Viaje al “límite de la vida”: arriba de un volcán con el Ratón orejudo y su récord mundial en altura

Ratón orejudo. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic
Ratón orejudo. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic

Era un roedor en el monte Everest el que ostentaba esta marca. Sin embargo, en la cumbre del Llullaillaco, a 6.739 metros, en la frontera de Chile y Argentina, registran a un lejano pariente que lo supera. Aún existen muchas incógnitas, desde cómo se las arregla ante la falta de oxígeno o qué come. “Tenemos una sensación muy directa de los desafíos que enfrentan en este ambiente tan extremo”, cuentan los investigadores Guillermo D’Elia y Jay Storz, quien tuvo la “suerte” de pillar a un ratoncito en la cima de este volcán, el segundo más alto del planeta.

—Un ratón, Jay —dijo el andinista boliviano Mario Pérez Mamani.

Él y el investigador gringo Jay Storz se abrían paso entre grandes rocas oscuras y manchones de nieve. Estaban a 6.739 metros de altura, en la cumbre del Llullaillaco, Región de Antofagasta, en la frontera de Chile y Argentina, y que es el segundo volcán activo más alto del mundo, solo superado por el Ojos del Salado (6.839 mts).

—... No lo veo —contestó, falto de aire, el biólogo de la Universidad de Nebraska.

—Está debajo de esa piedra —indicó y apuntó con el dedo.

Jay Storz en la cumbre del volcán, un instante antes de encontrar el ratón. FOTO: Mario Pérez
Jay Storz en la cumbre del volcán, un instante antes de encontrar el ratón. FOTO: Mario Pérez

Con esfuerzo, abrigado del frío y bien cubierto de la dura radiación solar, Jay se acercó dónde apuntó Mario. Se agachó, movió una piedra y, debajo, encontró a la pequeña criatura amarillenta que buscaban incansablemente, conocida como ratón orejudo (Phyllotis vaccarum).

Lo agarró mientras el pequeño roedor chillaba, incrédulo ante la aparición de dos impensados invasores que jadeaban por el cansancio.

“Eso fue una excepción, pura casualidad”, cuenta el biólogo a La Cuarta sobre aquel suceso ocurrido a inicios del 2020. “Tuvimos suerte de que mi amigo Mario vio al ratón cuando logramos la cumbre”. Y es que no podían estar a esa altura por mucho rato.

Debían bajar cuanto antes. El sol brillaba sobre sus cabezas.

Sin embargo, tras aquella mañana de dura escalada, se iban con la evidencia de un animalillo que vive donde —se suponía— era imposible que un mamífero pudiera hacerlo, e incluso cualquier otro vertebrado como aves o reptiles.

Momento exacto en que Storz pilla al roedor. FOTO: Mario Pérez
Momento exacto en que Storz pilla al roedor. FOTO: Mario Pérez

La despiadada altura

Era la pika de orejas largas (Ochotona macrotis) —también un roedor— la especie que ostentaba el gran récord mundial como residente en las alturas, a cerca de 6.200 metros, en el mismísimo monte Everest, el más alto del Himalaya asiático y del planeta.

Pero ese es un título que ya no le pertenece, a medida que la ciencia avanza. Con los años, entre las cumbres de Los Andes, la evidencia ha inclinado hacia otro lado la balanza.

En 2011, el antropólogo Tom Bowen y el médico Matt Farson encontraron a un ratón orejudo momificado (condición de conservación que se da bien en estos ambientes) a unos 6.200 metros. En 2013, en las mismas alturas, grabaron a uno de estos roedores que corría de roca en roca sobre un congelado y blanco manto. También, en 2016, el escalador Graham Zimmerman vio a un roedor esconderse en su guarida en el Llullaillaco.

Hace poco, en abril del 2022, se publicó un estudio en la revista Journal of Mammalogy, liderado por Scott J. Stephan, de Florida State University. La investigación se extendió por un década y recopiló aquellas observaciones, fotos, e incluso análisis de ADN ambiente y la actividad microbiana del lugar, que contó con la científica y exconvencional Cristina Dorador.

Aquellas indagatorias dieron evidencia robusta sobre la presencia de estos roedores.

Captura del video grabado en 2013 de un ratón orejudo. FOTO: Matt Farson
Captura del video grabado en 2013 de un ratón orejudo. FOTO: Matt Farson

Antes, en julio del 2020, apareció un estudio liderado por Jay Storz, junto a sus colegas de la Universidad Austral, Marcial Quiroga y Guillermo D’Elia, radicados en Chile. Ahí quedó claro que el roedor tranquilamente podía hallarse sobre los 5 mil metros e, incluso, a los 6.739, luego que el estadounidense capturó uno con su mano.

“Ese viaje tuvo dos etapas”, relata Guillermo D’Elia, investigador y curador de mamíferos. Partieron desde San Pedro de Atacama hacia el sureste, a unos 2.700 metros sobre el nivel del mar.

Hasta ahí todo fue relativamente normal, mientras avanzaban. “Pero ya a los 4 mil notabas que hay menos aire, todo es un poco más lento”, cuenta él. Aunque ello no impedía hacer la pega, porque “no requiere un esfuerzo físico tan grande”, así que “tienes que caminar para poner las trampas, agacharte; pero era llevadero”.

En dos camionetas cargaron las carpas, provisiones y equipo. En esos vehículos pudieron llegar solo hasta cierta altura, abriéndose paso por caminos de “dificultad alta”. Avanzaban despacio, tan solo unos pocos kilómetros durante largas horas.

Ya no solo el frío del altiplano arremetía con fuerza, también la altura, la naturaleza desatada, inhóspita.

El campamento instalado en las faldas del Llullaillaco.
El campamento instalado en las faldas del Llullaillaco.

En esa etapa se dedicaron a tomar muestras del lugar y poner trampas de captura. Así y todo, aún faltaba para las tierras más escarpadas.

“Básicamente en el trabajo de terreno adoptamos la misma logística y protocolo de aclimatación que una expedición de andinismo”, explica Storz. La diferencia está en que, a cada paso que dan, “estamos atrapando ratones, preparándolos para ser ser especímenes de museo y tener registros de cada sitio”.

El aumento en la altura es gradual, mientras hacen su trabajo en los lugares donde se detienen. D’Elia solo estuvo en la primera parte del viaje, hasta los 4.000. Y Storz continuó junto al guía boliviano Pérez.

Al tratarse de una cumbre superior a los 6.500 metros, primero armaron un campamento base a unos 5.200 mts. Mientras se encontraban ahí, se dedicaban a recorrer, poner trampas y revisarlas cada día.

“Es muy bueno experimentar de manera directa los desafíos fisiológicos que los mismos ratones están experimentando”, destaca Storz. “Tenemos una sensación muy directa de cuáles son los desafíos que enfrentan en ese ambiente tan extremo”, donde el frío puede llegar a los -25 °C, y casi no hay plantas ni menos los animales que suelen hallarse en tierras altas como zorros culpeo (Lycalopex culpaeus), vizcachas (Lagidium viscacia) o vicuñas (Vicugna vicugna).

Desde 1995, esta tierra salpicada de rocas, es parte de las 268.670 hectáreas que conforman el Parque Nacional Llullaillaco.

Vicuñas en medio del altiplano dura la expedición. FOTO: Marcial Quiroga
Vicuñas en medio del altiplano dura la expedición. FOTO: Marcial Quiroga

Sin una previa aclimatación, además del cansancio físico ante la falta de oxígeno, cuesta respirar y aparece la sensación de una “mente nublada”, por lo tanto, “te cuesta pensar claramente”, describe el biólogo gringo. “Después de tres semanas, esa ‘mente nublada’ puedes superarla, porque tu cuerpo se puede adaptar, pero requiere tiempo”.

Luego, tocó armar un campamento a más altura, más cerca de la cumbre, a unos 5800 metros. Ahí solo pasaron una noche, que fue la anterior a escalar a la cima. “Básicamente no se puede dormir a esta altura, es solo para descansar”, cuenta. El inicio de la excursión fue a las dos de la mañana, relata, y “tener tiempo suficiente para llegar a la cumbre, y luego descender al campo base”.

Junto a Mario Pérez (vive en el pueblo boliviano de Sajama, ubicado a unos 4.238 mts), la misión era llegar a la cima antes del mediodía. “No te puedes quedar por mucho tiempo en la cumbre”, advierte, “porque cuando estás en un ambiente así, te das cuenta de que los seres humanos no están adaptados para funcionar en una altura así”.

Ahí solo se puede permanecer durante unos 30 o 40 minutos.

Los investigadores con un ratón capturado en las alturas. FOTO: Mario Pérez
Los investigadores con un ratón capturado en las alturas. FOTO: Mario Pérez

Ya arriba, “los procesos mentales van más lentos y eso se nota”, remarca. El momento en que Storz atrapó al ratón lo guardó el guía boliviano en vídeo. “Él tiene mucha experiencia y está normal, habla perfecto”, comenta D’Elia sobre el registro. “Ahí te das cuenta que a Jay le cuesta entender lo que Mario le está diciendo, porque, claro, el tipo además de estar cansado, tiene poco oxígeno en la cabeza, no está muy rápido, se nota ahí”.

El descenso fue a eso de las 12:00, lo que siempre es “importante por las tormentas que se desarrollan por la tarde”. Además, agrega Storz, “eso es un desafío para el trampeo, porque cuando ponemos las trampas en los alrededores del campo alto, con frecuencia, por la mañana todo está cubierto de hielo y nieve”.

Durante años, el académico de Nebraska estudió a los roedores que vivían en las alturas de América del Norte, hasta que escuchó los rumores sobre estos otros ratones.

De inmediato se obsesionó.

—Lo que me fascina de los ratones andinos es que, dado que las montañas son mucho más altas que las que tenemos acá, también los ratones son mucho más impresionantes —declara—. Me fascina que son capaces de vivir en alturas que anteriormente, se suponía, eran completamente inhabitables.

Ratón orejudo en la mano de un investigador. FOTO: Marcial Quiroga
Ratón orejudo en la mano de un investigador. FOTO: Marcial Quiroga

Contra el asco

Para encontrar el último antepasado común entre el Ser humano (Homo sapiens) y el ratón orejudo, habría que retroceder unos 75 millones de años —según el célebre biólogo británico Richard Dawkins—, es decir el último tramo del Cretácico, cuando los dinosaurios aún dominaban la Tierra.

Hoy, los roedores representan uno de los grandes éxitos entre los mamíferos, al contener un 40% de las especies vivas de esta clase. Es decir, según el conteo actual de la American Society of Mammalogists, del total de 6.596 que se conocen, 2.623 dedican su vida a roer.

Este orden se caracteriza por tener grandes incisivos que no dejan de crecer, por lo tanto, dedican buena parte del día a roer para gastarlos. Y se encuentra distribuido por todos los continentes, incluso por Australia —donde ha sido introducido por acción humana—, salvo en la Antártica.

Guillermo D’Elia reconoce que, en general, los ratones no despiertan la ternura de la gente. Sin embargo, explica, las especies que suelen generar rechazo en las personas, como guarenes (Rattus norvegicus) y ratas (Rattus rattus), son introducidas de los tiempos en que los colonos llegaron en barcos a América. Ambos linajes pertenecen a la familia de los múridos (Muridae), que evolucionó durante millones de años en el Viejo Mundo, o sea Eurasia y África.

“Obviamente hay un parentesco, al igual que lo tienen con nosotros”, dice sobre estas especies introducidas y el ratón orejudo.

La pika que vive en las alturas del Everest. FOTO: ZooChat
La pika que vive en las alturas del Everest. FOTO: ZooChat

Sin embargo, los ratones de Sudamérica como el orejudo pertenecen mayormente a la familia de los cricétidos (Cricetidae). Es decir, se separaron de estas especies europeas hace unos 18 millones de años, según un estudio publicado por el propio investigador en 2018.

“Estas estimaciones están basadas en el registro fósil, que no es tan completo como nos gustaría; pero también en lo que se conoce como el reloj molecular, que en términos generales son las mutaciones a largo plazo, que se acumulan con cierta regularidad; es decir, en promedio siempre hay cierta cantidad de mutaciones por millón de años”, aclara.

Los roedores como orden no son oriundos de Sudamérica, por lo que, muchísimo antes de la aparición del Ser humano, llegaron al continente en dos oleadas, para luego diversificarse ampliamente.

Primero, hace unos 30 millones de años, arribaron los antepasados de los histricomorfos (Hystricomorpha), actualmente representados por criaturas que van desde el pequeño degú (Octodon degus), pasando por la chinchilla (Chinchilla lanigera), el coipo (Myocastor coypus) hasta el capibara (Hydrochoerus hydrochaeris), el roedor de mayor tamaño en el presente.

Según el registro fósil, su llegada fue cuando Sudamérica era una gran isla, ya sin conexión con la Antártica y Oceanía. En aquel tiempo, el océano Atlántico era más estrecho, por lo que el continente estaba separado de África por unos varios kilómetros menos.

Ratón orejudo en tierras bajas. FOTO: Conicet Mendoza
Ratón orejudo en tierras bajas. FOTO: Conicet Mendoza

“La mejor hipótesis que tenemos, y es bastante robusta aunque parezca raro, es que llegaron a través de una balsa natural”, dice. “Algo similar pasó con los primates no-humanos”, también conocidos como monos del Nuevo Mundo, entre los que se encuentran los capuchinos, los araña y los aulladores.

Un largo tiempo después, hace más de 3 millones de años, vino la arremetida del otro gran grupo: los sigmodontinos (Sigmodontinae), subfamilia que engloba al género Phyllotis que, a su vez, abarca al ratón orejudo.

Se piensa que esta dinastía vino desde Norteamérica, y habrían llegado antes de que se terminara de formar el istmo de Panamá, o sea, en lo coloquial: Centroamérica. Primero, aquellas tierras habrían emergido como una cadena de islas, las cuales “hacen que sea mucho más factible una invasión”, explica. “No es que vayan cruzando los canales, pero accidentes como pequeñas balsas, o lo que sea, facilitan el movimiento”.

“Esas cosas que parecen improbables, basta con que pasen una vez para que colonicen, aunque no todas sean exitosas”, advierte y agrega que “con el tiempo lo que parece imposible se vuelve posible”.

Ratón orejudo dibujado. ILUSTRACIÓN: rescatada de Alamy
Ratón orejudo dibujado. ILUSTRACIÓN: rescatada de Alamy

Durante la década de 1990, se creía que estos roedores habían llegado en medio de todo el Gran Intercambio Americano que permitió que llegaran a Sudamérica los ciervos, tapires, felinos, zorros y, finalmente, el Ser humano hace unos cuantos miles de años.

Phyllotis viene del latín phylo (“hoja”) y otis (“oreja”). Este ratoncito se caracteriza por lo orejón que es, al igual que otras especies de este género. “Destaca por esa y otras particularidades a nivel craneano, cola larga, de tamaño mediano entre los ratones”, describe D’Elia. “No son muy lindos, aunque eso depende de los ojos de cada uno”.

En los últimos años, se han descubierto “gran cantidad de especies” dentro del género, tanto en Perú como Argentina. En Chile, este ratón orejudo respondía al nombre científico Phyllotis xanthopygus rupestris. Sin embargo, cuenta, “a la luz de estudios moleculares, complementados con morfología, se han ido entendiendo mejor cuál es la verdadera riqueza de las especies”.

Ratón que cayó en la trampa de los científicos.
Ratón que cayó en la trampa de los científicos.

Así, entre los estudios mencionados del 2020 y 2022, otros investigadores vieron que se trataba de distintos linajes habitando el país. “Ante se pensaba que había una especie ampliamente distribuida, básicamente desde el Estrecho de Magallanes hasta el sur de Perú, que se se llamaba Phyllotis xanthopygus, del cual había distintas subespecies, una de las cuales era Rupestris”, explica. “Ahora, el mejor esquema que tenemos es que hay varias especies, y una de esas es Vaccarum; ese es el nombre de una de las especies que se distribuye en el altiplano, y es la que está allá arriba”.

En resumen, reconoce que estas clasificaciones son “bastante dinámicas”, sobre todo porque se trata de un grupo “poco estudiado”.

Como sea, hoy por hoy, hay registros de esta especie que van desde la desembocadura del río Loa hasta el punto récord para los vertebrados, a casi 7 mil metros de altura. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) categoriza su estado en “Preocupación menor”.

Tantas incógnitas, pocas respuestas

Hasta ahora, el “descubrimiento principal”, dice Jay Storz, es que hay individuos de ratón orejón que “viven en alturas que anteriormente, se suponía, eran completamente inhabitables para los mamíferos y vertebrados”.

Solo se sabe de algunas aves que alcanzan esas zonas, como el ganso asiático (Anser indicus) que es capaz de sobrevolar la cordillera del Himalaya; “pero es solo un vuelo”, advierte, “no están viviendo todo el año en una altura así”.

Con la publicación de abril de este año, se puso sobre la mesa más datos apuntando a que hay individuos que residen a esas alturas, remarca D’Elia, “porque una posibilidad es que fuera un ratón perdido”.

Es más, destaca que “tenemos muy buena evidencia, y alguna que todavía no está publicada”, la cual refuerza la idea.

Ratón orejudo en la oscuridad. FOTO: Marcial Quiroga
Ratón orejudo en la oscuridad. FOTO: Marcial Quiroga

“Hemos puesto trampas en muchos volcanes de esas alturas y muchas veces no tenemos mucho éxito”, comenta el investigador gringo que ha buscado en cumbres ubicadas en las fronteras entre Chile, Argentina y Bolivia.

Con el ratón que capturaron en el Llullaillaco y las momias de roedor (disecados) que han encontrado en otros volcanes, “me parece que no son abundantes, pero sí existen”, dice. A pesar de todas las inclemencias de aquel hábitat, ahí tienen una ventaja que no encuentran en otra parte: no hay depredadores.

Sobre el tamaño de esas poblaciones, admite que “no tenemos una idea muy clara, hay muchas cosas para descubrir”.

Ahora “uno de los objetivos principales de nuestra investigación es comprender cómo los animales pueden funcionar en ambientes extremos, donde falta el oxígeno y hay un frío congelado”; junto con ello, a largo plazo, “descubrir los mecanismos fisiológicos que los ratones han evolucionado para sobrevivir”.

Ratón orejudo momificado. FOTO: Matt Farson
Ratón orejudo momificado. FOTO: Matt Farson

“En eso justamente estamos trabajando ahora, en varios frentes, porque honestamente no tenemos idea”, remarca D’Elia. “Si subes al Llullailaco, vas a ver que no hay plantas ni nada”, entonces: ¿Qué come?

Los investigadores están a la espera de los análisis del contenido estomacal de estos ratones, que es una moderna técnica que permite secuenciar el ADN de lo que el roedor tenía en la guata. “Ahí identificamos muchas cosas que micro o macroscópicamente no puedes porque es todo una papilla”, explica el hombre de la universidad valdiviana.

“No tengo resultados muy concretos para decirte, pero estamos en camino”, agrega el académico de Nebraska.

jay Storz con el ratón en mano. FOTO: Mario Pérez
jay Storz con el ratón en mano. FOTO: Mario Pérez

En estas alturas, superiores a los 5.000 metros, no hay plantas vasculares (las que tienen raíz, tallo, hojas y flores).

Igual ambos creen que comen algún tipo de vegetación, a pesar de que prácticamente no hay registros. “Jay y Mario cuando subieron, no vieron nada”, dice D’Elia. “No es que no estuvieran buscando, pero cuando estás a esas alturas, te preocupas más de respirar que de buscar restos de plantas.

Lo que sí hay son líquenes, que son hongos que se asocian con una micro-alga o cianobacteria que le provee energía a través de la fotosíntesis; una simbiosis que le permite colonizar casi cualquier ambiente. “Incluso hasta en las cumbres se pueden encontrar”, cuenta Storz, aunque igual “es un ambiente muy vacío de vida”.

Líquenes  en las alturas. FOTO: Caminantes del Desierto
Líquenes en las alturas. FOTO: Caminantes del Desierto

Con el calentamiento global, “muchas especies de tierras bajas pueden desplazar sus rangos de elevación hacia arriba y, por lo tanto, las de tierras altas pueden estar en peligro debido al aumento de la competencia ecológica”, advierte Storz sobre una amenaza que podría enfrentar el ratón orejudo.

“Al estudiar cómo los animales se adaptan fisiológicamente al ambiente de las grandes alturas, podemos comprender cómo van a responder al cambio climático en el futuro”, adelanta, por lo que está investigación también es sobre conservación y “entendimiento de la biodiversidad”.

Es interesante porque esta especie también habita a nivel del mar”, comenta el investigador de la U. Austral. “Hay dos posibilidades: una es que se aclimatan como los jugadores de fútbol y otra es que tienen algunas variantes genéticas adaptadas a la altura”. Es decir, “¿qué pasa si a un ratón que recolectas en tierra baja lo largas en Llullaillaco? ¿Pueden sobrevivir? ¿O cagan? O al revés también”.

Storz y Quiroga con dos ratones capturados. FOTO: Mario Pérez
Storz y Quiroga con dos ratones capturados. FOTO: Mario Pérez

Storz, por su lado, se aventura con una hipótesis: “Creo que su capacidad de sobrevivir en estas alturas tiene que ver con cambios genéticos que han evolucionado, pero también con una capacidad fisiológica de aclimatación”. O sea, supone que ambas respuestas son correctas.

“Muchas de las especies que son adaptadas a la alta montaña tienen propiedades de sangre especial para captar más oxígeno”, agrega; “también a veces tienen un metabolismo diferente en los músculos”.

Como sea, a D’Elia le parece una pregunta clave porque “estamos hablando del límite de la vida en vertebrados; no hay ningún vertebrado que se haya registrado tan alto”.

“No hay duda que tiene el récord de los vertebrados”, remata.

Una nueva expedición

El 25 de septiembre Guillermo y Jay se reunirán en Arica, la ciudad más al norte de Chile, para luego mandarse a cambiar hacia el este, al altiplano, “en buena medida por este ratón, aunque [también para estudiar] otras poblaciones’'.

Entre colegas de Chile y EE.UU. tienen “varios frentes de ataque”, declara D’Elia, “porque como modelo es bien interesante”, en vista de la cualidad “única” que tendrían estos roedores para hacerle frente a las condiciones extremas. “Una cosa es tener el avistamiento, y otra cosa es saber si la especie realmente vive siempre ahí” comenta, lo que implicaría para estos animales comer, descansar, tener un refugio, reproducirse… en resumen, hacer su vida.

Marcial Quiroga, Jay Storz y Guillermo D'Elia en terreno. FOTO: Mario Pérez
Marcial Quiroga, Jay Storz y Guillermo D'Elia en terreno. FOTO: Mario Pérez

En estos últimos dos años, el grupo ha organizado cuatro expediciones de alta montaña. Y esta, además, incluirá el suroeste de Bolivia, especialmente el departamento de Oruro, donde se encuentra el Nevado Sajama, un volcán de 6.542 mts.

“Creemos que existen otras especies del mismo género ahí”, dice Storz pensando en una nueva cumbre. Es más, lanza con toda confianza: “Me parece muy probable que vamos a descubrir aún más especies que están viviendo en alturas inesperadas”

El sueño es ambicioso, dice Storz: “Queremos documentar todas las especies que están viviendo en las alturas extremas”.

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