelarlo hace unos meses (por lo mala onda que fue con un joven creador de contenido en un evento automotriz) y me río de eso. Pido perdón y él siempre ha sido buena persona conmigo y nunca me ha pedido nada.
¿Un lugar favorito en Chile? Tendrán que ayudarme a pronunciarlo: Lo-lol... Lolol. Es bonito el pueblo, ahí viven los primos de mi señora, que son mis mejores amigos de Chile.
Un pasatiempo es pescar, pesco harto. En el zoológico donde vivo tengo dos lagunas al lado de mi casa.
Un talento oculto es saltar la cuerda.

Una película que me hace llorar —probablemente mi favorita— es una taiwanesa: In the mood for love, o Con ánimo de amar. Me hace llorar a cada rato. Véanla.
No creo en el horóscopo ni en los signos. Fue una pelea recurrente cuando conocí a mi esposa, hace quince años, porque me río mucho de eso. No soy políticamente correcto. No sé si ella sigue creyendo después de quince años conmigo. Soy Leo.
Si pudiera tener un superpoder creo que sería hacer sonreír a la gente. Es lo que más trato de hacer; si fuera más fácil...
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado, serían Steve Jobs, para hacerle preguntas sobre innovación y cómo abordó los desafíos grandes que hizo; Elon Musk, que va por la misma beta; y Anthony Bordain, porque creo que es la persona que más admiro y trato de aprender más de él en la televisión.
Peter Murphy Lewis es un hombre enamorado de Constanza, mi señora —uff, voy a llorar—, papá de mi hijo Quentin, optimista a morir, simple, lleno de defectos, tratando de aprender y curioso.