Turistas imprudentes, zorros pillos y olas de calor: la colonia de Pingüino rey que persevera en Tierra del Fuego

Pingüino rey. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic
Pingüino rey. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic

En 2010, un puñado de estas aves se asentó en el sector de Bahía Inútil, donde la comida abundaba y escaseaban sus depredadores. La voz se corrió rápido y la gente llegó en patota a acosarlos: “Realmente era un espectáculo no muy gratificante”, recuerda Cecilia Durán, fundadora de la Reserva Natural Pingüino Rey. Con los años, este espacio de conservación ha enfrentado una serie de dramas y sus residentes han debido adaptarse con distintos comportamientos: “Eso no lo habíamos visto nunca”, declara.

Cecilia Durán (68) duda un momento.

No está segura de la fecha, pero finalmente dice que la primera vez que vio a un pingüino rey (Aptenodytes patagonicus) fue en 1988, cuando tenía 34 años.

Envuelta en el frío y en un viento que tranquilamente supera los 90 kms/hr, ella vivía desde hace un par de temporadas en la estancia San Clemente con su marido, Alejandro Fernández, en el sector de Bahía Inútil, en el oeste de la isla grande de Tierra del Fuego, separada del continente por el estrecho de Magallanes.

Fue ahí, en su “patio”, a unos 40 kilómetros de su casa, que vio por primera vez a una de estas aves asomándose a la playa, recuerda con La Cuarta: “No lo vi fuera del agua, pero me llamaba la atención que el ave era muy grande, y los colores”, en que el negro del pecho, cabeza y pico se funde con tonos amarillos y naranjos. “Son muy bonitos”, comenta.

Primer plano de un pingüino rey. FOTO: Claudio Vidal
Primer plano de un pingüino rey. FOTO: Claudio Vidal

Después, recién en octubre 1994 volvió a ver uno, ya fuera del agua. “Pasaron muchísimos años en que no vio absolutamente nada”, narra. Y vendría otra aparición en la playa de Punta Arenas, “también muy a lo lejos”, dice.

En aquel entonces, “lo conocía de nombre”, simplemente tenía la noción de que era una pingüino grande, pero faltaba la claridad de que era distinto a su pariente de la Antártica, el emperador (Aptenodytes forsteri), que es el más grande del mundo, llegando a medir 120 centímetros, mientras que el rey es el segundo, superando los 90 cms. También se sabía que había muchos pingüinos, aunque eran los “chiquititos”, los de Magallanes (Spheniscus magellanicus), que 35 kilómetros al noreste de Punta Arenas, en la isla Magdalena, tienen una colonia con varios miles de individuos.

Para ella, el pingüino rey era más bien una presencia difusa, hasta que un puñado de individuos empezó a asentarse en Bahía Inútil. La voz se empezó a correr en la isla.

Y los problemas llegaron.

Cecilia Durán hace un par de años.
Cecilia Durán hace un par de años.

Turistas desatados

El pingüino rey es una de las dieciocho especies de aves no voladoras y nadadoras de la familia Spheniscidae, todas residentes en el Hemisferio Sur, salvo por el pingüino de las Galápagos (Spheniscus mendiculus). Incluyendo el territorio antártico, nueve de todos estos linajes se hallan en Chile.

Esta especie se agrupa en cuantiosas colonias en las islas Georgias del Sur, las Sandwich y en las Malvinas, en el Atlántico, donde hay miles de individuos. Mientras que en el archipiélago de Crozet, en el océano Índico, está la población más numerosa, donde hay cientos de miles; también, en esas mismas aguas, hay grupos en las islas Kerguelen y Prince Edward Heard, y al sur de Nueva Zelanda, en la solitaria Macquarie.

Según estimaciones realizadas en 2012 (harto tiempo), existirían 2 millones de parejas reproductivas de pingüino rey en el mundo, por lo que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) la ubica en “preocupación menor”. Pueden vivir hasta los 20 o 25 años en lo silvestre.

La mayor colonia del mundo de pingüino rey en el archipiélago de Crozet en 1982. FOTO: Henri Weimerskirch
La mayor colonia del mundo de pingüino rey en el archipiélago de Crozet en 1982. FOTO: Henri Weimerskirch

A inicios de la década del 2010, tímidamente, empezaron a llegar pingüinos hasta Bahía Inútil, 114 kms al sur de Porvenir, y se quedaban por largas semanas en el lugar. La noticia rápidamente empezó a correr en los diarios, radios locales y, por supuesto, a través del boca a boca.

En ese entonces, Cecilia administraba un hotel en Puerto Natales, 247 kms al norte de Punta Arenas. Un fin de semana, viajó hacia la finca familiar. “Vamos a la playa a ver qué está pasando, capaz que sea en nuestros campos”, pensó ella sobre la estancia de San Clemente.

Cuando llegaron, se encontraron con los cercos en el suelo, las tranqueras abiertas y un “mar de gente”, relata. “Realmente un espectáculo no muy gratificante”. Las personas les ponían gafas, bufandas y gorras a los pingüinos para sacarles fotos, los abrazaban, algunos niños les tiraban piedras o los molestaban con palos, e incluso —relató a El Mercurio en 2017— vio a mujeres que intentaron subir a estas aves en las maletas del auto.

La colonia de pingüinos en Bahía Inútil. FOTO: Patagonia Chile
La colonia de pingüinos en Bahía Inútil. FOTO: Patagonia Chile

“Esa cuestión [fue] muy desagradable”, declara sin evitar una mueca de asco.

“Ahí se tomó la determinación de que había que hacer algo”, porque si los pingüinos “habían vuelto a ese lugar, era por algo”; por lo tanto, “no podíamos ser cómplices de algo que ellos nos estaban anunciando y diciendo”.

Según la antropóloga franco-estadounidense Anne Chapman, estos pingüinos habrían tenido un papel en el rito de iniciación de los varones selk’nam (u onas), quienes llegaron a la isla hace unos 6.000 años. Además les habrían servido de alimento, y sus huesos los habrían usado de herramientas. Sus investigaciones se respaldaron en los restos óseos hallados de esta especie en la zona.

La investigación es uno de los focos centrales en la reserva.
La investigación es uno de los focos centrales en la reserva.

Ante aquel burdo escenario turístico, Cecilia empezó a hacer preguntas a los presentes, incluso algunos extranjeros que no hablaban español. “Todo el mundo ofrecía tours, entraban por dónde querían y hacían lo que querían”, asegura. Los Fernández Durán hicieron una reunión familiar.

Por aquel entonces, las dos hijas de Cecilia aún estudiaban en la universidad, recién construían su propio camino vital. “Hay que hacer algo”, decidieron. “¿Y quién lo va a hacer? La mamá”. Una de sus retoñas ya había emprendido rumbo hacia el continente, y la otra ya estaba a punto. Sin embargo, “eso del nido vacío, no lo tuve, no me di cuenta”, admite.

En la reserva, Cecilia Durán junto a su hija Aurora Fernández en el 2019.
En la reserva, Cecilia Durán junto a su hija Aurora Fernández en el 2019.

—Siempre soy muy apasionada para hacer las cosas y todas las cosas tienen que salir bien, siempre con espíritu de conversación y observación —dice—. Soy educadora de párvulos: siempre educar, educar y educar. Ahí nació este proyecto.

Se trata de la Reserva Natural Pingüino Rey, dedicada a la conservación e investigación en torno a esta especie y al ecosistema que habita esta colonia itinerante; los primeros pasos los dieron bajo la asesoría del ornitólogo y biólogo marino Alejandro Kusch.

Al principio, en 2011, solo había ocho de estas aves, la mayoría machos, luego de que unos 80 se mandaran a cambiar tras el acoso de los turistas.

Un grupo de pingüinos rey en la reserva. FOTO: Aurora Fernández
Un grupo de pingüinos rey en la reserva. FOTO: Aurora Fernández

A veces a ella le preguntan si imaginaba que su vida tomaría este rumbo. Y contesta que no. Pero sintió el deber de entender por qué habían regresado a aquella bahía, sobre todo luego de que se encontraran los restos arqueológicos: “Hay una relación muy grande, de muchos años de historia, que ellos la saben pero nosotros no”, declara. “Esa es la gran interrogante”.

Por eso el plan fue hacer “turismo sustentable y responsable”, dice, con el foco de educar a los visitantes. De hecho recuerda que, al principio, un comentario que se repetía entre los turistas era: “Ay, qué fome, no hacen nada”, como si de antemano esperaron encontrarse con una suerte de Happy Feet (2006), popular película animada protagonizada por un joven pingüino emperador que no podía vocalizar como los demás, pero que, en cambio, tenía el don de bailar. “Me acuerdo de unos turistas me reclamaron porque estaban durmiendo”, relata. Frente a esa queja ella simplemente les contestaba con sarcasmo: “Espérense un momentito, voy a ir a ese módulo y apretaré un botón para que bailen”.

Ya son once años de educación a los visitantes, desde extranjeros, pasando por jóvenes escolares, hasta adultos mayores. De partida, advierte, “no entra nadie si no recibe una charla de inducción, porque vienen a ver la naturaleza”.

Los visitantes reciben algunos conocimientos en la reserva.
Los visitantes reciben algunos conocimientos en la reserva.

Los polluelos

El primer huevo que puso la colonia fue en 2013. Una buena señal, aunque no sobrevivió.

“Lo que ocurre es que los primeros años eran padres inexpertos, quizá eran sus primeros polluelos”, relata Aurora Fernández, administradora de la reserva e hija de Cecilia. “No sabían dar bien el alimento o no volvían a tiempo, entonces los polluelos se morían de hambre”. Además, en ese entonces, los pingüinos pasaban el verano en Bahía Inútil y en invierno migraban, quizá, hacia el norte, en busca de calidez.

Ahora ya no, siempre hay un grupo respetable de aves en el lugar.

El pingüino rey puede adelantar o aplazar su ciclo reproductivo, explica, a diferencia de otros de su familia como el de Magallanes, que lo inicia en octubre y, si todo sale bien con sus polluelos, lo termina en marzo, año a año. Ese es su ritmo fijo.

Una pareja de pingüinos cuida su huevo en la reserva. FOTO: Aurora Fernández
Una pareja de pingüinos cuida su huevo en la reserva. FOTO: Aurora Fernández

Este, si bien también lo parte más o menos en esa época, tiene una crianza bastante más extensa. La pareja, padre y madre, hace turnos —con ayuno incluido— de una o dos semanas para empollar el huevo en una ahuecada superficie durante unos 50 o 60 días. La cría nace completamente indefensa, tanto en comida y abrigo, y durante poco más de un mes pasa todo el tiempo bajo el cuidado de alguno de sus padres.

Si la suerte está de su lado, tras un año de crianza, los padres y el retoño partirán al mar, donde “le van a enseñar las técnicas de caza, nado y buceo”, explica Aurora sobre la última etapa hacia la independencia.

Y luego el ciclo vuelve a partir de cero. “Unos partieron ahora en octubre, y los que se van a ir con los polluelos de ahora, van a comenzar en febrero o marzo el [nuevo] ciclo”, explica. “Eso hace que vayan quedando pingüinos todo el año”.

Pingüinos rey adultos junto a polluelos. FOTO: Matías Molina
Pingüinos rey adultos junto a polluelos. FOTO: Matías Molina

En Bahía Inútil, los pichones tienen un plumaje café por trece meses; durante toda su primera etapa de vida parecen enormes pompones regordetes que se agrupan entre sí para juntar calor. Allá, el periodo que tienen este plumón es un par de meses más breve que en otras colonias del mundo, algo que “está muy relacionado a la cantidad de alimento que tienen, porque mientras más comida tienen, crecen más rápido”, explica, porque abundan los pequeños peces linterna, no así en otros lugares.

Cecilia también dice que el nombre de “Bahía Inútil” explica el que estos pingüinos se hayan establecido en ese punto: “‘Inútil’ para nosotros los humanos, porque no pueden llegar los barcos pesqueros, no hay pesca artesanal ni de arrastre”, asegura. Mientras tanto, las ballenas y las orcas (Orcinus orca), aunque se divisan a lo lejos, no se acercan mucho a la orilla, por el riesgo de varar ante la baja profundidad.

Ello elimina del mapa dos potenciales riesgos para esta ave nadadora.

Pingüinos rey junto a polluelos. FOTO: Ivo Tejeda
Pingüinos rey junto a polluelos. FOTO: Ivo Tejeda

Además, “en las otras colonias estamos hablando de miles de pingüinos, acá estamos hablando de 100 o 200″, agrega. “Tienen toda una bahía para ellos”.

Los pingüinos rey son monógamos, pero solo mientras dure el ciclo reproductivo, o sea, durante más o menos un año. “Otra cosa es la fidelidad”, advierte Aurora. Todo depende del “éxito” que tenga la pareja, es decir, si logran que su retoño se independice. Y no es tarea fácil, porque la crianza es larga y en el proceso, cuando se trata de la vida salvaje, puede pasar cualquier cosa.

Pingüino rey y su cría. FOTO: Carlos Zurita
Pingüino rey y su cría. FOTO: Carlos Zurita

Así, contrario al popular mito, “la mayoría de los pingüinos están lejos de ser monógamos”, según la zoóloga británica Lucy Cooke en La inesperada verdad sobre los animales (2019), habiendo algunas especies “más transgresoras” que otras. En el caso de esta especie, “la hembra seguirá con ese macho si les va bien”, detalla, a pesar de que la regla no es rígida. “El pingüino rey y el emperador son los que menos fidelidad tienen; las películas mienten, porque no hacen nido, no tienen un lugar fijo”, dice Aurora.

Por eso siempre deben verse guapos, y el estado de sus colores naranjo y amarillo son un “buen indicador reproductivo”, agrega. “Por eso antes del cortejo cambian las plumas para conquistar”.

Durante los primeros días de septiembre, cuenta Cecilia, unos turistas pidieron visitar la reserva, que por aquellos días se encontraba cerrada porque decenas de pingüinos habían iniciado sus viajes de cacería previo al cambio de plumas, ya que aquel proceso les demanda harta energía. Sin embargo, estas personas avisaron que igual llegarían… y lo hicieron. Se metieron entre los pingüinos, lo que provocó que los adultos dejaran solos a sus polluelos, mientras venían saliendo del mar regresaron al agua.

Un grupo de personas se mete sin permiso en busca de los pingüinos.
Un grupo de personas se mete sin permiso en busca de los pingüinos.

“Eso significó el atraso en sus plumas”, lamenta Cecilia, de hecho, está todo el proceso atrasado como en diez días o quince. Aparte, con las crías desprotegidas, se aprovechó un depredador introducido que ha causado más de un dolor de cabeza en la reserva, el zorro chilla (eso viene más adelante), y se dio un festín.

“Se les dijo que, por favor, no lo hicieran”, comenta ella sobre quienes ingresaron. “El humano no respeta la naturaleza, no respeta nada”.

El zorro al acecho

El zorro chilla o gris (Lycalopex griseus) “es uno de los problemas graves que tenemos de especies introducidas”, asegura Cecilia sobre este cánido que es nativo en Chile continental, pero que en 1951 el Ministerio de Agricultura metió a Tierra del Fuego para combatir una plaga de conejos… El plan, por supuesto, no resultó como se esperaba.

Sin embargo, las complicaciones en la reserva con este cánido recién empezaron —y tuvieron su auge— entre 2018 y 2019, en vista de que este zorro se come los huevos y polluelos de los pingüinos. “Muy pocos sobrevivieron, al punto que “bajó un poquito la población”, relata.

Aquellas temporadas también incluyeron dos veranos muy calurosos, alcanzando los 32°C, escenario que se volvió más complejo en el sector de la costa que se ubican estas aves, y donde se sienten unos tres grados extra. El récord regional de calor se alcanzó el 4 de febrero del 2019 en Porvenir. Además, antes de la pandemia, se enfrentaron a un “boom de turistas”, considerando que siempre han tenido una aforo limitado. “Pero la gente se metía igual”, asegura. “Y dejaban la tendalada”.

Cámara trampa capta a zorro chilla. FOTO: CICE
Cámara trampa capta a zorro chilla. FOTO: CICE

El drama con el zorro tomó fuerza porque estos pingüinos han evolucionado para salvarse de súper-depredadores marinos como las orcas y los leopardos marinos (Hydrurga leptonyx), pero en tierra, con su torpe andar, cuentan con pocas herramientas.

El “gran problema” empieza más o menos entre junio y agosto, en los meses más fríos, cuando le escasea la comida a los zorros, “entonces atacan lo que sea para sobrevivir”, relata. “Contra eso tampoco podemos hacer mucho”.

Igual han tomado algunas medidas. Las noches de luna, con más luz, hacen rondas cada dos horas, entre las 2:00 y 3:00 de la mañana. “Te las regalo en pleno invierno”, comenta sobre esas caminatas. También dejan a disposición de los zorros a las ovejas que caen muertas en los campos, y ubican esa carroña cada vez más lejos de la colonia. Aunque no surte demasiado efecto, porque “el chilla cruza el estuario, pasa por cualquier parte, busca comida: es su instinto”, dice.

Zorro se lleva a un polluelo en el hocico. FOTO: CICE
Zorro se lleva a un polluelo en el hocico. FOTO: CICE

La lucha para que las crías sobrevivan es larga, porque, primero, los polluelos deben logran nacer y, de ahí, crecen “muy lento”, asegura Cecilia. “Eso es algo con lo que hay que batallar”.

En la reserva instalaron cámaras-trampa y los primeros años de los ataques se fijaron en qué horarios aparecían los zorros, “relacionados con la luz de la luna”, asegura. “Es todo un cuento”.

A esta trama se suma otro invasor, aunque proveniente de Norteamérica: el visón (Neovison vison), que, según dicen Cecilia y Aurora, se ha convertido en un “socio” del chilla: “Los he visto, el zorro rodea y el visón ataca”, dice Cecilia. “Cuando aparecen los pingüinos con los dos orificios [marcas de dientes], ese es atacado por el visón, no por el zorro”. Y la otra agrega: “A veces tenemos uno que es depredado por zorro, pero también tiene indicios de visón; y otras, no”.

El drama se agudiza en invierno, porque la mayoría de los peques tiene entre seis y nueve meses de vida, y los padres los dejan más tiempo solos; mientras que los adultos solitarios no se empeñan en cuidar polluelos ajenos. Ahí el zorro, ni tonto, ve esa “presa fácil” que es un pingüinito que no ha comido y se haya débil.

Un polluelo de pingüino rey en la reserva. FOTO: Matías Molina
Un polluelo de pingüino rey en la reserva. FOTO: Matías Molina

“Ese es el principal problema que genera sobre la fauna nativa”, declaró a inicios de octubre a La Cuarta el ecólogo Carlos Zurita, quien en los últimos años ha realizado una serie de investigaciones sobre esta ave en la reserva, y actualmente estudia al zorro en Tierra del Fuego. Además, remarcó, “hay que entender que el pingüino es uno de los puntos turísticos más importantes en la isla”.

De hecho, él visitó la reserva durante septiembre y había solo seis polluelos: “Otra vez la misma historia, que ponen cincuenta huevos”, pero al año después sobreviven cuatro o cinco. “El resto muere de hambre o atacado por los zorros”, dijo.

Ahora, post-pandemia el público no ha repuntado del todo y los calores han sido menos infernales, mientras el zorro sigue vigente. Así, con dos de las amenazas disminuidas, “empezó a aumentar la población, y ahora estamos al doble de lo que teníamos en 2018″, declara la administradora de la reserva. Ello equivale a entre 140 y 160 individuos, y entre 45 y 55 parejas reproductivas.

Un polluelo recibe la comida de uno de sus padres. FOTO: Eduardo Betancourt
Un polluelo recibe la comida de uno de sus padres. FOTO: Eduardo Betancourt

El primer polluelo que se independizó fue 2015. “Se supone que se demora cinco años en volver”, comenta Cecilia. “Se dice que el que nació y sobrevivió, regresa a ese lugar para aparearse, poner huevos y criar”, por lo tanto, mientras más lleguen a la adultez, más crecerá está colonia.

También, aunque antiguos, hay estudios que indican que hay más afinidad genética entre los individuos de Tierra del Fuego con los de las islas Malvinas y Georgias del Sur, ya hacia el Atlántico. Pero, advierte Aurora, según lo que han visto por GPS, “no existe mucha conexión entre sí”, al menos en el presente.

“No sé si esta colonia está escondida, si los retaron, si los echaron o se portaron mal”, especula medio en broma. “Pero es bien curioso, porque por las condiciones ambientales, uno podría decir que el lugar está súper bueno para que haya un montón”. Por el momento la colonia crece de a poco, de entre diez a veinte individuos por año.

Un pingüino se mete al agua. FOTO: Rodrigo Tapia
Un pingüino se mete al agua. FOTO: Rodrigo Tapia

Según le han dicho a Cecilia, para que este grupo alcance las cantidades de otras como de las de la Malvinas, se requieren de entre 40 y 50 años:

—No lo voy a ver —se lamenta—. Por la edad que tengo, no lo voy a ver. Es muy lento.

“Eso no lo habíamos visto nunca”

Un día normal en la vida de los pingüinos rey es más o menos así: permanecen de pie, e incluso así se echan una siesta, al tirar la cabeza atrás, con el pico prácticamente tocando la espalda. Cada tanto lanzan alguna vocalización que suena “como una trompeta” y que, si bien al oído humano le cuesta distinguir, significan distintos llamados; por ejemplo, comenta Cecilia, “cuando el padre regresa del mar, empieza a vocalizar hasta que se acerca el polluelo por la comida”. A veces se echan y descansan largamente: “Esos se van a ir al mar a comer y después vuelven”, detalla.

En resumen:

—Es un día súper relajado, descansado.

Pingüinos rey en la bahía. FOTO: Aurora Fernández
Pingüinos rey en la bahía. FOTO: Aurora Fernández

Aún no pueden reconocerlos individualmente.

Hubo una época en que un pingüino tenía una “cicatriz muy fea”, que se fue y volvió a la colonia durante tres años, hasta que una temporada no regresó. Tiempo atrás les pusieron GPS, pero a algunos se los quitaron y otros simplemente los perdieron. En febrero llegará el alemán Klemens Pütz junto a otros científicos y les pondrán un dispositivo especial para estas aves.

Las investigaciones que distintos científicos han realizado en la colonia se presentaron en el 9° y 10° Congreso Internacional de Pingüinos, llevamos a cabo de Sudáfrica y Nueva Zelanda respectivamente. Y la 11° será en Chile, así que “nos estamos preparando para ir con toda nuestra artillería”, asegura ella. “La reserva es un laboratorio viviente”, donde también se encuentran pequeños pájaros, escarabajos, el tuco tuco de Magallanes (Ctenomys magellanicus) y distintas lagartijas que, a pesar de ser de sangre fría, se han adaptado al gélido clima.

Un tuco tuco magallánico en la reserva de Bahía Inútil. FOTO: Sebastián Saiter
Un tuco tuco magallánico en la reserva de Bahía Inútil. FOTO: Sebastián Saiter

Sobre las preguntas que quedan por resolver, en lo personal, Aurora se remonta al pasado de esta colonia, es decir, “desde cuándo están, más que para el futuro, irse para atrás”. Junto con ellos, ya en el presente, remarca la importancia de indagar sobre las enfermedades que puedan afectar a la especie y las afinidades genéticas que tengan con otros grupos del continente y el Atlántico.

Además, “ojalá que los pingüinos se adapten a las nuevas condiciones ambientales y al zorro”, dice, porque, al menos por ahora, “si nosotros no estamos, mucho futuro con polluelos no hay”, al considerar que “ayudamos a disminuir esos ataques”.

En la reserva, hueso que habría sido usado como herramienta por los onas.
En la reserva, hueso que habría sido usado como herramienta por los onas.

Por ahora habría algo de luz en el futuro. Han percibido algunas señales de adaptación, tanto contra este depredador terrestre como a las altas temperaturas, las cuales se vuelven aún más nocivas cuando no hay viento. También, en el último par de años, los calores se han estancado; hubo un momento en que la mitad de los polluelos moría por ese motivo.

Por ahora, ya no.

En cuanto al factor humano, Cecilia advierte que a “las playas en Chile tú tienes acceso a dónde quieras, pero es el acceso a la playa, no a toquetear y molestar a los pingüinos”; más aún si “de partida no sabemos dónde anduvo esa persona: ¿se desinfectó los zapatos? Nos puede estar trayendo bacterias o muchas cosas que pueden afectar a los pingüinos”. Por lo tanto, “eso es lo que más hay que recalcar, que el humano debe respetar, que eso es lo principal”, insiste.

Gente cruza la reja para colarse en la reserva.
Gente cruza la reja para colarse en la reserva.

—Todos los días es distinto el comportamiento, me he pasado horas y horas, días y días observándolos, y siempre encuentras algo distinto —cuenta sobre los pingüinos.

Cuando los pichones piden comida, a veces se equivocan y llaman insistentemente a un adulto que no es su mamá ni papá. El pequeño lo persigue por la bahía en busca de un bocado, mientras chilla y chilla. Ante tanto show, el grandulón se da media vuelta y le pega un aletazo como para decirle “quédate callado y no molestes más”. “Son comportamientos humanos, tenemos los mismos comportamientos”, comenta.

Durante el 2021, en medio de un caluroso día, había padres que empollaban sus huevos o cuidaban a su pichón recién nacido, por lo tanto no pasaban su cargo para ir al agua. Mientras, los que se encontraban libres, se metían al mar y, en vez de sacudirse en la orilla, se acercaban a los que estaban en los nidos, y les tiraban el agua a ellos, como para refrescarlos.

“Eso no lo habíamos visto nunca”, dice Cecilia.

Pingüinos echados en la reserva. FOTO: Cascada Travel
Pingüinos echados en la reserva. FOTO: Cascada Travel

En general, aunque vive en grupo, el pingüino rey no tiene conductas muy sociales, según se ha documentado. “Supuestamente los adultos que no son padres no cuidan a otros polluelos”, dice Aurora. Sin embargo, durante el reciente invierno, los pingüinos sin crías ya se estarían dando cuenta de que el zorro es un problema para los retoños, e intentan protegerlos, a pesar de que “no es una tremenda defensa”. Pero algo de empeño le están haciendo. “Eso no lo habíamos observado”, asegura.

—Es un trabajo muy bonito, muy lindo —cierra Cecilia—. Ningún día es igual.

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