La vida íntima de los pumas cautivos: cuando es imposible regresar a lo salvaje

Kendra Ivelic y puma. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic

Para Kendra Ivelic fue una misión “heredada” que se convirtió en “pasión”. En el Cajón del Maipo, a cargo de Refugio Animal Cascada, en sus manos está el destino de “Maqui” y “Huilo”, dos felinos que llegaron huérfanos. Cuando la bióloga era una niña, el mayor llegó casi recién nacido: “Se crio como mi hermano, y mi mamá fue nuestra madre”, recuerda con La Cuarta sobre un sistema de cautiverio que ya no es posible; es peligroso. Lecciones, dilemas éticos y hasta un aluvión son parte de esta historia: “Una pesadilla espantosa, lo más apocalíptico que hemos vivido”, relata de aquel desastre.

Aquella lejana e invernal tarde del 2005, Kendra Ivelic Astorga (29) tenía apenas once años. Acababa de llegar del colegio a su hogar y se encontró con un puma cachorro (Puma concolor), de tan solo un mes. “Era tan chiquitito”, recuerda con La Cuarta. “Le dábamos mamadera y lo alimentábamos en la casa”. Le pusieron “Huilo”.

En 2003, su madre, Nani Astorga, había fundado Refugio Animal Cascada, tras una solicitud del Servicio Agrícola Ganadero. Lo instaló en el mismo lugar donde vivía, en el Cajón del Maipo, en el sector de San Alfonso, en plena precordillera. Recibían loros que llegaban por tenencia ilegal. Los del SAG “se acercaron a nosotros sabiendo que teníamos un santuario y, como familia ecológica, llegaron a mi madre”, cuenta. En esa época, en Chile había pocos centros de rehabilitación, al punto que les llegaban pudúes heridos desde Puerto Montt.

Dos años después llegó el pequeño “Huilo”, huérfano, mientras que sus dos hermanitos —que al final no sobrevivieron— fueron trasladados al Buin Zoo. Nula era la chance de devolverlo a la vida salvaje. Estos felinos pasan los primeros 15 o 18 meses de su vida con su madre y hermanitos, en que jugando aprenden las habilidades para cazar y sobrevivir, incluida el temerle a las personas, potenciales amenazas.

"Huilo" cuando cachorro. FOTO: Kendra Ivelic

“Casi no se hace”, explica sobre la reinserción de crías de puma. “Se puede pero es muy difícil”. Ella solo sabe de una persona, en Colombia, que “ha tenido éxito”. Sin embargo, es “muy costoso” tanto en lo económico como en lo humano: “Tendríamos que irnos a vivir a la montaña y que no hubiera nadie más”, lo que no quita que sea “potencialmente peligroso”.

El destino de “Huilo” sería el cautiverio.

La libre infancia

Kendra (@kendra.ivelic) era una niña, pero está llena de recuerdos.

Fue una crianza “bastante cercana”, dice la bióloga y conservacionista sobre los primeros meses de “Huilo”, para el que usaron un “semi-cautiverio”, método que describe como “artesanal” y que ya no se da, porque hay protocolos de cómo actuar. “Todo lo que hacíamos era instintivo”, explica. “Mi madre llevaba el centro, y ella no es veterinaria ni bióloga, simplemente (es) muy buena con los animales”.

Con amor y todo, en sus primeras semanas, “Huilo” estuvo cerca de morir. Cuando le dieron mamadera, reaccionó “muy mal” a la leche recomendada por el SAG. Un puma empieza a comer carne a los dos meses, pero, para salvar la vida al cachorro, le adelantaron esa fase, a ver qué tal respondía.

Y sobrevivió.

El puma, aún del tamaño de un gatito doméstico, dormía dentro de la casa. Paseaban con él en los cerros para que caminara, una o dos veces por día. Recorrían largos kilómetros. “Imagínate la cantidad de energía que un puma tiene”, dice. Estos felinos, en estado salvaje, recorren tranquilamente diez kilómetros diarios.

En invierno, aún cachorro, cuando nevaba más seguido en el Cajón del Maipo, “jugábamos mucho con él en la nieve’', recuerda. “Cada vez que había nieve lo pasaba muy bien”. En verano, cuando tenía como año y medio, a “Huilo” le gustaba saltar, bañarse en el río y nadar. Lo suyo siempre ha sido el agua. En las noches cálidas, “hacíamos una cama en el patio y dormíamos con él afuera”.

Un joven "Huilo" en los tiempos que se metía al río. FOTO: Refugio Animal Cascada

Sus compañeros de colegio sabían que Kendra tenía a este carnívoro en la casa. “Era un poco raro”, admite. “Mis amigas venían y un puma les mordía los zapatos”. Pero no era algo que comentara mucho: para ella era normal, simplemente era “la amiga que tenía un montón de animales: coipos, búhos y de todo”. “Huilo” era parte de todo eso, de “una vida bastante libre”.

—El cuidado que nosotros tuvimos con el “Huilo” fue muy lindo porque era mucho bienestar para él, pero no es algo que se recomiende ahora —advierte—. Obviamente el cautiverio nunca es la primera opción. La historia es real y es cómo es, pero un puma salvaje es potencialmente peligroso.

Y el tiempo así lo demostró.

Puma en Refugio Animal Cascada y sus garras. FOTO: Kendra Ivelic

Cuando “Huilo” tenía tres años, en plena adolescencia, con sus hormonas desatadas, efectivamente se puso un “poco peligroso”. Ya pesaba más de 50 kilos, era grande y fuerte. La familia se entretenía con él, pero “los juegos podían salirse de control fácilmente”, cuenta. “Y en algún momento atacó a una perrita que vivía con él, que eran como compañeros”. De pronto, se le activaba el instinto, se perdía en “la dinámica del juego-cacería”, su pupilas se le dilataban y “no había cómo sacarlo de eso”.

Tras aquel suceso, fue destinado a un recinto; se limitó su libertad.

Un cachorro bajo el puente

Más o menos en 2013, Nani Astorga, su mamá, “se aburrió completamente” de toda la parte burocrática que implicaba Refugio Animal Cascada. Kendra se hizo cargo. Empezó a “profesionalizar” el área de rehabilitación, para las criaturas que tengan chance de regresar a lo silvestre; y la de cautiverio, para los que no tienen esa opción. “La idea es que el animal en exhibición sea un embajador de su especie, y genere conciencia con la gente que visita los centros”, explica, para que surja “un lazo entre las personas que conocen ese animal” y “quieran proteger a esas especies”.

Hoy, en el área de exhibición tiene dos zorros chilla (Lycalopex griseus), un águila (Geranoaetus melanoleucus), un peuco (Parabuteo unicinctus), un tucúquere (Bubo magellanicus) y distintos loros. También, han recibido ilustres visitas, como en agosto del 2021, la del hoy Presidente Gabriel Boric, y en 2015, a la célebre etóloga británica, Jane Goodall.

En el refugio, Kendra junto a Jane Goodall, destacada por sus múltiples descubrimientos sobre chimpancés. FOTO: Alonso Fuentes

Hace ya casi una década, cuando Kendra estudiaba biología en la Universidad Católica (después haría un máster en Ecología en Imperial College de Londres), llegó el segundo: “Maqui”. Lo encontraron bajo el puente que hay en el santuario Cascada de las Ánimas, donde se ubica el centro, en abril de ese año.

Su pasado es borroso. “Lo más probable es que le mataron a la mamá en la montaña”, supone Kendra. “Y este cachorro, que tenía como cuatro meses, habrá bajado buscando comida”. O también, es posible que se haya acercado al escuchar las vocalizaciones que emite “Huilo”, que “vocaliza mucho”.

"Maqui" cuando cachorro. FOTO: Alonso Fuentes

El sonido que hacen las hembras es como un maullido, mientras que las crías lanzan un chillido. A diferencia de sus parientes de la subfamilia Pantherinae —leones, tigres, jaguares y leopardos—, no pueden rugir. Son del grupo Felinae, que los emparenta más con los guepardos (Acinonyx jubatus) de África y las distintas especies gatunas silvestres, como la güiña (Leopardus guigna) y el gato andino (Leopardus jacobita).

Con la llegada de este pequeño, y con “Huilo” ya adulto, “algo muy bonito que se dio”, cuenta, “es que empezó a llamarlo como un cachorro a su madre”, la misma vocalización. Hoy, este puma más joven responde a su compañera de cautiverio “como a una mamá, silbando”, dice. “La vocalización es algo bastante interesante, que no se ha estudiado mucho” y “no se ha podido descubrir un lenguaje”.

Aparte, dice, “es muy curioso que la vocalización que tiene ‘Huilo’ es muy similar a la de una hembra en celo”, “pero no sabemos bien porqué”, aunque podría guardar relación con que tiene un testículo no-descendido, por lo que sus niveles de testosterona no son “demasiados altos”.

"Huilo" y "Maqui" cuando vivían separados. FOTO: Kendra Ivelic

Mientras ella explica eso, del otro lado de la reja, en su recinto de 1.700 mts², “Maqui” se acerca a “Huilo”, que ya anda medio viejo y gruñón.

—Ahí va a molestarlo —comenta.

El más joven se le abalanza por la espalda y el otro se da vuelta y le gruñe, furioso. “Maqui” entiende la orden y se le quita de encima, mientras “Huilo” sigue su camino en paz.

La clave de jugar

En su “juventud e inexperiencia”, como estudiante, Kendra quiso reinsertar a “Maqui”, pero el SAG no lo permitió. Hasta ahí llegó el sueño. Su destino, como el de “Huilo”, sería el cautiverio, a pesar de que “llegó más salvaje”, porque alcanzó a vivir cuatro meses con su mamá en los cerros del Cajón.

Kendra estudió su comportamiento y evaluó cómo trabajar con ese puma para que viviera en un encierro. No sería como con “Huilo”, no lo tendrían en casa, suelto. “Hoy tenemos protocolos súper estrictos, ha cambiado muchísimo”, explica. “Pero esa es la historia de cómo llegamos a ser lo que somos”.

A diferencia de los animales en rehabilitación —que deben tener nulo contacto con personas—, “en cautiverio tenemos que desarrollar una relación”, explica, “porque ese animal va a ver gente toda la vida, y lo ideal es que se sienta cómodo”, por lo tanto, “mientras más cercano sea el humano, mejor”.

Kendra Ivelic practica el juego con "Maqui". FOTO: Timothy Dhalleine

“Maqui” se mostraba temeroso y agresivo. Todo era tenso. “Desde chiquitito lo obligaba a estar un poco conmigo, para que se acostumbrara”, relata. “Me metía en la jaula, me ponía en mitad del lugar donde él caminaba todo el rato, intentaba tocarlo”. Paso a paso construyó un vínculo, “que ahora el resultado es perseguirnos, me busca y necesita de esta interacción, sino queda muy vacío”.

Kendra solo ingresa a la jaula si los pumas “me dejan entrar, porque sino “están todo el rato mirando, inquietos, alrededor tuyo, buscándote”, en especial “Maqui”, que “cuando no me deja entrar, es porque quiere puro atacarme, quererme y comerme”, todo al mismo tiempo.

—He pensado en comprarme esos trajes que venden para usar en los entrenamientos de perros peligrosos —comenta—. Los he buscado en internet.

Ella se acerca a la jaula y apoya su mano derecha en la reja; luego, la izquierda. Desde el otro lado, “Maqui” hace lo mismo, las pisa con sus patas delanteras. Y mientras ella las pone más arriba, como si escalara, él va junto a Kendra, poniendo sus palmas sobre las de ella. Luego ella corre de un costado al otro y el puma, cual reflejo en un espejo, avanza a su lado.

—Jugábamos al “high-fight” —explica sobre la dinámica de chocar manos y patas a través de la reja—. Ese tipo de juego solo se da conmigo, fue la forma qué encontré de mantenerlo activo, sino se estresa por falta de actividad física y contacto.

"Maqui" mira a la cámara. FOTO: Kendra Ivelic

Sabe que, como tantos otros mamíferos, necesitan del juego para su bienestar, ocupar mente y cuerpo. Lo ha visto cientos de veces en Torres del Paine, donde durante once años se desempeñó como guía en sus vacaciones de colegio y universidad. También ha sido una silenciosa testigo como parte de los documentales Nuestros grandes parques nacionales (Netflix), Patagonia: life at the edge of the world (CNN) y Dynasties II (BBC), todos estrenados durante el 2022. Y vienen más.

Con “Maqui” los juegos varían “dependiendo de lo que encontremos que nos funciona a los dos: corremos, de repente le meto una cuerda y la amarro a una pelota, le pongo cajas de cartón par que se meta como un gato, o hago que muerda un palito”, enumera. “Distintas cosas según su estado de ánimo”.

Las dinámicas siempre son a través de la reja.

"Maqui" en contacto con la bióloga. FOTO: Kendra Ivelic

Con “Huilo” la relación es otra, por toda la historia que tienen en común; a pesar de que es “súper viejito” y “se está yendo a su propia dimensión”. Con ese puma “fue una relación de hermanos: él se crio como mi hermano, y mi mamá fue nuestra madre. Dormíamos juntos, íbamos a caminar juntos y esa era la vida que llevábamos, y me permite hacerle cariño cuando tiene ánimo. Se me acerca, me busca, se echa y nos hacemos cariño”.

Kendra tiene cinco hermanos, y todos lo conocieron de cachorro. “Son animales súper inteligentes, y nos reconoce a todos nosotros, sobre todo a mi mamá”, dice la presidenta de la fundación Acción Fauna. “Pero conmigo es la relación más intensa porque le dedico más tiempo”.

La “ética” de la comida

—Tener un animal en cautiverio siempre te genera cuestionamientos, siempre estamos como “¿vale la pena tener un animal en cautiverio? ¿Es una vida que realmente merecen?” —reflexiona—... Jugar a ser Dios de cierta forma, tomar tú las decisiones de si estos animales viven, o mueren, o viven de tal forma.

Mantener a ambos pumas sale unos $600 mil mensuales, entre comidas (de cuatro a seis kilos diarios) y vitaminas, sin contar el mantenimiento de los recintos, el agua y gastos varios.

Para darles la mejor vida posible, su dieta varía entre carne de caballo, cabra, conejo y pollo. “Éticamente no es muy correcto darle animales vivos a un animal que va a mantenerse en cautiverio para siempre”, menciona. Sí comenta que “no hay nada que los haga más felices” que comer una presa viva.

"Huilo" y "Maqui" se alimentan entre la nieve. FOTO: Chagual Orrego (@chaguoloa)

¿Por qué no es ético? Aunque a estos roedores se les considera una plaga, “es preferir la vida de uno por sobre el otro”, explica. “Ecológicamente, ninguno tiene más valor que el otro, porque ninguno está en el ecosistema”.

Las comidas de estos pumas casi siempre son animales ya muertos. “Hoy vamos a alimentarlos con pollo”, cuenta, “que es pollo comprado”.

En el ficticio caso que “Huilo” y “Maqui” estuvieran libres en el Cajón, tendrían que ingeniárselas para encontrar comida: “La mayoría de las especies nativas de esta zona están extintas localmente o muy mermadas”, entre ellas el guanaco (Lama guanicoe). En junio pasado, tras unas nevazones cordilleranas en el Monumento Nacional El Morado, se difundió un registro “inédito” de un solitario guanaco que se abría paso en la nieve.

Ahora, la bióloga es parte de un incipiente proyecto para crear un centro de reproducción de guanacos y reintroducirlos en la zona. “Es muy complicado y a largo plazo”, adelanta.

Por mientras, los pumas deben cazar conejos, cabras o ovejas. “Se genera un conflicto con los ganaderos, muy, muy importante”, remarca. “Es uno de los mayores problemas que tenemos en esta zona, siguen existiendo leoneros, como en la mayor parte del país”.

Así y todo, el puma se encuentra en la categoría de “Casi Amenazado”, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Ello en gran parte se explica por su versatilidad para habitar en distintas zonas. Mientras que en la Patagonia es el depredador tope, en los bosques norteamericanos vive a la sombra de gigantes osos pardos y negros, y jaurías de lobos; y en las selvas de Sudamérica caza bajo el reinado del jaguar (Panthera onca), el mayor felino del continente.

"Maqui" recién alimentado. FOTO: Guido Macari

Luego, Kendra mira hacia el sendero que desemboca en la jaula y anuncia:

—Ahí viene la comida.

Se acerca su hermana veterinaria, Maicha Bassin, que carga dos pollos completos. Viene acompañada de su pequeña mascota, un perrito schnauzer que se queda al lado de la jaula. “Maqui” se pone a escarbar el suelo, como para escapar y pillarlo. “Siempre le ha tenido ganas”, comenta la bióloga.

Una “pesadilla espantosa”

Tras unas impensadas lluvias en la Región Metropolitana, el 30 de enero del 2021, el sector precordillerano de San Alfonso sufrió una brutal embestida de rocas, troncos y barro. Un par de días después, distintos diarios y portales web reportaron que dos pumas en cautiverio habían desaparecido.

En medio de una sequía, “Ah, qué rico un poco de lluvia”, pensó. Pero después todo se volvió una “pesadilla espantosa, lo más apocalíptico que hemos vivido”.

El recinto cedió ante un derrumbe y ambos felinos, asustados, escaparon.

Los daños sufridos por el recinto de los pumas tras el aluvión. FOTO: Refugio Animal Cascada

Al día siguiente, en el refugio Animal Cascada publicaron un aviso, pidieron ayuda a la “comunidad” en la búsqueda y llamaron a la “tranquilidad”, porque “son animales que le temen a la gente, pero son potencialmente peligrosos si se encuentran acorralados”. Y por último: “Por favor, no usar armas en su contra”.

Se activaron todos los protocolos ante el escape de un depredador, que incluye avisar a las autoridades como el SAG. Instalaron jaulas dentro de las 3.700 hectáreas que abarca el santuario, además de cámaras-trampa. Fueron rastreadores expertos, científicos y equipos de rescate. Por las noches salían con cámaras termales por si detectaban movimiento, y durante el día recurrían a drones. “Todo lo que se puede hacer para rescatar a un carnívoro, lo hicimos”, dice. “Fue intenso”.

A los cuatro días, encontraron a “Huilo” en el cerro detrás de la casa de Kendra, el mismo donde lo llevaban de paseo cuando chico. Lo vieron, caminó algunos pasos y se echó, listo para volver a su hogar. Estaba bastante flaco y algo deshidratado. Se recuperó a los pocos días.

Huilo cuando fue encontrado y sedado. FOTO: Refugio Cascada Animal

Sin embargo, pasó una semana y no había rastro de “Maqui”. Hasta que un día volvió, él solito, y se ubicó afuera de su recinto. Se comió algo que lo pusieron de cebo y lo capturaron. Habían pasado trece días. Se hallaba flacuchento, aunque, para el tiempo que pasó en libertad, no estaba tan en los huesos, por lo que seguramente comió algún pájaro o conejo.

Tras toda la angustia, vinieron algunas tranquilidades. En Animal Cascada se quedaron con la certeza de que “ellos dos no pueden vivir afuera realmente”, porque “lo primero que harán, si sienten hambre, es acercarse a un humano, y fue lo que hicieron”. Además, según Kendra, bajaron las revoluciones, como si se les hubiera pasado la ansiedad de saber “qué está pasando allá afuera”.

Lo vivieron y fue suficiente.

"Maqui" tras ser rescatado. FOTO: Refugio Cascada Animal

Hasta antes del aluvión, “Huilo” y “Maqui” vinieron toda su vida separados, por si protagonizaban algún encontrón peligroso. Aunque muchas veces “se hacían cariño entre la reja”, otras tantas “los veíamos peleando”, así que “teníamos miedo de que se mataran”.

Sin embargo, tras los días perdidos, el razonamiento fue: “Estos pumas ya estuvieron juntos afuera”. Con el equipo dentro de la jaula, armados con mangueras, baldes con agua y palos por si peleaban, los juntaron. Hicieron tres pruebas. Y tuvieron una “interacción interesante, pero no peligrosa”, es decir, “Maqui” se abalanzaba sobre “Huilo” para jugar, y este le gruñía para que se dejara de joder, aunque sin usar sus garras o dientes… una dinámica que se da hasta hoy.

Desde entonces viven juntos y, por lo tanto, su espacio para moverse se duplicó.

Actualmente “están mucho más interactivos entre ellos”, dice, sobre todo “Maqui”, que es más joven y “necesita dinamismo en su vida”. En cambio “Huilo”, más viejito, tiene algunos incipientes problemas de articulaciones y la cadera, pero le sirve para mantenerse “bastante activo”.

"Huilo" reposa sobre una gran piedra. FOTO: Kendra Ivelic

Cuestión de personalidad

Con varias temporadas en el cuerpo por Torres del Paine y sus alrededores, Kendra sabe que ese lugar es un “laboratorio natural”. Ahí se ve la vida de los pumas en libertad y, por ejemplo, se evidencia que no son tan solitarios como se creía. En cambio, en cualquier otra parte, este felino “pasa rápido y corriendo”, es decir, “no puedes aprender mucho de ellos”.

Esa combinación de libertad y cautiverio ha sido “increíble” para Kendra.

Mientras que en la Patagonia puede observar en silencio sus rutinas, interacciones y qué les gusta hacer, en el refugio aprende otras “cositas que son difíciles de poner en palabras”, porque “son más sensaciones”.

Puma curioso mira a la cámara. FOTO: Kendra Ivelic

Sucede que “con estos pumas soy gran parte de su vida; eso es una enseñanza que no te da ningún puma en libertad, porque tengo una relación con ellos”, explica. Su vínculo con ellos es como “individuos con personalidades súper marcadas, con gustos muy diferentes e interacciones muy distintas”.

Por ejemplo, a ninguno de los dos les gusta la lluvia, sobre todo a “Maqui”. Pero a “Huilo” le encanta la nieve, aunque cada vez cae menos seguido. En verano, se les hace insoportable el calor. Se echan a la sombra, y así pasan las horas… lo mismo ocurre en la Patagonia. O se meten en una poza para refrescarse y ahí se quedan.

En el presente, “Huilo” ya está más flaco, mientras que “Maqui” luce más rechoncho. “Huilo” siempre ha sido mañoso para comer; de hecho, en una época si no le gustaba tal carne, simplemente la ignoraba, como si dijera “me traes otra o no como”. Ahora está aún más malo para comer, aunque anda bien de peso para su tamaño: unos 42 kilos. Tiene desgastado los colmillos, así que no le dan carne de caballo.

Todos esos detalles, Kendra los sabe.

"Huilo" reposa bajo la nieve. FOTO: Cristóbal Santamaría (@cris.tob)

“Huilo” se deja ver menos, da vueltas por el recinto, sin mirar demasiado a su alrededor, como en su propio mundo. En un momento, avanza por el lado de la reja.

—Él es “Huilo” —comenta la bióloga —. Ya está un poco arrugado, le falta bótox —. Ella lo mira, sonríe.

Sentirse animal

Recién en 2011, cuando entró a la universidad, se dio cuenta que era “una cosa extraña” vivir con pumas y decenas de otras especies. “Ahí me cayó la teja” de lo “diferente” que había sido su vida y, sobre todo, “me di cuenta de la responsabilidad que teníamos, de poder transmitir este mensaje e intentar proteger lo máximo posible toda la fauna, que por culpa nuestra llega a estos centros”.

El 90% de los animales que están en el refugio Animal Cascada están por directas o indirectas faltas del ser humano. “Todas nuestras acciones tienen un impacto directo en nuestro ambiente”, dice. De hecho, entre el 30% y 40% de las criaturas que llegan a rehabilitación es por un ataque o enfermedad transmitida por perros o gatos. En tanto, otros quedan heridos por un atropellado o por el disparo de un postón. Además, estima que solo el 10% de todos los animales dañados llega a un refugio.

—El otro porcentaje nunca llega —dice—. Es un problema en serio.

Aguiluchos liberados más de un año de rehabilitación. FOTO: Refugio Animal Cascada

Aunque “Huilo” y “Maqui” llevan “una buena vida”, esta “nunca va a ser suficiente ni comparable con una vida en libertad”. Su sueño es “que estos centros no existan, llegar al punto que nuestro impacto no genere víctimas de este tipo”.

—Trabajar con animales te hace sentirte más animal que nunca —cuenta—. Es una de las cosas que más me cambia. Me siento muy animal cuando estoy con animales, y eso me hace conectarme con la naturaleza. Vivir con el “Huilo” y “Maqui” es la responsabilidad de que hay que hacer algo para evitar que los animales lleguen a los centros. Fue un trabajo heredado, pero inevitable. Me cayó encima, no lo pude evitar y ahora es una pasión.

Uno de estos felinos, en estado silvestre, vive alrededor de doce años, mientras que en cautiverio llegan hasta los veinte, porque se eliminan muchos peligros potenciales —como heridas o infecciones— que les impiden cazar hasta morir de hambre, como ocurre con tantos otros carnívoros salvajes.

"Huilo" y su mirada perdida. FOTO: Kendra Ivelic

“Maqui” tiene nueve años, le queda cuerda para rato; mientras que el mayor ya cumplió diecisiete. “Pero obviamente en el momento que veamos, por ejemplo, que ‘Huilo’ está con un dolor crónico, vamos a optar por eutanasia”, porque “mantener a un animal con dolor por mantenerlo, al final, es humanizar la vida de un animal”.

Cada día Kendra le dedica al menos una hora a ambos. Los acompaña. A veces, se sienta con un libro y se pone a leer, a poca distancia, durante largas horas.

Ellos se le acercan.

—... Son la razón de porqué he dedicado mi vida a intentar salvar a la fauna, y cuidar la naturaleza —dice—. Ellos generaron una conexión en mí, inevitable.

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