La Firme con Álvaro Rudolphy: “Las apps de citas las encuentro fascinantes, no en el sentido de ‘oh, qué rico’”

Álvaro Rudolphy se sentó a hablar en serio para La Firme. Foto: Juan Farias / La Cuarta

El reconocido actor, que ya hace dos años se alejó de las teleseries, se sincera sobre su vida personal, su carrera y el futuro que construye a sus 59 años.

A veces, pareciera que Álvaro Rudolphy (59) habla en serio, pero su risa delata que bromea. A veces es al revés. A veces es un poco de ambas. “Nunca le voy a dar una entrevista a La Cuarta”, lanza como talla sobre discursos que ha dejado atrás. “Y mira, aquí estoy, feliz”.

Antes, era más esquivo con sincerarse sobre su vida. Se considera más bien “desconfiado”. Ahora, hace un recuento de su historia: de niño era “muy tímido”, el teatro se volvió un “juego” con que se salía de sí mismo, perdía miedos y pudores. También habla sobre “escupir al cielo”: sobre cuando evangelizaba con ser eterno soltero y no tener hijos.

Hoy, está contento, casado y con sus dos retoños. Pasó 32 años ininterrumpidos en teleseries desde Amores de mercado (TVN) a Perdona nuestros pecados (Mega). Ahora, explica su alejamiento de los melodramas para poner el foco en guiones y obras: “Estoy feliz escribiendo”, declara quien ya estrenó la audioserie Viña a Viña y la comedia Match… ¿Hacia dónde va? Aquí, su nueva etapa vital.

LA FIRME CON ÁLVARO RUDOLPHY

Hay niños que están más callados, más observadores, miran desde lejos y de a poco se empiezan a integrar al grupo. No son los que entran al tiro a jugar, les cuesta y, de repente, ya están jugando con todos. Yo era así.

Ser el hermano menor influye; el más chico se cría solo, o los mayores (Alejandra y Andrés) son también los que ayudan. Me imagino que eso, sin duda, genera diferencias con los primeros. Mis hermanos mayores todavía me dicen “chico”. Era como la maleta, digamos, que había que llegar para todos lados. También hay temas de personalidad. En mi época, uno se criaba solo, se jugaba mucho con vecinos, amigos, el colegio, pero también había mucho espacio de tiempo personal en que uno usaba la imaginación; hoy día cada vez se usa menos por las pantallas: está todo pre-entregado. Uno jugaba harto con su mundo propio.

El actor era "muy tímido" cuando niño, siendo el menor de sus hermanos. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Toda mi formación tiene que haber influido un poco en mi decisión de ser actor. Era muy tímido, muy tímido. Y perdí un poco esa timidez cuando representaba algo... Cuando éramos niños, para las navidades hacíamos un circo en mi casa los tres: mi hermana cantaba (imitaba a Raphael), mi hermano cobraba las entradas y armaba el escenario, y yo hacía de payaso; y de ahí en adelante seguí haciéndolo hasta el día de hoy, jajaja.

El accidente de la micro que me chocó, cuando tenía diez, me marca hasta el día de hoy. Ya han pasado tantos años, pero sin duda tiene que haber sido un momento bastante, primero, traumático; y después, doloroso. Tiene que haber sido relevante al momento de formar mi personalidad.

La actuación no la tiraría por el lado terapéutico, más bien como un juego. En la actuación uno asume un rol y te permite imaginar, crear, viajar, divagar y entrar en mundos distintos. Es muy rico. Todos, a veces, queremos jugar a que somos otra persona, y eso lo tomé como un oficio y una profesión: ponerme en los pantalones de distintas personas.

Para Álvaro, el teatro surgió como un juego más que como algo "terapéutico". Foto: Juan Farias / La Cuarta

Fueron políticas parte de las razones por las que mis papás se separaron. El país en esa época, en 1972, estaba muy polarizado; las diferencias eran muy marcadas, no había medias tintas. Creo que hemos ido evolucionando un poco, y si bien también estamos en una situación un poco polarizada, tenemos la posibilidad y la madurez de que también los medios, aunque se han ido perdiendo, tienen su voz, su voto y representación. No hay que ser tan extremo en las posturas: hay que navegar más por las aguas más calmas.

Tengo dos medio-hermanos; en realidad, tres. Hay uno que vive en Finlandia, que lo veo poco; otro que vive en Santiago, lo veo bastante y tenemos una relación súper cercana, amistosa. Además, son menores que yo y los conocí cuando ya era adolescente; ellos recién estaban dando sus primeros pasos. Mi relación es súper buena.

Cuando chico me daban vergüenza mis brazos y, más adelante, mis piernas. Era parte de la timidez, y lo sigue siendo. Nunca he sido un exhibicionista, muy por el contrario, soy bastante recatado y pudoroso con mi cuerpo. Creo que me quedó un poco de ahí, de esa infancia y adolescencia, siempre con mucho pudor. Al asumir un personaje en el teatro, no es mi cuerpo el que está en escena; ahí se pierde ese pudor y timidez. El teatro ha sido como el gran vehículo para perder pudores y miedos. Ya me empieza a dar menos vergüenza todo.

Cuando chico, el intérprete era muy vergonzoso con su cuerpo; ahora, aún es pudoroso. Foto: Juan Farias / La Cuarta

En 1988 entré a las teleseries. Era una buena posibilidad laboral, aunque lo sigue siendo. Tuve la suerte de estar en el momento más álgido de las teleseries. En esa época uno renegaba un poco la televisión. Siempre en las escuelas, cuando uno es muy joven, tiene posturas más extremas con respecto a las cosas: la televisión se veía como algo frío y mercantilista; y uno era como más rebelde e ideológicamente quería hacer una suerte de revolución de 1968; ir en contra de todo el sistema establecido. Con el tiempo te das cuenta que es un trabajo, y muy difícil. Te das cuenta de que requiere mucho esfuerzo, trabajo, responsabilidad y estudio.

Cuando adolescente uno cree que se las sabe todas y después te das cuenta que no. La vida te enseña y no eres tú el que le enseña a la vida. Todos los actores, cuando jóvenes, son más rebeldes, es un tema generacional; imagino que hoy también pasa. Más joven uno tiene una suerte de anarquía en que reniega de todo y piensa que lo podría hacer todo mejor. El tiempo te enseña que no es así.

Me gustó mucho cuando hice a Julián García en Alguien te mira (TVN, 2007). Esa teleserie fue un desafío; ese personaje estuvo bien hecho... Nunca más la repitieron, aunque había un tema con la violencia de género que ahora está en boga. Pero ese personaje fue un buen desafío a nivel dramático y me gustó mucho interpretarlo.

El personaje que más me ha costado en televisión fue el pastor de una secta, Joaquín Arellano, de Su nombre es Joaquín (TVN, 2012). Era un tipo bastante desquiciado y era una historia que cada vez se puso más truculenta. Joaquín transitaba por una cantidad de emociones y se volvía loco al final; fue complejo de hacer.

Los tiempos en que Álvaro interpretó a "Pelluco" en la icónica Amores de mercado, de TVN.

Juegos de poder (Mega, 2019), la última que hice, fue bien intensa. Éramos un elenco chico, era una teleserie muy potente, entonces fue compleja de hacer, con Mariano Beltrán, un candidato a la Presidencia, y que además terminó siendo Presiente... Ser Presiente no es fácil, supongo.

Siempre los personajes los tomé por lo que les ocurría a nivel emocional. Cuando en antaño me tocaba un personaje medio galán y me preguntaban por eso, yo respondía: “¿Galán? Yo no soy galán, el único galán es Fernando Kliche”. Fernando era el galán por excelencia. Nunca lo tomé por ese lado.

No hice tantos papeles de galán, sólo algunos personajes, como en TVN, donde Pancho Reyes hacía de galán y yo era el galancete joven. Después empecé a hacer de malo. Pero los personajes como el Pelluco (Amores de mercado, 2001) no eran galanes, y Julián era terrible. Creo que el estereotipo del galán era mucho más de las teleseries ochenteras; en Canal 13 funcionaba mucho más. Después los triángulos amorosos se llenaron más, los personajes agarraron más carne y eran más intrincados. Antes era solamente el galán y la chica linda que no se podían juntar y, al final, se casaban. Fue derivando el tipo de historia.

Contrario a cierta creencia popular, él no siente que haya hecho tanto el personaje de galán. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Lo pasaba muy bien con casi todos mis colegas en teleseries. Siempre fui muy estudioso, responsable y logré generar buenos vínculos con las actrices con las que me tocó trabajar, con todas tuve buena onda: la Paola Volpato, Sigrid Alegría, Carola Arregui y se me olvidan muchos nombres. Con Claudio Arredondo. También soy muy amigo de toda la vida con Fernando Larraín. Con Felipe Castro, Francisco Puelles (“Chapu”) y Pancho Melo también la pasé bien. No tengo recuerdos de malas experiencias con colegas; quizás algún roce mínimo porque estás ocho meses grabando todos los días, pero nada nada importante.

Las aplicaciones de citas las encuentro fascinantes, no en el sentido de “oh, qué rico”, sino que de lo llamativo, curioso y particular. Además, yo tengo otra formación. En el caso de que en un futuro no estuviera en pareja, no me metería a una aplicación de citas. Esto de la inmediatez, de crear un vínculo como apretando un botón básicamente, y juntarse a concretar sin haberse conocido un poco más en profundidad, lo encuentro particularmente interesante, viéndolo desde fuera.

Álvaro Rudolphy en la íntima conversación que tuvo con Martín Cárcamo para De tu a tú (Canal 13) a inicios del 2023.

Un amigo en la pandemia se separó, se metió a Tinder y tuvo encuentros con mujeres durante la cuarentena. Tenía que pedir un permiso como para ir al supermercado y ahí ya quedaba atrapado, no se podía devolver si había pedido el permiso y estaba el toque de queda. Era quedar obligado a tener un encuentro, que podía ocurrir o no, pero se tenía que quedar. Eso lo encontré tan particular. Y empecé a conocer a más gente que estaba en estas aplicaciones, con sus encuentros y desencuentros. Me puse a escribir algunas historias, con situaciones tan freaks que llegan a ser divertidas. Una de estas historias me llamó más la atención, empecé a desarrollarla y surgió Match, la obra de teatro.

Match es la historia de un hombre adulto (Álvaro Rudolphy) que hace match con una mujer más joven (Marcela del Valle). Se juntan en el departamento de él, deriva en una situación absolutamente inesperada y se produce el conflicto. Realmente tiene que entrar a conocer una persona que no ha visto nunca, más que por unas fotos, que ni siquiera sabe si son reales.

Álvaro se define como "feliz" mientras se dedica a escribir y actuar en el Teatro Mori cada semana. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Ha sido rico, está funcionando la obra, le ha gustado mucho a la gente, más de lo que esperábamos. Ha sido muy rico trabajar con la Marcela del Valle, a quien yo conocía de lejos; vuelve a la actuación, la había dejado por sus hijos, y vuelve bien. Conocí también a Gabriel Muñoz, que está recién saliendo de la escuela de teatro. Está siendo una súper buena experiencia, y con un muy buen resultado. Es una buena comedia negra con tintes dramáticos. En este encuentro hay una cierta desconfianza, porque es un espacio cerrado: no sabes si te van a poner algo en el trago, si te van a sacar un cuchillo, te van a saltar, te van a robar o vas a terminar quizás dónde. Esta cita tampoco es generada por mi personaje, Francisco; no es que él se meta a la aplicación, sino que es el hijo (Gabriel Muñoz) el que lo hace meterse a la app.

El padre siempre tiene la duda de si el que hizo “match” fue él, o fue él a través de su hijo. Es otro tema interesante: él vive con su hijo, un cabro de 28 años, que se quiere ir de la casa y, con la idea de no dejarlo solo, lo quiere dejar con alguien. Entonces se toca el tema de la edad adulta: hombres y mujeres separadas se quedan solos porque los hijos empiezan a hacer su vida. Las aplicaciones, en ese aspecto, son como una aspirina: encontrar rápidamente alguien que ocupe el espacio que dejan otros. Queremos aplacar esa soledad y buscamos, sin tiempo.

Álvaro Rudolphy debuta en las audioseries.

Siempre soy un poco desconfiado. En Match se toca mucho ese tema; incluso los personajes hablan mucho de eso. Y mi personaje tiene muchos refranes como “no me fío de quien no se fía” o “la vida me enseñó a desconfiar”. El tipo está con esta mujer joven, pero se pregunta “por qué ella está aquí: una mujer joven y guapa con un gallo que es casi 20 años mayor”. Él no lo puede creer. Hay algo raro, siempre. Y en lo personal, mi mujer me lo dice: “Tú primera aproximación a las cosas es con desconfianza”. No sé por qué, la vida me enseñó así, tal como lo dice el personaje. Parto con una suerte de distancia y después se puede generar un vínculo de amistad, o no. De repente no tiene ningún asidero. Voy de a poco. Creo que es un tema del carácter. Nací así.

Nunca se sabe con la soledad, pero en este momento estoy con mi familia súper bien, constituida, establecida, feliz. Somos un grupo, un pequeño club en que vamos los cuatro para acá y para allá. Obviamente en algún momento va a ocurrir que mis hijos se irán, pero son súper chicos todavía (11 y 9 años). Mi mujer (Catalina Comandari) es joven también. De quedarme solo, creo que será en varios años más... ¿Y cómo va a ser ahí? No tengo idea, porque quizás ya voy a estar bastante mayor. Pero el futuro es una bola de cristal, no sabemos cómo se viene la mano. Por el momento, la soledad no es un tema que me ronde. Hay un tema con el envejecer, sin duda, pero en este momento no es preponderante.

La vida familiar produjo un cambio en las prioridades del actor; un presente que, antes, jamás se habría imaginado. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Nunca tuve citas a ciegas ni mucho menos. Yo era más de conocer, ver a alguien en algún lugar como La Batuta o Las Lanzas, en Ñuñoa, o al Étniko en Bellavista, y ahí y hacía “cambio de luces”... Pero de ahí pasaba mucho tiempo. Pedía el teléfono fijo; esperaba un tiempo, llamaba, que ojalá contestara esa persona y no el papá o la mamá; de ahí invitaba al cine, luego quizá ir a comer; y después de varias salidas ver si en el taxi le podía tomar o no la mano. Pero era un proceso que con estas aplicaciones no está, no existe, te saltas todo eso que tenía una suerte de romanticismo.

Nunca me sentí galán. Quizás, sin darme cuenta, puede haber influido en alguna persona o pareja que conocí o tuve... Pero —como decía— después de la llamada al teléfono fijo, la salida a tomar helado, ya el galán había quedado atrás, y era yo. Nunca profité de eso, al contrario: quizá funcionó sin que me diera cuenta.

Álvaro recuerda su proceder a la hora de enamorar a una mujer durante su juventud. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Mi mentalidad de eterno soltero cambió, y para bien, por suerte. Yo me proyectaba recorriendo el mundo en una Harley Davidson, con botas vaqueras y chaqueta de cuero, hasta los 90 años. La vida me fue llevando por otro camino, y por suerte —incluso lo pensaba hoy en la mañana— armé este cuento familiar. Es un gran cable a tierra, un gran grupo de contención en que todos nos apoyamos y queremos. Estoy viviendo con mis hijos el crecimiento de ellos, y ese proceso a veces es complejo, pero es un camino que siento que hay que vivir, ojalá... No estoy dictando una manera de hacer, ni mucho menos. En mi caso, es un camino que me ayuda y me sirve.

Si no hubiera aparecido Catalina Comandari, quizá hubiese aparecido otra, pero bueno, por suerte fue la Cata... En un momento, me habría encantado ser salvavidas en una playa de Brasil... Fantasías hay miles... Me gustaba la música; quería ser baterista antes de ser actor, pero nunca pude coordinar los dos brazos y piernas de manera armónica.

Al igual que yo, mi hijo Diego (el menor) tampoco es entrador. Yo lo veo más tímido; ponte tú, se arma la pichanga y juega como defensa. Yo era defensa, siempre estaba ahí, entre los que ponían al final. Porque uno no era entrador y creo que Diego tiene esos rasgos de carácter. Es más piola.

Álvaro Rupolphy en un evento junto a Catalina Comandari. Foto de archivo.

Mi trabajo de escritura es bien solitario. Después cuando uno empieza a montar, ahí también está el punto de vista del director (Christián Zúñiga en Match), que es a quien uno le manda la obra dramática y le imprime su punto de vista. Christián ha sido súper buen partner, ya habíamos trabajado en una obra que se llamó El bar y en la película Mientes. Pensé que Zúñiga era el hombre adecuado para dirigir Match, porque ya me conoce y tenemos un lenguaje; entiende mi humor negro, no le iba a parecer tan raro, iba a entender rápidamente el texto.

No necesito estar siempre actuando; de repente me pica el bicho. Cuando escribí Match, pensé: “Este personaje lo puedo actuar yo, porque estoy en el rango etario”. Me lo fui haciendo un poco para mí, aunque en un principió pensé que lo hiciera otro actor. Lo fui dibujando para que, también, me fuera grato ir a hacerlo todos los jueves, viernes y sábado a las 20:30 horas en el Teatro Mori de Vitacura.

No todos los días son iguales. Me levanto toda la semana a la misma hora, porque llevo a los niños al colegio. De ahí voy programando mis días. Le dedico un tiempo a tratar de escribir, hacer un poco ejercicio, dar una entrevista a La Cuarta y voy armando las semanas. Tengo ensayo y así distintas cosas. Tengo la ventaja de que programo mis horarios. Antiguamente, con las teleseries no era factible. La libertad que tengo ahora es muy grata.

Álvaro se ríe durante una intervención de su íntimo amigo Fernando Larraín en Socios de la parrilla (Canal 13). Foto de archivo.

En Mientes, Viaje a Viña (audioserie de Emisor Podcasting) y Match se repite el tema de la mentira y la desconfianza, y de dos personajes obligados a interactuar. La gracia de eso es la situación límite, hacer cierto trayecto de la vida con un “otro yo”, como dice una obra de Jorge Díaz: “Nadie es profeta en su espejo”. Estás solo con un otro que no sólo te mira desde fuera, sino que también te ves en el otro. Eso me parece atractivo, es como una terapia, tú y el terapeuta. Uno se logra ver, más que en las situaciones grupales o con mucha gente, donde eres uno más, o todo es más frívolo. Cuando sólo estás con una persona tienes que ser más tú. Me gusta así, sobre todo para actuar y escribir, siento que voy más al fondo de las cosas.

Como actor, es mucho más atractivo tener un personaje que hable desde las emociones que desde las acciones... Ahora estoy escribiendo otro podcast, que espero que vea la luz. Y también es así, con situaciones de muy pocos personajes, que están en un lugar absolutamente alejado, en un lago. Ahí empieza a pasar de todo, pero entre ellos, y empiezan a descubrir quiénes son.

A través de Canal 13, ha encontrado la vía para estrenara su audioserie, Viaje a Viña. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Sigo vendiendo mi colección de sopletes, pero no ha habido ni un interesado; no los quiero vender de a uno; todos juntos, sino es un cacho. Vender mi colección y alejarme de las teleseries son procesos. Tiene que ver con un desapego, ir soltando cosas y tomando otras: no es botar por botar. Son desafíos y ahora es un nuevo desafío, como la escritura, aunque venía de hace algunos años. Ahora estoy con un cortometraje y una película. No quiere decir renegar de lo anterior.

No sé de dónde surgieron los mitos en torno al sueldo que tenía en Mega. Lo mío no fue en ningún caso por el tema económico, ni mucho menos. Fue un proceso, la necesidad de probar otras cosas. Por lo mismo, fue una salida bastante piola, con tiempo y decantación. No fue en ningún caso lo que se lo que se comentó, dijo o inventó de que, poco menos, me había ido peleado. Al contrario, fue paulatino, y qué bien que se haya dado así. Además, uno nunca sabe: quizá mañana estaré nuevamente ahí. No cerré ni creo que se me hayan cerrado puertas, simplemente tomé otro rumbo por el momento. Puede que me vuelva a reencontrar, o quizá tome otra dirección.

Álvaro asegura que se alejó de las teleseries por motivos no monetarios. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Ponerme a escribir tiene que ver con ir envejeciendo. Siempre me gustó intentar la escritura, desde que salí de la escuela. Las primeras obras que hicimos yo las escribía; eran bastante incoherentes y muy raras. De ahí lo dejé, entré de lleno en la televisión y en los últimos años empecé a retomar, a cachar que estas incoherencias, estos vómitos, pasaban a ser más coherentes, menos anarcos y con más sentido. Me empezó a gustar y derivé a ese lado. Estoy feliz escribiendo. No sé qué terminaré haciendo, pero por el momento estoy escribiendo estas cosas y, ojalá, vayan resultando.

La inseguridad siempre está. Soy nuevo en esto, un neófito. Estoy aprendiendo cada día cuando escribo. Por ejemplo, con Viaje a Viña, después de oírlo dije: “Chuta, me equivoqué aquí, acá, necesito mejorar esto, me falta lo otro”. Claro, en el papel funciona, pero cuando lo escuchas todo armado, ves falencias y resultados. Lo mismo con el teatro, aunque en este caso Match ha funcionado súper bien. Pero era una apuesta. Hay otras cosas que siento que me han quedado mejores, como El velorio (2017), que es la obra que he escrito que más me ha gustado. Siempre está la duda, e imagino que le pasa a escritores o dramaturgos más fogueados.

Sería muy rico externalizar [que llegue al extranjero] lo que estoy escribiendo ahora, El lago. Me estoy preocupando de que sea más universal, para que se pueda dar en otros lados. Aunque no implique necesariamente irme a otra parte. Pero que tenga un vuelo un poco mayor a Chile. Me encantaría que así ocurriera.

Santiago 14 de Mayo de 2023 Entrevista al actor Alvaro Rudolphy Foto: Juan Farias / La Tercera

Si tuviera que irme para afuera, antiguamente éramos dos los que tomábamos las decisiones, pero hoy los más chicos tienen su voz y voto. Si fuese así, que es una fantasía, sería interesante ponerse en la disyuntiva. Cuando te ves enfrentado a eso, te marca un camino. Por ejemplo, que me dijeran: “Oye, te vas a México o te quedas aquí”; cuando decides eso, la fantasía deja de existir, porque ya tomaste una decisión, te aterriza, es otro cable a tierra.

Cuando uno es más joven, fantasea con irse a no sé dónde. Y de repente, dices: “Me voy a quedar aquí, estoy bien, me gusta aquí, puedo hacer cosas que quizá en otro lado no haría”. Sé de muchos colegas jóvenes que se han ido a probar suerte a otras partes y, de pronto, me los he topado acá. “¿Pero cómo?”, les pregunto. “¿No estabas afuera?”. “Me fui, hice un par de cosas y el resto del año estoy desesperado, entonces vuelvo para acá”, me responden. Tomar una decisión así, de mandarse a cambiar, es complicado, a no ser que tengas algo demasiado seguro. A esta edad, no me iría a hacer una apuesta: me voy con algo seguro, o no me voy, y si es que me voy.

Álvaro no se cierra a, si la suerte lo acompaña, internacionalizar su carrera como guionista. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Me he ido deshaciendo de teorías y prejuicios; me tocó muchas veces escupir al cielo y que me cayera en la cara. Me di cuenta de que uno no maneja nada; puede tratar de navegar lo mejor posible por el camino que uno escoge, o a veces ni siquiera escoges. Pero así como depende de uno, también hay una cuota que no manejas. Hoy en día, son pocas las veces en que uno puede decir: “Esto lo voy a hacer y esto no”. Decía que no me iba a casar, a no tener hijos... Hay miles... “No, yo nunca le voy a dar una entrevista a La Cuarta”, y mira, aquí estoy, jajaja, feliz. Siempre ocurre.

En 2022 fui jurado en El retador (Mega). El entretenimiento, como lo dice la palabra, es muy entretenido de hacer. No es mi oficio, pero se pasa muy bien. Ahí lo pasé increíblemente bien; fue, de verdad, una fiesta para mí. Entonces no me cierro al entretenimiento. Es un mundo distinto al mío que apela a otras habilidades, pero fue tan rica esa experiencia, lo pasé tan bien, que si aparecieran experiencias similares, lo pensaría y seguramente lo tomaría.

Rudolphy ya piensa en futuras audioseries.

La madurez suena como “oh, qué maduro”; un cliché. Dar entrevistas más personales tiene que ver con ir perdiendo los miedos y prejuicios, perder el miedo a lo vulnerable. Digo: “¿Qué tanto? ¿Qué tanto voy a perder aquí?”. También cuando escribo estas obras, y hablo de la desconfianza, es una manera de exorcizarla. Eso me ha ayudado a abrir puertas sobre cosas mías que son más generales, sin sentir que te van a cortar la cabeza porque diga que mi hijo es tímido. Quizás él más adelante lo lea y lo encuentre divertido.

Me ha pasado, por ejemplo ahora que hago esta comedia, Match, que gente me ha dicho al ver la obra: “Qué lúdico, jugando”. Se quedan con lo último que hice, los personajes de malo (Perdona nuestros pecados y Juegos de poder), como un señor muy duro, serio y formal, y de repente uno no es así. Uno no es el personaje, es el actor que puede interpretar distintos roles.

Cuando Álvaro entrevistó a Mariano Beltrán en Juegos de poder, su última teleserie en Mega. Foto de archivo.

Si no hubiera sido actor me habría encantado ser músico. Pero no tengo dedos para el piano. Es un oficio que encuentro muy difícil y me es muy atractivo. En Instagram lo que sigo son páginas de rockeros o músicos. Me saco el sombrero ante el oído musical y la habilidad para tocar bien un instrumento.

En la universidad pasé por todas las épocas: mateo, carretero y más piola.

En el colegio me decían “Patecumbia” o “Pata con chanfle”, por el accidente con la micro. Después, más grande, me decían “El Loco”, yo creo que porque no entendían mucho mi humor. Quizá era particular para mis compañeros, salía con cosas inesperadas. Mi papá tenía chistes raros y se me pegaron; y ahora se los estoy pegando a mis hijos, jajaja. Después, a algunos se le ocurrió que tenía cara de papa, entonces me decían “El Papa”. Después decían que tenía cara de tortuga, entonces “Donatello” me decían. Varios apodos.

Rudolphy ha tenido varios apodos a lo largo de su vida: algunos por su físico, otros por su personalidad. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Un sueño pendiente, quizá en algún momento fue ser director de cine, pero actualmente creo que es ser un buen guionista, trascender un poco a lo local.

No tengo cábalas. Generalmente los actores tienen muchas cábalas. Al principio uno tenía que decir algo o no se podía hacer tal cosa. Pero ahora no pesco ninguna de esas.

Voy mutando de restorán favorito, paso por períodos. En una época eran las pastas e iba a todas las trattorias. Después me dio por las carne e iba todos los restaurantes de buenas carnes que veía. De repente me dio con ya no tomar más vino y quería cerveza negra; empecé a buscar lugares donde hubieran buenas cervezas negras, las Stoke... Ahora ya me cansó la cerveza negra y estoy en la roja. No soy de una idea fija durante mucho tiempo.

Álvaro tiene el sueño pendiente de trascender como guionista, más allá de Chile. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Trabajé en una pizzería durante cuatro años, La Leona, mientras estudiaba teatro, con el Feña Larraín, después de clases, cuatro días a la semana; entraba hasta las 7 de tarde y los fines de semana era hasta las 3:30 AM. Fui garzón; copero; maestro pizzero, armaba las pizzas y las cocinaba; y terminé administrando. También administré una plaza de juegos que había en Tabancura antiguamente.

Con mi primer sueldo invité a mi vieja a comer. Eso fue en Viña del Mar.

Algo que no se sabe de mi es que soy muy bueno para el humor negro. Creo que es constante en mí que no dimensiono. Me muevo así en la vida. Quizá la gente no lo sabe mucho. Tampoco ando todo el día tirando chistes... ¡qué agote! Pero de repente, sí. También se me hielan las patas cuando tengo miedo o estoy preocupado por algo... Creo que eso es común, que le pasa a mucha gente. Antes de salir a actuar, siento las patas heladas. Después ya se me quita. Soy malo para el frío, no me gusta. Me pasaba que cuando tenía que grabar en exteriores, sufría con el frío… Puede ser uno de los motivos por el que fui de las teleseries, jajaja.

El actor dio sus primeros pasos televisivos en Matilde dedos verdes, melodrama de Canal 13. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Soy fanático de Charly García... ahora ya al pobre Charly lo perdimos. Pero lo oigo todavía. También paso por etapas, como con la del rock latino. La serie de Fito Páez, El amor después del amor (Netflix, 2023), la disfruté como loco; me sabía más de la vida de ellos de lo que salía en la serie... La Cata me decía: “¡Pero no me spoileés!”. En una época me dio por las cantantes femeninas. Ahora estoy escuchando bluseros de guitarra. En una época me bajó por los bateristas, cuando me gustaba mucho la batería. Pero el gran, gran grupo que nunca he dejado de oír, y siempre reaparece, y lo oigo un poco todos los días, es Pink Floyd. Me gusta mucho la guitarra de David Gilmore, es un gran, gran guitarrista.

Admiro a Daniel Muñoz, es un muy buen actor. Creo que es mejor que tenemos acá.

Bambi fue la primera película con la que lloré; y después, todas. Lloro hasta con los comerciales. De repente en mi casa dicen: “Ya, veamos una película familiar, de monitos”, y a los diez minutos todos me empiezan a mirar como de reojo, mis hijos y mi mujer. “No te vas a poner a llorar”, me dicen. Lloro con todas las películas que son para llorar. Generalmente soy muy llorón, con las películas.

No creo en el horóscopo. Soy Géminis.

Rudolphy se considera un fan de Charly García, aunque Pink Floyd es el grupo que no puede faltar en su día a día. Foto: Juan Farias / La Cuarta

Me gustaría tener el superpoder de la invisibilidad, sobre todo por lo que me ha tocado vivir del oficio como actor; me gustaría andar por ahí sin que nadie me vea.

Le tengo miedo a la muerte, sí.

No sé me ocurre ningún placer culpable. Creo que soy tan culposo que tengo pocos placeres culpables.

A un asado invitaría a Charly García; a Charles Bukowski (escritor), porque imagínate su irreverencia, y con Charly García. Lo que sería esa conversación, para grabarla. Y Pepe Tapia.

¿Quién es Álvaro Rudolphy? Estamos por descubrirlo. Nos falta poco.

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