Parlanchines, empáticos y “tremendamente inteligentes”: viaje al corazón del Loro tricahue

Loros tricahue. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic
Loros tricahue. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic

A inicios de 1982, esta colorida ave nativa se encontraba en serio peligro de extinción por la caza y tenencia ilegal. Su situación ha mejorado con el tiempo, pero hacia el norte sigue muy delicada. Entre 2012 y 2016, Renzo Vargas recorrió largos kilómetros de La Herradura hasta Combarbalá, Región de Coquimbo, en busca de estos plumíferos y sus hábitos: “Se hicieron muchos pequeños e interesantes descubrimientos”, destaca quien también ve con preocupación los efectos de un eventual Proyecto Dominga sobre una de sus poblaciones: “El impacto que tendría sobre esa colonia en particular es que la va a eliminar”.

A las 17:00 horas, en su majada, Orlando Marambio siempre llenaba de agua el bebedero para sus cabras, y detracito hacía su aparición una bandada de loros tricahue (Cyanoliseus patagonus). Así que el campesino consideraba que hubiera la cantidad suficiente para sus animales y las aves silvestres. Algunas de ellas se aguachaban en el lugar durante uno o dos días. Luego se iban.

Una tarde, quedó impresionado. Un grupo de loros aterrizó mientras cargaba a un integrante que no podía volar. Se acomodaron ahí y bebieron, incluido el que estaba lesionado. Al rato empezaron a meter bulla, como si quisiera decir “ya, vamos, nos vamos”. Alzaron vuelo y, según Orlando recuerda, se llevaron al individuo con ellos. Sí, sí, lo cargaron nuevamente.

“Uno escucha esas historias y esta persona lo contaba con una emoción tremenda”, dice Renzo Vargas, oriundo de Bolivia, ecólogo y biólogo evolutivo de la U. de Chile, a La Cuarta. “Fue muy impactante”.

Durante un largo tiempo, Renzo estudió a este loro nativo en el sector de La Higuera, en la quebrada Los Choros, ubicada en la Región de Coquimbo. Parte de su pega fue recolectar los testimonios de lugareños sobre la especie, muchos de los cuales dejaban entrever la inteligencia y la alta sociabilidad de la colorida ave.

Un grupo de loros sobre un árbol. FOTO: Renzo Vargas
Un grupo de loros sobre un árbol. FOTO: Renzo Vargas

Una mascota ilegal

En 2010 fue el primer acercamiento Renzo, cuando participó en un proyecto de CONAF para reinsertar a una colonia de tricahues en el hoy Parque Nacional Río Clarillo, en Pirque, unos kilómetros al sur de Santiago, Región Metropolitana, dándoles alimento nativo. “La encontré una especie fabulosa, porque además son animales tremendamente inteligentes”, relata. Los liberaron en aquel bosque esclerófilo (de hoja dura y perenne). Si bien pocos sobrevivieron, “al parecer hubo un grupo pequeño que sí logró persistir, y creo que hasta ahora siguen activos por la zona”, comenta.

Estas aves pertenecen a las psitácidas (Psittacidae), familia que abarca a los loros, guacamayos y cotorras del “Nuevo Mundo” y África, distribuyéndose principalmente por América y, sobre todo, en las regiones neotropicales. Se caracterizan por su pico curvado hacia abajo en la parte superior, sus garras prensiles, su desarrollada capacidad craneal y su habilidad para emitir e imitar una gran cantidad de sonidos (aunque varía de una especie a otra), a pesar de no tener cuerdas vocales.

Pareja de loros. FOTO: Renzo Vargas
Pareja de loros. FOTO: Renzo Vargas

Los tricahue o “loros barranqueros” —que hacen sus cavidades en barrancos— como especie habrían surgido hace unos 30 mil años, según el biólogo. Se han realizado estudios moleculares genéticos y resulta que la subespecie “más ancestral del árbol genealógico era la que estaba en el norte de Chile, y de esta población derivaron las demás”, explica quien también es co-autor del libro Historia natural del Loro tricahue en el Norte de Chile (2014).

Actualmente, los distintos linajes se distribuyen entre territorio chileno, Argentina y una pequeña parte de Uruguay.

Loros en sus cavidades.
Loros en sus cavidades.

En Chile, la distribución histórica del tricahue iba de forma continua, aproximadamente, desde Copiapó, en la Región de Atacama, hasta Valdivia, en Los Ríos. Sin embargo, su población decayó con el crecimiento urbano, especialmente en las regiones de Valparaíso y la Metropolitana, y la cacería, ya que este loro solía usarse como mascota. Actualmente está protegido por Ley de Caza desde 1972.

“En la sociedad chilena, a diferencia del choroy (Enicognathus leptorhynchus) u otros loros silvestres, mucha gente tiene tricahues porque aprenden a hablar fácilmente, y eso les gustó mucho”. Aunque, aclara él, no es que realmente aprendan a hablar y capten el idioma, “pero sí entienden que hay palabras y frases que pueden usar con los humanos para recibir algo a cambio o beneficio”.

Tricahues en vuelo. FOTO: Renzo Vargas
Tricahues en vuelo. FOTO: Renzo Vargas

Cada tanto tiempo, aparece algún caso de tenencia ilegal en una casa —generalmente en un sector rural—, en que el ave es recuperada por el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG).

Hoy, una de sus principales poblaciones se ubica en la Reserva Nacional Los Cipreses, en la Región de O’Higgins, “y parece que desde ahí también están re-colonizando un tanto hacia el norte”, plantea. Sin embargo, hay un espacio muy grande desde el sur de la IV región hasta la RM en que prácticamente se han extinguido, salvo algunos avistamientos en Pirque o Alto Jahuel.

Los loros reposan en sobre los cables. FOTO: Renzo Vargas
Los loros reposan en sobre los cables. FOTO: Renzo Vargas

Hasta 1982, la situación de esta ave se consideraba “crítica”, según la Unión de Ornitólogos de Chile, estaba al borde de desaparecer. Desde entonces la CONAF inició el Plan Nacional de Conservación del Tricahue, permitiendo la recuperación de algunas loreras. Hoy, el Ministerio del Medio Ambiente considera a la subespecie que vive en Chile (C. p. bloxami) —y que es endémica de acá— como “vulnerable” en el centro-sur, mientras que hacia el norte se mantiene “en peligro”.

El trabajo de Renzo se ha concentrado en la IV región, por lo tanto, aclara de antemano sobre el comportamiento de estos loros: “En el Norte puede ser muy distinto al Sur, porque viven en condiciones completamente diferentes: tienen agua más abundante y vegetación, pero también enfrentan otros riesgos”.

Todos estaban equivocados

Durante cuatro años, entre el 2012 y 2016, se dedicó a estudiar, muestrear y prospectar la distribución de la especie en la región, yendo desde La Herradura, en la provincia de Elqui, hasta Combarbalá, en el Limarí, donde ya no pudieron encontrar más loros.

Fue una larga búsqueda.

Todo surgió en el marco de un proyecto minero conocido como Pascua Lama, de la multinacional Barrick Gold, y consistía en un mina a cielo abierto que se dedicaría especialmente a la explotación de oro en la zona cordillerana tanto de Chile como Argentina. Finalmente la iniciativa se vino abajo, por razones más bien ajenas al loro tricahue, aunque igualmente de tipo ambientales; el fallo que fue ratificado por la Corte Suprema en julio del 2022.

Los en vuelo. FOTO: Renzo Vargas
Los en vuelo. FOTO: Renzo Vargas

Sin embargo, previo a toda esa disputa, el proyecto debía construir un tendido eléctrico, y se pensaba que este podría afectar a algunas colonias de loros tricahue. O sea, la empresa debía comprometerse a que no perjudicaría a las aves, por lo tanto, alguien debía monitorearlas y estudiarlas para determinar el eventual impacto. Así, como investigador posdoctoral de la U. de La Serena, Renzo recibió el llamado para analizar el estado de la especie en la zona

“A través de esta investigación logramos entender un poco más sobre la ecología de la especie”, cuenta. “Creo que se hicieron muchos pequeños e interesantes descubrimientos”.

El primer paso fue visitar las distintas majadas de los lugareños, los caminos mineros y todo el entorno rural. Renzo conoció a mucha gente que le contó su percepción sobre los tricahue, y la gran mayoría le tenía “mucho cariño” a la especie, mientras algunos la consideraban “molesta” o “perjudicial” porque “les rompían los botones a las camisas”.

Tras hablar con distintos residentes de la zona, el investigador notó que la información que había en torno a estos loros era “muy variada e imprecisa”. Por ejemplo, “la gente decía que los tricahues dormían y vivían todo el tiempo en las loreras”... ¿Pero era tan así efectivamente?

Loro en su cavidad. FOTO: Renzo Vargas
Loro en su cavidad. FOTO: Renzo Vargas

Preguntando, Renzo llegó a la quebrada de Los Choros, “un barranco muy grande y bonito”, describe —que tenía unos 100 metros de largo y 60 de ancho—, donde se encontraba la colonia más numerosa de la zona. Ahí acampó el investigador para hacer su estudio.

“De lo primero que me di cuenta es que los loros, en un determinado momento de la tarde, se iban y no quedaba ni uno”, relata. Ante aquel escenario él se preguntó: “¿Qué pasó aquí? Me dijeron que los loros vivían permanentemente en la lorera”. Pero no. Empezó a indagar, a consultar a comuneros que vivían más cerca de esa lorera, y le respondían lo mismo: que los loros pasaban día y noche ahí.

Para su sorpresa, la realidad no se condecía con los distintos relatos.

Lo que Renzo hizo junto a su equipo fue capturar a algunos individuos y ponerles transmisores satelitales, los cuales se terminaron quitando ellos mismos tiempo después (¡Astutos!). Sin embargo, igual los dispositivos alcanzaron a entregar información clave, al mostrar qué lugares visitaban en el día y la noche, cómo utilizaban y se movían “a lo largo del paisaje”.

Bandada de tricahues recorre el paisaje. FOTO: Renzo Vargas
Bandada de tricahues recorre el paisaje. FOTO: Renzo Vargas

“Eso desde luego nos abrió muchísimo la comprensión”, cuenta. Desde el sector de Bramadero se movían unos 30 kms hacia el norte, hasta la quebrada La Silla, donde está el observatorio del mismo nombre. Luego se devolvían hacia el sur y ahí pasaban la noche. Hasta ese punto fue Renzo con la idea de que se encontraría otra lorera.

Pero, nuevamente, no. Nada.

La gente de ese lugar le insistía en que los tricahues andaban en algún barranco de por ahí. Una tarde, ya casi oscurecía, y el biólogo se retiraba rendido del lugar, sin suerte. Fue en ese momento que escuchó a unos loros chillar. Se metió en una quebrada y los encontró. Pero no en esas verticales tierras, sino en los brazos de los quiscos, una cactácea endémica de Chile. Ahí descansaban. “Les cortaban las espinas de las puntas y se posaban sobre los cactus”, describe sobre aquel sitio de alojamiento.

Lorera desde la distancia. FOTO: Renzo Vargas
Lorera desde la distancia. FOTO: Renzo Vargas

Con eso “descubrí que no solo las loreras eran fundamentales y muy importantes para la reproducción, pero no eran el único lugar: también los dormideros, que eran estos lugares donde los loros iban a los quiscos”, explica. Ahí se reunían loros de distintas colonias, ya que “paseaban por el paisaje entre lugares donde había más alimento, agua o que estaban más cerca de las loreras”, plantea.

Esa era su rutina de vida.

Y claro, los cactus los usan porque “son más seguros”, remarca, ya que las espinas los protegen de depredadores terrestres como zorros, gatos silvestres e incluso perros y gatos domésticos.

Eso sí, igualmente tienen peligros aéreos, que son las rapaces como el aguilucho (Busardo dorsirrojo), aunque esos ataques son principalmente cuando se encuentran en los acantilados de las loreras. En ese momento, cuenta Renzo, estos depredadores voladores se lanzan cuando los loros se encuentran en su descanso y, con un poco de suerte, pillan a uno que esté desprevenido. Por lo tanto, durante el día, estos coloridos plumíferos recurren a una estrategia para evitar ser cazados, basada en su vida de grupo.

Tricahues en un árbol. FOTO: Renzo Vargas
Tricahues en un árbol. FOTO: Renzo Vargas

“Los tricahues no son una especie colonial cualquiera”, destaca. “Son muy inteligentes, tienen un sistema de comunicación y una organización social”. En lugares como Bramadero, asegura, se pueden reunir distintos grupos que, en total, agrupan a unos 1.250 loros. “Mientras más grande el grupo, más ojos para vigilar”, explica, “lo que resulta más efectivo si tienen un buen sistema de comunicación”. Cuando aparece algún depredador aéreo o terrestre, los centinelas de turno “pegan un grito y todos salen volando, muy sincronizados, en línea, al mismo tiempo”, describe. “Son muy hábiles”.

Como en tantos otros grupos del reino animal, hay jerarquías y subdivisiones. La unidad básica es la pareja que, a su vez, puede formar una familia, la cual eventualmente formará a un grupo que durante algunas semanas se une a una colonia mucho más grande. De repente, estas unidades “sub-coloniales” se dispersan para buscar comida y reunirse por la noche en los dormideros, donde “ocurre el intercambio de información e individuos”, comenta. “Forman verdaderas sociedades”.

Pareja de tricahues. FOTO: Renzo Vargas
Pareja de tricahues. FOTO: Renzo Vargas

Tras 42 días de empollar, durante la crianza la hembra y el macho se turnan en la crianza; eso sí, debido al escaso dimorfismo sexual [variaciones en la fisonomía externa entre ambos sexos] ambos es difícil distinguir qué papel juega cada uno, por ejemplo, quién cuida a los polluelos mientras el otro sale a buscar alimento. Posiblemente el padre sale por las semillas que almacena en su “buche bastante grande”, para luego regurgitarlas y dárselas tanto a las madre como a las crías.

En general, varias parejas forrajean juntas, es decir, buscan comida de manera gregaria. En paralelo, algunos loros se quedan vigilando desde las alturas de las ramas, mientras los otros se alimentan de semillas y frutos de árboles como el del algarrobillo y carbonillo, siendo lo de este último capaces de permanecer durante un largo tiempo disponibles en el suelo, agrega el biólogo.

Cuando toman agua también hacen lo mismo: algunos se aseguran de que no haya moros en la costa. Primero es el turno de beber para los loros dominantes del grupo, para luego dar paso a los “subordinados”, explica. Hacen respetar mucho sus jerarquías”; de hecho, agrega, “hemos visto que el que se percha más alto suele ser el individuo más jerárquico”, lo cual “se nota porque suelen ser más agresivos”, e incluso picotean a los otros individuos para que no se encaramen en las mayores alturas.

Tricahues sobre las ramas. FOTO: Renzo Vargas
Tricahues sobre las ramas. FOTO: Renzo Vargas

Sensibles y astutos

A mediados de enero, el Comité de Ministros rechazó de forma unánime el proyecto minero-portuario de Andes Iron, Dominga, que se ubicaría en La Higuera, en Región de Coquimbo, donde se encuentran las áreas protegidas Reserva Nacional Pingüino de Humboldt y Reserva Marina Islas Choros, y Damas. La empresa ha declarado que persistirá en los tribunales ambientales.

Además de los ecosistemas marinos que albergan distintas especies marinas de ballenas, pingüinos y chungungos (Lontra felina), también podrían resultar afectada fauna que habita de la costa hacia el territorio como los guanacos (Lama guanicoe) y el mismísimo tricahue, ya que en los alrededores habita un numeroso grupo de aves.

La sombra de los loros. FOTO: Renzo Vargas
La sombra de los loros. FOTO: Renzo Vargas

“El impacto que este proyecto va a tener sobre esa colonia en particular es que la va a eliminar”, declara Renzo sobre Dominga, “porque desde donde está el tajo hasta el barranco de la colonia es una distancia pequeña, con suerte, cientos de metros”.

Dicho eso, plantea que se trata de un proyecto minero que, de concretarse, explotaría el suelo de una “forma tremendamente invasiva, utilizando explosivos de gran carga”, argumenta. Es más, en su trabajo en terreno, el investigador ha notado que los tricahues son sumamente sensibles a los movimientos sísmicos en general. De hecho, recuerda que una ocasión hubo un “pequeño temblor” y “antes de que nosotros lo lográramos percibir, de pronto, salió la colonia en un vuelo masivo gigantesco, prácticamente toda, de casi mil individuos al unísono”, relata.

Loros en reposo sobre las ramas. FOTO: Renzo Vargas
Loros en reposo sobre las ramas. FOTO: Renzo Vargas

Claro, aquel comportamiento le resultó “completamente razonable” al biólogo: “Nos dimos cuenta de que tenían esa capacidad adaptativa de sentir con mayor antelación las vibraciones del suelo, porque es determinante para su supervivencia”, explica. Incluso él recuerda un terremoto grande que hubo en septiembre del 2015, sismo que derrumbó gran parte del barranco. “Tienen que tener una capacidad muy buena para detectar pequeños temblores y salir lo más rápido posible del nido, sino pueden quedar enterrados”, precisa.

Es decir, concluye: “Si comparamos un proyecto minero que estará usando explosivos durante años, es imposible que una colonia pueda persistir cerca”.

“Conozco bastante especies animales, y evolutivamente, los loros son muy inteligentes”, destaca. Sin embargo, al recordar la historia relatada por Orlando Marambio, de los loros que trasladaban a su compañero lesionado, pone ahí el foco: “Ese nivel de complejidad, de empatía por el otro, de pensar en grupo, es otro nivel, son cosas que uno ve y realmente es impresionante”.

Loros tricahue en un cableado de Monte Patria.
Loros tricahue en un cableado de Monte Patria.

También le impacta “cómo los padres educan a los hijos”, expresa. “Pasan un largo tiempo con los padres aprendiendo a reconocer los frutos, los lugares donde hay alimento y agua, los dormideros y los sitios de nidificación”.

Además, remata, tímidamente “está aprendiendo a vivir en ambientes urbanos”, tanto en Argentina como Chile, de hecho, según él, acá ya se pueden ver individuos tanto en Monte Patria como Ovalle. “En las noches se van a dormir en la ciudad y se posan en los tendidos eléctricos para estar libres de sus depredadores”, dice. “Están encontrando formas de adaptarse a las condiciones de los seres humanos, estamos cambiando su entorno y generando estos nuevos ecosistemas que son los espacios urbanos”. El futuro ya está en camino.

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